Sally lo tuvo entre sus brazos un buen rato mientras lloraba. Ella lo había querido un poco, pero no lo suficiente. Había huecos en la vida de Reuben, carencias que nadie podía llenar. En cuestión de unos pocos días habían crecido hasta alcanzar dimensiones inimaginables. Dudaba que nunca recuperara la paz.
Ahora lo quería por motivos egoístas. Seguridad nacional, el bien público, incluso salvar vidas humanas, todo ello eran tópicos. Sally quería a Reuben porque la podía ayudar a alcanzar sus objetivos. Durante el rato que lo abrazó pensaba en fines y medios. Sentía algo de compasión y mucha tristeza, pero estaban perdidos en su propio vacío.
Hastings Donovan, el poli pelirrojo, se le acercó con una botella de whisky y dos vasos. Cuando Reuben se hubo recuperado lo suficiente para beber, Donovan hizo que Sally se alejara y se sentó con él, agasajándolo con whisky. Le hablaba desordenadamente de su experiencia en el cuerpo. Había estado en la brigada antivicio durante once años. Había visto y sentido demasiadas cosas. Aquello no es que fuera mucho mejor, pero era lo suficiente para no perder la cabeza.
Kolstoe, el abogado, acercó una silla.
—He estado en contacto con Washington —dijo—. Me han autorizado para darle pleno acceso. Sé que no se siente bien, y sé que no es el momento más adecuado; pero creo que deberíamos hablar un poco más. Hablar en serio. ¿Cree que puede?
Reuben asintió, aún anonadado, todavía temblando.
—Estoy bien —murmuró—. Estoy preparado.
Volvieron a formar un semicírculo. Kolstoe retomó la explicación donde la había dejado Sally.
—El nombre real de Smith —dijo— es Forbes. Warren Forbes. —El sol entraba por las ventanas, cayendo, verde y dorado sobre su cara y sobre el suelo polvoriento—. Es un oficial importante de la Dirección de Operaciones de la CIA. Ha sido un miembro de pleno derecho de la Séptima Orden desde los diecinueve años. Su padre también fue miembro. Estuvo en Vietnam y Cambodia, tuvo una complicada carrera allí, y se convirtió en operativo de la CIA.
»Forbes es uno de tantos miembros de la Orden que han llegado a puestos importantes en las organizaciones de inteligencia de los Estados Unidos a lo largo de los últimos veinte años. Sabemos los nombres de algunos, otros sólo lo sospechamos. Sabemos que hay un grupo en el seno de la CIA controlado por Forbes. Forbes manda, pero él recibe sus instrucciones del comité central de la Orden. Al menos eso creemos. No lo sabemos con seguridad. La mayor parte de esto son suposiciones bien fundamentadas.
»Desde hace varios años, ha habido un movimiento dentro de la Dirección de Operaciones, compuesto por hombres que no están de acuerdo con la manera como se está llevando la política exterior de este país, que no están contentos de cómo se dirige el país. Forbes es una fuerza clave en este movimiento. A lo largo de los años ha hecho que otros disconformes sean iniciados en la Séptima Orden. Le ha dado control sobre estas personas, le permite dirigir su política global de manera que favorezca a la Orden. La Orden tiene sus propias ideas sobre cómo se debería dirigir este país y cómo deberíamos llevar nuestros asuntos exteriores. En términos generales, estas ideas son de derechas y extremistas.
Reuben levantó una mano para interrumpir el abogado.
—¿Quiere decir que han conseguido descifrar todo esto en los últimos dos años?
Kolstoe asintió.
—La AVS dispone de más recursos de lo que usted se imagina. Hemos conseguido infiltrarnos en el grupo de Forbes en la Dirección. Hasta hace dos meses nos llegaba un flujo bastante seguido de información. De repente fue interrumpido y ya no hemos sabido más de nuestro topo desde entonces.
»A pesar de ello, seguimos con atención a la Orden, y sabemos que tienen preparado algo importante. El asunto Hammel ha metido miedo a algunos y nos ha permitido acercarnos un poco más. Ha traído a Forbes a Nueva York. Lo ha obligado a presionar demasiado a algunas personas. Están en peligro de ponerse en evidencia. Creo que Forbes se da cuenta de ello y quiere actuar ahora, antes de que sea demasiado tarde.
—¿Por qué me están contando todo esto?
Sally se interpuso.
—Porque necesitamos tu ayuda, Reuben. Angelina Hammel sabe más de lo que dice. No es miembro de la Orden, y lo que dice de estar en peligro es cierto. Quieren encontrar la libreta de su marido, quieren encontrar el barco que trajo la Orden a Haití. Creo que están preparando algo en la isla como preliminar de una serie de maniobras políticas en el Caribe y América Latina. Por algún motivo ese barco es importante. Angelina sabe algo. Tiene un hermano que es jefe de la policía secreta de Haití. Creo que la visitó aquí en Nueva York hace unos días y volvió a Haití.
Sally aspiró con fuerza.
—Reuben, quiero convencerte para que vayas a Haití con ella. Ella confía en ti, ya te ha confiado cosas. Conoce el país muy bien, mejor de lo que da a entender. Déjala que use la libreta, que encuentre lo que busca la orden, que salgan a la luz.
Reuben sacudió la cabeza.
—Esto es una locura. Ni siquiera sé dónde está Angelina.
—Nosotros sí. Ya te lo dije en la nota. Forbes hizo que la llevaran a un hospital en Westchester County, un sitio que se llama St. Vincent’s. La están vigilando, pero la podemos sacar. Necesita aún unos días para recuperarse de la sobredosis, pero si todo va bien, podréis estar de camino a Port-au-Prince en cuatro días.
—Y yo qué saco de todo esto.
—Forbes sigue suelto, Reuben. Quiero que nos ayudes a meterlo en la cárcel, por mucho tiempo.
Reuben se puso de pie.
—No quiero meterlo en la cárcel —dijo.
Nadie dijo nada. Reuben se acercó a la ventana más cercana. Estaba manchada con silicona blanca, huellas digitales sobre el cristal. Estaban a tal altura que el mundo no parecía importar.
—No tenemos manías. —Jensen, el teólogo, lo había dicho—. La cárcel no es la única opción. Nadie se opondrá si encuentra otras maneras de despacharlo. No es críticamente importante. Es la gente que tiene detrás lo que estamos intentando alcanzar.
—¿Y Angelina? ¿Qué pasa con ella?
—Nada. Que nosotros sepamos, no ha hecho nada. Nada criminal, es decir. Eso lo decide usted.
Reuben vio cómo el sol caía sobre una pequeña nube blanca.
—Tendré que ir al entierro de mis padres —dijo. Su voz le resultaba lejanísima.
—Eso no puede ser, Reuben —dijo Sally—. Tú sabes que no es posible. Forbes tiene hombres buscándote. Tus compañeros tienen orden de búsqueda y captura. El entierro es el sitio lógico para que te busquen. Lo siento, pero de ninguna de las maneras.
—Soy el hijo mayor. Tengo que recitar el kaddish.
—Ni hablar, Reuben.
Hubo un silencio largo, incómodo. Lo que pedían era muy duro.
—Al menos tendré que ver a los padres de Devorah para explicárselo. Y Davita. Tengo que pasar tiempo con ella. Eso no me lo podéis negar. —Se dio la vuelta y miró a Sally a los ojos.
Ella asintió.
—De acuerdo, Reuben. Pero no puedes ir a su casa. Déjame que lo arregle.
Se abrió un hueco entre las nubes y vio un gran precipicio que llegaba al suelo. Por algún motivo recordó la historia del Evangelio cristiano, de cómo Satán había llevado a Jesús a un lugar alto y lo había tentado. Reuben miraba al vacío. No había ángeles que lo cogieran si caía.