CAPÍTULO XII

LAS ESCUELAS PUEDEN REFORMARSE PARA MEJORARLAS

1. Es penoso y difícil, y casi tenido por imposible, curar las enfermedades crónicas. Si alguien descubriese un remedio que hiciese esperar tal cosa, ¿habría enfermo que lo rechazara? ¿No desearía tenerle a mano cuanto antes? Sobre todo si ve que su médico no procede con temeridad, sino con fundada razón. Así también nosotros vamos a proceder en nuestro petulante propósito manifestando: primero, Qué prometemos, y después, Con qué razones.

2. Prometemos una organización de las escuelas con la que:

I. Pueda instruirse toda la juventud (a no ser aquella a quien Dios negó el entendimiento).

II. Y se instruya en todo aquello que puede hacer al hombre sabio, probo y santo.

III. Se ha de realizar esta preparación de la vida de modo que termine antes de la edad adulta.

IV. Con tal procedimiento, que se verifique sin castigos ni rigor, leve y suavemente, sin coacción alguna y como de un modo natural. (Así como el cuerpo vivo efectúa el aumento de su estatura sin disgregación ni distensión de los miembros, puesto que si con prudencia se aplican, los alimentos, remedios y ejercicio, el cuerpo obtiene su estatura y vigor poco a poco, sin sentir, de igual modo si al espíritu se le aplican sus alimentos, remedios y ejercicios, espontáneamente se transforman en Sabiduría, Virtud y Piedad.)

V. Que se le prepare para adquirir un conocimiento verdadero y sólido, no falso y superficial; es decir, que el animal racional, el hombre, se guíe por su propia razón, no por la ajena; no se limite únicamente a leer y aprender en los libros pareceres y consideraciones ajenos de las cosas, o a retenerlas en la memoria y recitarlas, sino que sea capaz de penetrar hasta la médula de las cosas y conocer de ellas su verdadera significación y empleo. En igual medida hay que atender a la solidez de costumbres y piedad.

VI. Que esta enseñanza sea fácil en extremo y nada fatigosa; bastando cuatro horas diarias de ejercicios públicos y de suerte que un solo Preceptor sea bastante para instruir a cien alumnos con diez veces menos trabajo que el que actualmente emplean con un solo.

3. ¿Quién creerá esto antes de verlo? Sabida es la condición de los mortales que antes de que sea descubierta alguna nueva cosa se preguntan admirados cómo se podrá descubrir, y después de inventada se admiran de que no lo haya sido antes. Cuando Arquímedes prometió al rey Hierón arrastrar la al mar, con una sola mano, una enorme embarcación que no podían mover algunos cientos de hombres, fue acogido con risas; pero al verlo después se mudó la risa en asombro y estupor.

4. Ningún rey, excepto el de Castilla, quiso escuchar a Colón que vislumbraba nuevas islas en Occidente, y menos aun ayudarle un poco intentándolo. Sus mismos compañeros de navegación, según refiere la historia, perdieron muchas veces la esperanza y en poco estuvo que arrojasen a Colón al mar y tornasen sin concluir su empresa. Y, sin embargo, después de descubierta tan extensa porción del mundo nos admiramos todos ahora de que durante tanto tiempo haya podido permanecer oculta. Aquí viene bien una graciosa ocurrencia del mismo Colón, que durante un banquete era objeto de frases mortificantes por parte de los españoles, que envidiaban al italiano la gloria de tan gran descubrimiento; y como, entre otras cosas, llegase a oír que el descubrimiento del otro hemisferio no era debido a la ciencia, sino a la casualidad y que, por lo tanto, otro cualquiera podría descubrirle, propuso este sutil problema: De qué modo podría un huevo de gallina sostenerse en pie sobre uno de sus extremos sin ningún otro apoyo. Todos lo intentaron en vano, y entonces él, golpeándole ligeramente sobre un plato, quebró un poco la cáscara y le hizo tenerse en pie. Rieron todos, exclamando que también podrían hacerlo ellos, a lo que les contestó Colón: Podéis ahora porque habéis visto que podía ser, ¿por qué no lo hicisteis antes que yo?

5. Lo mismo hubiera ocurrido seguramente si Juan Fausto, el inventor de la tipografía, hubiese empezado a exponer su invento diciendo que era la manera con la que un solo hombre podía escribir en ocho días muchos más libros que diez peritísimos copistas en un año, resultando los libros escritos con toda elegancia, todos los ejemplares iguales, hasta en lo más mínimo, y corregidos en todo con tal que uno de ellos lo estuviese, etc. ¿Quién le hubiera creído? ¿A quién no hubiera parecido todo esto un verdadero enigma o una vana y ridícula jactancia? Y, no obstante, ahora es una cosa evidente hasta para los niños.

6. Si Bartoldo Schwartz, inventor de las máquinas broncíneas, se hubiera dirigido a los saeteros con estas palabras: Vuestros arcos, vuestras ballestas, vuestras hondas sirven para muy poco. Yo os daré un instrumento que sin fuerza ninguna de los brazos, únicamente por medio del fuego, no sólo podrá lanzar piedras y hierro, sino que lo enviará mucho más lejos, dará con más seguridad en el blanco y destrozará y derribará con mayor potencia, ni uno solo hubiera dejado de tomarlo a risa. Tan corriente es reputar maravilloso e increíble todo lo nuevo y no acostumbrado.

7. Tampoco los americanos llegaban a imaginar de un modo cierto cómo un hombre podía comunicar sus sentimientos a otro sin haber menester la palabra o un mensajero, mediante el sencillo envío de una carta, que entre nosotros conocen hasta los más rudos. Así bien podemos afirmar que en todas partes:

lo que pareció inaccesible antiguamente

sirve de risa a la posteridad.

8. No ha de acaecer cosa distinta a esta promesa nuestra; tenemos ya el presentimiento, y en parte hemos comenzado a sufrirlo. No faltará quien se admire de que haya hombres que encuentren imperfecciones a las escuelas, libros y métodos usuales, y se atrevan a prometer no se sabe qué cosas insólitas e increíbles.

9. Fácil había de sernos encontrar testigos para probar nuestro aserto (Dios mediante), porque anteriormente ya escribimos, no para el vulgo necio, sino para el prudente, que es posible llegar a conseguir que toda la juventud se instruya en letras, costumbres y piedad sin ninguna de las molestias y dificultades que con el método corriente se ocasionan tanto a maestros como a discípulos.

10. La base de toda la demostración es una tan sólo, pero es más que suficiente: Es evidente que todas las cosas se dejan fácilmente ser llevadas adonde la Naturaleza las indina; más aún, se precipitan con un cierto deleite que se torna en dolor si se trata de impedir.

11. Nada es preciso idear para que el ave vuele, el pez nade y la fiera corra. Lo hacen, naturalmente, en cuanto sienten que tienen el suficiente vigor los miembros a tales actos destinados. No hay que hacer nada para que el agua corra por las pendientes; el fuego arda si tiene materia y aire; la piedra redondeada vaya hacia abajo y la cuadrada se esté quieta; el ojo y el espejo reflejen los objetos, si tienen la necesaria luz, y la semilla germine con humedad y calor. Cada cosa tiende espontáneamente a obrar conforme a la aptitud con que fue creada, y obra seguramente si se le ayuda, aunque sea muy poco.

12. Puesto que (según vimos en el capítulo V) los gérmenes de la Ciencia, Costumbres y Piedad han sido puestos por la Naturaleza en el corazón de todos los hombres (no hablamos de los monstruos humanos), necesariamente se deduce que no tienen necesidad sino de un ligerísimo impulso y una prudente dirección.

13. Pero no se hace un Mercurio de cualquier leño, me dirán. A lo que respondo: Pero de un hombre si se hace otro hombre, si no hay corrupción.

14. Sin embargo, argumentará alguno, nuestras fuerzas y energías interiores enfermaron y se debilitaron grandemente con el pecado de origen. A lo que contesto: Pero no se anularon ni desaparecieron. Así mismo ocurre cuando las energías corporales se debilitan, que de sobra sabemos que pueden recobrar su primitivo vigor mediante paseos u otros estudiados ejercicios. Y si bien es cierto que el primer hombre apenas fue creado pudo andar, hablar y pensar, y nosotros no podemos hacerlo hasta que estamos enseñados por el uso, no hay de deducir por ello la conclusión de que esta enseñanza tenga forzosamente que ser intrincada y laboriosa. Pues si aprendemos sin ninguna gran dificultad cuanto se relaciona con el cuerpo, como comer, beber, andar, saltar, ¿por qué hemos de hallar los obstáculos en lo que hace relación al entendimiento siempre que se emplee la enseñanza adecuada? Diré más aún. Un desbravador necesita apenas unos meses para enseñar a un potro a andar, correr, saltar, girar y ajustar sus movimientos al mandato del látigo. Hace el falaz charlatán bailar a un oso, tocar el tambor a una liebre y arar, luchar, adivinar, etc., a un perro; la frívola solterona enseña al papagayo, a la urraca o al cuervo a reproducir la voz humana o fáciles melodías, y todo esto se verifica a pesar de la naturaleza propia de los animales y en corto tiempo. ¿No ha de poder el hombre ser instruido con facilidad en aquello a que su propia naturaleza, no digo le llama o guía, sino verdaderamente le empuja y arrebata? Vergüenza causa tener que demostrarlo para que se burlen de nosotros con sus risas los domadores de animales.

15. Me dirán: La misma dificultad de las cosas hace que no todos puedan comprenderlas. Y digo yo: ¿Dónde está la dificultad? ¿Existe, por ventura, algún cuerpo en la Naturaleza de un color tan extremadamente obscuro que no pueda ser reflejado por el espejo si se le coloca convenientemente iluminado? ¿Hay algo que no pueda reproducirse en un cuadro si el que debe pintarlo domina el arte de la pintura? ¿Se nos puede presentar alguna semilla o raíz que no pueda ser recibida por la tierra y germinar con su ayuda con tal de que haya quien sepa dónde, cómo y cuándo hay que hacer cada operación? Más diré: No hay en todo el mundo roca ni torre de tal altura a la que no pueda subir quien tenga pies, con tal que se empleen escaleras adecuadas o se caven en la roca escalones bien dispuestos, guarnecidos de parapetos contra los peligros del precipicio. Porque siendo muchos los que emprenden el camino con espíritu valeroso lleguen pocos a la cumbre de la ciencia, y los que llegan no lo hacen sino a fuerza de trabajo, anhelo, desmayos y vahidos, cayendo y volviéndose a levantar, no hay que asegurar que existe algo inaccesible para el espíritu humano, sino que los escalones no están bien dispuestos, son estrechos, llenos de agujeros, ruinosos; es decir, el método es pésimo. Es evidente que cualquiera puede llegar a la más elevada altura por grados bien colocados, completos, sólidos y seguros.

16. Dirás: Es que hay entendimientos tan obtusos que no es posible inculcarles nada. Y yo te contesto: No existe espejo, por muy estropeado que esté, que no reciba las imágenes de alguna manera; no hay tabla en la que de cualquier manera no pueda dibujarse absolutamente nada, por muy áspera y desigual que tenga su superficie. A más de esto, si el espejo se encuentra cubierto de polvo o manchas, límpiese antes; si la tabla es áspera y desigual, puede ser cepilIada; de este modo ya no habrá dificultad para su uso. Igual razonamiento es aplicable a la juventud: si se pule y estimula antes, unos serán pulidos y estimulados por los otros para que todos aprendan todas las cosas. (Sigo firme en mi aserción porque firme sigue el fundamento.) En esto estará la diferencia que los más tardos se darán cuenta de algunos Conocimientos, y los de ingenio más vivo, extendiendo su inclinación de unas cosas a otras, penetraran más y más en ellas y deducirán nuevas y utilísimas observaciones. Por último, hay espíritus completamente ineptos para la cultura, como hay troncos tan torcidos que no sirven para ser labrados. Nuestra afirmación es siempre cierta respecto a los espíritus de mediana condición, de los que gracias a Dios hay siempre gran abundancia. Es tan raro hallar seres en absoluto faltos de entendimiento como faltos de algún miembro por la naturaleza. En realidad, la ceguera, sordera, cojera o mala salud muy rara vez nacen con el hombre, por lo común se adquieren por culpa nuestra; de igual modo la extremada estupidez del cerebro.

17. Todavía llegarán a objetar: A algunos no es aptitud para el estudio lo que les falta, sino afición, y por eso es inútil y fastidioso obligarlos en contra su voluntad. A esto respondo: Así refieren de un filósofo que tenía dos discípulos: uno indócil y otro petulante; y despidió a los dos, porque el uno queriendo no podía y el otro pudiendo no quería. ¿Qué hemos de decir si los mismos preceptores son la causa de la aversión a las letras?

Aristóteles afirmó que era innato en el hombre el deseo de saber; y así lo hemos expuesto en el capítulo V y en el XI, que antecede. Pero, bien porque la indulgencia de los padres tuerce la natural inclinación de los hijos; bien porque la presunción de los compañeros les inculque vanos conocimientos, ya también los mismos muchachos se desvían de los estímulos innatos en el alma por sus ocupaciones corteses o palaciegas o por el espectáculo de cualesquiera otras cosas exteriores; de aquí proviene que no hay deseo de lo que se desconoce y no pueden fácilmente recobrarse. (Así como la lengua afectada fuertemente por un sabor no puede con facilidad distinguir otro, de igual manera el entendimiento preocupado en un sentido no atiende suficientemente lo que provenga de otra dirección.) Si intentamos corregir en tales individuos aquella torpeza adventicia, y volver la naturaleza a su primitivo vigor, seguramente se aparecerá la inclinación a saber. Pero ¿piensa todo el que se dedica a formar la juventud en hacerla antes apta para recibir la formación? El tornero desbasta el tronco antes de tornearlo; el herrero ablanda el hierro antes de forjarlo; el tejedor limpia, lava y carda la lana antes de hilarla y tejería; el zapatero extiende y pule el cuero antes de coser el zapato; y razonando de un modo semejante, ¿qué preceptor prepara al discípulo antes de sus lecciones haciéndole apetecer la cultura y apto para ella y, por lo tanto, sometido a él en todo? Cada uno casi como le encuentra le acomete; luego le tornea, después le forja, le peina, le teje, en seguida le aplica sus reglas y quiere que al momento esté pulimentado y brille; y si esto no ocurre tan pronto como se desea (¿y cómo va a suceder, digo yo?), se indigna y enfurece. ¿Y aun nos asombramos de quehaya quienes aborrezcan y huyan esta enseñanza? Más debiéramos admirarnos de que haya quien la pueda aguantar.

18. Viene aquí muy a punto la ocasión de decir alguna le cosa acerca de la diferencia de los ingenios; esto es, que unos son agudos y otros obtusos; unos blandos y dúctiles y otros duros y quebradizos; algunos ávidos de las letras y otros más aficionados a las cosas mecánicas, y de esta última doble especie en los tres modos anteriores resultan seis temperamentos de los ingenios.

19. En primer lugar están los agudos, ávidos y dúctiles; éstos son los únicos entre todos más aptos para los estudios, a quienes no hay más que suministrar el manjar de la Sabiduría y crecen como una vigorosa planta. Solamente hay que proceder con prudencia, para no permitirles ir más de prisa de lo conveniente, a fin de que no decaigan prematuramente y se tornen estériles.

20. Otros son agudos, pero lentos, aunque complacientes. Estos sólo necesitan espuela.

21. En tercer lugar están los agudos y ávidos, pero bruscos y tozudos. Éstos son corrientemente odiados en las escuelas y muchas veces no se tiene esperanza de sacar nada de ellos; sin embargo, suelen resultar hombres grandes si se les educa con acierto. La historia nos señala el ejemplo de Temístocles, el gran jefe de los atenienses; que cuando joven era de un ingenio brusco (tanto que hizo exclamar a su preceptor: Niño, no has de tener término medio: serás un gran bien para la república o un gran mal). Y como algunos se maravillasen después de sus cambiadas costumbres, solía decir: Los potros indómitos suelen salir buenos caballos si se les adiestra rectamente. Así ocurrió con Bucéfalo, el caballo de Alejandro Magno. Viendo Alejandro que su padre Filipo desechaba por inútil un caballo en extremo indómito, que no aguantaba sobre su lomo a ningún jinete, exclamó: ¡Qué caballo pierden por no saberle dominar! Y habiendo manejado aquel caballo con gran arte, sin latigazos consiguió que, no sólo entonces, sino siempre, fuera su cabalgadura, y no puede hallarse en todo el orbe un caballo más generoso y más digno de tan insigne héroe. Plutarco, que nos refiere esta historia, añade: Este caballo nos enseña que muchos ingenios que nacen despiertos perecen por culpa de sus educadores, que convierten a los caballos en asnos porque no saben gobernar a los rectos y libres.

22. En cuarto lugar se hallan los que son simpáticos y ávidos de aprender, pero tardos y obtusos. Éstos pueden, desde luego, seguir los pasos de sus compañeros, y para que les sea posible hay que condescender con su debilidad, no imponiéndoles nada con severidad ni exigiéndoselo con dureza, más bien hay que tener una tolerancia benigna en todo, estimulando, apoyando y levantando su espíritu para que no decaigan. Ciertamente éstos tardarán más en llegar a la meta, pero llegarán más formados, como acaece con los frutos tardíos. De igual modo que un sello se imprime difícilmente en el plomo, pero persiste durante más tiempo, así también estos jóvenes son a menudo más tenaces que los de ingenio despierto y con dificultad dejan perder las cosas una vez que las aprendieron. Por todo lo cual, no se debe alejarlos de las escuelas.

23. El quinto grupo es el de los obtusos que al mismo tiempo son indolentes y perezosos, los cuales, a pesar de todo, pueden ser corregidos con tal de que no haya en ellos pertinacia. Pero éste es un trabajo que requiere mucha prudencia y paciencia extraordinaria.

24. En último lugar están los obtusos y además de torcida y malvada índole, perdidos la mayor parte de las veces. Es cierto que en la Naturaleza encontramos antídotos para los venenos y que un racional y adecuado cultivo hace fructíferas las plantas que eran estériles, y por ello no hay que desesperar en absoluto de que estos casos tengan remedio, sino que debemos intentar corregir y extirpar la pertinacia. Si no se consigue, habrá que arrojar el torcido y nudoso leño, del que no podemos esperar hacer un Mercurio. No es prudente cultivar ni tocar la tierra podrida, dice Catón. No obstante, apenas hallarás entre millares un ingenio de tal naturaleza y de tamaña degeneración, lo cual es un testimonio elocuente de la bondad de Dios.

25. Todo lo dicho se condensa en la frase de Plutarco: Nadie tiene en su mano disponer cómo han de nacer los hijos, pero es facultad nuestra que se hagan buenos con una recta educación. Debemos fijarnos bien: dice facultad nuestra. En verdad, el arboricultor puede obtener un árbol de cualquier raíz viva si emplea racionalmente su arte en la plantación.

26. En los cuatro párrafos que siguen vamos a demostrar que con un solo y mismo método se puede instruir y formar una juventud de índole tan diversa como queda enunciado.

27. Primeramente: Todos los hombres han de ser encaminados a los mismos fines de Ciencia, Costumbres y Santidad.

28. En segundo lugar: Todos los hombres, sea cualquiera la diferencia que presenten en sus cualidades, tienen una única e igual naturaleza humana dotada de los mismos órganos.

29. Tercero: La expresada diversidad de cualidades no es sino exceso o defecto de la armonía natural; de igual modo que los excesos morbosos del cuerpo son húmedos o secos, ardientes o helados. Por ejemplo: La viveza de ingenio no es otra cosa que una cierta sutilidad y agilidad del espíritu en el cerebro que, recorriendo con rapidez los sentidos, conoce velozmente las cualidades de las cosas. Y acontece que esta agilidad, si no se cohibe de alguna manera, llega a desparramar el espíritu, debilitando o embotando el cerebro. Por esto vemos con alguna frecuencia que los ingenios precoces suelen ser arrebatados por prematura muerte o agotados caen en la estupidez. El ingenio tardo, por el contrario, procede de una viscosa gordura y obscuridad del espíritu en el cerebro que necesita ser despejado e iluminado mediante una más insistente excitación. La petulancia y la tozudez, ¿qué son sino la excesiva firmeza del corazón en no ceder que debe y puede quebrantarse con la disciplina? ¿Qué es la indolencia más que una excesiva laxitud del corazón que necesita vigorizarse? Por lo cual, así como la mejor medicina para el cuerpo no es aquélla que opone remedios contrarios (porque entonces se excita mayor violencia), sino la que procura compensar los efectos contrarios para que nada falte por un lado ni sobre por otro; así el remedio más a propósito para los vicios del entendimiento humano será un Método tal que los excesos y defectos del espíritu se compensen y se ordenen todas las cosas a la consecución de la mayor armonía y concierto. Con este propósito nuestro método está adaptado a los entendimientos intermedios (que son siempre el mayor número), sin que falten recursos para contener y sujetar a los más vivos (a fin de que no se malogren prematuramente) ni estímulos y aguijones para excitar a los más tardos.

30. Por último, es más fácil atender a los aludidos excesos y defectos del espíritu cuando son recientes. Así como en la milicia se mezclan los bisoños con los veteranos, los débiles con los robustos, los torpes con los ágiles, se les manda pelear bajo las mismas banderas y regirse por los mismos preceptos mientras dispuestas las tropas se desarrolla la batalla; pero una vez conseguida la victoria cada uno persigue al enemigo hasta donde quiere y puede y hace el botín a su albedrío; así conviene proceder en esta milicia literaria, que los tardos se mezclen con los ligeros, los obtusos con los más sagaces, los tozudos con los dóciles y se gobiernen por los mismos principios y ejemplos mientras tienen necesidad de guía. Una vez que hayan abandonado la escuela, cada uno siga el restante curso de sus estudios con la actividad y denuedo que pueda.

31. No solamente respecto al lugar debe entenderse la mezcla de que hablamos, sino especialmente en lo tocante al mutuo auxilio; es decir, que el maestro encomiende al que vea mas despierto el cuidado de instruir a dos o tres más tardos; a aquél en el que observe un buen natural el de vigilar y regir a otros de peor índole. Así se proveerá a unos y otros, atendiendo, desde luego, el Profesor para que todo se haga conforme a los dictados de la razón. Pero ya llegará tiempo de explicar esto.