CAPÍTULO DIECISIETE

Reuben estaba de pie al borde del agujero, como un hombre junto a un profundo acantilado que sabe que en un momento se va a desmoronar el suelo bajo sus pies y se va a precipitar al abismo.

O’Rourke había cogido una linterna grande del zeta. Se la pasó a Reuben, aliviado al ver que el teniente entraba primero. La mano le temblaba visiblemente al pasarle la linterna. Nadie quería ser el primero.

Reuben se arrodilló en el borde y proyectó el haz de luz formando arcos suaves, recorriendo el espacio vacío y tenebroso. Ladrillos que se derrumbaban, vigas viejas, tierra que había sido rastrillada y pasada por el tamiz en los últimos días sin que produjera prueba alguna. Telarañas en los rincones, milagrosamente intactas. La oscuridad era maciza, dulce por la presencia de la muerte. Pero esta vez no había cadáveres. Ni un jirón de sudario.

De la pared que había frente a Reuben habían sido extraídos ladrillos. Bastantes ladrillos. Había un hueco lo suficientemente grande para que un hombre pudiera introducirse en él. Algo se movía en el estómago de Reuben. Sabía que tenía que bajar allí y meterse en el hueco. Tenía que haber un túnel, pensó: la corriente de aire entraba por ese hueco. Y el olor fétido.

—Voy a bajar —dijo Reuben.

Estaba seguro que otro había dicho esas palabras, de tanto como se contradecían con lo que él sentía en esos momentos. Quería más que nunca darse la vuelta e irse de aquel lugar.

—Voy contigo, Reuben.

La voz de Danny resultaba extraña. Ya no bromeaba. Reuben notaba que al humor lo había sustituido el miedo.

—De acuerdo. Entrarás a gatas detrás de mí. —Reuben dudó—. O’Rourke, encontrará otra linterna en mi coche. En el maletero. Tráigasela al detective Cohen, por favor.

—Sí, señor, en seguida.

O’Rourke habría hecho cualquier cosa por salir de allí. Cogió las llaves que le ofrecía Reuben y se volvió para salir.

—O’Rourke.

—Dígame.

—Ya que sale a buscar la linterna, llame por favor a comisaría y cuénteles lo que hemos encontrado aquí. Dígales que tal vez necesitemos ayuda.

O’Rourke pareció ponerse de color verde.

—¿Cree que va a encontrar… algo allí abajo? Reuben se detuvo un momento y asintió.

—Sí, agente O’Rourke. Eso es exactamente lo que creo que voy a encontrar.

O’Rourke giró y salió precipitadamente de la habitación. Grigorevitch se quedó. Cada vez se sentía peor.

Al principio nadie dijo nada. Un reloj avanzaba cansinamente sobre la chimenea. Reuben se volvió y se vio reflejado en un espejo barato. Evitó su imagen, nervioso. El reloj seguía haciendo tictac. Reuben se fijó en una mosca, muy arriba, dando vueltas. En el súbito silencio, el zumbido de las moscas se amplificaba.

O’Rourke tardó cinco minutos, pero pareció mucho más. Danny no le dio las gracias cuando le pasó la linterna.

—El capitán Connelly está en una reunión con el fiscal del distrito, señor. Le dejé un mensaje.

—Gracias. Quizá pueda volver a llamar más tarde. Bajaremos de todos modos. Quédese aquí con Grigorevitch y mantengan las orejas bien abiertas. Si uno de los dos grita… —Iba a decir «vengan a buscarnos» pero las palabras cayeron muertas entre sus labios—. Vayan a buscar ayuda —acabó por decir, sin especial convicción—. ¿Comprenden?

—Sí, señor. —O’Rourke dudó—. Buena suerte, señor.

Reuben no dijo nada. Se volvió para irse, pero volvió atrás.

—O’Rourke, ¿preguntó de qué trataba la reunión de Connelly con el fiscal?

—El sargento de recepción parecía creer que tenía relación con este caso. —El agente se encogió de hombros—. Pero podrían ser habladurías.

Reuben asintió. ¿Por qué llamaría Connelly al fiscal ahora? No habían detenido a nadie en relación con el caso, no tenían siquiera una hipótesis. Mentalmente se encogió de hombros mientras se descolgaba por el agujero del suelo. Danny lo siguió un momento más tarde.

El hueco en la pared era basto, de aproximadamente un metro de diámetro, y cercano al suelo. Reuben se arrodilló ante la boca e iluminó la cavidad con su linterna.

—¿Qué ves, Reuben? —preguntó Danny. Inconscientemente, había bajado la voz y susurraba.

—Qué locura —contestó Reuben—. Diviso unos escalones. Una escalera antigua con un techo de ladrillo. Parece aún más antiguo que estos cimientos. Todo parece estar algo mohoso. Hay cientos de telarañas viejas. Algunos de los ladrillos están cubiertos de musgo. Parece algo húmedo.

—¿Ves algo más?

Reuben negó con la cabeza.

—No. Tendremos que introducirnos ahí.

—¿No tendríamos que esperar a que llegara Connelly? Quizá debería hacerse cargo de esto algún tipo de Operaciones Especiales.

—Danny, alguien tiene que introducirse. Después de lo que pasó la otra vez sabemos que podría haber supervivientes. No me gusta, pero estoy decidido e intento no pensar en ello. Puedes quedarte aquí si así lo prefieres.

Danny se mordió el labio y sacudió la cabeza.

—No dejaré que te metas tú solo ahí dentro, Reuben. Después, si te encuentras unas Tortugas Ninja serías capaz de no decírnoslo.

Reuben se volvió hacia su amigo. Notaba su miedo.

—¿Qué pasa, Danny? ¿De qué tienes miedo? En serio.

Danny volvió a sacudir la cabeza.

—No pasa nada, Reuben. Es este sitio, que me pone los nervios de punta. Venga, vamos a ver qué hay al cabo de la escalera. Reuben dudó un momento. Al fin asintió.

—Vamos allá.

Los escalones bajaban unos siete metros antes de dar paso a una superficie llana. Agachándose en el último escalón, iluminó el camino con la linterna. Un túnel oscuro se alejaba, igual que los escalones, con paredes de ladrillo antiguo, telarañas, y completamente oscuro.

El túnel era estrecho, pero lo bastante grande para que una persona pudiera pasar sin demasiada dificultad. Reuben tendría que agacharse un poco, pero no tendría problemas para pasar. El techo era un arco redondeado. Las paredes resultaban frías al tacto. Reuben se adentró en él y al momento sintió cómo las paredes lo apretaban. Quién sabe cuánto hacía desde su construcción y cuánto hacía desde que alguien había avanzado a gatas por allí, si es que el túnel había sido construido como paso para seres humanos, y no simplemente una rama de una antigua alcantarilla o algún tipo de desagüe para el túnel de Brooklyn a Battery. Los ladrillos tal vez estuvieran sueltos, quizá se desprendieran a su paso, atrapándolo. Se obligó a no pensar en ello.

Danny lo seguía. Tenían que ir uno tras otro. Reuben arrancó lentamente, recorriendo la oscuridad con su linterna. Detrás de él oía los pasos apagados de Danny. De vez en cuando, el haz de la linterna de Danny proyectaba sombras en el de Reuben, tejiendo complejos dibujos entre los ruinosos ladrillos. Respirar no era problema. El aire olía mal, pero era lo bastante fresco para que pudieran respirar.

El túnel parecía bajar, pero Reuben no lo podía asegurar. En algunas zonas había telarañas espesas: su cabello y ojos ya estaban llenos, y sentía las patas de arañas vivas sobre su cabeza y cuello.

El potente haz de la linterna revelaba sólo fragmentos del túnel: tenía una cierta curvatura al adentrarse cada vez más profundamente en la tierra. Ya hacía rato que habían perdido de vista el acceso por el que habían entrado, y Reuben se preguntaba si alguien les oiría si gritaban. Encorsetado por los ladrillos, ahogado por las telarañas, le costaba creer que el apartamento aún existiera. El mundo se reducía a un espacio extremadamente limitado, a ladrillos desnudos y los límites de su propio cuerpo.

—¿Oyes algo, Reuben?

La voz de Danny resultaba rasposa.

—¿Como qué?

—No sé. Me parece que he oído algo allí delante.

Reuben movió la luz de derecha a izquierda. Musgo. Telarañas. Nada. Comprobó su pistola, para asegurarse de que la llevaba. Algo atravesó su camino corriendo. Una rata, rápida y ágil. Desapareció en la oscuridad. Siguieron adelante.

El ruido de goteo del agua provocaba ecos minúsculos. De vez en cuando había manchas de humedad en el techo y las paredes.

Sin previo aviso, un túnel lateral se abrió a su derecha. Reuben lo iluminó como pudo con su linterna. Más ladrillos antiguos, más sombras, más ecos apagados que se extendían hacia la nada. Cinco minutos más tarde pasaron otra abertura similar, esta vez a su izquierda. Se encontraban en una especie de laberinto.

El aire de los túneles laterales parecía más fresco. A Reuben le atraía la idea de seguir por uno de ellos, con la esperanza de que condujera a una salida, pero la prudencia parecía indicar que era mejor quedarse de momento en el túnel principal. Siguieron adelante. Ya no había más túneles laterales. El conducto se prolongaba ante ellos sin cambios. Oscuridad como de noche sin luna, una oscuridad antigua, húmeda y amenazadora. Sombras iracundas, fantasmas de la infancia, un rayo de luz vacilante, cortante, cada vez más débil.

De repente, Danny hizo que se detuviera.

—¡Para, Reuben! ¡No te muevas! Reuben se detuvo en seco.

—¿Qué pasa?

—Hay algo detrás de mí.

La voz de Danny era tensa. Reuben notó que su amigo estaba al borde del pánico. No debería haberle permitido que se metiera allí.

—Calma, Danny.

—He oído algo, Reuben. Venía de aquellos túneles de allí atrás.

—Has oído una rata. Eso es lo que pasa.

Reuben notaba cómo el pelo se le erizaba. El miedo de Danny era contagioso.

—No. Una rata no. Aquí no. Escucha. Lo he vuelto a oír. Reuben no oía nada. Giró a duras penas e iluminó a Danny.

Su amigo estaba agazapado, dándole la espalda, como si esperara que algo emergiera de la oscuridad. Súbitamente, Reuben también lo oyó, un ruido de algo que raspaba, grave, sin dirección definida.

—Calma, Danny.

Pero Danny estaba histérico. Sus viejos temores a la oscuridad estaban intensificados por su paso por el túnel. Cuando Reuben se dio cuenta de lo que hacía, ya era demasiado tarde. Danny sacó la pistola y disparó a lo loco a la oscuridad, una y otra vez, hasta que hubo vaciado el cargador.

El ruido de los disparos se fue desvaneciendo, eco tras eco, dejando intacta la oscuridad. Había un ruido como de lluvia que cae sobre hojas secas: las balas debían de haber desprendido fragmentos de ladrillo. A Danny le temblaba la mano al guardar la pistola. Sabía que se había portado como un estúpido. Aún dirigía la linterna hacia la oscuridad a su espalda. Más fragmentos de ladrillo cayeron contra el suelo, seguidos por un silencio breve, intenso.

—Reuben, yo…

Mientras hablaba, empezó otra caída de fragmentos, que en pocos momentos se convirtió en un estruendo.

—¡Sal de ahí, Danny! ¡Se está derrumbando el techo!

Danny se volvió, como si así pudiera recomponer la roca. El estruendo aumentó de volumen, apagando la voz de Reuben. Reuben cogió Danny por el brazo y lo arrastró por el pasillo. Una nube de polvo bajaba por el túnel, envolviéndolos y ahogándolos. Reuben tropezó, se levantó y siguió corriendo. Danny lo seguía, tosiendo, con los pulmones llenos de tierra.

El estruendo cesó. El túnel seguía lleno de polvo, colgado en el silencio más desnudo. Había pequeños choques, pequeñas caídas de roca, pero el silencio se fue imponiendo inexorablemente, calmándolos, poniendo fin a sus convulsiones.

Reuben y Danny esperaron a que el polvo se hubiera asentado y entonces volvieron sigilosamente por el túnel, dispuestos a salir corriendo a la menor señal de otro derrumbamiento. La caída había sido unos quince metros atrás. En las proximidades había polvo suspendido en el aire formando una nube ocre. Iluminaron con sus linternas una masa de ladrillos, tierra y piedra. Los escombros llegaban al techo y más arriba incluso, por un gran agujero. Algunas partes de las paredes laterales se habían derrumbado. No había manera de pasar por allí.

—¿Qué vamos a hacer, Reuben?

Éste recorrió el obstáculo con su linterna. Era impenetrable, pero también evidentemente inestable.

—Creo que no vale la pena perder el tiempo con esto, Danny. No podemos saber qué grosor tiene. En el apartamento sabrán que ha pasado algo y mandarán a alguien a rescatarnos. Prefiero que no nos quedemos aquí esperando, podría haber otro derrumbamiento. Sigamos adelante.

Danny estaba de acuerdo. No tenían elección. Reuben volvió a ponerse a la cabeza y continuó en la dirección del principio.

—Mantente cerca, Danny. Apaga la linterna. No sabemos cuánto tiempo vamos a estar aquí abajo.

Danny apagó su luz. Todo a su alrededor se quedó a oscuras. La única luz era la de Reuben, unos metros por delante de él.

—Siento lo que pasó allí atrás, Reuben. Me entró pánico.

—Tenías miedo, Danny. ¿Tenías miedo antes de entrar? ¿De qué tenías miedo?

Hubo un largo silencio. Reuben oía la respiración de Danny, siguiéndolo de cerca, sus pies que rozaban contra el áspero suelo del túnel.

—Hace mucho tiempo, Reuben —dijo por fin—. Tenía un sueño. Una pesadilla. Antes de que nos conociéramos, de niño. El sueño estaba lleno de túneles, túneles como éste. Me metía en ellos por una cosa u otra, y cuando estaba dentro me daba cuenta de que me perseguían.

—¿Sabías quién te perseguía?

—No. No creo que fuera una persona. Pero sabía que si me encontraba me mataría. Me despertaba dando alaridos.

—Ahora estás despierto, Danny.

—No, Reuben, eso era lo que realmente daba miedo. Me despertaba en mi cama, gritando, pero nadie venía. Estaba solo en mi habitación y sudaba y gritaba, pero nadie venía a ayudarme, así que me levantaba y abría la puerta y… entonces sí que me asustaba, porque al abrir la puerta volvía a estar en el túnel, sólo que esta vez sabía que lo que me perseguía estaba muy cerca. Entonces corría y giraba una esquina y algo pasaba… y entonces pasaba algo, y me despertaba de verdad. Pero no recuerdo qué pasaba.

—¿Y este sitio te recuerda al sueño?

El silencio se iba alargando más y más. Reuben se detuvo y se volvió, iluminando la cara de su amigo con la linterna. Su expresión era de auténtico miedo.

—Esto es mi sueño, Reuben —susurró Danny—. ¿No comprendes? Por eso me dio tanto pánico. He vuelto a mi sueño, sólo que esta vez no estoy durmiendo.

Avanzaron en silencio. El aire empezaba a ser espeso y estancado. El aire fresco que había habido venía de los dos túneles laterales.

El túnel acabó abruptamente. Hubo un giro suave y entonces una pequeña subida que conducía a una pared de ladrillo. No podían seguir adelante. Y no podían volver atrás.

* * *

Estuvieron sentados junto a la pared durante lo que les pareció un rato largo, sin decir nada. La oscuridad los oprimía. Dentro de un rato la linterna de Reuben se agotaría. La de Danny aún los iluminaría una o dos hora. Quizá alguien los rescataría para entonces. La oscuridad era impenetrable.

—¿Hueles algo, Reuben?

La voz de Danny sonaba desvaída y perdida.

—Desde que entramos no hacemos otra cosa.

Danny arrugó la nariz e inhaló dos veces.

—No es eso, Reuben. No es ese olor a moho. Es otra cosa.

Reuben olisqueó. Danny tenía razón. Se notaba algo distinto.

—Cada vez es más fuerte, Reuben. Me parece…

Danny inhaló profundamente. Lentamente, le cambió la cara. Pareció ponerse pálido de golpe, como si se le hubiera ido la sangre de las mejillas.

—¿Qué es Danny?

—Mierda, Reuben, ya sé qué es. Es gas. Es olor a gas ciudad.