Danny entró primero con Reuben pisándole los talones. Se quedaron en la entrada, iluminando aquella tremenda estancia con sus linternas. Ladrillo grueso, construido de cualquier manera, con telarañas colgando como barbas, carcomido y oscuro, con el cemento que se desmoronaba suavemente. Reuben notaba la antigüedad de aquel lugar, su presencia sólida, confinadora, como una tumba. Por lo que veían, era una cámara grande de unos treinta metros cuadrados, con unos nueve metros de altura. Había una gruesa puerta de madera en la pared de la derecha.
Danny fue el primero en notar que el suelo era algo cóncavo, bajando de los cuatro lados hacia el centro, sin demasiado desnivel. De cada una de las paredes partía un canalón y de cada una de las esquinas se originaban cuatro más, convergiendo hacia el centro en la más céntrica de las «tapas de pozo», como si fuera el eje central de una rueda.
Al mirarlo más de cerca vieron que estrechos canales tallados en el suelo enladrillado iban de los cuatro canalones diagonales a cada uno de los pozos, que eran en total unos cincuenta, distribuidos, por lo que parecía, en círculos concéntricos cada vez mayores que se extendían desde el centro hasta casi los extremos. Las tapas de pozo eran todas del mismo tamaño, con unos ochenta centímetros de diámetro.
Danny se aventuró y pisó el suelo, como un bailarín que saliera a un escenario desconocido y esperara que la música de la orquesta lo pusiera a tono. Pero sólo había silencio y el ruido de pies solitarios sobre ladrillo.
—Este sitio me da escalofríos —susurró Danny—. ¿Tú qué crees que es esto?
—No lo sé, Danny. Ojalá lo supiera.
—Hace frío, mucho frío. ¿A qué profundidad crees que estamos, Reuben?
Reuben sacudió la cabeza.
—No lo sé. La ventana está a más de siete metros por encima de nosotros.
—Eso es lo menos que pudimos bajar cuando entramos.
Danny se detuvo y se acercó a la pared de la izquierda. Reuben notó que evitaba pisar las tapas de pozo, sorteándolas como un niño que evita pisar las rayas de la acera.
—¡Reuben! —Danny mantenía la voz baja, pero la tensión era evidente—. Por aquí, Reuben, mira esto.
Reuben se unió a su amigo, inconscientemente imitándolo al evitar los pozos. A lo largo de la pared había una serie de jaulas metálicas, aproximadamente del tamaño de un archivador puesto de lado. Se acercaron más y Danny iluminó el interior con su linterna. Al fondo de la primera jaula, bajo una pila de polvo y telarañas, logró discernir algo que parecía un montón de huesos.
—¿No será…?
—Es un animal, Danny.
—¿Quieres mirar? Reuben se estremeció.
—Dejémoslo para los forenses. Sea lo que sea, hace mucho que está aquí.
En cada una de las jaulas había al menos una pila como la de la primera. Había abrevaderos polvorientos en la parte más cercana de las jaulas. Toda la comida que hubiera podido haber en ellos se había podrido y desaparecido hacía mucho.
Reuben fue quien hizo el siguiente descubrimiento. Apuntando la linterna hacia arriba, notó que el techo era de yeso, en algunas zonas muy resquebrajado. A lo largo del extremo exterior se prolongaba un círculo de algo que parecía hierro oxidado. Al principio pensó que era un adorno, aunque le extrañó encontrar algo así, por muy austero que fuera, en un lugar de aspecto tan ascético. Y entonces movió la linterna más hacia el fondo y vio algo voluminoso en el extremo del techo.
Era una especie de grúa. El brazo se extendía desde el círculo exterior hasta el centro de la sala, donde se unía a un círculo interior, menor que el otro, también de metal oxidado. Los círculos no eran adornos, sino raíles para la grúa. Del extremo interior del brazo colgaba un polipasto y una especie de gancho cuya función era evidente a primera vista.
—¿Crees que aún funciona? —la voz de Danny sacó a Reuben de su breve ensoñación.
Reuben se encogió de hombros.
—Depende.
—¿De qué?
—De lo viejo que sea. De hasta qué punto esté oxidado. Se podría llegar a restaurar para que volviera a funcionar, pero de momento…
Danny recorrió el brazo de la grúa con la linterna.
—¿Estás pensando lo mismo que estoy pensando yo?
—¿Que usaban este trasto para abrir y cerrar esas tapas?
Danny asintió.
—Seguramente tienes razón —contestó Reuben.
—Parece complicado, pero no se me ocurre otra finalidad.
—¿Para meter mercancías en los pozos?
—Quizá, quizá.
Había algo en aquello que inquietaba a Reuben. La grúa no había sido usada para cargar sacos de harina, de eso estaba seguro.
—¿Quieres que abramos uno?
—No es que me haga una especial ilusión.
—A mí tampoco —Danny se estremeció levemente. La piel de los brazos se le ponía de gallina. Miró a su alrededor, inquieto—. Pero algo me dice que deberíamos hacerlo. Para quedarnos tranquilos.
—¿Y cómo lo vamos a hacer? —preguntó Reuben—. Esas tapas tienen pinta de pesar bastante.
Danny lanzó a Reuben una mirada fulminante.
—Deberías hacer pesas más a menudo, Reuben. Venga, vamos a intentarlo.
Reuben asintió. Se sentía apocado, anonadado, incapaz de reaccionar más que mecánicamente. En lo más hondo de sí sentía la necesidad de vigilar por encima del hombro. ¿Qué había oído Danny en el túnel, qué lo había impulsado a disparar? A pesar de las grandes dimensiones de la sala, Reuben sentía claustrofobia.
Escogieron el pozo más cercano, que no parecía en nada distinto de los otros. Reuben apagó su linterna, y Danny dejó la suya en el suelo, donde proyectaba una forma oblicua de luz color pastel en el suelo. Cara a cara, se agacharon, adoptando cuidadosamente la posición para evitar dañarse la espalda. Metiendo los dedos en los huecos, tensaron los músculos y prepararon la espalda para cargar con el peso.
Era aún más pesado de lo que Danny había previsto. Los músculos se abultaban en sus cuellos y hombros, pero la tapa no hizo más que ladearse unos milímetros. Sin inmutarse, Danny se entregaba plenamente a la tarea.
—Venga… Reuben… que… podemos… hacerlo —decía, casi sin respiración.
Reuben cerró los ojos. Un rayo de luz danzaba sobre una tela negra; sintió como si sus músculos se fueran a desgarrar o si sus omoplatos fueran a saltar de sus articulaciones. La losa subió lentamente, arañando el suelo al depositarla allí.
Descansaron, recuperando el aliento. Reuben fue el primero en moverse. Cogiendo la linterna de Danny del suelo, iluminó las sombras que ocupaban el hueco. Espesas telarañas, el removerse de patas de araña, algo indefinido allí abajo. Usó la linterna para apartar las telarañas. Volvió a iluminar el agujero, nervioso. Arañas corriendo de un lado al otro, molestas y enfadadas, con las patas brillantes. Un puñado de sombras inquietas. Paredes de ladrillo esmaltado, resquebrajadas y sucias. En el fondo, otra pila de huesos, desordenada y gris. Huesos viejos, huesos quebradizos, pulidos de todo resto de carne por las patas de las arañas hacía mucho tiempo. Y coronándolos, un cráneo humano, con fragmentos de piel seca aún pegados a las mejillas, y mechones de pelo largo y sucio como algas sobre los huesos.