Capítulo 16. La escritura.

CAPÍTULO 16

LA ESCRITURA

¿En qué lengua cantaban aquellos españoles? ¿Qué idioma vernáculo hablaban las autonomías de entonces?

Los distintos pueblos ibéricos, desde el sur de Francia hasta el Algarve portugués, no hablaban un idioma común sino una serie de dialectos más o menos emparentados y de difícil interpretación, pues tampoco utilizaban una escritura común.

La península era una Babel de dialectos o idiomas. Los lusitanos y celtíberos hablaban una lengua céltica algo distinta de la usada por sus primos del otro lado de los Pirineos, pero igualmente emparentada, aunque sea de lejos, con el griego y el latín porque pertenece, como ellas, al tronco indoeuropeo.

Los tartesios y los iberos levantinos hablaban extrañas lenguas preindoeuropeas.

Para terminar de confundir, estos idomas se expresan en distintos sistemas de escritura: la tartésica, reflejada en numerosas lápidas del Algarve, Extremadura y el Bajo Guadalquivir que se usó desde el siglo -VIII; la escritura meridional, que abarca el Alto Guadalquivir, Andalucía Oriental y el sudeste y se usa desde el siglo -IV; otra escritura levantina, usada desde Levante al sur de Francia, desde el siglo -V. La levantina se escribe de izquierda a derecha y la meridional al contrario.

En el siglo XIX y buena parte del XX se pensó que el vascuence era un pariente de la lengua de los iberos y se intentaron descifrar las inscripciones ibéricas a partir de él. Los resultados han sido, hasta ahora, desalentadores, pero algunos estudiosos persisten en el empeño y siguen sosteniendo el parentesco ibero-vascuence.

Gómez Moreno, hacia 1920, relacionó el alfabeto ibérico con el silabario chipriota, una variante del alfabeto fenicio, y consiguió identificar el sonido de sus letras, aunque seguimos sin conocer el significado de las palabras. Desgraciadamente, los cientos de inscripciones ibéricas descubiertas, casi todas excesivamente cortas, tampoco constituyen un cuerpo suficiente que nos permita establecer un vocabulario y una gramática del ibero.

Quizá la escritura ibérica estuvo más divulgada de lo que sospechamos. Estrabón atribuye a los turdetanos (los directos herederos de Tartessos) compilaciones de viejas leyes que tendrían cinco mil años de antigüedad. Puede que la cifra sea exagerada, pero el dato indica la existencia de escritos de los que no ha quedado rastro. Es posible que usaran un soporte frágil, de difícil conservación, hojas de árbol, corteza, pieles, láminas de madera… Se han dado casos semejantes. En 1973 un arqueólogo inglés, Robin Birley, que excavaba un fuerte romano del siglo II en la muralla de Adriano, descubrió una lámina de madera no más gruesa que una viruta producida por un cepillo de carpintero que asomaba en una capa compactada de helechos y paja que cubría el suelo original. Al principio pensó que serían los restos de un banco de carpintero romano. No obstante, extrajo la madera, separó con un bisturí las dos láminas de las que se componía y, después de observarla con lupa, descubrió que contenía palabras latinas. ¡Era la carta de la esposa de un soldado, escrita hacia el año 102, que acompañaba al envío de «pares de calcetines, pares de sandalias y dos pares de calzones»! El equipo de Birley rescató cerca de mil laminillas de madera, de las que unas doscientas contienen textos latinos legibles: listas de intendencia, turnos de servicio del cuartel, cartas de recomendación, destinos de servicio, instancias al mando, cuentas y recibos.

Los etruscos, otro pueblo antiguo de cultura avanzada (al que se deben muchas innovaciones romanas) produjeron una copiosa literatura, pero solo se ha conservado un libro datado hacia el -350, y ello por pura casualidad, porque unos momificadores egipcios utilizaron el tejido de lino en el que estaba escrito para envolver la momia de una mujer que se conserva en el museo de Zagreb (Croacia).

Si citamos estos sucesos es para ilustrar los descubrimientos que nos puede reservar la arqueología. Hasta ahora se había pensado que los romanos escribían sobre papiro, el papel de la antigüedad, o sobre tablas de madera ahuecadas y cubiertas con una lámina de cera. A partir del hallazgo de Birley sabemos que también usaban esas laminillas de madera de la albura del abedul o del aliso, finas y flexibles como el papel (hasta el punto de que incluso se pueden doblar cuando están frescas), sobre las que escribían con tinta de hollín.

Quizá los iberos produjeron una literatura que no ha llegado hasta nosotros porque usaba un soporte demasiado frágil, de madera, piel, hojas o cortezas de árboles.

Los bronces de Botorrita.

Una de las inscripciones ibéricas más largas que conocemos se encontró en el término de Botorrita (a veinte kilómetros de Zaragoza) en las ruinas del poblado celtibérico de Cotrebia Belaisca.

El bronce de Botorrita 1, que apareció al pie del Cabezo de las Minas, es una plancha de cuarenta centímetros de larga por diez de ancha, fechada hacia el año -70.

Los arqueólogos creen que se trata de un texto legal redactado en idioma celtibérico, aunque escrito en alfabeto ibérico. En diversos simposios los especialistas han estudiado el sentido y etimología de numerosas palabras así como aspectos morfológicos, fonéticos y sintácticos, pero aún así se reconoce que «queda otro acervo más impenetrable que al parecer se pierde en un fondo más antiguo y oscuro[18]». El caso es que las traducciones propuestas no guardan casi ninguna semejanza. Un erudito, después de quemarse las cejas desentrañando el texto en arduas vigilias, ha llegado a la conclusión de que el texto describe un rito sagrado consistente en el ordeño de las osas. Así, como suena, ordeñar a las osas, aprovechar la producción láctea del fiero plantígrado. Aquí, dejando al lado gramáticas y desinencias, el sentido común nos obliga a admitir que una osa en su sano juicio nunca se dejaría tocar las tetas, mucho menos ordeñar, por mucho rito que fuese, menudas son, con esas zarpas que gastan, y esas uñas como escarpias.

No todos los investigadores coinciden en lo del ordeño de las osas. Otros presentan propuestas distintas, aunque no menos confusas. El profesor A. Tovar:

El profesor Rodríguez Adrados:

los tocoidos y los sarnicios sus aliados que no el campo ni vendan (?), el campo ni den el campo ni para Masna (?), dejen inculto el campo y que lo siembren

(superlativo en D. femenino) y… gana plata (?), camino cava…

el límite de la salida del valle (?), más allá de Otanaus (?), los tocoidos allí… a ese para el ejército o al que (?)

El profesor M. Pérez Rojas:

«La confederación de Tiris— y To Koitos y Sarnikio— (declara) a la autoridad suprema (=legado): (que) su intercomunicación no (tiene) paso franco,

Ni paso franco de la casta gobernante, ni paso franco de la gentilidad, ni paso franco de la tribu».

SOSAUKU

ARETU hijo de BELOTAMAI y

OUSKES STENA hijo de UERSONITI:

compartid la plata (=dinero) (cobrada como impuesto?), al tránsito junto la frontera en Sangilistara, a los transeúntes de «To Koitos» y OSKUES BOUSTOMUE hijo de KORUI IOMUE

o sea una disposición legal en la que implica a dos individuos o colectividades (Tokoitos y Sarnikio) a los que se prohíben ciertas acciones y se habla de plata, de límites o fronteras.

Ya vemos que hay poco acuerdo y que los resultados son decepcionantes.

El llamado Bronce de Botorrita 3, también conocido como Gran Bronce, aparecido en 1992, es una gran plancha de bronce plomado de unos cincuenta y dos centímetros de ancho por setenta y tres de alto, grabada por una sola cara y con orificios de sujeción. Como un periódico, presenta dos líneas de encabezamiento y cuatro columnas de texto que a algunos arqueólogos les parece que contienen una lista de personas, más de doscientas, entre ellas muchas mujeres y algunos nombres extranjeros.

Fuera del ámbito universitario no faltan arqueoaficionados que discrepan de esta interpretación. Uno de ellos, don Jorge Alonso, la traduce a partir del vasco y asevera que se trata de la crónica de una inundación por desbordamiento del río Huerva. El texto propuesto es el siguiente:

«Una inundación procedente de las cercanas montañas vierte toda el agua posible sobre un arroyo de tierra pedregosa que desemboca junto a Contrebia. En ese momento el aguaje (mezcla de agua y barro) procedente de los surcos destroza los corrales de la ribera. La tronada (desastre) cubre las calles de tierra, el agua rebosa, pues los sumideros no dan abasto. Parece que la gente se vuelve loca, mientras el torrente baja embravecido, saca a los muertos de sus tumbas y los arrastra. Los buitres humanos, los saqueadores, están al acecho para sacar provecho de la tragedia, aunque saben que sus actos pueden ser castigados con duras penas, incluso con el descuartizamiento. El fuerte caudal arrastra a quienes no han podido protegerse, que desaparecen entre la incontenible riada de muerte.

Según rumorea la gente de Contrebía, tienen que implorar gracia para los fallecidos por culpa de la inundación, convertidos luego en fantasmas salidos del profundo infierno (el lugar más temido) y portando velas en sus manos, pues las autoridades no han ofrecido en su memoria los funerales adecuados. Una vez que cesa la crecida, un enviado de la mesa de Autoridades inspecciona los destrozos de las instalaciones que hay junto a la ribera del río, así como el Gran Señor (quizá un noble con autoridad militar).

Es un cuento que la tragedia de Cointrebia se debiera a la falta de desagües. Cuando los dirigentes de Contrebia supieron que la incontenible inundación era inminente, dieron aviso público a los vecinos y ordenaron que comenzaran la evacuación. Por lo tanto es una falsedad que la culpa la tuviera la Hermandad de la tierra de Contrebia. Este es nuestro testimonio[19]».