CAPÍTULO CINCUENTA Y CINCO

Angelina regresó justo después del mediodía con Mama Vijina y Locadi. La policía retuvo la mambo un tiempo, pero no pudieron presentar cargos contra ella. La gente la quería, y su detención no serviría de nada. Angelina estaba callada y distante, como si los esfuerzos de la noche anterior la hubieran agotado, no física sino espiritualmente. La sexualidad que había desplegado en la danza aquella noche había desaparecido completamente. Era como si se hubiera vuelto a poner la máscara de virgen.

Después de un breve descanso, fue con Reuben a la comisaría de Pétionville, donde un sargento monosilábico le tomó declaración en una habitación silenciosa de la planta baja. Una vez hubieron salido, le contó lo de Macandal.

Desde Pétionville fueron a la oficina central de correos en la Place dTtalie. Con su contacto muerto y su pistola confiscada, Reuben se sentía vulnerable. Llamó a Sally. Iba contra sus instrucciones, pero necesitaba hablar con alguien. Sally estaba tensa. Tuvo la impresión de que estaba preocupada. Ella prometió volver a contactar con él. Esta vez no habría meteduras de pata. «¿Cuándo?», preguntó él. «Pronto —dijo ella—, muy pronto». Reuben colgó.

Un paseo corto conducía desde la oficina central de correos a los archivos, detrás de la catedral episcopaliana. El edificio que albergaba los archivos había sido descuidado durante muchos años. El que hubieran sobrevivido algunos libros y documentos era un pequeño milagro. La puerta estaba cerrada con llave cuando llegaron, pero sus preguntas insistentes les llevaron a casa del director, una calle más abajo.

El director era un hombre viejo con un brazo paralizado y una dentadura postiza que no acababa de encajar bien. Se llamaba Minot, y nadie recordaba los tiempos en que aún no dirigía los archivos. El gobierno le pagaba un estipendio miserable que no había cambiado con las décadas, y se veía obligado a obtener como podía dinero necesario para mantener en marcha la institución. A nadie le importaba mucho. Allí la historia era cosa de sangre. Los libros y manuscritos de los siglos XVII y XVIII eran obra de colonizadores: ¿qué importaban esas cosas a los descendientes de esclavos?

Minot encontró los diarios a los que se refería la libreta de Rick. Estaban todos allí, pero varios habían sobrevivido en muy malas condiciones. El director recordaba una carta de Rick recibida a principios de año, preguntando por varias cosas, incluidos esos diarios y publicaciones.

Reunidos, los papeles no ocupaban gran cosa. Eran todos publicaciones semanales o mensuales, ninguno de más de una docena de páginas. Pero estaban en letra pequeña, el lenguaje era arcaico y las referencias frecuentemente poco claras. Les retrasó sobre todo el que Reuben tuviese un dominio francamente elemental del francés. Hizo lo que pudo, mirando por encima los titulares en letra grande, buscando alguno de los nombres mencionados en la libreta. Tres horas después de empezar, seguía sin obtener resultados.

Fue Angelina la que tuvo suerte. Le llamó la atención la redacción de un texto de una entradilla, y la primera línea del texto confirmó que su instinto había dado en el blanco. El artículo ocupaba varias columnas en el Supplément aux Affiches Américaines del 30 de julio de 1775. El titular era «Mystère maritime près du Cap», «Misterio marítimo cerca del Cap Francais»:

«Gastón Maniable, capitaine des Cinq Cousines, négrier frâichement arrivé de Nantes en passant par la Côte Guinéenne, a maintenant presenté un rapport sur son voyage aux fonctionaires du part du Cap, raport qui contient le récit suivant…»

«El capitán del Cinq Cousines, Gastón Maniable, negrero recién llegado de Nantes por vía de la Costa de Guinea, ha presentado un informe acerca de su viaje a los funcionarios del puerto de Le Cap, en el que se incluye el siguiente relato. Reproducimos aquí el relato por su extrema curiosidad y como sana advertencia a los que tienden a tratar con excesiva indulgencia a los esclavos negros recién llegados de la barbarie y aún no sometidos al yugo de la civilización».

Quitando sus adornos y apartes, el relato de Maniable era apasionante de leer. Apasionante e inquietante.

«Mon brick, les Cinq Cousines, bateau de 150 tonneaux équipé en mars dernier par les armateurs d’Havelooze de Nantes, a quitté Ouidah sur la Côte Guinéenne le 5 mai, aprés y être resté ancré trois bons mois, dans l’attente d’un contingent complet de noirs de l’intérieur de pays…»

—«Mi barco, el Cinq Cousines, un barco de 150 toneladas armado el marzo pasado por la casa de comercio de esclavos de Havelooze de Nantes, partió de Ouidah en la costa de Guinea el 5 de mayo, habiendo estado anclado unos buenos tres meses, esperando un contingente completo de negros del interior.

»La tripulación consistía en seis oficiales: yo mismo, un segundo de a bordo, el señor Nairac, un lugarteniente, un insignia, un piloto y un cirujano; tres suboficiales: un contramaestre, un galerero y un carpintero; siete marineros: cinco noveles y dos grumetes. Todos los sucesos que se decriben a continuación fueron testimoniados por uno o más de ellos, sobre todo por mí mismo y los oficiales, todos ellos hombres de fiar con los que he navegado ya en otras ocasiones. Sus testimonios personales se encuentran adjuntos al mío.

»Desde África hicimos buena vía con las corrientes hacia el oeste hasta cerca de las Islas de la Ascensión, donde nos desviamos al norte hacia las Antillas, manteniéndonos alejados de la costa de Brasil por temor a los piratas portugueses. Esperábamos realizar una rápida travesía antes de que empezara la época de los huracanes, con destino a Santo Domingo, dado que desde la guerra sólo atracan barcos ingleses en la Martinica y nuestras otras posesiones.

»A mediados de julio entramos en el Caribe, y el día 20 estábamos cerca de nuestro destino, en aguas cercanas a la costa a una jornada de viaje al oeste de Le Cap.

»A mediodía del día 20 medimos nuestra posición respecto al sol, y encontramos que estábamos algo al norte del paralelo 18, con una masa de tierra a lo lejos a estribor, que supusimos debía de ser la isla de Navassa. Delante nuestro había otro barco, un barco pequeño, que parecía seguir la misma corriente, pero que apenas avanzaba. Había un fuerte viento del sureste, que nos obligó a maniobrar hacia el oeste. Al anochecer casi lo habíamos alcanzado, pero no tenía luces, así que consideramos más prudente no acercarnos hasta el amanecer.

»Al alba vimos que era una embarcación inglesa, y consideramos conveniente mostrar nuestras intenciones pacíficas. Incluso así nos pareció curioso que ni la vela mayor ni el foque estuvieran plenamente desplegadas. Me llamaron a cubierta para que lo viera, pensándose que tal vez hubiera habido un brote de fiebre a bordo o una rebelión de los esclavos y que tal vez necesitaran ayuda.

»Haciendo uso de mi lente, me pareció curioso que no hubiera nadie en cubierta, ni vigía. El nombre del barco se leía claramente en su proa, el Hallifax, de Liverpool. Había oído hablar de él en Cabinda, y del capitán Briggs. Un buen barco que había completado diez veces o más el triángulo».

—¿El triángulo? —interrumpió Reuben.

—Quiere decir el viaje completo en busca de esclavos: de Inglaterra a África, de África a las Indias Occidentales, y de vuelta a Inglaterra.

—Ya veo. Sigue.

—«Echamos el ancla de pleamar y bajamos la barca con seis hombres a bordo: el señor Castaing, el insignia, con el galerero y el carpintero remando. Subieron al Hallifax con ayuda de una escalera de cuerda por la popa y se pusieron a registrar el barco.

»Regresaron media hora más tarde, habiendo repasado el Hallifax de proa a popa sin encontrar a nadie, ni vivo ni muerto. Yo mismo fui en la barca y subí al barco. Lo encontramos todo intacto, como si la tripulación y los esclavos hubieran desaparecido por obra de magia y pudieran volver en cualquier momento. Había comida de sobra en las bodegas y agua para un mes. El diario de a bordo estaba sobre la mesa del capitán. Me lo llevé, aunque vi que estaba incompleto.

»Pusimos el Hallifax a remolque con la intención de llevarlo hasta Cap F raneáis, porque pensamos que debía de tener gran valor para sus dueños, al estar intacto y del todo útil para la navegación. Dejé tres hombres a bordo, la dejé con el velamen desplegado y el timón en su lugar. El viento había cambiado. Ahora soplaba del noroeste, facilitando nuestra navegación hacia Santo Domingo.

»En la madrugada del siguiente día, el 22, hubo el primer huracán de la temporada. Al ver que no era posible navegar con ambos barcos, recuperé los hombres que había dejado a bordo y desaté la amarra que los unía. Pasamos por el estrecho de Windward sin especial dificultad y llegamos a buen puerto el 23, salvos, aunque muy azotados. De la suerte del Hallifax no supe más que eso, aunque estoy seguro de que se debió de hundir al no llevar marineros la mañana de la tormenta».

Angelina terminó su lectura. El periódico estaba en la mesa frente a ellos, un fragmento de historia que se desmoronaba. Ahora que ya tenían una fecha, no fue difícil identificar las referencias al misterio del Hallifax en otras publicaciones. En Le Cap había habido algún tipo de investigación, copias del informe de Maniable habían sido enviadas a las autoridades de París, se habían puesto en contacto con sus colegas ingleses. Se había dado por perdidos el Hallifax, su tripulación y el cargamento de esclavos.

—Fue el Hallifax, ¿no? —preguntó Angelina.

—No estoy seguro —respondió Reuben—. El relato de Maniable no encaja con lo que me contaste. La posición, el rumbo del barco, la ausencia de todo signo de rebelión. Sabemos que hubo una rebelión, que la tripulación y algunos de los esclavos fueron masacrados. Nada encaja.

—Pero el informe incluye tres de los nombres que buscamos. Maniable, su segundo de a bordo, Nairac y Castaing.

—Sí, eso es verdad. Pero tal vez quiera decir otra cosa.

—Quizá estemos pasando algo por alto. Puede que la respuesta no esté en estas publicaciones sino en otro lugar.

Reuben se concentró y pensó. Si lo que buscaban estuviera en documentos públicos como éste, sin duda lo habrían descubierto antes, y habrían actuado en consecuencia.

Encontraron al director limpiándose la dentadura en una minúscula oficina en la parte posterior del edificio. Volvió a meterse la dentadura en la boca, sonrió y dijo que estaría encantado de ayudar. Respirando con dificultad, los acompañó de vuelta a su mesa. Se estaba haciendo tarde, y ya habían encendido las luces, pero Minot no tenía la menor prisa. No era frecuente que los investigadores vinieran a rebuscar entre sus tesoros.

Cuando acabó de leer se quedó inmóvil un buen rato, con su brazo reseco cruzado sobre la mesa. Y entonces, de repente, sonrió.

—Nairac —susurró—. Nairac, claro. Esperen aquí. Ahora vuelvo.

Tardó un buen rato en regresar. Volvió cubierto de telarañas y polvo. Llevaba abrazada una caja de latón. En una etiqueta envejecida apenas se distinguía el nombre «Nairac», escrito en una apretada letra dieciochesca.

Contenía fajos de papeles —títulos de propiedad, cartas, registros de carga—. Minot y Angelina se pusieron a repasarlo todo mientras Reuben los miraba con pesimismo. No tenía ningún sentido, iban perdidos.

La carta estaba en el fondo de la caja, como si la hubieran escondido allí. Angelina supo que era lo que buscaban por la firma; Gastón Maniable.

Era un papel doblado en tres, con trozos de cera de precinto roto pegados a un lado y unas señas indescifrables de algún sitio en Francia en una de las caras.

—La fecha es del 26 de enero de 1776 y va destinada a unas señas en Cap Francais —dijo Angelina—. Dice así:

«Mi querido Nairac, su carta me encuentra en buena salud en casa con mi estimada esposa e hijos, pero con una inquietud cada vez mayor de espíritu. No es probable que me embarque en un nuevo viaje este año, y he pensado en no volver a hacerme a la mar en los años que me quedan. Usted debe hacer como estime conveniente para usted y la señora Nairac. Las cuestiones que usted sabe no me dan cuartel. No he conocido una noche tranquila desde entonces, aunque rezo incesantemente por alcanzar la paz. Mi querida esposa no sabe nada, aunque mi estado la preocupa seriamente. No se lo puedo explicar, por temor a que marque de tal modo su vida que la haga invivible.

»Nuestro secreto debe ir a la tumba con nosotros. Hemos hecho un juramento, y nos debemos atener a él. Si alguien supiera lo que vimos a bordo del Hallifax sería el fin de nuestro trabajo y el de tantos otros. No volverían a zarpar barcos hacia el África, ningún esclavo estaría a salvo en las Antillas. Y aún más que ellos, causaría una turbación universal de las mentes.

»Tengo un favor que le quiero pedir. En mi diario me he atenido a la historia que nos inventamos con la tripulación, tal y como quedó en el informe oficial del viaje. Pero el diario de a bordo registraba la verdadera posición del barco, en el banco de Formigas a longitud 75 grados 52 minutos y latitud 18 grados 27 minutos, donde lo hundimos con todo lo que contenía, a catorce brazas de profundidad, como no hace falta que le recuerde. He modificado esos datos para mostrarlo más al norte, más cerca del estrecho, en 74 grados 54 minutos y 19 grados y 21 minutos.

»También he modificado el diario, para que dé a entender que nos encontramos con el Hallifax y lo cogimos a remolque la víspera de la tormenta que nos azotó el 22. En caso de que alguien cuestionara mis registros, me respaldará, ¿verdad? Diga que cometí algunos errores, aquejado por una fiebre. Es improbable que nadie pregunte, pero el señor Gradis, que ha sido recientemente designado por nuestra compañía para supervisar los registros tiene fama de comprobar con asiduidad los diarios de a bordo.

»En caso de que vuelva por Nantes, debe visitarnos de nuevo. El pobre doctor Le Jeune vuelve a estar embarcado, en el Cygogne, partido de Le Havre, pero me temo que ya no es el hombre que usted conoció. No puede borrar de su mente la visión del salvaje sentado ante su terrible festín. Y esas otras cuestiones que usted ya conoce. Hicimos bien en mandarlo al fondo del mar, pero no permanecerá allí tranquilo. Ninguno de ellos descansa en paz.

»Arnaud le manda sus saludos, al igual que Castaing. Todos siguen firmes en su juramento. Que el Señor esté con usted. Le deseo que encuentre la paz que yo no alcanzo».