SE DEBE REUNIR EN LAS ESCUELAS A TODA LA JUVENTUD DE UNO Y OTRO SEXO
1. Lo que a continuación expondremos nos demostrará cumplidamente que no sólo deben admitirse en las escuelas de las ciudades, plazas, aldeas y villas a los hijos de los ricos o de los primates, sino a todos por igual, nobles y plebeyos, ricos y pobres, niños y niñas.
2. En primer lugar, porque todos los que han nacido hombres lo fueron con el mismo fin principal, a saber para la que sean hombres; esto es, criaturas racionales, señores de las demás criaturas, imagen expresa de su Creador. Todos, por lo tanto, han de ser preparados de tal modo que, instruidos sabiamente en las letras, la virtud y la religión, puedan atravesar útilmente esta vida presente y estar dignamente dispuestos para la futura. El mismo Dios nos asegura siempre que ante El no hay acepción de personas. Por lo cual, si nosotros admitimos a algunos pocos, excluyendo a otros, al cultivo del ingenio, cometemos injuria, no sólo contra nosotros mismos, consortes de ellos en su naturaleza, sino contra Dios, que quiere ser conocido, amado y alabado por todos aquellos en quienes se imprimió su imagen. Porque, ciertamente, con tanto mayor fervor se hará cuanto más viva estuviere la luz del conocimiento. Es decir, tanto amamos cuanto conocemos.
3. Además, no nos es conocido el fin a que destinó la Providencia divina a uno u otro. Esto nos lo dice Dios, que en ocasiones ha revelado como eximios instrumentos de su gloria a seres paupérrimos, despreciados y obscuros. Imitemos, pues, al sol del cielo, que alumbra, calienta y vivifica la tierra toda, a fin de que cuanto en ella pueda vivir, crecer, florecer y fructificar, viva, crezca, florezca y dé sus frutos.
4. Y no es obstáculo que haya algunos que parezcan por naturaleza idiotas y estúpidos. Porque esto mismo es lo que hace más recomendable y urgente esta cultura general de los espíritus. Por lo mismo que hay quien es de naturaleza más tarda o perversa, hay que sepan obedecer a los Magistrados políticos y a los Ministros de la Iglesia. Más aún: la experiencia atestigua que muchos tardos por naturaleza han llegado a dominar la ciencia de las letras de tal modo que han aventajado a los de mayor ingenio; con gran verdad exclamó el poeta: Todo lo vence el trabajo continuado. En efecto, unos durante su infancia tienen gran desarrollo de cuerpo y más tarde enferman y adelgazan; otros, por el contrario, arrastran su cuerpecillo juvenil enfermizo y después sanan y se manifiestan con prosperidad; así también se ha comprobado en cuanto al ingenio que algunos son precoces, pero pronto se agotan y caen en lo obtuso; otros, en cambio, al principio están atontados y después se agudizan y razonan válidamente. Además, en los viveros no preferimos sólo a los árboles que dan el fruto más temprano, sino también a los medianos y tardíos; porque cada uno halla la alabanza a su tiempo (como dice en algún lugar Sirach) y no vivió en vano quien se manifestó alguna vez, aunque tarde. ¿Por qué, pues, en el Jardín literario hemos de querer admitir una sola clase de ingenios precoces y ágiles? Nadie debe ser excluido, sino aquellos a quienes Dios negó en absoluto el sentido o el conocimiento.
5. No existe ninguna razón por la que el sexo femenino (y de esto diré algo en especial) deba ser excluido en absoluto de los estudios científicos (ya se den en lengua latina, ya en idioma patrio). Es también imagen de Dios, partícipe de su gracia y heredero de su gloria; está igualmente dotado de entendimiento ágil y capaz de la ciencia (a veces superiores a nuestro sexo) y lo mismo destinado a elevadas misiones, puesto que muchas veces han sido las mujeres elegidas por Dios para el gobierno de los pueblos, para dar saludables consejos a los Reyes y los Príncipes, para la ciencia de la Medicina y otras cosas saludables para el humano linaje, le encomendó la profecía y se sirvió de ellas para increpar a los Sacerdotes y Obispos. ¿Por qué hemos de admitirías a las primeras letras y hemos de alejarlas después de los libros? ¿Tenemos miedo a su ligereza? Cuanto más las llenemos de ocupaciones tanto más las apartaremos de la ligereza que suele tener por origen el vacío del entendimiento.
6. Sin embargo, no se le ha de llenar de un fárrago de libros (como a la juventud del otro sexo; lo que hay que deplorar que hasta ahora no haya sido más cautamente evitado), sino libros en los que, al mismo tiempo que adquieran el verdadero conocimiento de Dios y de sus obras, puedan perpetuamente aprender las verdaderas virtudes y la verdadera piedad.
7. Nadie me objete aquello del Apóstol: No permito enseñar a la mujer (1. Tim. 2.12), o lo de Juvenal en la Sátira 6a.:
«No tenga afición a hablar la matrona que junto a ti duerma, ni retuerza el entimema con lenguaje rotundo, ni sepa todas las historias.»
Ni aquello otro que pone Eurípides en boca de Hipólito: Odio a la erudita; no haya jamás en mi casa mujer que sepa más de lo que conviene a una mujer, pues ella tiene mayor astucia que los eruditos chipriotas.
Todas estas cosas no son pruebas contra nuestro aserto, puesto que nosotros pretendemos educar a la mujer, no para la curiosidad, sino para la honestidad y santidad. Y de todo esto lo que más necesario les sea conocer y poder, ya para proveer dignamente al cuidado familiar, como para promover la salvación propia, del marido, de los hijos y de la familia.
8. Si alguno dijera: ¿Qué va a ser esto si se hacen literatos los artesanos, los campesinos, los gañanes y hasta las mujercillas? Respondo: Ocurrirá que formada de un modo legítimo esta universal instrucción de la juventud, a nadie han de faltarle ideas para pensar, desear, conseguir y obrar el bien; todos sabrán en qué hay que fijar todas las acciones y deseos de la vida, por qué caminos hay que andar y cómo proteger la posición de cada uno. Además, se preocuparán todos, aun en medio de sus obras y trabajos, de la meditación de las palabras y obras de Dios, y evitarán peligrosas holganzas a la carne y a la sangre con la profusión de las Biblias y la lectura de otros buenos libros, con lo que estos pensamientos mejores arrastrarán a aquéllos ya descarriados. Finalmente y para decirlo de una vez: aprenderán a ver a Dios en todas partes, a alabarle por doquier, a amarle siempre; y por lo mismo pasarán más alegremente esta vida pesada y aguardarán con mayor deseo y esperanza la vida eterna. ¿Y no sería para nosotros este estado de la Iglesia como una representación del Paraíso, tal como es posible tenerla bajo la bóveda celeste?