CAPÍTULO 11
BUSCARSE LA VIDA.
¿De que vive esta gente?
Los iberos desarrollan una economía capitalista de base agropecuaria (y minera en algunas zonas). Además de los campesinos y pastores propios de este tipo de sociedad, cuentan con los obreros especializados necesarios para la producción de bienes de consumo (herreros, ceramistas, carpinteros, estereros, tejedores, albañiles, y maestros en distintos oficios). En un nivel superior está la minoría dirigente, que administra el poblado y obtiene la mayor parte de las plusvalías generadas en el más puro clientelismo capitalista. Los excedentes de producción se canalizan a través de un activo comercio por medio de arrieros y carreteros que llevan y traen productos a otros poblados indígenas o a establecimientos griegos o fenicio-púnicos.
El paisaje productivo.
En las llanuras fluviales, los iberos cultivan cereales y leguminosas; en los montes, apacientan sus rebaños. El paisaje agrícola apenas acusa la intervención humana. No practican el aterrazamiento que más adelante permitirá extender los cultivos a los cerros. Solo roturan las llanuras cercanas a los poblados. El resto del paisaje lo señorea el bosque mediterráneo con su mezcla de encinas, acebuches y alcornoques. A partir del siglo -V las técnicas de cultivo mejoran con la incorporación del arado de reja metálica tirado por bueyes o por mulos (el llamado arado romano, que ha permanecido inalterado hasta la aparición de arados de hierro completos a principios del siglo XX).
Los iberos suelen sembrar alternativamente cereales (cebada, trigo) y leguminosas (habas, lentejas, guisantes), a veces en alternancias de una cosecha, otras veces de dos.
Las leguminosas como las habas (vicia faba), los guisantes (pisum sativum) y las lentejas (lens culinaris) se alternan con los cereales, especialmente desde que han descubierto su capacidad de generar nitrógeno. De esta manera se permite la recuperación del campo sin necesidad de dejarlo en barbecho. Suelen combinar el trigo desnudo (triticum aestivum) y la cebada vestida (hordeum vulgare), pero también conocen cereales más bastos como la escanda (triticum dicoccum), el mijo y la avena.
El cereal se conserva en tinajas, en silos subterráneos o en hórreos.
En los tiempos de Tartessos los colonizadores introdujeron en la península las especies cultivadas de la vid y del olivo. Los primeros iberos fabricaban vino y aceite, aunque es posible que lo hicieran en poca cantidad y se reservara solo para las clases dirigentes.
La vid se cultivaba desde el siglo -VII en las zonas de Cádiz donde existían asentamientos fenicios y el vino se conocía y fabricaba, al menos, desde el siglo -VI.
Uno de los componentes del bosque natural de la península era el acebuche, o sea el olivo silvestre (Olea oleaster), asociado al alcornoque y al lentisco. En Málaga, en la famosa cueva de Nerja, se han encontrado restos de acebuche de hace diez mil años. Pero los restos de olivo cultivado (Olea europaea) más antiguos hallados hasta ahora, los del poblado de Los Millares, en Almería, de hace unos tres mil años, permiten suponer que lo trajeron del oriente mediterráneo los fenicios que denominaban a Cádiz, Kotinoussa, o sea, «isla del acebuche». Aquel bosque de alcornoques y acebuches todavía subsiste en la sierra de Huelva, en torno a Aracena. Es un ecosistema con su fauna asociada de ginetas, mochuelos, liebres y zorzales.
En un principio, los iberos importaban aceite de los países mediterráneos, sobre todo de Grecia (se han encontrado los envases, las ánforas en la que los griegos exportaban su aceite).
Seguramente los bosques que rodeaban los poblados iberos serían de explotación comunal y de ellos extraían madera para construir, leña para quemar, carbón (que se ha seguido fabricando por el mismo procedimiento hasta el siglo XX); carne (ciervos y jabalíes, incluso osos) y frutos silvestres, especialmente bellotas, castañas, aceitunas, madroños y algarrobas.
La ganadería ibera es la propia de un país mediterráneo. Ovejas, vacas, cerdos y gallinas. Aprecian los ganados que proporcionan productos secundarios (leche, fuerza de trabajo, lana, estiércol) y solo cuando son viejos e improductivos, o excedentes de rebaño, los sacrifican para aprovechar la carne, las pieles y los cuernos. Los iberos son muy cazadores y tienen la suerte de que la caza abunde más que en tiempos de sus descendientes, los de la escopeta repetidora, los domingueros que han esquilmado la fauna nacional. Entonces en casi todos los bosques proliferan los ciervos y los jabalíes y no digamos los conejos y las perdices.
Tienen caballos, mulos y asnos. El caballo autóctono es pequeño, de unos ciento veinte centímetros de alzada, poco mayor que un pony, cabeza grande de perfil convexo, cuartos estrechos y crin puntiaguda. El caballo actual, más grande, es resultado de la mezcla del peninsular con el caballo Tarpán, algo más grande, que vino del norte de Europa con las migraciones celtas.
El asno, probablemente de origen africano, es un elemento de prestigio. Mucho tendrá que caminar la historia para que en la época medieval desprestigie montar en asno e incluso sea causa de pérdida de nobleza.
En los poblados costeros se suman las actividades pesqueras a las cinegéticas. El ibero pesca con red, con anzuelo y con diversas clases de trampas. Las pesca alienta diversas industrias derivadas, como la construcción naval y las conserveras, especialmente el garum, la famosa salsa que no puede faltar en la mesa romana y, en general, en la mediterránea.
Luego están las minas, la gran fuente de riqueza de los poblados que dominan un yacimiento importante, entre ellos Cazlona, la vecina de Orisia, la de la guarnición romana que desencadenó la tragedia contada al principio de este libro. Para que el mineral alcance sus mercados ultramarinos es necesario transportarlo hasta la costa. Algunos poblados viven de cobrar el derecho de paso por su territorio, que constituye una renta fija que les cae del cielo, tan ricamente, mientras controlen los pasos y no se los dejen arrebatar por el vecino, lo que nos lleva, nuevamente, a la guerra.
La riqueza adopta tres formas entre los iberos: metales, ganados o alimentos. Entre los alimentos se valora mucho el cereal. Los iberos más pudientes, o las comunidades más previsoras, guardan su excedente de cereal en silos subterráneos o en graneros elevados. Los silos subterráneos son unos depósitos en forma de bolsa con capacidad para unas tres toneladas de grano. Suelen excavarlos en la roca viva o en la tierra y los revocan interiormente con arcilla para impermeabilizarlos y evitar que el grano se humedezca y fermente. Por el mismo motivo se evita la entrada del aire llenándolos hasta arriba y sellándolos con una tapadera de piedra o cerámica pegada con mortero. Muchos silos se conservan perfectamente incluso después de que la casa desaparezca sin dejar rastro. A veces, cuando ya están en desuso, se convierten en vertedero de basuras. Cuando un arqueólogo encuentra uno de estos vertederos se relame de gusto porque le viene a las manos una valiosa información. Piense el lector lo interesante que sería dar con un basurero actual dentro de dos mil años: envases de latas de sardinas (o de caviar Beluga), cartones de pizza, teléfonos móviles obsoletos, rellenos de sujetador, yogures, una hoja parroquial, botellas de whisky, tapones, un teclado de ordenador, condones usados, pilas alcalinas, platos rotos, juguetes deshechados por el rey de la casa, etc. Eso que a nosotros nos parece simple basura maloliente, podría, convenientemente dispuesto en las vitrinas de un museo, con sus textos explicativos, dar una idea bastante aproximada de cómo vivimos. Cuando llegue ese momento habrá muchos objetos de difícil clasificación. Por ejemplo, es posible que para entonces no se sepa la función de una pila alcalina o de la pequeñita que hace funcionar un reloj de pulsera. En tal caso, es bastante probable que se rotule como objeto de culto. Cualquier cosa menos admitir que se desconoce para qué sirve.
En algunas comarcas norteñas, los iberos construyeron almacenes de grano elevados sobre muros de piedra paralelos, probablemente con el piso de madera. Estos son los lejanos antecedentes de los hórreos y las pallozas que siguen alegrando el paisaje de la cornisa cantábrica.
Minería.
La minería, ya lo estamos viendo, era vital. Muchos asentamientos mineros se situaban en cerros bien defendidos. Algunos generaron, en el transcurso de siglos de explotación, enormes vertederos de escoria, con infraestructuras industriales notables. En el cerro de la Calera, en Dólar, Granada, existe un camino tallado en la roca para facilitar el acceso de los carros que transportaban el mineral.
El comercio.
Los iberos son buenos comerciantes. Entre los poblados ibéricos se produce un activo trapicheo. Cada cual cambia sus excedentes de víveres o de productos manufacturados por otros necesarios. Los buhoneros los llevan y los traen para comodidad de los productores. A una escala superior, que requiere cierta infraestructura financiera, están los comerciantes comarcales, con mayor capacidad adquisitiva y recursos suficientes para alcanzar mercados lejanos. Finalmente está el gran comercio, el que surte los grandes mercados portuarios, terminales del comercio internacional, que está en manos de los jefes importantes.
El comercio internacional no es nada novedoso entre los iberos. Hace más de mil años que se comercia activamente en toda la ribera mediterránea. Los barcos van y vienen entre los puertos comerciales (emporiae) que, a su vez, son terminales de rutas terrestres o fluviales jalonadas de poblados o instalaciones en las que pernoctan los carreteros y arrieros.
Los iberos comercian con los griegos (foceo-massaliotas), con los fenicios y con sus primos los cartagineses. Sobre todo exportan materias primas (metales, cereales, aceite) y, a cambio, reciben productos manufacturados procedentes del oriente mediterráneo más desarrollado (cerámica, objetos de metal, joyas, telas). Es el típico comercio de pueblos subdesarrollados con otros que han alcanzado mayor nivel industrial. En el norte, el comercio exterior se canaliza hacia el mundo griego, especialmente foceo, siempre deficitario de cereales. En Levante y el sur se comercia con los púnicos, que controlan el comercio desde sus bases de Ibiza (Ebusus).
El comercio requiere inversión. Los principales impulsores del mercado son los jefes de los poblados que acumulan los excedentes exportables y controlan los caminos por los que viajan los productos. También distribuyen los beneficios de ese comercio entre sus clientes, después de quedarse con la parte del león, naturalmente.
Seguramente estos tratos no se diferenciaban de los que se hacían en Oriente, donde era normal pagar una señal al comprometerse, ante testigos honorables. Los primeros mercadeos de los iberos se hacían por el sistema de trueque, yo te entrego una talega de trigo y tú me das una paletilla ahumada, pero después la generalización de la moneda agilizó el proceso.
La moneda.
La moneda se inventó en Lidia, una región de la actual Turquía, hacia el siglo -VII, y tuvo tanto éxito que se divulgó rápidamente por el Mediterráneo.
La moneda, como es de sentido común, era una pieza metálica fácilmente transportable. Su valor dependía al principio del contenido metálico, especialmente si era de oro o de plata, aunque con el tiempo fue valorándose también el prestigio de la ciudad o estado emisor, que garantizaba su valor.
La acuñación era importante. Un artesano del metal fabricaba los cuños, dos cinceles en los que se grababa el dibujo de la moneda, generalmente el símbolo y el nombre de la ciudad. Estos cuños se grababan a martillazos sobre discos metálicos del peso adecuado. El resultado eran monedas del mismo peso y valor aunque no había dos iguales porque raramente se centraba el cuño sobre el disco de metal.
Los iberos manejaron monedas griegas o fenicias y cuando se decidieron a acuñar las suyas, en el siglo -III, imitaron las de sus socios de ultramar[11]. Los lectores de mi generación, los que ya hemos cumplido el medio siglo, conocimos unas monedas de cinco y diez céntimos de aluminio, la «perra gorda» y la «perra chica», que tenían en la cara un guerrero antiguo, a caballo, con lanza y en la cruz el escudo nacional. El guerrero era un homenaje a una de las primeras monedas que circularon por la península, la dracma ampuritana, acuñada en las colonias foceas de Ampurias y Rosas, que representaban al caballo alado de la mitología griega, el Pegaso. Otras monedas del área púnica (acuñadas en Gades, Cartago Nova y Ebusus) recogían diferentes motivos. También hubo monedas autóctonas como las de Arse (Sagunto).
El mundo de la moneda antigua es bastante confuso. En la península se encuentran acuñaciones con leyendas púnicas, libio-fenicias, ibéricas, latinas y hasta bilingües ibero-latinas. Es posible que en algunos casos la moneda con leyenda latina preceda a la leyenda ibérica. En el sur, las primeras monedas púnicas dan lugar a imitaciones locales en Cádiz (Gadir), Málaga (Malaka), Almuñécar (Sexi) y Adra (Abdera, Almería).
A partir del siglo -II, ya bajo dominio romano, muchas ciudades acuñaron su moneda, a imitación de la del ocupante. El emperador Calígula suprimió estas acuñaciones locales en el año 41. A partir de entonces solo se admitió la moneda romana.