EL FIN DEL HOMBRE ESTÁ FUERA DE ESTA VIDA
1. Los dictados de la razón nos afirman que criatura tan excelsa como lo es el hombre, debe estar necesariamente destinada a un fin superior al de todas las demás criaturas; a saber, que unida a Dios, cúmulo de toda perfección, gloria y bienaventuranza, goce con El eternamente de la gloria y beatitud más absolutas.
2. Y aunque esto se halla suficientemente expresado en la Sagrada Escritura y nosotros creemos firmemente que así acaece, no será labor en balde que reseñemos, aunque muy a la ligera, los modos mediante los cuales Dios nos ha representado en esta vida nuestro último fin.
3. En primer lugar, por cierto, aparece esta representación en la Creación misma. Dios no mandó al hombre secamente que existiese, sino que, previa una solemne resolución, le formó con sus propios dedos un cuerpo y le inspiró un alma de Sí mismo.
4. Nuestra misma constitución demuestra que no nos es bastante todo lo que en esta vida tenemos. Vivimos aquí una vida triple: vegetativa, animal e intelectiva o espiritual, la primera de las cuales jamás se manifiesta fuera del cuerpo; la segunda se dirige a los objetos por las operaciones de los sentidos y movimientos; la tercera puede existir separadamente, como ocurre en los Ángeles. Es evidente que este supremo grado de la vida esté en nosotros oscurecido y como dificultado por los demás, y debemos suponer que ha de existir algo donde esta vida intelectiva alcance su mayor desarrollo (in ακωην deducatur).
5. Todas las cosas que hacemos y padecemos en esta vida demuestran que en ella no se consigue nuestro último fin, sino que todas ellas tienden más allá, como nosotros mismos. Cuanto somos, obramos, pensamos, hablamos, ideamos, adquirimos y poseemos no es sino una determinada gradación, en la que, lanzados más y más allá, alcanzamos siempre grados superiores, sin que jamás lleguemos al supremo. En un principio, nada es el hombre, como nada existió en la eternidad; tiene su iniciación en el útero de la madre, de la gota de sangre paterna. ¿Qué es el hombre al principio? Una masa informe y bruta. Entonces empieza la delineación del corpúsculo, pero sin sentido ni movimiento. Comienza después a moverse hasta el momento en que por la fuerza de la naturaleza es expelido al exterior, y poco a poco van entrando en función los ojos, los oídos y los demás sentidos. Con el transcurso del tiempo se manifiesta el sentido interno cuando se da cuenta de que ve, oye y siente. Más tarde ejercita su entendimiento, advirtiendo las diferencias de las cosas; finalmente, la voluntad asume su función de directora, aplicándose a ciertos objetos y apartándose de otros.
6. Y aun en cada una de estas operaciones existe también la gradación. Pues el mismo conocimiento de las cosas va insensiblemente apareciendo, como el resplandor de la aurora, surge de la oscuridad profunda de la noche, y mientras dura la vida (a no ser que se embrutezca de un modo absoluto) recibe continuamente más y más luz hasta la misma muerte. Nuestras acciones, en un principio, son tenues, débiles, rudas y en extremo confusas, y paulatinamente se desarrollan después las potencias del alma con las fuerzas del cuerpo, de tal manera que mientras tenemos vida (salvo el caso de quien es atacado de un entorpecimiento extremo y sepultado vivo), no nos falta qué hacer, qué proponer, qué emprender, y todo esto, es un espíritu generoso, siempre se dirige más allá, pero sin que se vea el término. No se encuentra en esta vida un ninguno de nuestros deseos ni de nuestras maquinaciones.
7. De un modo experimental lo comprobaremos, cualquiera que sea la dirección en que lo consideremos. Si uno ansía bienes y riquezas, no hallará satisfacción de sus deseos aunque posea el mundo entero; claro nos lo dice el ejemplo de Alejandro. Si la ambición de los honores inquietase a otro, no hallará reposo aunque el universo le adore. Si a los placeres se entregase, encontrará tedio en todas las cosas aunque inunden sus sentidos mares de deleites, y su apetito pasará de una a otra cosa. Y el que dedicase su espíritu al estudio de la sabiduría, jamás llegará al fin, porque cuanto más vaya conociendo, más aún verá que le falta por conocer. Sabiamente afirmó Salomón que no se sacia el ojo viendo ni el oído se llena oyendo. (Ecclesiastés, 1. 8.)
8. El ejemplo de los moribundos nos demuestra que no todo acaba con la muerte. Aquellos que piadosamente pasaron aquí su vida se alegran de marchar a otra mejor; los que se hallaban dominados por el amor de esta vida presente y ven que han de abandonarla y pasar a otra parte, empiezan a temblar, y del modo que aún pueden se reconcilian con Dios y con los hombres. Y aunque el cuerpo quebrantado por los dolores languidece, los sentidos vayan oscureciéndose y la misma vida se escape, la mente, sin embargo, realiza sus funciones con más vigor que nunca, tratando piadosa, circunspecta y gravamente de sí mismo, de la familia, bienes, asuntos públicos, etc., de tal suerte que el que ve morir a un hombre piadoso y prudente ve desmoronarse un poco de tierra; pero al oírle parece que escucha a un ángel; y preciso es confesar que en tal caso acontece que, al ver avanzar el derrumbamiento de la cabaña, se dispone la salida del que la habita. Así también lo entendieron los gentiles, y por eso los romanos, según asegura Festo, llamaban a la muerte viaje, y los griegos empleaban frecuentemente la palabra marchar, en vez de fallecer o morir. ¿Por qué sino porque sabemos que mediante la muerte nos trasladamos a otra parte?
9. Esto es mucho más evidente para nosotros, los cristianos, sobre todo después que, con su mismo ejemplo, nos lo e demostró Cristo, Hijo de Dios vivo, enviado del Cielo para reparar en nosotros la perdida imagen de Dios. Concebido y dado a luz vivió entre los hombres; después de muerto resucitó y subió a los Cielos, y ya la muerte no le dominó más. El se llama y es Nuestro Precursor (Hebreos, 6. 20.) Primogénito entre los hermanos. (Rom. 8. 29.) Cabeza de sus miembros. (Efes., 1, 22.) Arquetipo de los que han de ser reformados a la imagen de Dios. (Rom. 8, 29.) Y de igual modo que Él no vivió aquí, por estar, sino para, una vez terminada su misión, pasar a la mansión eterna, así también nosotros, consortes suyos, no hemos de permanecer aquí, sino que hemos de ser llevados a otra parte.
10. Triple hemos dicho que es la vida de cada uno de nosotros, y triple es también la mansión de esta misma vida: el útero materno, la Tierra y el Cielo. Del primero se va a la segunda por el nacimiento; de la segunda a la tercera por la muerte y la resurrección; de la tercera no se sale jamás por toda la eternidad. En el primero recibimos la vida solamente con el movimiento inicial y el sentido; en la segunda, la vida, el movimiento, el sentido con las primicias del entendimiento; en la tercera, la plenitud absoluta de todas las cosas.
11. La vida primera de las mencionadas es preparatoria de la segunda; la segunda lo es de la tercera, y ésta existe por sí misma, sin tener fin. El tránsito de la primera a la segunda y de la segunda a la tercera es angustioso y con dolor; en una y otra hay que abandonar despojos o envolturas (allí las secundinas, aquí el cadáver mismo), como el pollo nace rompiendo el cascarón. Finalmente, la primera y segunda mansión son a modo de laboratorios en los que se prepara el cuerpo para su ejercicio en la vida siguiente, en la primera, y el alma racional en la segunda, disponiéndola para la vida sempiterna. La tercera estancia lleva en sí misma la perfección y el goce de las otras.
12. De modo semejante, los israelitas (y permítasenos presentar la historia de este pueblo como ejemplo) fueron engendrados en Egipto, llevados de allí al desierto con las penalidades de los montes y el Mar Rojo, construyeron Tabernáculos, recibieron la Ley, pelearon con diversidad de enemigos, y por fin, pasado el Jordán, fueron hechos dueños de la tierra da Canaan, abundantísima de leche y miel.