Capítulo 18. Las artes.

CAPÍTULO 18

LAS ARTES

El ceramista

Imaginemos a un ceramista ibero. Su viejo oficio es de los más útiles para la comunidad puesto que la mayoría de los utensilios necesarios para la vida diaria, se fabrican de barro cocido, desde los pesos de los telares hasta las urnas en las que se entierran las cenizas y los huesos de los difuntos.

Es un trabajo duro, que requiere aprendizaje y organización. Primero hay que fabricar el barro, regando y pisando la arcilla adecuada, traída a veces de una cantera lejana, a lomos de animal. De esa arcilla, cuando está en su punto, suficientemente amasada para que sea moldeable sin agrietarse, el alfarero va tomando pegotes que pone sobre la plataforma del torno y, al tiempo que le imprime un movimiento circular con el pie, la va modelando con las manos. Hay muchas clases de vasijas, casi todas copiadas de los modelos fenicios o griegos, desde las grandes ánforas (pithoi) que sirven para guardar aceite, vino o trigo, hasta la jarra de cocina o el vaso bicónico, pasando por crateras, escudillas, y orzas de distintos tamaños y usos.

Nuestro alfarero sabe que antiguamente la cerámica se modelaba a mano, sin torno (aportado por los fenicios en el siglo -VIII), pero el resultado era deleznable comparado con estas bellas vasijas que ahora salen de sus manos.

Una vez terminadas las piezas se secan primero a la sombra o bajo un entramado de tela de saco o un cañizo, y por último al sol. Hay que evitar que las piezas se sequen rápidamente para que no se agrieten. Cuando se tiene un número suficiente de piezas, pasan al cobertizo del pintor que las decora. Cada taller tiene sus figuras y su estilo: por lo general hacen rayas o motivos geométricos, pero también hay otros que pintan guerreros, o danzantes al estilo de los vasos griegos. Muchos siglos después, los arqueólogos sabrán la época de un hallazgo por la clase de cerámica que lo acompaña, incluso podrán distinguir escuelas, talleres y estilos, como el de Liria con sus diseños geométricos y florales, o el de Elche-Archena, en el que se dibujan personas y animales.

Algunos potentados siguen comprando caras cerámicas griegas de importación. Es una cuestión de prestigio.

Ya están terminadas las vasijas. Los operarios las colocan cuidadosamente en el horno y las cuecen.

El horno es una construcción de base circular terminada en cúpula. Por dentro se divide en dos partes: la cámara de combustión, sostenida por pilarillos de ladrillo, entre los que se mete la carga de leña que debe calentarlo, y la zona de carga, una plataforma horizontal sobre la que se apilan los cacharros que se van a cocer, juntos pero sin tocarse, y ordenados de manera que el calor llegue menos a las vasijas de paredes más delgadas que no necesitan tanta cocción.

El herrero

El minero ibero vive en una aldea industrial que rodea la cantera de donde se extrae el mineral de hierro. No es una mina horadada en la tierra tal como la imaginamos hoy, sino una explotación a cielo abierto, una serie de desmontes y zanjas que siguen la veta del mineral.

Una aldea minera necesita un suministro continuo de agua para lavar el mineral extraído de la mina. También precisa mucho carbón para fundir y reducir el mineral lavado.

El mineral sale mezclado con muchas impurezas. Antes de enviarlo a sus mercados hay que depurarlo y suprimir las escorias. Para eso se calienta en hornos de carbón al rojo vivo, oxigenado mediante fuelles de cuero, que alcanzan temperaturas de hasta mil doscientos grados. El carbón vegetal se fabrica en la misma aldea, donde hay una sección de carboneros que reciben continuamente su materia prima, la leña, de una legión de acarreadores que van y vienen continuamente del bosque cercano.

Las minas se distinguen por las montañas de sedimentos que producen, y por la deforestación del entorno que provocan. Cuando una mina tiene muchos años, los leñadores tienen que ir lejos para encontrar árboles con los que fabrican el carbón.

Nuestro minero se ha preguntado más de una vez por qué los lingotes de metal en bruto se parecen a una piel de animal abierta. Es posible que alguna vez los lingotes funcionaran como moneda de cambio, al igual que las pieles o las cabezas de ganado que estas representaban. También es posible que se les diera esa forma por razones religiosas.

El herrero es un hombre respetado en el poblado. Su arte, como todos los que se relacionan con el fuego, también la alfarería, tiene algo de sagrado. La herrería, el trabajo del hierro, comenzó en Oriente Medio hacia el siglo -XII, coincidiendo con las invasiones de los misteriosos «pueblos del mar» que tantas alteraciones políticas y sociales produjeron en aquella zona. Luego los grandes buhoneros, los fenicios, trajeron a la península los primeros objetos de hierro, así como los secretos de su metalurgia.

Nuestro herrero ibero, con los hornos de su época, solo puede alcanzar los referidos mil doscientos grados de temperatura, que es insuficiente para fundir el hierro (que funde a 1537º, una temperatura que solo se alcanzará en Europa a finales de la Edad Media). Lo único que consigue es ponerlo al rojo vivo y ablandarlo lo suficiente para golpearlo y darle la forma requerida a base de brazo, yunque y martillo. La pieza de hierro se mete en la forja hasta que se pone al rojo blanco, la saca con ayuda de unas tenazas, la coloca sobre el yunque y a base de golpes le elimina las impurezas que trae de la mina. Cuanto menos impurezas contenga, más fuerte y elástica será la pieza. La pieza del arado que abre el surco no requiere tanto trabajo como una espada que no debe contener impureza alguna, que la haría quebradiza. La espada debe ser tenaz, es decir, resistente a la fractura. De hecho, las mejores falcatas ibéricas resisten la prueba de su calidad: consiste en tomarla de la punta y de la empuñadura, apoyar la hoja sobre la cabeza y doblarla. Cuando se suelta la punta, la espada se endereza de nuevo: dura, pero flexible. Si el hierro tuviera el punto de fusión tan bajo como el bronce, se podría verter en moldes y sería mucho más fácil fabricar objetos de hierro. Con las limitaciones de la forja, solo se pueden hacer láminas que, a base de martillo, se transforman en útiles de labranza o armas. No obstante, el hierro también tiene sus ventajas. El herrero conoce su oficio. Sabe, por ejemplo, acerar el hierro carbonatándolo en contacto con carbones al rojo vivo; sabe revenirlo, o fijar la microestructura del acero; así como templarlo, sumergiendo la pieza caliente en agua fría, lo que la dota de una notable elasticidad.

Nuestro herrero tiene un primo broncista al que visita en su taller. El trabajo del bronce es más descansado que el del hierro. El artista dispone de un horno abierto que alimenta con carbón vegetal. El lingote de bronce se calienta en una bandeja de piedra arenisca sobre las brasas incandescentes del horno. Cuando el metal se funde, el broncista retira la bandeja con ayuda de unas tenazas y vierte su contenido sobre un molde de arcilla refractaria o de piedra arenisca. Hay dos clases de moldes: univalvos, de una sola pieza, con la forma que se quiere obtener, o bivalvos, dos piezas unidas y atadas, con un canalillo para verter el metal. Cuando el bronce se enfría, el broncista lima la pieza o la cincela para adornarla y darle la forma definitiva además de rasparle las rebabas de la fundición. Un buen broncista puede copiar en su taller cualquier pieza fenicia o de las que los mercenarios traen en su zurrón cuando regresan de Sicilia o de Italia.

El broncista transmite a sus hijos, que heredaran el oficio, los secretos del bronce. Si se trata de hacer un objeto lujoso, tan dorado que parezca oro, añade más estaño a la mezcla. Si, por el contrario, lo que pretende es una pieza muy decorada, que los orfebres deben trabajar en frío, entonces le añade plomo, que le da plasticidad al bronce. También sabe hacer objetos pequeños por el procedimiento de cera perdida: se moldea en cera una figurilla, con todos los minuciosos adornos que un material tan plástico admite, y luego se sumerge en un vaso de arcilla refractaria blanda cuidando de dejar un canal (o bebedero) que comunique con el exterior. Cuando la arcilla está dura se vierte el metal por el bebedero: la figura de cera que encierra en su interior se derrite y su lugar lo ocupa la figura de metal. Luego se cortan los bebederos y se liman las rebabas.

Un buen broncista sabe también soldar piezas pequeñas para obtener una más compleja y conoce las técnicas que contribuyen a embellecer cada pieza salida de sus manos: el relieve, con cinceles; el sobredorado; el repujado; la filigrana y el granulado. Sabe hacer vajillas lujosas con escenas de banquetes rituales, lobos, centauros, etc., lo que se le pida.

El orfebre.

El orfebre trabaja piezas de plata y oro, mucho más fáciles de fundir y de cincelar que las de bronce. La orfebrería es un arte antiguo, que ya floreció en Tartessos, hace siglos. Cerca de algunos santuarios hay talleres de orfebres que fabrican pequeños exvotos.

El escultor.

Los escultores iberos, como los actuales, vivían de esculpir figuras para las iglesias o para los cementerios[20].

En la primera mitad del siglo XX se creía que las esculturas ibéricas eran obra de artistas locales de los siglos —V al —VI que copiaban obras griegas muy antiguas y eso explicaba su arcaísmo. Después se pensó que eran mucho más recientes, de la romanización, desde el siglo -III, (aunque algunas más antiguas testimoniaban influencia griega, entre ellas la Dama de Elche). Hoy se acepta que la escultura ibérica tuvo su propio desarrollo, aunque sin descartar las influencias fenicias, y a partir del siglo -IV, griegas.

Las damas de Elche y de Baza son esculturas funerarias interiores, destinadas a la cámara sepulcral. Otras esculturas, como las de Pozo Moro o las de Obulco, adornaban el exterior de la sepultura.

La escultura de animales mitológicos debía guardar las tumbas de los régulos o las fronteras del poblado. La función de los leones, los lobos o los toros de piedra sería la de centinelas o defensores.

Algunas famosas esculturas, que se han transmitido fuera de contexto, es posible que representen a animales mitológicos guardianes de las tumbas: el grifo, cuerpo de león y cabeza de águila, la esfinge, cuerpo de león y cabeza humana, la Bicha de Balazote, con cuerpo de toro y cabeza de hombre.