CAPÍTULO QUINCE

Danny Cohen llegó a las 8.30 horas con dos agentes, O’Rourke y Grigorevitch. Reuben explicó los hechos mientras se afeitaba.

—¿La cree?

—Creo que vio algo.

—Podría estar reviviendo el encuentro original, sublimándolo al devolver la vida a su amigo muerto. Una cuestión de transferencia.

Cohen tenía estudios superiores, había estudiado psicología. Tenía ideas.

—Escucha, Danny, es una tía lista. Lo ha pasado mal, y quizá empiece a ver visiones, pero no creo que sea así.

—¿Ella afirma que realmente habló con él?

Reuben asintió. Angelina seguía en la cama.

—¿Sabes qué le dijo? ¿No la informaría sobre los mundos del más allá, o algo así, verdad?

—Para, Danny. Algo la asustó. Tú estabas allí cuando ayer abrimos ese ataúd. Ella no sabía nada sobre eso, o sea que es del todo posible que alguien lo haya llevado de vuelta al apartamento, una especie de broma.

—¿Le dijiste lo que encontramos?

Reuben dejó la maquinilla y se aclaró la cara.

—¿Y a ti qué te parece, Danny? ¿Te crees que disfruto contando a una viuda que acabamos de estar exhumando a un amigo suyo?

Las preguntas de Danny le empezaban a irritar.

—Bueno, bueno, no hay por qué enfadarse. ¿Qué dijo ella que le había dicho?

—Dice que él no sabía quién era, ni cómo había llegado allí, ni quién le había llevado. No la reconoció, ni respondió al ser llamado por su nombre. Estaba como…

—¿Un zombi? ¿Es eso lo que me vas a contar? Venga, hombre. Ella te ha estado contando demasiadas tonterías de esas del vudú.

—Siéntate, Danny.

—¿Cómo que me siente? Tenemos que irnos, tenemos que salvar Nueva York de los zombis.

—Siéntate y escucha.

No había otro sitio donde sentarse excepto el inodoro. Bajó la tapa y se sentó en ella.

—Después de llamarte, Danny, llamé a otra persona, a un tal Spinelli. Joe Spinelli. Es un experto en hematología del hospital universitario de Long Island. Te hablé de él ayer; es quien encontró la tetrodotoxina en el cuerpo de Narcisse.

—Es verdad, me acuerdo.

—Bien. Le conté a Spinelli lo que había sucedido, que no encontrábamos a Narcisse, que alguien creía haberlo visto vivo, quería una opinión médica. Algo que pudiera habérseme pasado, algo que tuviera pies y cabeza para el informe.

—¿Y qué te dijo? ¿Que la tetrodotoxina te da poderes sobrenaturales, o algo así?

—No te hagas el listo, Danny. Calla y déjame que te cuente lo que me dijo.

Reuben le contó lo que había dicho Spinelli. El efecto fue gratificante. Por primera vez en los veinte años que hacía que lo conocía, Danny Cohen se había quedado sin palabras. Cuando recuperó el habla, su tono había cambiado dramáticamente.

—¿Crees que aún está allí, esperando que alguien vaya a hablar con él?

—No lo sé, Danny. No se puede decir que tenga mucha experiencia con este tipo de cosas. Angelina mencionó que alguien había vuelto a levantar los tablones del salón. Es muy comprensible que no se tomara la molestia de ver qué había.

—¿Crees que podría haber más?

Reuben se encogió de hombros.

—¿Más cadáveres? Espero que no. Sin embargo, hay algo que me inquieta. Angelina dijo que el precinto estaba intacto cuando llegó. Ese apartamento no tiene puerta trasera. Así que ¿cómo entró Narcisse? Por muy zombi que sea, no atravesará las paredes.

—Yo creo que deberíamos ir allí. ¿Estás preparado?

—Claro. Vamos allá.

Danny siguió a Reuben hasta el salón, donde esperaban O’Rourke y Grigorevitch. Al salir, Danny señaló el dormitorio de invitados con la cabeza.

—«Angelina», ¿eh? Conque estrechando lazos con los nativos, ¿eh, Reuben?

—Déjalo, Danny. La señora es viuda.

«Y hasta anoche también era virgen, pero en eso es mejor que no entremos». Había cosas que gente como Danny Cohen nunca llegarían a comprender.

Al llegar a la puerta del apartamento, Danny se volvió a Reuben.

—Ya sé qué hay de raro. ¿Qué ha pasado con tus fotos, Reuben? ¿Las que tenías de Bubble y los demás?

Reuben no contestó.

* * *

Reuben entró el primero, seguido de cerca por Danny. Se conocían desde niños, en el yeshiva Bais Yaakov. Su primer recuerdo común fue una pelea a puñetazos delante del colegio dos días antes del Yom Kippur. Ninguno de los dos podía recordar cuál fue la provocación o el resultado, ni cómo habían acabado por ser amigos. Habían estudiado la secundaria juntos, y sólo se separaron cuando Danny fue a la universidad de Nueva York. Después Danny también se hizo policía. Ya hacía tres años que estaba en el departamento de Reuben, y durante gran parte de ese tiempo habían trabajado formando equipo.

Reuben sintió frío en el momento mismo de entrar por la puerta. El precinto estaba roto, tal y como había dicho Angelina, y la puerta estaba abierta de par en par. Danny entró siguiéndolo, silbando suavemente la música de los Cazafantasmas. A veces Reuben tenía la sensación de que Danny tenía la misma sensibilidad que un saco de patatas.

—Da miedo, ¿eh, Reuben? Y hace frío… Recuerdas la escena de El exorcista donde la habitación se congela.

—Cállate, Danny. No tiene la menor gracia.

—Es que nunca he tenido tratos con el otro lado.

—Y ahora tampoco los vas a tener. Escucha, Danny —Reuben se encaró a su amigo—. Una cosa es un chiste, ¿vale? Pero ya sabes lo que nos encontramos aquí la última vez. Eso no tuvo la menor gracia, y esto tampoco la va a tener.

—Pero los zombis, Reuben…

—Déjalo correr, Danny.

Danny abrió la boca, miró una vez más a Reuben y la cerró. Pensándolo bien, tal vez Reuben tenía razón. Quizá no tenía gracia. Y realmente hacía frío allí dentro.

Los agentes O’Rourke y Grigorevitch estaban todavía en el rellano. Ninguno de los dos había estado en el apartamento, pero habían oído hablar mucho de él. O’Rourke se santiguó disimuladamente antes de atreverse a entrar por la puerta. Grigorevitch lamentaba haber tomado un desayuno tan abundante.

Reuben encendió la luz del pasillo. La puerta del salón estaba entreabierta, como la había dejado Angelina. Estaba cargado de sombras. El frío parecía salir de allí, ¿o era sólo la imaginación haciendo horas extras?

—Cierra la puerta —ordenó—. No quiero que los vecinos metan las narices por aquí.

—¿Crees que serían capaces?

—Danny, la gente es muy morbosa. Los vecinos son curiosos. Si tu apartamento huele mal, si te peleas con tu novia, ellos quieren saber qué pasa. La gente de por aquí sabe que ha pasado algo gordo en el apartamento A. No saben qué. Pero se mueren de ganas de saberlo.

—Vale. Vamos a acabar con esto.

Reuben dio varios pasos hacia la puerta. De repente se detuvo y levantó la mano. Olió con cuidado.

—¿Hueles algo, Danny?

Danny arrugó la nariz.

—No, nada… aunque… espera. —Volvió a oler—. Mierda, Reuben, ¿no será que…?

Reuben fue a la puerta y la abrió. Habían cerrado las cortinas y la habitación estaba sumida en la oscuridad. Reuben buscó con la mano en el marco y encontró un interruptor de la luz. Lo encendió. La habitación se llenó de una luz tenue. Los tablones del suelo habían sido arrancados, dejando un hueco enorme. Una corriente fría surgía del fondo, trayendo consigo un olor apagado, enfermizo, desconocido y poco tranquilizante.