El gas iba filtrándose lentamente en el túnel procedente de un conducto roto por el derrumbamiento. Iba invadiendo, invisible y letal, los rincones del pequeño mundo que habían creado, apenas perceptible al principio, pero ganando terreno por momentos. Ya se hacía difícil respirar el aire en la zona del derrumbamiento. El conducto roto era inaccesible.
Danny y Reuben se ataron pañuelos tapándose la boca y volvieron a su pared, conscientes de que sus vidas se medían en minutos más que en horas. El gas no tardaría en llenar el poco espacio que quedaba. Reuben iluminó con su linterna la superficie de la pared que les impedía avanzar.
—¿Qué te parece, Danny?
Danny miró a Reuben por encima del hombro.
—Parece que lo hicieron con prisas, no como el resto del túnel. El cemento es basto, se está deshaciendo en algunas zonas. Creo que es sólo un tabique que alguien hizo para tapar el túnel. Podría incluso llevarnos al exterior.
—O al río.
—Eso también es el exterior. En todo caso, no creo que sea problema. Esta pared es antigua. Si al otro lado estuviera el río ya haría tiempo que se habría derrumbado.
Danny se llevó la mano al bolsillo y sacó una navaja grande, de las que tienen hojas de todo tipo. Tenía un pincho, corto pero bastante fuerte. Danny se lo pasó a Reuben.
—Ten. Usa esto.
Reuben empezó a desprender el cemento de entre dos ladrillos a la altura de sus hombros. Iba saliendo con facilidad. Reuben trabajaba de prisa, tosiendo y ahogándose a medida que el gas se hacía cada vez más espeso y potente. El cemento empezaba a desprenderse en trozos grandes, cayéndole a los pies; cuando hubo desprendido lo suficiente, cogió el revólver vacío de Danny y lo usó para golpear como si fuera un martillo contra el ladrillo lleno de telarañas, agrietándolo, desprendiéndolo del cemento restante. El ladrillo se astilló y cedió, cayendo al vacío.
Se veía una luz difusa al otro lado del minúsculo orificio. Reuben inhaló una bocanada de aire limpio, mohoso pero respirable.
—Dame tu linterna, Danny. La mía ya no da más de sí. Reuben proyectó la luz por el hueco. Un metro más allá le pareció ver una reja metálica pesada, con barras carcomidas y oxidadas por el tiempo. El túnel parecía acabar detrás de la reja, pero Reuben no veía lo suficiente para vislumbrar qué había más allá. Había estado aguantando la respiración; al inhalar, el gas lo ahogaba y la cabeza se puso a darle vueltas. Tendría que ampliar el agujero a toda prisa.
Una vez desprendido un ladrillo el resto era fácil. Reuben dejó la pistola y se puso a trabajar con las manos, empujando y tirando de ladrillos sueltos hasta que se desprendían. Una sección de la pared se desprendió, intacta. En unos minutos creó un hueco lo bastante grande para poder pasar a gatas.
Al otro lado se encontraron en un tramo corto de túnel idéntico al que acababan de abandonar. Ahora, con la linterna de Danny podían ver bien la reja. Era gruesa, con un cierre a un lado, y los huecos entre las barras estaban cubiertos por generaciones de telarañas.
Reuben apartó las telarañas del segmento central de la reja e iluminó lo que seguía. Al otro lado había una enorme cámara, con paredes y suelo de ladrillo. Muy arriba en la pared más alejada, casi invisible desde donde estaba Reuben había una ventana rota y enrejada que permitía que entrara algo de luz y un poco de aire del exterior.
En el suelo de la cámara había pequeñas losas redondas, como tapas de pozo. Las losas estaban agujereadas y eran curiosamente lisas. Los agujeros eran más o menos del tamaño de una moneda grande. Daba la impresión de que nada de esa cámara había sido tocado en mucho tiempo.
El cierre de la reja saltó a la primera patada, pero Reuben tuvo que usar todas sus fuerzas para conseguir mover unos pocos centímetros la reja. Los goznes estaban oxidados y se negaban a moverse. Aunque los efectos del gas ya disminuían rápidamente, Reuben aún estaba algo mareado.
—Déjame probar.
Danny sustituyó a Reuben en su puesto. Era más robusto que su amigo y todavía iba con regularidad al gimnasio de Fulton Street a hacer pesas. La verja cedió. No mucho, pero lo suficiente.
El camino estaba libre. La cámara los esperaba. Aunque sin ningún motivo concreto, Reuben tenía mucho miedo.