CAPÍTULO X

LA ENSEÑANZA EN LAS ESCUELAS DEBE SER UNIVERSAL

1. Ahora tócanos demostrar que: En las escuelas hay que enseñar todo a todos. No ha de entenderse con esto que juzguemos necesario que todos tengan conocimientos (especialmente acabados y laboriosos) de todas las ciencias y artes. Esto ni es útil por su misma naturaleza ni posible dada la brevedad de la humana existencia. Ya sabemos que si se pretende conocer tan extensa como minuciosamente cualquier arte (como la Física, Aritmética, Geometría, Astronomía, etc., o la Agricultura o Arboricultura, etc.), aun a los ingenios más despiertos puede ocuparles toda la vida si han de entregarse a especulaciones y experimentos; como acaeció a Pitágoras con la Aritmética; a Arquímedes, en la Mecánica; a Agrícola, en los Metales, y a Longolo, en la Retórica, mientras se dedicó a esto solo para hacerse un ciceroniano perfecto. Por tanto, todos los que hemos venido a este mundo, no sólo como espectadores, sino también como actores, debemos ser enseñados e instruidos acerca de los fundamentos, razones y fines de las más principales cosas que existen y se crean. Y hay que atender a esto, y especialmente atenderlo para que no ocurra nada, durante nuestro paso por este mundo, que nos sea tan desconocido que no lo podamos juzgar modestamente y aplicarlo con prudencia a su uso cierto sin dañoso error.

2. Desde luego, y sin excepción, hay que tender a que en las escuelas, y después toda la vida gracias a ellas: I. Se instruyan los entendimientos en las artes y las ciencias. II. Se cultiven los idiomas. III. Se formen las costumbres con suma honestidad. IV. Se adore sinceramente a DIOS.

3. Sabiamente habló el que dijo que las escuelas eran TALLERES DE LA HUMANIDAD, laborando para que los hombres se hagan verdaderamente HOMBRES; esto es (y recordemos las premisas antes establecidas): I. Criaturas racionales. II. Criatura señora de las demás criaturas (y aun de sí misma). III. Criatura delicia de su Criador. Y esto se logrará si las escuelas procuran formar hombres sabios de entendimiento, prudentes en sus acciones, piadosos de corazón.

4. Estas tres cosas deben ser imbuidas a toda la juventud en todas las escuelas. Lo demostraré tomando fundamento:

I. De las cosas que nos rodean.

II. De nosotros mismos.

III. De Cristo δεανδρωπω, ejemplo perfectísimo de nuestra perfección.

5. Tres son los grupos que pueden hacerse de las cosas en cuanto toca a nosotros. Unas solamente se ofrecen a nuestra contemplación, como el cielo, la tierra y lo que hay en ellos. Otras a la imitación, como el orden admirable que se halla en todo y que el mismo hombre está obligado a guardar en sus acciones; otras, por último, al goce como la protección divina y su múltiple bendición aquí y en la eternidad. Si el hombre ha de ser semejante a estas tres cosas, es preciso que se le enseñe: ya a conocer las cosas que se ofrecen a la admiración en este admirable anfiteatro; ya a hacer lo que se le presenta hacedero; ya, por último, a gozar de todo aquello que el Criador con generosa mano le ofrece a él como huésped en su casa.

6. Si nos examinamos nosotros mismos, deduciremos igualmente que a todos nos competen del mismo modo la erudición, las costumbres y la piedad, bien estudiemos la esencia de nuestra alma o bien indaguemos el fin de nuestra creación y colocación en este mundo.

7. La esencia del alma está formada por tres potencias (que parecen hacer relación a la Trinidad increada): Entendimiento, Voluntad y Memoria. El entendimiento se aplica a estudiar las diferencias de las cosas (hasta por las menores notas). La voluntad tiene por oficio la opción de las cosas, para elegir las provechosas y reprobar las dañinas. La memoria guarda para usos futuros todo cuanto alguna vez fue objeto de la Voluntad y del Entendimiento y hace que el alma tenga presente su dependencia (que viene de Dios) y sus deberes; y en este aspecto se llama también Conciencia. Y para que estas facultades puedan ejercer diestramente sus funciones es necesario dotarlas claramente de aquellas cosas que iluminen el Entendimiento, dirijan la Voluntad y estimulen la Conciencia, con lo que el entendimiento ahondará más, la voluntad elegirá sin error y la conciencia dirigirá todas las cosas hacia Dios. Del mismo modo que estas facultades (Entendimiento, Voluntad y Conciencia) no pueden separarse porque constituyen el alma misma, así tampoco pueden estar desunidos los tres adornos del alma: Erudición, Virtud y Piedad.

8. Y si consideramos para qué hemos sido puestos en este mundo, de nuevo resaltará el triple fin; esto es, para servir a DIOS, a las CRIATURAS y a NOSOTROS mismos, y gozar de los bienes que provienen de DIOS, de las CRIATURAS y de NOSOTROS.

9. Si queremos servir a Dios, al prójimo y a nosotros mismos, es necesario que tengamos piedad respecto a Dios, honestidad para con el prójimo, ciencia para nosotros mismos. Aunque es evidente que estas cosas están tan unidas que de igual manera que el hombre debe ser no sólo prudente consigo mismo, sino también honesto y piadoso; así también, no sólo las costumbres, sino la ciencia y la piedad deben emplearse con el prójimo, y en honor de Dios no sólo la piedad, sino las costumbres y la ciencia han de ejercitarse.

10. Tocante a este deleite, ya hemos visto que para él destinó Dios al hombre en la creación, cuando no sólo le colocó en un mundo que antes había dotado de toda clase de bienes y además hizo el Paraíso para su delicia; y, por último, determinó hacerle partícipe de su eterna bienaventuranza.

11. Hay que entender que este deleite de que hablamos no es el del cuerpo (aunque aun éste, que no es sino el vigor de la salud y la dulzura de la comida y el sueño, no puede provenir más que de la virtud de la Templanza), sino el del alma que resulta o de las cosas que nos rodean, o de nosotros mismos o, finalmente, de Dios.

12. El deleite que proviene de las cosas es aquella alegría de los pensamientos que experimenta el varón sabio. En todo lo que se emplea, cuanto se ofrece a su mente, todo lo que demanda su consideración, en todas partes y en todas las cosas encuentra pensamientos de tanta alegría que a menudo arrobado fuera de sí se olvida de sí mismo. Es aquello que dice el libro de la sabiduría: No tiene amarguras la conversación de la sabiduría, ni tedio el a ella dedicado, sino alegría y gozo (Sab., 1. 16.) Y el sabio gentil o Φιλοσοφειυ o μδεν ηδιον εν βιω (Filosofar es cantar el himno durante toda la vida).

13. El deleite en uno mismo es aquella dulcísima satisfacción que con su excelente disposición interior experimenta el hombre dado a la virtud al verse dispuesto a lo que exige la justicia. Esta alegría es mayor alprincipio conforme a aquello: la buena conciencia es un perpetuo banquete.

14. El deleite en Dios es el grado supremo de alegría en esta vida, cuando el hombre, viendo a Dios eternamente propicio, de tal manera se alegra de su amor paterno e inmutable que el corazón se derrite en amor de Dios y nada hace, desea ni conoce, sino que, sumergiéndose todo entero en la misericordia de Dios, suavemente descansa y saborea el gusto de la vida eterna. Esta es la paz de Dios que supera a todo lo comprendido (Fil., 4.7) y nada más sublime puede desearse ni pensarse. Estas tres Erudición, Virtud y Piedad son otras tantas fuentes de donde nacen todos los arroyos de los goces perfectísimos.

15. Finalmente, DIOS, manifestado en carne mortal (para mostrarnos en sí las normas y formas de todo), nos enseñó con su ejemplo que en todas y en cada una de las cosas debían existir estas tres. El Evangelista nos dice que al crecer en edad crecía también en sabiduría y gracia ante Dios y los hombres (Luc., 2.52). ¡He aquí la triada bienaventurada de nuestros adornos! ¿Qué es la Sabiduría sino el conocimiento de las cosas como ellas son? ¿Qué quiere decir Gracia ante los hombres sino amabilidad de costumbres? ¿Qué nos da la gracia de Dios sino el Temor del Señor? Esto es la íntima, seria y ferviente Piedad. Sintamos, pues, en nosotros lo que en Jesucristo: que es la imagen absolutísima de toda perfección a la que debemos ajustarnos.

16. Porque Él dijo: Aprended de mí (Mateo, 11-29). Y puesto que Cristo fue dado al género humano como Doctor iluminadísimo, Sacerdote santísimo y Rey poderosísimo, está fuera de duda que los cristianos deben formarse a imagen de Cristo, haciendo que sean esclarecidos de entendimiento, santos de conciencia, poderosos en sus hechos (cada cual en su vocación). Así, pues, cristianas tienen que ser las escuelas si han de hacernos semejantes en lo posible a Cristo.

17. Donde quiera que los dichos tres elementos no estén enlazados con diamantino lazo habrá un divorcio desgraciado. ¡Mísera erudición la que no tiende a las buenas costumbres y a la piedad! ¿Qué es la literatura sin buenas costumbres? El que gana en letras y pierde en costumbres más pierde que gana, dice un viejo adagio. Así, pues, podemos decir del literato de malas costumbres lo que Salomón dice de la mujer hermosa, pero que pierde la razón: Diadema de oro en rostro de puerco es la erudición en hombre que desprecia la virtud (Prov., 11.22). Así como las piedras preciosas no se engastan en plomo, sino en oro, y entre ambos irradian con mayor esplendor; así la ciencia no debe juntarse a la disolución, sino a la virtud, y añade honor la una a la otra. Si a ambas se junta la verdadera piedad, completará la perfección. El temor del Señor es el principio y fin de la sabiduría, como también el pináculo y corona de la ciencia, porque la plenitud de la sabiduría es temer al Señor (Prov. 1. Syr. 1 y en otros lugares).

18. En resumen: puesto que toda la vida depende de la primera edad y de su educación, se habrá perdido si todos los espíritus no fueren aquí preparados para todas las cosas de la vida. Y como en el útero materno se forman a cada hombre los mismos miembros, manos, pies, lengua, etc. aunque todos no han de ser artesanos, corredores, escribientes u oradores, así en la escuela deberán enseñarse a todos cuantas cosas hacen referencia al hombre completo, aunque unas hayan de ser después de mayor uso para unos que para otros.