Ha habido tanta gente que ha ayudado en alguna de las fases de la elaboración de este libro que casi no sé por dónde empezar. Mi agente, Jeffrey Simmons, y mis editores en Londres y Nueva York, Patricia Parkin y Ed Breslin, comentaron profusamente el manuscrito; no alcanzo a decir cuánto contribuyeron sus comentarios a mejorar la versión definitiva. Su vanguardia, mi mujer Beth, me hizo de critica permanente; un trabajo duro y que bien vale tres años de cuentos de P. G. Wodehouse al acostarse.
La ayuda inteligente, sabia y discreta de Claudia Caruana en la investigación de Nueva York. Un millón de gracias para Eddie Bell, de Harper & Row, por organizar nuestro viaje a Nueva York y por ayudar a hacerlo tan agradable. Gracias de todo corazón también al sargento Raymond O’Donnell de la policía de Nueva York; a Phil Petrie, director adjunto de relaciones públicas del hospital de King’s County, en Brooklyn; al doctor Jonathan Arden, forense jefe de King’s County; al señor Barrone de la Funeraria Barrone, en Brooklyn, y más que a nadie, a Richie Horowitz, nuestro conductor intrépido, divertido y buen conocedor que nos enseñó lo mejor y lo peor de Brooklyn.
En Inglaterra, gracias a lan y Margaret Tarbit por sus ideas sobre la prueba del SIDA y las autopsias; Roderick Richards de Tracking Line; Elizabeth Murray; Tim Levitt por sus conocimientos de navegación; Fred y Christine Hardy por compartir sus experiencias de buceo en el Caribe.
También quiero dar las gracias a los autores de las publicaciones que consulté buscando información sobre Haití, sobre todo Wade Davis, cuyos dos inteligentes y descriptivos estudios de los zombis son un modelo de buena investigación y redacción.