CAPÍTULO 19
LOS YACIMIENTOS IBEROS
Los iberos están en los museos, pero también están sobre el terreno, en los lugares en los que construyeron sus poblados, sus santuarios, sus cementerios, sus minas, sus alfares y sus caseríos. En este capítulo recorremos los yacimientos arqueológicos más notables de la península ibérica, desde el sur hasta el norte, en la dirección contraria a la de las agujas del reloj.
Cancho Roano
En el término de Zalamea de la Serena, Badajoz, en una vaguada del arroyo Cagancha pueden visitarse las ruinas de un edificio de inspiración fenicia, cuadrado, de veinticinco metros de lado, en el que se han encontrado diversos objetos de lujo.
Después de un siglo de actividad, el edificio fue incendiado y demolido a finales del —V. Después lo colmataron de tierra, es decir, lo sepultaron, y se convirtió en un quemadero de cadáveres, última evolución de su espacio sagrado.
Cancho Roano pudo ser un santuario relacionado con alguna divinidad acuática (lo sugieren la proximidad del arroyo Cagancha y el pozo). Es posible que lo levantaran los fenicios con el propósito de controlar la comarca minera en la que está enclavado (las minas de cinabrio de Almadén; los yacimientos del entorno y el oro aluvial de los ríos Jerte, Alagón y Arrago). Pudo ser a un tiempo palacio, santuario y mercado. Esta versatilidad pudiera tener su lógica, igual que el Escorial tiene la de ser palacio-monasterio-biblioteca-panteón real.
En el solar de Cancho Roano se levantaron tres edificios sucesivos. El primero era una cabaña ovalada; el segundo, mayor y cuadrangular, estaba orientado al sol, y tenía tres altares de adobe, uno de ellos en forma de piel de bóvido o lingote chipriota, el keftiu, (ya vimos que tiene un significado religioso) y encima un pilar o betilo.
Este templo o santuario pudo relacionarse con un culto dinástico a los antepasados que nos remite a las monarquías sagradas tartésicas que preceden al mundo ibérico. En su fase inicial, el palacio y el templo se confunden en un edificio dinástico-sacro. Después palacio, templo y granero. Por una parte tiene las habitaciones privadas del rey sacralizado que lo habita; por otra, almacenes de productos y riquezas, con muchas ánforas, posiblemente procedentes de tributos y ofrendas.
Mediado el siglo -V remodelan el edificio y lo rodean de una terraza de piedra y un foso excavado en la roca hasta los niveles freáticos, lo que aseguraba un permanente suministro de agua que aisla la construcción.
El edificio debía ser de una sencilla monumentalidad con su fachada principal, orientada hacia el nacimiento del sol, adornada con dos torres poligonales que flanqueaban la entrada, con los muros de adobe enlucidos con arcilla roja y levantados sobre cimientos de piedra, los suelos de arcilla roja y los interiores y la terraza exterior encalados.
El cuerpo principal constaba de un patio cuadrado, con un pozo, del que partía una escalera de piedra que conduce a un vestíbulo y a una sala transversal desde la que se accede a tres almacenes en los que se han encontrado ánforas y orzas para contener cereales, aceite, vino, así como diversos objetos de bronce, calderos y jarros. En otra estancia aparecieron objetos de lujo importados: cerámica griega, cuentas de pasta vítrea, escarabeos egipcios, marfiles, sellos de oro, etc. El sancta sanctorum del edificio era un gran altar rectangular.
En los laterales de Cancho Roano se han descubierto doce pequeñas estancias en las que se depositaban ofrendas. En otros lugares del Mediterráneo estas celdillas de los templos se dedicaban a la prostitución ritual. En el templo B de Pirgi, en Etruria, Italia, construido hacia el -500, una larga hilera de celdas, similares a las habitaciones de un motel, pudieron dedicarse a la prostitución ritual que los fenicios (y algunos griegos) consideraban como una forma de entrar en comunión con lo divino. Desde la perspectiva del occidental educado en el cristianismo esta asociación de religión y sexo puede resultar sorprendente, pero, como se sabe, a distinta cultura distinta forma de adorar a Dios, y en esto, como en todo, el que la lleva la sabe.
El Carambolo.
En 1940, la Real Sociedad de Tiro de Pichón de Sevilla se instaló en un cerrete despejado del Aljarafe, con estupendas vistas a la ciudad de la Giralda, en el término del pueblo de Camas. En 1958, al rebajar el suelo frente al edificio principal, durante unas obras de remodelación, apareció un gran brazalete metálico que pensaron sería de cobre, y después un lebrillo de barro que contenía otras veinte piezas: otro brazalete parejo del anterior, un collar con colgantes, dos grandes placas en forma de keftiu chipriota y dieciséis placas rectangulares más pequeñas: el tesoro de El Carambolo, un conjunto orientalizante con alguna influencia céltica.
Tras el sensacional hallazgo, el arqueólogo Juan de Mata Carriazo excavó el lugar, pero no aparecieron más joyas.
Seguramente, las joyas de El Carambolo eran adornos de la imagen de un dios o una diosa de madera que los fieles alhajaban y vestían como todavía se hace con los Vírgenes y los Cristos que se veneran en iglesias y ermitas.
Los relieves de Osuna.
Osuna fue una ciudad ibérica emplazada en una de las comarcas agrícolas más ricas de la península. Allí se han encontrado una serie de interesantes relieves, hoy depositados en el Museo Arqueológico Nacional, que podrían proceder de dos tumbas principescas. En una, datable entre los siglos —III y —II, un sillar de esquina representa por una cara a una flautista y por la otra a un hombre ataviado con una especie de capa española que marcha tras ella. Otro sillar de esquina del mismo edificio reproduce a dos damas oferentes pertenecientes quizá a la procesión fúnebre.
De un monumento funerario distinto, siglo -II?, parece proceder un sillar en ángulo que representa a dos guerreros enfrentados. Un guerrero lleva túnica corta, escudo céltico largo y falcata; el otro, coraza y cimera. Del mismo mausoleo sería un guerrero a caballo que empuña una espada.
También se encontró en Osuna un relieve tardío en el que un hombre y una mujer se besan en la boca con un beso casto y leve, no de tornillo y lingual.
El Collado de los Jardines.
El santuario ibérico del Collado de los Jardines, está en Sierra Morena, a pocos kilómetros del paso de Despeñaperros. Hace dos mil cuatrocientos años el acceso no debía ser tan fácil y la peregrinación tomaría semanas, incluso meses para los que vinieran desde muy lejos, pero hoy se llega en coche, cómodamente. Solo hay que seguir la autovía de Andalucía y tomar la desviación de Aldeaquemada. A unos cinco kilómetros, de carretera ascendente, que discurre entre pinares y prados amenos, se llega a una nava alta donde se encuentra el Centro de Interpretación y su aparcamiento. Desde este punto, tras visitar la exposición, el visitante toma un sendero que conduce a la Cueva de los Muñecos entre pinos y peñascos, encinas y monte bajo perfumado de tomillo, romero y brezo.
Un farallón de piedra viva ocre y gris se levanta, como una muralla, a más de cien metros. Delante se extiende el sublime anfiteatro de montañas con sus tonos grises, verdes y amarillos resplandeciendo bajo el purísimo azul, uno de los paisajes hermosos que se puede imaginar el viajero. Delante, a un par de kilómetros discurre la hoz del río Magaña, la antigua carretera que trazó el ingeniero Iturbide en 1779 y realizó poco después Lemaur, la misma carretera, encajada entre altos farallones de roca que dibujó Doré, estrecha, con pretiles de piedra tallada, la profunda garganta por la que se abrió paso el ferrocarril, el desfiladero más impresionante de Europa, según algunos viajeros. Bernardo de Quirós, hacia 1920, lo describe: «Los potentes bancos de escarpes verticales y de cumbres dentelladas se elevan a veces como altas torres o ingentes bastiones. Los líquenes forman extensas manchas amarillas y anaranjadas que destacan sobre el gris ceniciento de la roca. Entre los altos crestones, la vegetación encuentra asilo y forma zonas verdes, rellenando espacios situados entre las capas rocosas y aumentando la policromía del conjunto litológico, en el que destacan las encinas por su verde oscuro y los fresnos por su verde claro. Algunos robles (sic) y enebros brotan también entre las grietas, y, en la hondonada, se elevan, frondosos, los alisos y los fresnos, bordeando al torrente el matorral florido de las adelfas y la tupida maleza de los cistus, madroñeras, genistas, tapsias y acantos».
La montaña se abre en una enorme grieta, un abrigo decorado con pinturas rupestres que testimonian que este lugar era sagrado milenios antes de los iberos. Delante de la abertura hay un agujero protegido con una reja, una especie de pozo cuyo fondo no se aprecia debido a la maleza y a la oscuridad. Aquí arrojaban sus exvotos los peregrinos para conseguir los favores del dios del lugar, más bien de la diosa, que sería la Madre Tierra.
Hace un siglo, los pastores llamaban a este paraje la Cueva de los Muñecos por la cantidad de estatuillas de bronce, los exvotos ibéricos, que se encontraban en sus alrededores.
Los pastores los usaban como proyectiles para sus hondas y esa práctica las dispersó por todo el valle. Desde principios del siglo XX comenzaron a interesar a los museos y se estableció un activo comercio clandestino que ha determinado que hoy más de siete mil exvotos del Collado de los Jardines anden dispersos por museos y colecciones privadas de todo mundo. Los expoliadores arqueológicos de principios del siglo XX todavía no disponían de detectores de metales, pero habían observado que donde había una figurilla enterrada aparecía en la superficie de la tierra una mancha de óxido, lo que ellos llamaban «tierra muñequera». Cavaban y a poca profundidad aparecía el «muñeco».
A través de una de estas figuritas, el que esto escribe tuvo su primer contacto con los iberos, cuando era un estudiante de bachillerato. Un amigo suyo lo llevaba en el bolsillo como amuleto. No era gran cosa, apenas una barrita de bronce con la cabeza, los pies y las manos levemente indicados.
Sobre el cerro que se asoma al tajo hay una aldea ibérica encajada entre los enormes farallones de roca que dividen la cumbre como placas dorsales de un dragón dormido. Un sendero conduce hasta el punto más alto, desde el que se aprecia un paisaje amenísimo.
En esta aldea había talleres de fundidores que fabricaban los exvotos. En la falda, frente a la cueva, debió de crecer un bosque sagrado o témenos de encinas, acebuches y alcornoques.
El santuario de Castellar de Santisteban.
A cincuenta kilómetros del Collado de los Jardines, junto al pueblo de Castellar de Santisteban, existe otro santuario ibérico en las Cuevas de Biche, cinco grutas sucesivas al pie de un acantilado. El santuario, frecuentado desde el calcolítico hasta la época romana, conoció su esplendor con los iberos.
En el pueblo se puede visitar un interesante museo ibérico, instalado en las dependencias del antiguo castillo-palacio.
La cámara sepulcral de Toya.
En 1909 un gañán apodado Pernazas se hallaba labrando una finca del Cerro de la Horca, cerca de Peal de Becerro (Jaén), cuando la reja del arado chocó con una losa. Apartó la yunta, levantó la piedra y encontró un subterráneo en cuya penumbra se distinguían vasijas y objetos de imprecisos contornos. El Pernazas creyó que había encontrado un tesoro y regresó por la noche con la familia. El subterráneo era de reducidas proporciones y contenía vasijas con cenizas, pero del «oro del rey moro» que su descubridor esperaba no había ni rastro.
Un erudito local, don Agustín Caro Riaño, aludió al extraño edificio subterráneo en un artículo, que casualmente llegó a manos del estudioso Gómez Moreno. Este fue el punto de partida para que el arqueólogo don Juan Cabré Aguiló diera con el monumento que, mientras tanto, se había estado usando como refugio de pastores, cazadores y labriegos.
Cabré examinó la cámara en 1918 y en 1927 la excavó Cayetano de Mergelina. El edificio, de planta cuadrada (4,55 por 4,60 metros) reproduce una casa-palacio ibera a escala reducida: Tres naves, una principal y dos laterales divididas en dos habitáculos. Está construido en sillares de piedra caliza unidos en seco, sin argamasa. En 1943, el profesor Mergelina restauró la cámara. Actualmente puede visitarse in situ, cerca de Peal de Becerro, o bien, en su magnífica réplica de poliéster y fibra de vidrio del Museo de Jaén. Esta admirable copia se parece al original como una gota de agua a otra y reproduce incluso el más leve arañazo de la piedra.
La cámara de Toya es un tipo de tumba poco común entre los iberos. Se conocen otras similares en Baza y Almedinilla y aún en la zona de Toya, donde se descubrieron y fueron destruidas otras, la última en 1953. Las tumbas subterráneas se inspiran en los hipogeos jónicos y en otras tumbas etruscas emparentadas, a su vez, con hipogeos fenicios y egipcios.
Del examen del ajuar funerario de Toya, fechado en los inicios del siglo -IV, se deduce que el difunto era un príncipe ibero, un jefe guerrero que se hizo enterrar con diversas vasijas, entre ellas una crátera griega (en realidad una buena imitación italiana), varias urnas cinerarias de piedra y diversas armas. Lo más interesante son las ruedas de un carro de guerra que nos recuerda la rica tradición tartésica de carros rituales, en las estelas funerarias, como símbolo de estatus del aristócrata quizá relacionado con el viaje al más allá.
Hubo también una pequeña estatua «no mayor que una muñeca» a la que la familia de El Pernazas llamaba «la reina mora». Probablemente se trataba de una deidad funeraria, una dama ibérica que andará hoy por alguna colección particular.
El plagio, la suplantación artística, el karaoke vital, forman parte de la condición humana. Piénsese en la cantidad de gente, usted mismo por ejemplo, que ha oído contar un viaje o un suceso y después lo cuentan como propio. En el verano de 1967, el que esto escribe participaba en la excavación de una villa romana cerca de Toya, y solía llevar la llave de la cámara sepulcral en el bolsillo delantero de su bañador. Un día le encomendaron que acompañara a la cámara sepulcral a un gran arqueólogo nacional, máxima autoridad en cultura ibérica. Después de media hora de camino, campo a través, por barbechos achicharrados por el sol, llegamos al montículo, en el que una zanja conducía a la cámara (hoy el entorno ha sido adecentado y ajardinado). Abrí la puerta, encendí la linterna y entramos. El arqueólogo recorrió en silencio las tres naves de la tumba. De vez en cuando asentía gravemente a mis explicaciones cuando yo le señalaba detalles: los falsos arcos adornados de entalladuras que comunican la nave central con las laterales, el banco corrido de la nave principal, las losas del suelo rotas por las piquetas de los buscadores de tesoros… Finalmente se volvió hacia mí y me hizo esta confidencia: «¡Esto es extraordinario! Llevo toda la vida escribiendo sobre Toya, y haciendo que la gente venga a verla, pero no sabía que fuera tan bonita».
La Dama de Baza.
La famosa dama de Baza, hoy en el Museo Arqueológico Nacional, se descubrió en el año 1970, en una tumba de cámara de la ciudad ibera de Basti (Baza, Granada).
La dama de Baza tiene unos rasgos tan familiares, agitanada, con esos caracolillos de pelo, que más que diosa parece una señora de carne y hueso, quizá la propia difunta, aunque heroizada y representada como la diosa funeraria. Uno se la imagina rodeada de nietos, paciente, buena, haciéndoles tortitas de harina fritas, o buñuelos de miel, administrando su casa, cuidando del trigo, de los animales, recogiendo en persona los huevos en el corral…
La hipótesis de la señora vestida de diosa no es nada descabellada: algunas familias entierran a sus difuntos con el hábito del Carmen, o con el sayal franciscano, es decir, con atuendo religioso, aunque el difunto no haya sido muy creyente en vida.
La Dama de Baza se ha fechado a comienzos del —IV. En el informe de su descubridor, el profesor Presedo, leemos «La piedra es de color gris, con un peso de unos ochocientos kilos. Tiene 1,30 metros de altura (…) Está estucada y pintada (…) La mano izquierda esta cerrada y aprisiona un pichón pintado de azul intenso (…) va cubierta con un manto que la cubre de la cabeza a los pies, vestida con una larga túnica bajo la cual asoman dos sayas (…) toda la escultura no es más que una urna funeraria (…) con un hueco debajo del trono en el que se depositaron las cenizas del difunto (…) Queremos dejar testimonio de la impresión que sentimos en el momento de su descubrimiento: reposadamente en su trono, con la mirada baja dirigida al fondo de la tumba. A sus pies y a los lados el ajuar del guerrero sepultado. Tenía en su sitio una solemne grandeza mezclada de cierto primitivismo y una tosca sencillez de inexpresividad (…) La inspiración griega que la hizo posible la ennoblecía incluso a través de la incapacidad artística que revela en muchos detalles. Protectora de la vida hasta más allá de la muerte, mantenía en su mano el pichón, símbolo del alma que ha escapado de las cenizas del muerto[21]».
¿Es un pichón, es decir, un palomo joven, o es otro pájaro lo que la dama sostiene en la mano? Parece demasiado pequeño y oscuro para pichón. Uno se pregunta si no será una golondrina, un ave que todavía es sagrada entre los campesinos españoles (quizá porque su carne no es comestible), y que se deja anidar libremente bajo los aleros de los tejados e incluso dentro de las viviendas. La explicación piadosa es que le quitó las espinas a Cristo, pero uno está tentado de pensar que quizá su sacralidad sea mucho más antigua, del tiempo de nuestros bisabuelos iberos, e incluso anterior.
En el ajuar de la Dama de Baza aparece una insólita falcata. ¿Indica eso que la señora era de armas tomar? Sin descartar que lo fuera, la falcata quizá sea un mero elemento de prestigio. También podría ser que las cenizas fueran de un guerrero y no de una matrona.
El oppidum del Puente de Tablas (Cerro Plaza de Armas).
A tres kilómetros de Jaén, en el lugar denominado Puente de Tablas, se extienden las ruinas de un importante poblado ibérico sobre un cerro amesetado de siete hectáreas de extensión, que domina las vegas del Guadalbullón, afluente del Guadalquivir.
El poblado está defendido por una impresionante muralla en bastiones ataulados. En el poblado se han encontrado restos desde el siglo -IX, pero su fortificación y poblamiento más intenso comienzan en el siglo -VII y se intensifican a finales del —V. Medio siglo después, el asentamiento comienza a decaer y se despuebla hacia el siglo -II, probablemente debido a la crisis general que sigue a la II Guerra Púnica.
Cuando una ciudad muere deja un hueco que otra puede llenar, porque las tierras siguen siendo buenas y los caminos y el comercio continúan activos. El vacío de este poblado sin nombre lo ocupó Jaén, en un cerro cercano.
En Puente Tablas, la casa ibérica tiene a veces un patio interior y una escalera que conduce a la planta superior.
Las esculturas de Obulco (Porcuna).
En el Cerrillo Blanco, cerca de Porcuna, Jaén, apareció entre 1975 y 1979 un extraordinario conjunto de esculturas ibéricas que hoy se expone en el museo de Jaén.
Las esculturas se habían labrado hacia la primera mitad del siglo -V, pero poco después (hacia el año -400) fueron destrozadas deliberadamente y sus pedazos sepultados en una zanja, como el lector recordará… No es la primera vez que esculturas sacralizadas son profanadas por enemigos y enterradas piadosamente por sus deudos. En 1865, durante las excavaciones de la acrópolis de Atenas, apareció una gran cantidad de esculturas que los persas habían destruido cuando tomaron la ciudad en -480 y luego los atenienses habían enterrado, entre ellas la famosa del Portador del Becerro.
El mausoleo de Cerrillo Blanco ¿fue destruido por los cartagineses durante su lucha para someter a los jefes iberos, o en el curso de una revuelta social? Esto último parece más probable. De hecho, a partir del siglo -IV, los mausoleos iberos son menos lujosos, lo que parece indicar que se ha producido una redistribución de la riqueza y el poder como consecuencia de esa revuelta social.
Las esculturas representan personajes y animales distintos, a veces agrupados en escenas. Hay un posible sacerdote envuelto en vestiduras ceremoniales; una escena de pugilato; un cazador con una liebre en la mano y su perro detrás…
La escultura más notable representa a tres figuras en movimiento, labradas en un mismo bloque de piedra. Un jinete ha descabalgado, con una mano sostiene las riendas del caballo y con la otra alancea a un enemigo caído al que el hierro le entra por la boca y le sale por la espalda. En realidad nos falta la cabeza y no tenemos constancia de que la lanza penetre por la boca, pero lo suponemos, porque esa era la muerte sacralizada en la antigüedad. Recordemos que los dragones mueren por la boca (o por el ojo) y que en el canto XVI de la Iliada se describe descarnadamente esa muerte: «Idomeneo alanceó el despiadado bronce por la boca de Erimante de frente. El impacto le saltó los dientes y le rompió los blancos huesos por debajo de los sesos. Los ojos se le llenaron de sangre (…) y la negra nube de la muerte lo cubrió».
¿Qué representa el grupo escultórico? Quizá un combate ritual que formaba parte del rito funerario. Observemos que los guerreros combaten en parejas y que el vencedor va completamente armado, mientas que el vencido no lleva armadura ni ha sacado la espada de la vaina. Da la impresión de que se trata de un sacrificio en el que la víctima asume su destino y se entrega a la muerte representando un combate ritual. Esta actitud fatalista, que desde nuestra perspectiva puede parecer descabellada, no lo era tanto en la antigüedad. En el milenio —I, y quizá antes, diversas culturas mediterráneas practicaban sacrificios humanos sobre la tumba de los caudillos para que los espíritus así liberados acompañaran y sirviesen al difunto en la otra vida. Los primitivos hispanos practicaban lo que los romanos llamaron la devotio ibérica: durante la batalla, los clientes del régulo (devoti, soldurii), debían proteger la vida del jefe con las suyas. Si el jefe perecía, el código de honor exigía que ellos también murieran, por lo que se suicidaban ritualmente para acompañarlo en la otra vida. Es posible que este sacrificio se hiciera bajo la apariencia de un combate ritual durante las exequias y eso explica que uno de los combatientes no se proteja con armadura ni desenvaine la espada frente a su oponente o ejecutor.
Los combates rituales se mencionan en relatos de exequias de los difuntos más ilustres, Viriato por ejemplo[22].
Las luchas rituales no son específicamente ibéricas, sino mediterráneas y aparecen en el arte griego y en las tumbas etruscas. Estas son el origen remoto de las luchas gladiatorias romanas, aunque en el Imperio ya se habían convertido en mero espectáculo, olvidado su significado religioso. El origen sacrificial se mantiene en el hecho de que los gladiadores vayan desigualmente armados, uno con espada y escudo (el sammita) y el otro solo con red y tridente (el retiario).
Quizá el hallazgo reiterado de armas (falcatas, algún soliferrum) en ajuares funerarios incluso de sepulturas femeninas se explique como alusión a estos combates realizados en honor del difunto para asegurar su feliz tránsito en la otra vida.
La grifomaquia.
En otra escultura de Porcuna un hombre desarmado se enfrenta a un grifo, el animal compuesto de cuerpo de león y cabeza y alas de águila. Esta bestia imaginada en Oriente siglos antes, puede que tenga un sentido funerario. Desde los tiempos de Tartessos se repite en la península el tema de la lucha del hombre contra el monstruo, generalmente un león, que es una de las pruebas que debe sufrir el caudillo para divinizarse o heroizarse. Puede ser un vestigio del ritual de iniciación, como los de algunos pueblos primitivos, donde el individuo que pasa de la pubertad a la plena hombría tiene primero que enfrentarse a una fiera, o exponerse a ser devorado por ella, o sufrir dolores difícilmente soportables (recordemos el ritual de iniciación apache divulgado por la película «Un hombre llamado caballo»). El león aparece frecuentemente en tumbas iberas con carácter mágico y protector.
El grifo (un león con pico y alas de águila) es de ascendencia griega. La palabra procede del griego gryps ganchudo, por el pico de águila pero también del persa giriften, agarrar o asir Los helenos incorporaron este animal a su mitología en la historia de la lucha de los arimaspos contra los grifos que guardaban el oro de Escitia. Los comerciantes griegos traficaban con el oro escita desde el siglo -VII y estaban convencidos de que el grifo era un animal real que protegía los yacimientos de oro en el desierto de Gobi.
¿De dónde pudo surgir la idea de este animal mitológico? Probablemente tenga base real: se han hallado en la superficie del desierto de Gobi, esqueletos de Protoceratops y Psittacosaurus, que vivieron hace cien millones de años. El pico y los huesos de las caderas del Protoceratops son tan parecidos a las de las aves rapaces que los griegos las confundieron con ellas, por eso Cresias (-400) creía que eran unas «aves con cuatro patas» y Esquilo los llama «silenciosos perros de caza con picos crueles y puntiagudos».
El masturbador.
La escultura más desconcertante del conjunto funerario de Porcuna es la que representa a un masturbador en plena comisión de amor propio. La insólita escultura está medio disimulada en un rincón de la sala del museo de Jaén, pero a pesar de ello capta poderosamente la atención del visitante. Para el catálogo oficial señala «Lo más sobresaliente de esta figura es el gran falo que sujeta firmemente con la mano derecha. Es demasiado grueso y en él se aprecia parte del bálano y está claro que le ha sido practicada la circuncisión».
La valoración negativa del calibre del instrumento es, quizá desacertada. Tendríamos que haber sondeado la opinión del propietario de la pieza, y la de su pareja, antes de atrevernos a descalificarlo tan rotundamente. En cualquier caso, el aparato reproductor representado es tan notable que, de haber aparecido separado del cuerpo, fácilmente podrían haberlo tomado por un objeto distinto. En una reciente visita al museo presencié como un niño preguntaba a su padre: «¿Papá, qué hace ese señor, qué tiene en la mano?» Y el padre, saliendo del paso con notable desenvoltura, le respondía: «Un helado de dos euros, hijo, de los de bola»; a lo que la madre, cotejando el miembro, replicó: «¡De dos euros, nada: ese helado es por lo menos de cinco euros!».
¿Qué pinta un masturbador en un contexto religioso y funerario? Una vez más tenemos que recurrir a paralelos culturales mediterráneos. En un texto sagrado egipcio leemos: «En el principio era el caos. Caos era la oscuridad. El primer dios Ammón, surgió de las aguas usando tan solo su fuerza para formar su cuerpo. Solo, cogió su pene con su mano. Hizo el amor a su puño. Alcanzó el placer con sus dedos y con la llama de la ráfaga de fuego que surgió de su mano, creó el universo».
Un dios se masturba y crea el universo. He aquí el sentido religioso de esa acción, aunque religiones posteriores la hayan condenado como pecaminosa. En realidad lo que hizo Ammon, según el mito egipcio, fue beber su semen y luego escupirlo. De las gotitas esparcidas surgieron sus hijos divinos.
Un dios primordial se masturba y de su semen esparcido nace el mundo con todo cuanto contiene. Una explicación mucho más poética que la verdadera, en la que el Dios primigenio crea al hombre del barro y a la mujer de una costilla del hombre.
¿Un mito egipcio entre los iberos del siglo -V? ¿Por qué no? Objetos egipcios se encuentran, incluso en fechas más antiguas, en contextos ibéricos, traídos por los fenicios[23]. Los mitos bien pudieron llegar también con aquellos comerciantes. Los mediterráneos participaban de muchas tradiciones culturales comunes desde mil años antes.
Las escenas con dios masturbador, como muchas otras representaciones sexuales de los monumentos egipcios, fueron eliminadas por los piadosos cristianos que señorearon el país del Nilo durante siglos. San Antonio y sus anacoretas se ensañaron con las imágenes paganas de los templos, especialmente con los falos y las representaciones sexuales.
En ciertos santuarios egipcios se suponía que el dios realizaba actos sexuales para garantizar la creación y renovarla. En un pequeño santuario, al final de la gran avenida de Karnak, se masturbaba ritualmente la estatua del dios Ammón todos los días, antes de la salida del sol. De esta forma el dios renovaban la creación. Los arqueólogos creen que la estatua debía poseer un pene de tamaño considerable, aferrado con su mano izquierda. Había a su servicio una sacerdotisa conocida como «la Esposa de Dios» o «La Mano de Dios», lo que indica claramente cual era su papel en el rito.
«Algunas imágenes de Karnak pueden parecer algo desagradables (largos penes erectos, jóvenes deidades succionando sus propias partes y otros exhibiéndolas impúdicamente) —escribe el arqueólogo Gay Robbins de la universidad de Emory (USA)— pero eso formaba parte del concepto del mundo según los egipcios».
El poder del faraón procedía también de este rito de masturbación. Una vez al año, al inicio de la subida del Nilo, el monarca navegaba desde su residencia en Menfis a Karnak, recogía en su barca la estatua de Ammón erecto cubierta con una tela de lino blanco y la llevaba a Luxor, donde el faraón, su esposa y la estatua se quedaban en una cámara oscura del gran templo.
No tenemos indicios de la clase de ceremonia que realizaban la pareja divina y la estatua itifálica (o sea, en erección), pero sí que el faraón reafirmaba su puesto participando solemnemente en el rito.
En todo el Mediterráneo, el sustrato neolítico y su religión basada en rituales de reproducción han dejado rastros de adoración al falo. En el mundo griego y romano es frecuente la representación desde los modelos más antiguos, que son primero una simple columna de piedra con terminación redondeada, a la que, en una etapa posterior, se añade la figuración esquemática de un pene erecto y arriba una cabeza. Con el tiempo evolucionan y dan el sátiro o sileno, un hombre selvático con orejas puntiagudas y cola de caballo perpetuamente itifálico, que acosa sexualmente a las ninfas de los bosques.
En el museo de Jaén, la escultura del masturbador, una de las cumbres de la estatuaria ibérica, el héroe o dios que empuña el falo más rotundo del arte español, por otra parte tan pacato y monjil, está casi relegado al anonimato, en un rincón mal iluminado de la sala, para evitar que los visitantes se escandalicen.
No es nuestra intención enmendarle la plana a nadie, pero a nuestro juicio debería situarse en un lugar más prominente, siquiera sea por respeto a su carácter religioso. Lo que ocurre es que la masturbación arrastra muy mala prensa en estas generaciones nuestras, educadas en los prejuicios y en el oscurantismo de los piadosos colegios del franquismo nacional-católico. Ya va siendo hora de eliminar los prejuicios y sacar la masturbación del armario, porque, como decía mi admirada Antoñita Colomé, la gran actriz de los años 30-40 del pasado siglo y mujer desinhibida y libre de prejuicios: «Chingar está bien, no digo yo que no, pero lo mejor de todo es el gustito que se da uno mismo».
Arrastrado por la gravedad del asunto, quizá me he apartado un poco de la línea que traía, que era estrictamente arqueológica. Séame perdonada esta breve digresión, sin duda aburrida para el lector, que está deseando conocer más detalles científicos de la escultura ibérica del siglo -V.
El estilo de Obulco.
La perfección de las esculturas de Obulco, aunque para los cánones de belleza actuales, los traseros y los muslos sean excesivamente gordos, da que pensar. ¿Son obra de artistas locales o de algún excelente escultor griego, probablemente foceo, capaz de tallar en un mismo bloque de piedra varias figuras en movimiento? Más que un artista parecen obra de una escuela, quizá el maestro con sus operarios, un taller itinerante como los que en la Edad Media iba de catedral en catedral, allá donde hubiera trabajo.
El maestro escultor se recrea en los detalles, quizá para complacer al cliente, y reproduce con exquisito primor los nudos, los adornos, y, sobre todo, las armas, el equipamiento de los guerreros: las lanzas, las espadas (tanto la larga, celta, como la falcata), el escudo redondo de cuero (caetra) colgado de los hombros cuando no se está usando, la coraza formada por discos metálicos, el coselete de piel en forma de ocho, las grebas que protegen las piernas, el casco de vistosa cimera…
El oppidum de Arjona.
Arjona, a corta distancia de Porcuna, es un pueblo pintoresco emplazado sobre un cerro, vértice geodésico de primer orden, lo que constituye un estupendo ejemplo de lo que fueron los oppida de la campiña del Guadalquivir. De Arjona procede el impresionante toro ibérico del museo arqueológico de Granada.
Desde la explanada superior del antiguo oppidum de Arjona, del que quedan impresionantes lienzos de muralla en talud en el denominado Cementerio de los Santos, se domina un paisaje de olivares que ya de por sí vale la visita. Tiene Arjona, además, un interesante museo arqueológico con distintos restos de época ibérica y romana, entre ellos una esfera de piedra con una inscripción ibérica, quizá el betilo de un templo o santuario cercano que después fue la ermita de san Nicolás.
En la cumbre del oppidum de Arjona pudo existir un santuario prerromano que después fue sucesivamente ocupado por un templo romano, una mezquita musulmana y la actual iglesia cristiana de Santa María, del siglo XIII. En la explanada de la iglesia se realizaron en 1624 las primeras excavaciones sistemáticas documentadas en España, inspiradas por la Iglesia, con objeto de sacar a la luz los supuestos restos de mártires cristianos, entre ellos los de los santos patrones del pueblo, san Bonoso y San Maximiano. En estas excavaciones salieron a la luz una necrópolis argárica y diversos niveles de la época ibérica.
El santuario heroico de Huelma.
En el paraje el Pajarillo, término de Huelma (Jaén) se encontraron en 1993 los restos de un monumento ibérico del siglo -IV, que dominaba la importante ruta histórica que une el valle del Guadalquivir con las hoyas granadinas, a través del cauce del río Jandulilla.
Sobre una terraza que dominaba el camino, se levantaba un zócalo de piedra que servía de pedestal a un conjunto escultórico que representaba a un héroe luchando con un gran lobo y a otra serie de figuras secundarias. Hoy estos restos escultóricos se exponen en el Museo de Jaén.
El motivo principal del monumento es el de la lucha del héroe civilizador con la fiera, un tema bastante frecuente en la mitología mediterránea, que nos recuerda, entre otros, los trabajos de Hércules. Probablemente el héroe representado era el antepasado de algún jefe de la zona, que de este modo prestigiaba su estirpe. El monumento pudo marcar los límites de la comunidad y quizá en su entorno albergaba las instalaciones necesarias para la celebración de algún rito de paso en el trajín comercial de aquella importante ruta.
Al igual que en el caso del monumento funerario de Porcuna, el grupo de El Pajarillo tuvo un final abrupto después de unos cincuenta años de existencia.
En la escultura ibérica, el lobo representa al gran depredador y aparece a veces despedazando cabritos. El héroe que se enfrenta con él y lo vence es el héroe civilizador de los mitos de lucha. Pero el lobo también puede ser la bestia que conduce a los difuntos a la otra vida. En el museo de Jaén hay una cista funeraria de piedra, procedente de Villargordo, que representa, toda ella, a un lobo, las patas como soportes y la cabeza del animal como tapadera. El lobo contiene al difunto, como se comentó al hablar de las necrópolis. Probablemente es un vestigio de los tiempos en que los muertos permanecían insepultos en los pudrideros para que los lobos y los buitres los devoraran y los condujeran a la otra vida.
El grupo escultórico de Huelma incluía algunas figuras menores de animales que pudieran ser perros que acompañaran al héroe, o lobeznos, los hijos de la loba que el héroe tiene que vencer. Hay, además, algunos fragmentos de dos leones y dos grifos que pudieron adornar el acceso a la plataforma que sostenía la escena principal.
El Cerro de los Santos.
El santuario del Cerro de los Santos, donde se encontraron las primeras estatuas iberas, está en el término de Montealegre del Castillo, Albacete. Es un cerrete en medio de la llanura de Tecla, cerca de las lagunas ricas en sales sulfatado-magnesiadas, que son las que seguramente determinaron, con sus cualidades curativas, el establecimiento del santuario. Además por allí pasaba la concurrida Vía Heraclea por la que se transportaban los metales de Sierra Morena hacia los puertos de Levante.
El paraje estaba cubierto de un denso bosque (otro elemento sagrado entre los iberos) que a mediados del siglo XIX se taló para convertirlo en campos de cultivo. En cuanto comenzaron las labores agrícolas, los arados tropezaron con grandes piedras que resultaban ser representaciones esculpidas de lo que los sencillos labriegos tomaban por «santos» como los de las iglesias. En total se han encontrado unas cuatrocientas cincuenta esculturas o fragmentos, casi todas de varones, aunque las más vistosas son las de damas muy enjoyadas con altas mitras y velo en la cabeza. Algunas cabezas son retratos de los fieles, que las ofrecían como exvotos.
En 1862, cuando todavía se ignoraba la existencia de la cultura ibérica, el director del museo arqueológico nacional, J. Amador de los Ríos, consideró que eran esculturas visigodas. En la segunda mitad del siglo XIX, el interés por la arqueología propició el expolio de diversos yacimientos y dio lugar a un activo comercio. Un falsificador, don Juan Amat, más conocido como el relojero de Tecla reproducía esculturas en el estilo de las halladas en el Cerro de los Santos. Otras veces añadía detalles o inscripciones a esculturas genuinas para acrecentar su valor de mercado. Se sospecha que el falsificador tenía una firma peculiar consistente en adornarlas con un collar de dos vueltas y colgantes circulares.
Las esculturas del Cerro de los Santos eran obra de artesanos locales que tallaban sobre arenisca blanquecina fácil, con mayor o menor calidad dependiendo de las posibilidades económicas del oferente. Estas ofrendas se dispondrían a lo largo del terreno sagrado del santuario o témenos. Es posible que el pequeño edificio que hubo en la cumbre del cerro guardara alguna imagen de madera o algún betilo de piedra que representara a la divinidad.
El santuario estuvo vigente hasta época romana, como se manifiesta por la evolución del atuendo de las esculturas y por el hecho de que algunas esculturas lleven ya en latín el nombre del oferente.
El mausoleo de Pozo Moro.
En 1970, en el paraje de Pozo Moro, término de Chinchilla (Albacete), por donde la Vía Heraclea (luego Augusta) que enlazaba el valle del Guadalquivir con Cartagena se cruza con la que se dirige a Complutum (Alcalá de Henares), se descubrieron los restos del un heroon o mausoleo de un gran caudillo, que en su momento estuvo rodeado de otras tumbas más modestas, los típicos túmulos de planta cuadrangular.
El mausoleo era una torre de piedra de más de diez metros de altura, construida de sillares, con algunos relieves de tema mitológico y algunas estatuas de leones que sostenían parte de la estructura. Este conjunto, convenientemente reconstruido, puede admirarse en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid.
El mausoleo de Pozo Moro debió construirse hacia el año -500, pero es posible que sea más antiguo y que lo desmontaran de otro emplazamiento y lo construyeran de nuevo en este lugar para sepultar a un difunto ilustre. La apropiación de materiales anteriores es frecuente en la antigüedad. Pensemos en la mezquita de Córdoba: el monumento es árabe, pero los capiteles y las columnas proceden casi todos de monumentos romanos o visigodos más antiguos.
El mausoleo de Pozo Moro reproduce un diseño frecuente en enterramientos neohititas o arameos del norte de Siria hacia el siglo -VII. No se descarta que sea obra de escultores sirios llegados a la península ibérica. Algunos artistas de esa procedencia trabajaron en ciudades griegas o etruscas (Cerveteri, Felsina) ¿por qué no iban a llegar aquí?
La torre funeraria estaba dentro de un recinto en forma de piel de bóvido o lingote chipriota, el consabido keftiu, y rodeado por un murete. Sus sillares estaban bien escuadrados y trabados con grapas de plomo, pero se sustentaban directamente sobre la tierra, sin cimientos, por lo que el monumento se desplomó al poco tiempo de edificarlo y sus partes quedaron esparcidas hasta que las cubrió la tierra.
Los interesantes relieves de Pozo Moro representan algunos mitos de Oriente, que quizá aludan a la fundación de un reino o de una ciudad. En el relieve principal, un personaje monstruoso con dos cabezas de felino superpuestas, las lenguas fuera, está sentado en un trono, de perfil, y en la mano derecha sostiene un recipiente del que asoma un niño (o persona de menor tamaño), mientras en la mano izquierda agarra la pata de un jabalí al que tiene panza arriba sobre una mesa.
Otros dos personajes con cabezas animalescas, sirven al entronizado. El primero gasta una especie de falda hasta el suelo, como las de los cortesanos mesopotámicos y egipcios, y le ofrece un cuenco. El segundo, con cabeza equina, parece que está sacrificando a una figura humana, quizá un niño, sobre una mesa o altar.
¿Qué representa este relieve? Quizá un mito similar al de Cronos, devorador de sus hijos, de origen fenicio, que se transmite hasta la Teogonía de Hesiodo (-700). En cualquier caso, un banquete funerario cuyo personaje principal está devorando a sus semejantes.
En el segundo relieve, un forzudo arrastra un árbol lleno de pájaros mientras que dos hombrecillos, quizá simples mortales, lo ayudan a llevarlo con una especie de bieldos. Además hay un monstruo que arroja fuego por la boca.
Algunos han supuesto que representa a un héroe fundador que ha robado el árbol de la fecundidad y se lo ofrece a los hombres, pero también pudiera plasmar el relato de la tablilla XII del Poema de Gilgamesh, el gran canto mesopotámico: «El viento del sur descuaja un árbol de la orilla del Éufrates y el río lo arrastra. La mujer lo lleva a Uruk, al jardín de Innana. El árbol crece pero no echa follaje porque la serpiente que habita en el subsuelo lo impide. En sus ramas saca sus crías el pájaro Imdugud». Al final, el héroe Gilgamesh abate el árbol, le arranca las raíces, le poda la copa mientras los hijos de la ciudad le talan las ramas. Lo entrega a Innana para que se haga el trono y el lecho. Los habitantes del árbol huyen, la virgen Lilith al desierto y el pájaro Imdugud al monte, con sus crías.
El tercer relieve, lamentablemente incompleto, porque solo se ha conservado la mitad derecha, representa a un personaje fornido, de potentes piernas, que copula vigorosamente con una dama de la que, para desesperación nuestra, no se ha conservado la cabeza ni los muslos ni el trasero. El copulador gasta un pene de considerables dimensiones, así como unos testículos como berenjenas de simiente. Nuevamente parece que la escena reproduce un pasaje del Poema de Gilgamesh, tablilla, I, columna IV, donde se narra el acoplamiento de Enkidu con la ramera sagrada. Veamos:
«La ramera vio a aquel salvaje, al hombre bárbaro que habita los confines del llano. ¡Ahí está la ramera!!Enseña las tetas, desnúdate y que posea tu belleza toda! ¡No seas melindrosa! !Acoge su ardor! En cuanto te vea se llegará a ti, quítate el vestido para que se eche sobre ti. ¡Procúrale el placer que pueda dar la mujer! (…) Mostró así al salvaje el amor de una mujer y el amor de él entró en ella. Durante seis días y siete noches, Enkidu en celo copuló con la ramera y cuando se hubo saciado salió a buscar su manada». Aleccionador.
Ya estamos viendo que las escenas sexuales no son raras en contextos funerarios mediterráneos. En algunas tumbas etruscas se ve también a parejas de amantes en plena efusión, por ejemplo en dos sarcófagos de Vulci, Etruria del siglo -V. El mismo sentido podría tener la del masturbador de Obulco si en su origen hubiese estado acompañado por una mujer con la que estuviera a punto de copular.
El cuarto relieve de Pozo Moro, representa a la diosa fenicia Astarté sentada, de frente, con tres alas a cada lado, con flores de loto en las manos. Astarté era una de las esposas de Cronos, una virgen mediterránea muy venerada por los semitas, a la que Salomón le erigió un templo en Jerusalén.
Otro relieve representa al difunto con escudo y casco en el que se lee su nombre: Bodilcan.
¿Qué significan estos relieves? Probablemente son libros de imágenes, como los relieves religiosos del románico, que aluden a una sociedad compleja y a mitos orientales introducidos por los fenicios.
El jinete ibero de Villares de la Hoya Gonzalo.
Relativamente cerca de Pozo Moro, en el lugar de los Villares de Hoya Gonzalo, (Albacete) se ha encontrado otro enterramiento principesco, un gran túmulo adornado con una escultura de un guerrero heroizado a caballo, de comienzos del siglo -V. Se encuentra en el Museo Provincial de Albacete.
A otro monumento funerario, del que no conocemos el contexto, debió pertenecer la famosa esfinge conocida como Bicha de Balazote por su lugar de procedencia, también en la provincia de Albacete, que representa a un toro con cabeza de hombre barbudo.
La Dama de Elche.
La escultura ibera más famosa apareció dentro de un nicho de losas el 4 de agosto de 1897 en el paraje de La Alcudia, junto a Elche, en las ruinas de la antigua Ilici. Los obreros que la encontraron comunicaron el hallazgo de «una reina mora» al propietario de la finca, el doctor Campello. El hispanista francés Pierre París, que casualmente llegó a Elche pocos días después para asistir a la representación del Misteri y se hospedó en la casa de un cuñado del doctor, vio la escultura y, comprendiendo su gran valor, se puso inmediatamente en contacto con el Louvre y con los banqueros Salomón y Bardac, que le giraron cuatro mil francos para que la adquiriera para el museo parisino.
La Dama permanecería en el Louvre durante cuarenta y tres años hasta que, en 1941, el general Petain, jefe del estado francés, se la devolvió a Franco como gesto de buena voluntad y hermandad entre los regímenes que representaban. Desde entonces se puede admirar en la sala ibérica del Museo Arqueológico Nacional.
En periodos de exaltación nacionalista (española) o regionalista (valenciana), la Dama de Elche se ha convertido en el totem cultural que representa la nacionalidad española antes de Roma o la cultura autóctona. En un texto de Pemán leemos: «La misma dama de Elche aparece con la cabeza y el cuello pudorosamente cubierto de paños. Parece que las primitivas mujeres españolas estaban nada más que esperando que se levantara la primera iglesia de Cristo, preparadas ya con sus tocas para asistir a la primera misa[24]». Poco después, el marqués de Lozoya, reflexiona de este modo: «El escultor (de la Dama de Elche) copiaba, sin duda, directamente, pues las nobles facciones de su modelo se ven todavía en las huertanas de Valencia y Murcia y el adorno (…) recuerda en su traza general la peineta, los rodetes y las joyas de filigrana de las llauradoras actuales».
Un autor más reciente vuelve a insistir en la españolidad de la dama: «el escéptico lector perdonará si dejándonos arrastrar por los sentimientos damos en creer que los rasgos de esta virgencita de pómulo alto, boca fina, mirada soñadora y griega y gesto serio y solemnemente hierático reproducen los de alguna princesa (…) la dama es solo un busto, pero nada cuesta imaginar que la infanta era de buena alzada, un punto caballona y corpulenta, algo escurrida de tetas pero potente de muslos, con un trasero de doce palmos de latitud y el pubis duro como una piedra ¡Que siga triunfando por muchos siglos en su altar de escayola del Museo Arqueológico Nacional!»[25]
Dejémoslo en que es una escultura de influencia griega, pero con adornos inequívocamente indígenas, que representa a una gran dama, a una diosa o a una sacerdotisa ataviada con ropajes y adornos rituales. También pudiera ser una novia, no demasiado joven, a punto de pasársele el arroz, vestida con los abalorios y perejiles del tocado nupcial. Opiniones hay para todos los gustos, pero entre ellas la que parece más en razón es la que señala que podría reproducir la imagen de una Diosa Madre tallada en madera y lujosamente enjoyada de un santuario local. Es posible que la imagen original, la de madera, estuviera sentada y así estaría también la dama, aunque se han hecho esfuerzos por imaginarla de pie, al estilo de las esculturas oferentes del Cerro de los Santos. Lo cierto es que cerca del lugar donde la Dama se encontró existen trazas de un antiguo templo al que pudo pertenecer la imagen, así como otras esculturas que decoraban el mismo conjunto.
La datación de la dama de Elche ha sido un asunto controvertido. El prestigioso arqueólogo Antonio García Bellido la consideró un retrato romano de los tiempos de Cristo, aunque luego aceptó que debía ser mucho más antigua. Hoy se considera que la esculpieron a mediados del siglo -IV, hacia el -475, pero no faltan opiniones discordantes. Desde su aparición, la dama de Elche ha tenido que soportar dudas acerca de su honestidad. ¿Es auténtica o es falsa? ¿Es un hombre, es una mujer o ni lo uno ni lo otro? ¿Es un busto, es la mitad superior de una escultura de cuerpo entero, como sus primas y vecinas, las damas del Cerro de los Santos?
El profesor norteamericano John F. Moffit apunta que la escultura fue falsificada con fines lucrativos y que las circunstancias del descubrimiento estaban preparadas para que el doctor Campillo, propietario del terreno y arqueólogo aficionado, hiciera un buen negocio al vender la pieza al hispanista francés Pierre Paris. El autor de la dama pudo ser el escultor valenciano Pallás y Puig que la tallaría inspirándose en dibujos de las piezas aparecidas en el Cerro de los Santos.
La oportuna aparición de la Dama, en el contexto del desastre de la pérdida de Cuba y Filipinas, en 1898, sugería una lectura política al demostrar la avanzada civilización que había alcanzado España antes de los tiempos de Roma. «De ahí lo oportuno que resultó el hallazgo de la Dama de Elche, la cual pudo verse, en fin, como la prueba palpable de ese ideal elusivo que muchos españoles finiseculares habían estado persiguiendo con tanto ahínco. (…) su aspecto era maravillosamente moderno, con un punto de exotismo a lo Moreau, y no pocas evocaciones a la Salambó de Flaubert. La estatua sugería un cierto optimismo histórico, como si anunciara una nueva grandeza para un futuro inmediato…»[26]
Excuso decir que los historiadores españoles han reaccionado como si les hubieran mentado a la madre.
Es cierto que resulta algo sospechoso que la Dama se descubriera pocos días antes de la llegada de Pierre Paris al pueblecito donde se encontró. No obstante, no sería la primera vez que una hermosa escultura se rescata porque una persona entendida anda cerca en el momento del hallazgo. La famosa Venus de Milo, del siglo -II, se salvó por una coincidencia parecida. Un campesino de la isla griega de Melos la encontró arando en 1820. La estatua estaba partida en dos fragmentos grandes y otros cuantos más pequeños. Un erudito francés que pasaba unos días cerca del lugar se prendó de la estatua y comunicó su existencia a las autoridades galas. Cuando el campesino que la había encontrado estaba a punto de venderla a un potentado griego los franceses mejoraron la oferta, circunstancia que, combinada con la oportuna presencia de un buque de guerra francés en aguas de Melos, determinó que la famosa estatua fuera a parar a Francia.
Ignoramos si el museo arqueológico ha efectuado los análisis petrográficos y de pigmentos de la Dama, que podrían revelar su edad verdadera. El otro posible análisis, el estilístico parece confirmar su legitimidad. Las nuevas esculturas iberas que van saliendo a la luz coinciden en ese aire arcaico de la dama, especialmente en su nariz recta que enlaza directamente con los arcos supraciliares, los ojos entreabiertos y algo prominentes y los labios de comisuras separadas.
Poblado de El Oral.
Las ruinas de este poblado ibérico del siglo -VI al —V, están en el término de san Fulgencio, (Alicante), en la desembocadura del río Segura, junto a la sierra del Molar. Hoy es tierra interior, pero en tiempos de los iberos fue un puerto bastante activo.
El poblado, de una hectárea de superficie, cuenta con buenas murallas y está bien urbanizado, con calles rectas y manzanas de casas. Estuvo habitado por espacio de tres o cuatro generaciones y luego lo desmantelaron para trasladarse a otro lugar de La Escuera. El corto periodo de ocupación, en una época tan antigua, sirve para ver cómo nace un poblado ibérico a partir de previos elementos tartésicos. Se ve que la construcción fue una decisión unitaria y bien planeada por algún jefe.
Botorrita, la de los bronces.
En el término de Botorrita, en el Cabezo de las Monas, a veinte kilómetros de Zaragoza, sobre el río Huerva, se encuentran las ruinas de Contrebia Belaisca, ciudad celtibérica y romana famosa por los hallazgos de bronces con escritura ibérica. El poblado, que estuvo habitado entre los siglos —V y —I, ocupa más de treinta hectáreas. Desde el cabezo se dominan vías tradicionales entre Levante, Castilla, Bajo Aragón y la costa catalana.
Destacan las ruinas de un gran edificio de adobe de cinco metros de altura y dos plantas.
Azaila.
En el término de Azaila, Teruel, en el cabezo de Alcalá, se encuentran las ruinas de un extenso oppidum, habitado entre los siglos —VI y —I. Los dobles muros del poblado, que sirven a un tiempo de contrafuerte y defensa, encierran varios barrios con calles enlosadas que discurren en terrazas adaptadas al terreno. Las viviendas son cuadrangulares y adosadas, con una o varias habitaciones. Algunas se distribuyen en torno a un patio central.
Calaceite
Este poblado fortificado, en el lugar de San Antonio el Pobre, término de Calaceite, Teruel, estuvo habitado entre los siglos —V y —I.
El caserío se extendía sobre un cerro, en calles aterrazadas y defendidas por el propio escarpe del monte y por algunas murallas suplementarias.
Castellot de la Roca Roja.
Este poblado fortificado, construido sobre un espolón rocoso que se asoma al río Ebro, se habitó entre los siglos —VI y —II. Una fuerte muralla de cinco metros de anchura defiende la parte más expugnable y divide la meseta. La puerta de acceso se abre lateralmente, en dispositivo acodado, casi oculta por una masiva torre rectangular que la protege. Como en otros casos, las defensas resultan desproporcionadas para el núcleo que defienden, lo que se explica por razones de prestigio.
Els Vilars d’Arbeca.
Este pequeño e interesante poblado, en realidad un castillo (La fortalesa), abarca desde el siglo -VIII hasta el año -325.
Su muralla circular, de cinco metros de ancho y otro tanto de altura, estaba flanqueada por doce grandes torres de frente semicircular. Un foso inundable de quince metros de anchura y cuatro metros de profundidad rodeaba el castillo. El terreno comprendido entre la muralla y el foso estaba guarnecido con piedras clavadas al tresbolillo (caballos de Frisia) para imposibilitar los movimientos de un atacante que hubiera salvado el foso.
Las viviendas se apoyan en la muralla, lo que delimita una calle circular. En el espacio central hay otras viviendas en torno a una gran cisterna.
El Molí d’Espigol de Tornabous.
El poblado estuvo habitado entre el siglo -IV y la segunda mitad del —II. Lo defiende un doble muro de trazado circular, con viviendas adosadas a la parte interior. El resto de las calles son rectas.
Puig Castelar
Este poblado de forma ovalada ocupa la cima de un cerro con vistas a la costa y a la llanura del Vallès. Consta de tres calles concéntricas que se adaptan al relieve aterrazado del terreno y se comunican entre ellas por medio de callejones transversales. Protegían la puerta de acceso una torre cuadrada y un muro avanzado.
Ullastret
Esta hermosa ciudad ibérica, en el Puig de Sant Andreu, a diez kilómetros del mar y a catorce de Ampurias, constituye, junto con su comarca, el yacimiento ibérico más rico de Cataluña.
En la parte más alta hay una acrópolis con tres templos (datados entre —V y —III) y dos cisternas para el aprovechamiento del agua de lluvia. La ciudad se extiende por la falda de la montaña, con calles que siguen las curvas de nivel, casas, silos, fuertes murallas y su pequeño museo. El poblado vivió su mejor momento en el siglo -IV y fue abandonado en el —II.
Un elaborado sistema defensivo desarrollado entre los siglos —VI y —III, incluye un muro avanzado de protección (proteichisma).
Ciudadela de Turó de las Toixoneres, Calafell.
En Les Toixoneres-Alorda Park (Calafell), en el límite entre Barcelona y Tarragona, junto al mar, surgió, hacia el siglo -VI, este pequeño poblado fortificado con una muralla guarnecida de torreones y precedida de un foso seco, para vigilar a unos veinte poblados menores que se extienden en un radio de cuatro kilómetros
Debió ser la residencia de una minoría aristocrática que dominaba los pequeños asentamientos agropecuarios del valle inmediato. Hacia el siglo -II lo arrasan.
En el poblado destaca un edificio central, el palacio del caudillo, con siete habitaciones y dos pisos de altura.
Las instalaciones de la ciudadela de Turó son muy pedagógicas. El visitante puede observar la vida de los iberos por medio de reconstrucciones con maniquíes y objetos de la vida cotidiana, además de herramientas y armas.
Tote abe (=mucha salud[27]).
FIN.