CAPÍTULO IV

CONOCERSE, REGIRSE Y ENCAMINARSE HACIA DIOS, TANTO A SÍ PROPIO COMO TODAS LAS DEMÁS COSAS CON UNO MISMO, SON LOS TRES GRADOS DE LA PREPARACIÓN PARA LA ETERNIDAD

1. Quedó ya suficientemente demostrado que el fin último del hombre consiste en la Bienaventuranza eterna con Dios, y también es fácil deducir cuáles son los fines secundarios y adecuados a esta vida transitoria, tomándolo de las mismas palabras de la divina resolución al formar al hombre: Hagamos —dijo— al hombre a nuestra imagen y semejanza para que domine a los peces del mar y a las aves de los cielos y a las bestias, y a la tierra y a todo animal que anda sobre la tierra. (Gén., 1. 26.)

2. Claramente se desprende de lo dicho que el hombre está colocado entre las criaturas visibles para que sea:

I. Criatura racional.

II. Criatura señora de las criaturas.

III. Criatura imagen y deleite de su Criador.

Y de tal manera están estos tres miembros enlazados entre sí que no puede admitirse entre ellos separación alguna, porque en ellos se asienta la base de la vida presente y de la futura.

3. Ser criatura racional es ser observador, denominador y clasificador de todas las cosas; esto es, conocer y poder nombrar y entender cuanto encierra el mundo entero, como se dice en el Génesis, 2.19. O conforme enumera Salomón (Sab. 7. 17, etc.) Conocer la constitución del mundo y la fuerza de los elementos; el principio, el fin y el medio de los tiempos; la mutación de los solsticios y la variedad de las tempestades; el circuito del año y la posición de las estrellas; las naturalezas de los vivientes y el ser de las bestias; las fuerzas de los espíritus y los pensamientos de los hombres; las diferencias de las plantas y las virtudes de las raíces; en una palabra, cuanto existe, ya oculto, ya manifiesto, etc. A esta cualidad corresponde la ciencia de los artífices y el arte de la palabra, para que, como dice Jesús de Sirach, en ninguna cosa, lo mismo pequeña que grande, nada haya que sea desconocido. (Eccles., 5. 18.) Así, pues, en realidad, de verdad puede ostentarse la denominación de animal racional si se conocen las causas de todas las cosas.

4. Ser dueño y señor de las criaturas consiste en poder disponer de ellas conforme a sus fines legítimos para utilizarlas en provecho propio; portarse entre las criaturas y en todas partes de un modo regio; esto es, grave y santamente y guardar la dignidad otorgada (poniendo sobre sí la adoración de un solo Criador; considerando a su nivel a los Ángeles, con siervos suyos, y teniendo muy por bajo de si a todas las demás cosas); no someterse a ninguna criatura, ni aun a la propia carne, sirviéndose generosamente de todas ellas y no ignorar dónde, cuándo, de qué modo y hasta qué punto se debe prudentemente utilizar cada cosa; dónde, cómo, de qué modo y hasta dónde hay que condescender con el cuerpo; dónde, cómo, de qué modo y hasta qué punto se debe servir al prójimo. En una palabra: poder moderar con prudencia los movimientos y las acciones, tanto internas como externas, tanto propias como ajenas.

5. Finalmente, ser la imagen de Dios es representar vivamente el prototipo de su perfección, como Él mismo dice: Sed santos, porque Yo, vuestro Dios, soy santo. (Lev. 19. 2.)

6. De todo lo cual se saca la conclusión de que los requisitos genuinos del hombre son los que siguen: I. Que sea conocedor de todas las cosas. II. Dueño de ellas y de sí mismo. III. Encaminarse él y todas las cosas hacia Dios, origen de todo. Lo que puede expresarse en estas solas tres palabras de todos conocidas:

I. ERUDICIÓN.

II. VIRTUD O COSTUMERES HONESTAS.

III. RELIGIÓN O PIEDAD.

El nombre de Erudición comprende el conocimiento de todas las cosas, artes y lenguas; el de buenas costumbres, no sólo la externa urbanidad, sino la ordenada disposición interna y externa de nuestras pasiones; y con el de Religión se entiende aquella interna veneración por la cual el alma del hombre se enlaza y une al Ser Supremo.

7. En estos tres enunciados se halla encerrada toda la excelencia del hombre, porque estos son los únicos fundamentos de esta vida presente y de la futura; todo lo demás (Salud, vigor, figura, riquezas, dignidades, amistades, éxitos y larga vida) nada representan sino añadiduras y adornos de la vida extrínseca, si Dios las da con lo primero; o superfluas vanidades, inútil carga, impedimentos molestos para quien, sintiendo excesivo apego a ellas, las desea y se deja dominar por ellas olvidando y dejando a un lado lo más principal.

8. Para la mejor comprensión veamos algunos ejemplos. El reloj (ya sea el solar o el automático) es un instrumento elegante y muy necesario para medir el tiempo y cuya substancia o esencia está en la ingeniosa proporción de las medidas. La caja en que se encierra, las esculturas, pinturas, adornos de oro, etc., son cosas accesorias que si algo añaden a su belleza nada aumentan a su bondad. Sería risible la puerilidad de aquel que sin parar mientes en la grandísima utilidad del aparato quisiera mejor un reloj bonito que bueno. Asimismo, el valor de un caballo está en su vigor, unido a su nobleza, agilidad y prontitud en moverse a capricho del jinete; la cola ondulante o recogida en nudo; la crin peinada o erguida; bridas áureas; mantas recamadas de oro y cualesquiera otros bellos jaeces con que se le adorne son cosas tan accidentales que con razón calificaremos de estúpidos a quienes pretendan que en ellas estriba la excelencia de un caballo. Por último, nuestro perfecto estado de salud depende de la completa digestión de los alimentos y de una buena disposición interna; dormir muellemente, vestir con lujo y comer con regalo nada añaden a nuestra salud: antes bien, la ponen en peligro; y podemos llamar loco a quien busca más lo deleitoso que lo saludable. Demente es y dañoso en gran manera el que, deseando ser hombre, se preocupa más de los adornos que de la esencia humana. Por eso el Sabio declara estultos e impíos a quienes consideran nuestra vida como cosa de juego o mercado lucrativo, asegurando que de ellos huye la alabanza y bendición de DIOS. (Sab., 15, 12, 19.)

9. Conste, pues, que cuanto mayor sea nuestro empeño en esta vida para alcanzar Erudición, Virtud y Piedad, tanto mas nos aproximaremos a la consecución de nuestro último fin. Estos tres han de ser los objetivos de nuestra vida (εργον); todo lo demás son pompas vanas, inútil carga, torpe engaño.