CAPÍTULO 12
A DIOS ROGANDO
Los iberos, como todos los pueblos de la antigüedad, eran muy religiosos, aunque no es probable que disfrutaran una casta sacerdotal que les administrara las conciencias, les impusiera dogmas, los aterrorizara con el infierno y los sangrara con exigencias de diezmos, primicias o donaciones y limosnas destinadas al culto y al sostenimiento de los ministros. La religión de los iberos debió ser simple y alegre y sus relaciones con la divinidad se basarían en la sensatez y la complicidad, sin mucha necesidad de intermediarios: el creyente realiza una ofrenda y el dios le entrega algo a cambio, bienestar, salud, o protección.
Los dioses debieron ser fuerzas de la naturaleza, aunque después, influidos por los fenicios y los griegos, se asimilaran a dioses conocidos, en especial a la Diosa Madre.
La diosa
En los tiempos prehistóricos, los pueblos mediterráneos adoraban a una Diosa Madre de la que dependían la fecundidad de las cosechas, de los animales y la sucesión conveniente de las estaciones del año (vitales para la actividad agropecuaria). Esta señora de la vida y de la muerte (porque tras la muerte del invierno resucitaba en la primavera) se ha manifestado en diferentes culturas bajo formas diversas: las Venus paleolíticas, la Innana de los sumerios, la Ishtar de los acadios, la Isis egipcia, la Astarté fenicia, la Tanit cartaginesa, la Uni de los etruscos, la Artemio Efesia de los griegos focenses, la Deméter, la Artemisa o la Hera griega, la Juno romana y sus sucesoras.
No sabemos con qué nombre adoraron a la Diosa Madre los iberos, pero es evidente que le rindieron culto como el resto de los pueblos mediterráneos y que, llegado el caso, la asociaron fácilmente a sus equivalentes griegas, fenicias, púnicas y romanas. Desde el siglo -IV abundan los pebeteros (quemadores de perfumes) con forma de cabeza de diosa adornada con sus atributos (espigas, racimos de uva, palomas).
Este culto de la Diosa Madre ancestral se cristianiza y prolonga en la mariolatría o adoración a la Virgen María. En realidad, lo único que cambia es la advocación de la diosa, porque el lugar sagrado se perpetúa. Por eso muchos santuarios marianos actuales ocupan el mismo lugar de los antiguos santuarios precristianos, con sus fuentes, sus cuevas, sus peregrinaciones, sus ritos curiosos, sus ofrendas, sus exvotos y sus canciones.
Las representaciones de la Diosa Madre bajo sus distintas advocaciones abundan en Iberia. Uno de los grandes relieves del mausoleo de Pozo Moro nos la muestra sentada, desnuda, con tres pares de alas desplegadas y las piernas abiertas, en actitud paridora, con ramas llenas de pájaros en las manos. No cabe una expresión más plástica de la deidad dispensadora de vida.
En otras ocasiones, esta diosa que fertiliza los campos y los rebaños, aparece flanqueada por parejas de caballos o de otros animales.
Como protectoras de la fecundidad, algunas diosas mediterráneas se relacionan con la prostitución sagrada, entre ellas la Astarté fenicia. Esta costumbre incluso llegó a la Roma imperial en Pyrgi y en la propia ciudad de los Césares. Practicaban la prostitución personas de uno y otro sexo, especialmente las mujeres. En Kition se denominaban hieródulas o servidoras de Astarté. Las devotas acudían a ciertos templos y se entregaban los forasteros en celdas individuales. En Herodoto leemos:
… la costumbre más ignominiosa de los babilonios es la siguiente: toda mujer del país debe, una vez en su vida, sentarse en el santuario de Afrodita y yacer con un extranjero. (…) se sientan en el santuario con una corona de cordel en la cabeza (…) y no regresan a su casa hasta que algún extranjero les echa dinero en el regazo y yace con ella en el interior del santuario. Y al arrojar el dinero basta con que diga «Te reclamo en nombre de la diosa Milita (como llaman los asirios a Afrodita). La mujer sigue al primero que la requiere, sin despreciar a nadie. Tras la relación sexual, cumplido el deber para con la diosa, regresa a casa y lleva una vida honesta. Como es lógico, todas las mujeres guapas y esculturales se van pronto, pero las feas esperan mucho tiempo sin poder cumplir la ley, algunas hasta tres y cuatro años».
La prostitución sagrada era un vestigio de un rito propiciatorio de origen neolítico, o incluso anterior, encaminado a estimular la fecundidad de la naturaleza vegetal y animal. Celdas para la prostitución sagrada se han encontrado en el santuario de Cancho Roano (Badajoz) y en Cástulo (Jaén).
Es posible que los iberos realizaran rituales fecundantes como otros pueblos mediterráneos. Quién sabe si esas danzas bastetanas o las que retratan las cerámicas levantinas no terminaban en revolcón, como en las fiestas grecorromanas de Dionisos, tras la phalephoria o alegre procesión del falo, seguida de orgía ritual que aseguraba la fecundidad de la tierra.
En una tumba de Galera (Granada) aparece un recipiente de libaciones rituales de origen fenicio o chipriota, del siglo -VI, que representa a Astarté. La diosa está sentada y el líquido de la libación, leche, aceite, hidromiel, agua lustral o cualquier otro fluido asociado a la fecundidad, se vertía por un sumidero situado en la cabeza y le manaba de dos agujeros abiertos en los pechos en el sitio de los pezones, desde los que caía en el recipiente que la diosa sostiene entre las manos.
La diosa de la vida y de la muerte se reproduce con frecuencia en urnas crematorias y en diversos elementos funerarios. Las damas de Elche y de Baza, con sus huecos para guardar las cenizas de los difuntos correspondientes, puede que representen a esta diosa.
Es posible que los iberos expusieran los cadáveres de sus difuntos para pasto de animales, entre ellos los buitres, que entonces no serían especie en peligro de extinción. Las aves se asociarían al ultramundo al que aspiraban los difuntos. De hecho, la diosa de la vida y la muerte se suele simbolizar con palomas u otras aves. La Dama de Baza presenta un respaldo con dos proyecciones en forma de alas.
En Elche ha aparecido una esfinge (león con cabeza de mujer y alas) que porta sobre el lomo una diminuta figura humana, presumiblemente el alma del difunto, y sobre las garras delanteras la imagen de Astarté o Tanit, otra diosa de la muerte. El animal alado debe ser lo que los griegos llamaban un psicopompo, un portador de las almas a la otra vida, y la diosa de la muerte lo guía.
Los iberos engalanan la imagen de la Diosa Madre con joyas y vestiduras lujosas. La Dama de Elche, que debe ser una imagen de la diosa, está recargada de joyas. Seguramente el tesoro tartésico de El Carambolo perteneció a una imagen de la Diosa Madre. Las Damas parecen replicas de otras imágenes, que serían maniquíes de madera, imágenes de vestir, con solo la cabeza y las manos, como ocurre en los cultos de otras madres mediterráneas, sean Isis, Atena, o Tanit. Es evidente que la costumbre ha perdurado o se ha reproducido con las imágenes de la Virgen María.
Los dioses pastores
La diosa que reinaba en todo el Mediterráneo, sin competencia alguna, se vio un día amenazada por los dioses pastores, solares, que impusieron los dorios y los hebreos. Estos dioses se vinculaban a ciertos animales pastoreables que suministraban la imagen sagrada, principalmente el toro, el morueco y el caballo. Algunas esculturas de animales sugieren la majestad y el poder. Pensamos en el toro de Porcuna, que luce en el testuz una flor de la que brotan varios lotos o en los toros de Guisando. Diodoro de Sicilia señala que las vacas eran sagradas o semisagradas porque descendían de las que Hércules regaló a un rey. En algunos santuarios, como el de Mula, en Murcia, abundan las representaciones de caballos (quizá el animal favorito de la divinidad).
Gárgoris y Habis.
Los iberos alcanzarían formas religiosas complejas, con sus mitos, igual que los otros pueblos mediterráneos, y puede que tuvieran un panteón poblado de dioses, pero debido a la ausencia de literatura ibera no sabemos casi nada de ese panteón. Entre los mitos que nos han transmitido autores grecolatinos destacan el de Gerión y el de Gárgoris y Habis.
Gerión era un gigante con tres cuerpos unidos por la cintura.
Según Hesiodo, era hijo de Crisaor «el de la espada de oro»; según Homero y Herodoto, era hijo de Tifón y de la serpiente Equidna. El gigante tripartito cuidaba con esmero un rebaño de vacas rojas, retintas, de poca leche y buena carne, que pastaban en Iberia. Lo ayudaba un perro, Ortro, muy aparente para la vigilancia del rebaño porque tenía dos cabezas.
Hércules derrotó a Gerión y le arrebató el rebaño. Se trata evidentemente de un mito relacionado con el tiempo de los pastores.
El mito de Gárgoris y Habis, por el contrario, es propio de la sociedad urbana oriental, agrícola y sedentaria. «Los primeros habitantes del bosque de los tartesios —cuenta Justino (XLIV, 4)— tras la lucha mítica de los titanes con los dioses, fueron los curetes. De ellos el rey más antiguo fue Gárgoris, el descubridor del arte de recoger y aprovechar la miel. Una hija suya tuvo un niño, acaso por obra de amores incestuosos, lo que avergonzó mucho al rey, que determinó deshacerse de él. Primero ordenó que lo abandonaran en el monte, pero animales silvestres lo amamantaron y alguien lo encontró vivo días después. Entonces lo hizo colocar en un sendero por donde pasaban los rebaños, para que lo aplastaran, pero también salió a salvo. Lo arrojaron luego a las perras y a las cerdas hambrientas que, en vez de devorarlo le ofrecieron sus ubres. Entonces Gárgoris lo arrojó al mar, pero, los dioses lo llevaron a la orilla donde una cierva lo encontró y lo crio. Creció el niño entre su familia animal, ligero y veloz como ella, hasta que Gargoris lo reconoció y admirado de su destino lo designó sucesor con el nombre de Habis».
«Habis fue un héroe civilizador. A un pueblo bárbaro, como el que heredó, le dictó las primeras leyes civilizadoras y le enseñó a cultivar la tierra con los bueyes y los arados, lo que hasta entonces no se conocía; de esta suerte, los tartesios aprendieron a nutrirse con alimentos más finos y regalados. Aún hizo algo más trascendental; prohibió el trabajo a una parte de sus súbditos, a los nobles, y repartió a los restantes, a la masa, en siete ciudades y acaso en siete clases. Una vez muerto, sus sucesores rigieron los destinos de Tartesos durante muchos años».
Es seguro que los iberos tuvieron otros mitos, propios o importados de Oriente. En los relieves del mausoleo de Pozo Moro parece que asistimos a un banquete de algún dios infernal, sentado en un trono, con doble cabeza animal que devora a un hombre, una especie de inmenso Moloch. En otro relieve vemos a un personaje hercúleo, quizá un gigante, que arrastra sobre su hombro un árbol enorme lleno de pájaros. Probablemente son pasajes del mito mesopotámico de Gilgamesh, préstamos culturales llegados a través de los fenicios.
Los primeros templos urbanos que encontramos entre los iberos están asociados a los régulos del poblado y al culto a sus antepasados. Del bienestar del rey sacralizado depende la fertilidad de la tierra y de los rebaños. Con el tiempo, los clientes asumen como propio ese antepasado y el culto sale del ámbito familiar para instalarse en un templo, en el ámbito público, aunque al principio está asociado al palacio del señor.
Los paralelos en otras culturas mediterráneas confirman esta idea. En la isla de Eubea, (donde, según Homero se congregaron las naves griegas antes de marchar contra Troya, y el rey Agamenón de Micenas sacrificó a su hija Ifigenia para conseguir vientos favorables) se descubrió en 1981 a las afueras del pueblo de Lefkandi, un edificio del siglo -X. Tras la ruina de Micenas, en la Edad de Hierro griega, la población de Lefkandi veneraba a un héroe en su heroonte o santuario, un edificio rectangular con una estancia central en la que había un pozo funerario con dos habitaciones: en una se encontraron los restos de un carro y los esqueletos de cuatro caballos, sacrificados allí; en la otra, las cenizas del hombre y el esqueleto de una mujer, quizá su esposa, degollada para que lo acompañara a la eternidad (a su lado se encontró un chuchillo con mango de marfil). Como en la India de antesdeayer.
Templo y betilo.
Parece que los iberos no necesitaron templos, o por lo menos en sus poblados no se encuentran muchos edificios que puedan haber servido para ese fin y los pocos que se encuentran parecen copias de modelos foráneos, fenicios o griegos.
Los posibles templos más antiguos constaban de una sala rectangular con un betilo en un extremo. El betilo es una piedra a veces esférica, otras veces en forma de columna redonda o cuadrada, acaso rematada en un capitel. Es posible que desde antes de los iberos se adoraran piedras sagradas en la península. En el museo de Arjona se conserva uno de estos betilos esférico, con una inscripción ibérica. Un ritual del santuario de San Vicente, en Portugal, mantenido tercamente a través de los tiempos, incluso en épocas cristiana e islámica, consistía en voltear ciertas piedras sagradas, quizá betilos.
Estos betilos son de influencia oriental, semita, llegada con los fenicios. En el templo de Edeta (en San Miguel de Liria) capital de la Edetania se encontró una cabeza femenina que representa a la diosa cartaginesa Tanit (lleva escritas en la frente las palabras Dea Caelestis, la denominación latina de la diosa).
Es posible que existiera una religión particular asociada al hogar de cada casa, vestigio de cultos ancestrales, y que luego este culto evolucionara en determinadas casas ilustres hacia un culto a los antepasados protectores cuyo sacerdote sería el jefe de la familia o paterfamilias. Ya quedan indicados los paralelos en otras sociedades mediterráneas. Recordemos la veneración doméstica romana a los lares, manes y penates en el oratorio privado de la familia, en una hornacina o habitación, que en algunos casos se extienden al ámbito público de un templo o capilla asociado a la casa.
En el caso de los iberos, los templos evolucionaran a partir de oratorios privados en las casas de los régulos más pudientes y luego se irían haciendo públicos para acoger la clientela de esas familias importantes. Es seguro que tendrían una función, además de religiosa, política, una forma de religión que justifica la preeminencia de una minoría sobre una mayoría, es decir, el eterno fundamento de casi todas las religiones, para qué nos vamos a engañar.
Los primeros templos eran una sala rectangular con un altar u hogar para libaciones o sacrificios en un extremo. En algunos poblados existe solo un espacio sagrado, que puede remitirnos a una única estirpe regia; en otros, por el contrario, existen varios, lo que puede indicar la existencia de diversas clientelas de príncipes aristocráticos, cada cual con su culto familiar, con su parroquia.
En los santuarios al aire libre pudo haber también algún templo. El del Cerro de los Santos pudo ser una cabaña rectangular de dieciséis metros de largo.
La evolución del templo abarca desde los edificios como Cancho Roano, en los que se alberga la triple función de palacio-templo y granero, hasta los templos urbanos independientes como el de Ullastret. En el siglo -III surgen otros de influencia griega dedicados a divinidades locales o más universales, como Tanit o Astarté.
Los arqueólogos identifican un posible templo en el poblado de Puig de Sant Andreu, en Ullastret, Gerona, un edificio rectangular cubierto de techumbre a dos aguas, con un porche abierto y un espacio cerrado rodeado de un poyo corrido y provisto de un hogar donde encender lumbre cerca de la cabecera. No es muy distinto a lo que sería la estancia principal de una vivienda, pero su amplitud sugiere que pudo tratarse de un espacio sagrado. No se descarta que pudiera albergar alguna imagen religiosa, aunque no se hayan encontrado rastros de ella.
Otro posible templo se ha detectado en La Quéjola (San Pedro, Albacete), en un pequeño poblado del siglo -V: al lado de la casa del jefe está el almacén donde guarda los excedentes (con muchas ánforas de vino) y un curioso edificio con fachada monumental de columnas con capiteles de arcilla y puerta cegada, lo que obliga a entrar por el techo (un detalle repetido en otros lugares). Dentro se ha encontrado un pebetero de diseño oriental que parece asociado al hecho religioso.
Uno se imagina la transposición de esa aldea a uno de nuestros pueblos de la España profunda: la plaza con la iglesia y la casa del alcalde o de los ricos con sus buenos graneros donde guardan el trigo, la matanza, los melones colgados de los techos, el depósito del aceite, alimentos sobrados para todo el año e incluso para vender los excedentes.