Capítulo 2.Los Iberos y todos los demás.

CAPÍTULO 2.

LOS IBEROS Y TODOS LOS DEMÁS.

¿Quiénes son los iberos? Hace muy pocos años eran un pueblo misterioso. Hoy sabemos mucho más sobre ellos, aunque seguimos medio a oscuras. Más que un pueblo constituyen un conjunto de pueblos que desarrollaron una cultura propia entre los siglos —VI y —II. Al final se diluyeron en el imperio romano, como otras docenas de pueblos europeos, lo que, a la postre, fue una gran suerte para cuantos descendemos de ellos.

Antes de proseguir, quizá debamos aludir a los antecesores de los iberos. No será necesario que nos remontemos a los caníbales de Atapuerca que habitaron la sierra de Burgos hace un millón de años, ni al hombre de Neandertal, aquel cachas con pinta de bruto que vivió hace cien mil años, ni al de Cromañón, más fino, ya sapiens sapiens como nosotros, de hace unos treinta y cinco mil años. Parece más práctico que arranquemos con la última glaciación, hace unos diez mil años, cuando empezaron a derretirse los hielos que cubrían buena parte de Europa y Asia y el clima se suavizó. Esa bonanza acarreó graves consecuencias para los humanos que vivían de la caza y la recolección: las especies más grandes y suculentas (bisontes, renos, focas) emigraron hacia el norte en busca de tierras más frías. En el nuevo ecosistema solo quedaron animales más pequeños y difíciles de cazar. El hombre tuvo que aguzar el ingenio para alcanzar el mínimo de proteínas de la dieta diaria recomendada por la Organización Mundial de la Salud.

Dios aprieta, pero no ahoga. En aquel delicado momento, la humanidad experimentó un notable progreso al domesticar algunos animales y cultivar algunas plantas. La invención de la agricultura y la ganadería en Oriente Medio abrió el proceso de cambios que conocemos como Revolución Neolítica, lo que trastocó la vida de los pueblos. Estos conocimientos, la agricultura y la ganadería, se divulgaron lentamente por el resto del mundo, pero resultan tan fundamentales para la Humanidad que se puede decir que todavía vivimos de sus rentas, cultivando las mismas plantas y criando los mismos animales que aquellos inspirados innovadores de Oriente Medio.

En la península ibérica, el Neolítico arraiga entre los años -5000 y -3000 (aunque puede que haya que atrasar esas fechas porque, por lo pronto, en Levante se encuentran vestigios de cultivos desde, al menos, el -7000).

Con el asentamiento y la roturación de los campos nace el sentido de la propiedad y asoman las orejas del nacionalismo y de la guerra. El hombre neolítico desarrolla una economía de producción que sustituye a la de mera subsistencia propia de sus abuelos, los cazadores recolectores. Se impone la división del trabajo y el agrupamiento en poblados permanentes. Los antiguos nómadas, cuando reciben el beneficio de la civilización, se hacen sedentarios, planean el trabajo, riegan escardan, cavan, esquilan. Es una vida trabajosa, pero, en cambio, si la cosecha o el rebaño no se tuercen no se pasa hambre en invierno. Incluso se producen excedentes.

Excedentes: atención a este concepto, es decir, comida sobrante, graneros llenos, despensas con carne ahumada. Estos excedentes, juiciosamente administrados, generan una plusvalía.

La vida en los poblados genera una sociedad más compleja. Los individuos más despabilados controlan los excedentes de producción y se erigen en régulos o jefes; también los podríamos denominar caciques o caudillos, o padrinos, incluso capos. Una sociedad que hasta entonces presentaba una clase única, la de los pobres, se va diversificando en pobres y ricos, con los imaginables grados intermedios de riquillo y de pobre con posibles. Los verdaderamente ricos adquieren armas (el metal, al principio, es escaso y caro) y contratan guardaespaldas, lo que los convierte en más poderosos todavía frente a sus conciudadanos pobres. El pobre no tiene más remedio que buscar la protección de algún rico a cambio de obedecerlo y pagarle en trabajo o en productos.

El régulo, que comienza de matón de aldea, cuando el tiempo y la riqueza lo pulen, funda una monarquía hereditaria legitimada por el brujo o sacerdote del poblado, el gran embaucador capaz de convencer a la comunidad de que los dioses desean que unos pocos ciudadanos vivan regaladamente a costa del resto.

Esta evolución de la sociedad viene determinada por el progreso técnico. El lector habrá oído hablar de la Edad de la Piedra, de la Edad del Cobre, de la Edad del Bronce y de la Edad del Hierro. La clasificación proviene del director del museo de Copenhague, don C. J. Thomnsen, quien, en 1836, ideó una manera fácil de ordenar los objetos expuestos en su museo por antigüedad según el material utilizado. Así comenzó con la Edad de Piedra, que se inicia hace más de un millón de años, sigue con el Cobre, el Bronce y acaba en el Hierro. Apurando la clasificación podríamos decir que ahora vivimos en la Edad del Plástico.