1
Shannon estaba sentada en la terraza de la hamburguesería George's tomando una cola e intentado leer su libro de Historia. Había quedado allí con Jake al salir de clase, pero ya pasaba media hora y, como no se había presentado, empezaba a ponerse nerviosa.
Cerró por fin el libro y dejó de fingir que estudiaba. Miró el césped del parque situado al otro lado de la calle y los pinos oscuros que se extendían más allá. Por encima de los árboles, las montañas estaban coronadas de capas irregulares de color blanco. La nieve todavía no había caído por debajo del límite forestal, pero a pesar de los días soleados de la semana anterior, no se había fundido en los picos y sólo era cuestión de tiempo que el invierno llegara con toda su fuerza.
La nieve de las montañas le recordó los Alpes, y los Alpes le recordaron Sonrisas y lágrimas, y se encontró pensando en la hija mayor de la película y en su novio. El novio era cartero o algo así, y fingía entregar cartas para encontrarse en secreto con la chica. A Shannon esa relación siempre le había parecido muy romántica y muy sensual. Especialmente cuando la hija cantaba «Sixteen, going on seventeen». La forma en que bailaba en el cenador, su expresión picara al dar vueltas hacia el muchacho, dejando que el vestido ondeara de modo que él le viera la ropa interior, tenía algo muy erótico. En aquellos momentos parecía mucho mayor que él, mucho más experta.
Eso le gustaba.
Le gustaba creer que ésa era la clase de relación que tenía con Jake, pero sabía que no era así. Jake había tenido varias novias antes que ella, mientras que él era el primer chico con el que se había tomado de la mano, con el que se había besado… con el que había hecho algo.
Le preocupaba un poco que hubiera tenido otras novias. Él aseguraba que no había pasado nunca de la fase de hacer manitas, y ella había preferido creérselo, pero no tenía ninguna duda de que les había dicho que las amaba y que estarían juntos para siempre.
Las mismas cosas que le había dicho a ella.
Lo que significaba que podría dejarla del mismo modo que a las otras.
Si encontraba a alguien mejor.
Eso la asustaba. Lo había pillado mirando a su hermana cuando creía que no lo veía, y aunque se había dicho que eso no significaba nada, que sólo era una reacción natural, le dolía. Sabía que si hubiera podido elegir entre las dos, seguramente habría elegido a Sam. Y ¿quién no lo haría? Su hermana era más bonita y más lista que ella. Sería la primera opción de cualquier chico.
Pero no culpaba a Sam. En todo caso, culpaba a Jake, aunque no lo admitiría ni se lo comentaría nunca. Shannon no odiaba a su hermana. A veces estaba celosa de ella, claro, pero sentía más admiración que celos. Le hubiera gustado parecerse más a ella, pero no la culpaba por eso.
Había personas que tenían suerte.
Y otras que no.
Ella misma había tenido algo de suerte esta vez. No estaba embarazada. El período le había venido durante la mañana, en la clase de Álgebra, y no se había sentido nunca tan aliviada como cuando le empezaron los calambres.
Por eso no veía la hora de que Jake apareciera.
¿Dónde estaría?
Alzo la cabeza y recorrió la calle con la mirada hasta que lo vio salir de la tienda de comestibles de la otra acera comiendo una chocolatina. Él también la vio y la saludó, pero no hizo ningún esfuerzo por cruzar más rápido el estacionamiento. Shannon quería correr hacia él y darle la buena noticia, pero su actitud tranquila y despreocupada la molestó, y se quedó en la mesa sorbiendo su refresco hasta que él llegó.
—¿Qué? —dijo Jake mientras se sentaba en el banco redondo de plástico que Shannon tenía delante—. ¿Alguna novedad?
—No estoy embarazada.
—Gracias a Dios. —Soltó el aire con fuerza y sonrió. Luego le tomó la mano desde el otro lado de la mesa—. Me has tenido un buen rato dándole vueltas a la cabeza. Intentaba decidir si deberías tener el niño y deberíamos casarnos, o encontrar un sitio donde abortar, y si tendríamos que dejar de estudiar, y de dónde sacaríamos el dinero. Esta vez hemos tenido suerte.
—Pero tenemos que hacer algo. Antes de volver a hacer el amor. No quiero volver a pasar por todo esto.
A Jake se le borró la sonrisa de la cara.
—No voy a ponerme una goma —anunció.
—Pues… conseguiré algo.
—¿Qué? —preguntó Jake—. ¿Dónde? ¿Y cómo?
Shannon lo miró fijamente. ¿Era idiota? ¿No había aprendido nada de lo cerca que habían estado? Era como si estuviera en contra de utilizar cualquier forma de método anticonceptivo, como si quisiera que se acostara con él y corriera el riesgo.
—Muy bien —soltó ella—. Esperaremos a estar casados, entonces.
—No puedes quedarte embarazada con el sexo oral. —Shannon lo miró horrorizada—. Podrías chupármela y así no tendríamos que preocuparnos por nada —añadió Jake a la vez que asentía con entusiasmo.
No sabía qué decir ni cómo reaccionar. Jamás habían hecho eso, ni siquiera habían hablado de ello, y aunque sabía lo que era el sexo oral, siempre había planeado evitarlo. Le daba asco la idea de tener semen en la boca, especialmente después de haber visto lo espeso y pegajoso que era, e imaginaba que si Jake la amaba de verdad, jamás le pediría que lo hiciera.
—De esta forma, podríamos seguir practicando el sexo —prosiguió Jake—, no tendríamos que preocuparnos por un posible embarazo y yo no tendría que ponerme la goma.
—¿Qué tiene de malo ponerse un condón?
—No quiero que haya nada entre nosotros.
«¿De modo que prefieres utilizar mi boca como recipiente para el semen? —pensó Shannon—. ¿No te importan mis sentimientos? Un condón te parece incómodo, ¿así que quieres que renuncie a tener orgasmos y que esté agradecida por tener la ocasión de proporcionártelos a ti?»
Pero no dijo nada.
—Creo que es más romántico si no hay nada entre los dos —insistió Jake a la vez que le apretaba la mano.
Se obligó a sonreír, aunque se sentía fatal.
—Yo también —aseguró.
Sus padres estaban dormidos, y ella acababa de anotar los contratiempos que había tenido ese día. Cuando iba a esconder su diario bajo el colchón, Samantha entró en la habitación.
—Hola —dijo Shannon tras alzar la vista.
—Hola. —Su hermana se sentó en el borde de la cama.
Pasaba algo. Sam no entraba en su dormitorio para pasar el rato. Cuando lo hacía, tenía alguna razón. Quería pedirle algo prestado. O necesitaba que la ayudara a cargar algo. O quería quejarse sobre lo sucio que estaba el cuarto de baño.
No iba sólo para charlar.
—¿Quieres hablar de algo? —preguntó Samantha tras echar un vistazo alrededor de la habitación.
—No. ¿Por qué? —contestó con el ceño fruncido.
—Creía que éramos hermanas —dijo Sam, colorada—. Si algo va mal, puedes contármelo.
«No, no puedo», pensó Shannon, pero no dijo nada.
—Compartimos el cuarto de baño, ¿sabes? —insistió Sam tras inspirar hondo. No puedo evitar darme cuenta si algo… cambia.
Dios santo. ¡Había observado que no había compresas en la papelera!
—No pasa nada —aseguró Shannon con un nudo en el estómago.
Su hermana se puso más colorada aún. Casi se levantó para marcharse, abrió la boca para decir algo, pero terminó limitándose a carraspear. Desvió la mirada y dijo:
—Sé que no te ha venido la regla.
Shannon notó que ella también se sonrojaba. No quería hablar de ese tema con su hermana.
—¿Lo sabe Jake? ¿Se lo dijiste? —insistió Samantha.
—No hay nada que decir —replicó Shannon—. Sólo tuve un retraso. Dios mío, ¿tengo que comentar todos los aspectos de mi cuerpo contigo? ¿Quieres que te diga cuándo tengo que sonarme la nariz? ¿Quieres saber cuándo tengo diarrea?
—¡No! —Sam estaba entonces como un tomate—. Estaba preocupada, nada más.
—¡Pues preocúpate por ti! ¡Y olvídate de mí!
Samantha se puso en pie y se dirigió rápidamente hacia la puerta.
—¡Perdóname por existir! —dijo.
—¡Adiós! —Shannon acompañó a su hermana hasta la puerta y la cerró de golpe. Se quedó allí de pie un momento, temblando, antes de sentarse otra vez en la cama. Reclinó la cabeza sobre la almohada y cerró los ojos.
Tardó un buen rato en dormirse.
2
—Jaque.
Bill contempló cómo Street McHenry desplazaba la torre a lo largo del tablero para comerse su alfil.
Pensó un momento y después tomó el caballo para capturar la torre, pero vio que eso dejaría desprotegido a su rey y permitiría que la reina de Street se lo comiera. Devolvió despacio el caballo a su lugar.
—La cosa se pone caliente —declaró Street con una sonrisa.
—Eso es exactamente lo que le dije ayer por la noche a tu hermana —sonrió Bill.
—¿Antes de que se echara a reír?
—¿A reír? Estaba asombrada. Sobrecogida. El tamaño sí que importa.
—Juega —pidió Ben—. Por el amor de Dios, si pasarais tanto rato jugando como dándole a la sin hueso, cualquier noche podríamos acabar antes de las doce.
—¿De las doce? —preguntó Bill—. Sólo son las ocho.
—Juega de una vez.
Cuatro movimientos después, se había acabado la partida.
Había ganado Street.
Como siempre.
Bill había ganado la partida virtual la noche anterior.
Como siempre.
—Registro intacto —anunció Ben.
Los tres se levantaron y se desperezaron. Street terminó su cerveza, recogió todas las latas y las llevó a la cocina.
Bill se volvió hacia el director del periódico. Ese día había publicado un artículo sobre el Almacén, un reportaje bastante largo que describía la historia de la cadena y sus planes para el establecimiento de Juniper. El artículo citaba ampliamente a Newman King, fundador y director general del Almacén.
—Leí tu artículo sobre el Almacén —le dijo—. ¿Entrevistaste realmente a Newman King?
—¡Qué va! —resopló el director del periódico—. Me enviaron un comunicado de prensa, con declaraciones incluidas, y tomé muchas cosas de allí.
—Es que me extrañó. Porque creía que era una especie de Howard Hughes al que no le gustaba aparecer en público y todo eso.
—Eso dicen los rumores —corroboró Ben—. Para serte franco, intente llamar a sus colaboradores cercanos y conseguir mis propias declaraciones, pero si King se dignara a hablar alguna vez con la prensa, seguramente sería con alguien tan cotizado como Barbara Walters o Jane Pauley, pero no con un periodista de una pequeña ciudad dejada de la mano de Dios como un servidor. Me dijeron, educada pero tajantemente, que King habla con sus clientes a través de comunicados de prensa y que ésas serían las únicas declaraciones que podría conseguir. —Se encogió de hombros—. Así que las utilicé.
—Debería haberme imaginado que era algo así —asintió Bill.
Street guardó el tablero y los tres salieron de la casa. Bajaron por la calle para ir al café, como hacían siempre después de las partidas de ajedrez. La noche era agradable, el cielo estaba despejado y el aire era fresco, y mientras andaba Bill intentó formar anillas con el vapor de su aliento.
—Vi tu artículo sobre Bill —comentó Street—. Hiciste que casi pareciera que se expresaba bien.
—Ése es mi trabajo. —Ben sonrió.
Los tres rieron.
—A mí tampoco me gusta demasiado el Almacén —admitió Street.
Bill sacudió la cabeza.
—Ese edificio se ha cargado totalmente el carácter de la ciudad —opinó.
—No sólo eso, sino que me va a perjudicar el negocio —prosiguió Street—. El Almacén vende material y equipo electrónico. Radios y equipos estéreo, y herramientas, cables y enchufes. Y seguramente pueden venderlos más baratos que yo. Ahora mismo ya no estoy nadando en la abundancia. No sé cómo podré sobrevivir cuando el Almacén abra. —Dirigió una mirada a Ben—. Estaba pensando que quizá podrías escribir alguna clase de artículo sobre cómo el Almacén afectará a los comerciantes locales, para intentar conseguirnos algo de apoyo. Sé que el ayuntamiento y las constructoras están encantados con todo esto, pero en la cámara de comercio no estamos nada contentos. Muchos de nosotros pendemos de un hilo. El Almacén podría acabar con nosotros.
—Claro —contestó Ben—. No sé por qué no se me ocurrió a mi.
—No compraré ahí —aseguró Bill.
—Tú nunca compras en la ciudad. Siempre vas a Phoenix.
—Compro en tu tienda.
—Es verdad —concedió Street—. Es verdad.
—Quizás empiece a comprar más aquí.
—Ya va siendo hora.
Llegaron al café y entraron. Había una familia sentada a una de las mesas situadas junto a la ventana, y una pareja adolescente en otra. Buck Maitland y Vernon Thompson, los dos ancianos que parecían vivir en el café, estaban sentados en dos taburetes de la barra con una taza de café y un plato de patatas fritas vacío delante de ellos.
Street saludó con la mano a Holly, la camarera que estaba en la caja registradora, y él y sus dos amigos se sentaron a la mesa más cercana a la puerta. Holly se acercó con tres menús en la mano, pero cuando le dijeron que sólo querían café, volvió a la barra para servírselos con una expresión de disgusto.
Street y Ben ya habían cambiado de tema y estaban hablando sobre una película de suspense que los dos habían visto por cable, pero Bill no los estaba escuchando. Nada más entrar se había dado cuenta de que los dos ancianos de la barra estaban hablando sobre el Almacén, e intentaba olvidarse de todo lo demás para concentrarse en su conversación.
—Sí —decía Buck—, mi hijo está trabajando en ese proyecto.
—Y ¿cómo le va?
—No parece demasiado contento —respondió Buck encogiéndose de hombros.
—¿Por qué no?
—No estoy seguro —respondió Buck tras tomar un sorbo de café—. Pero parece que el trabajo es duro. ¿Sabes que algunos trabajos van sobre ruedas? ¿Que todo parece funcionar solo? Pues éste no es de ésos.
—Me han dicho que ha habido muchos accidentes —comentó Vernon—. Mi cuñado conoce al dinamitero encargado de las voladuras. Hace mucho que se dedica a ello. Trabajó en las presas de Boulder y Glen Canyon, y le dijo lo mismo: que había habido muchos accidentes en el tramo de carretera que dinamitaron en Pine Ridge cuando debería haber sido pan comido. Dijo que había sido la voladura más dura desde la de Glen Canyon.
—¿Te enteraste de lo de Greg Hargrove?
—Sí —contestó Vernon—. En la carretera del acantilado. —Sacudió la cabeza—. Era un imbécil, pero no merecía morir de ese modo.
—Por eso no me gusta que mi hijo trabaje para ellos. Como dijiste, hay muchos accidentes.
Accidentes.
Bill se quedó helado.
—Tierra llamando a Bill, Tierra llamando a Bill.
Se volvió y vio que Ben y Street lo estaban mirando.
—¿Has vuelto a este planeta? —preguntó el director del periódico.
—Lo siento —se disculpó tras soltar una carcajada—. Estaba pensando en otra cosa.
—¿Va todo bien?
—Sí —dijo—. Sí.
Pero seguía helado.
3
Ginny se pasó por el mercado agrícola al salir del trabajo.
Hacía la mayor parte de la compra en Buy-and-Save, pero los productos naturales de esa tienda eran de mala calidad, y prefería comprar las verduras a los cultivadores locales, que vendían en el mercado agrícola. Los precios eran algo más altos, pero la calidad era cien veces mejor, y prefería que su dinero fuera a parar a agricultores locales que a algún productor anónimo.
Compró tomates, lechuga y cebollas, y después volvió a casa, donde Shannon y Samantha estaban holgazaneando en el salón, viendo la tele.
—¿Dónde está vuestro padre? —preguntó mientras dejaba caer la bolsa con las verduras en la encimera de la cocina.
—En la tienda de discos —contestó Samantha—. Nos pidió que te dijéramos que estaba aburrido y nervioso, y que necesitaba nuevas canciones.
—Debe de estar a mitad de un trabajo —suspiró Ginny—. Siempre se pone nervioso cuando llega a la mitad de un manual. ¿Dijo cuándo volvería?
—No.
—Bueno, hoy cenaremos tacos. Si no ha vuelto cuando haya terminado de cortar las verduras y preparar la carne, tendrá que comer solo. —Empezó a guardar la compra.
Samantha se incorporó y se levantó para dirigirse a la cocina.
—¿Necesitas ayuda? —preguntó.
—No. Pero cambiad de canal. Quiero oír las noticias. Si queréis ver otra cosa, hacedlo en vuestras habitaciones.
—¡Mamá! —se quejó Shannon, pero cambió de canal.
Samantha corrió un taburete, se sentó frente a la encimera y miró cómo su madre doblaba la bolsa y la dejaba en el armario que había debajo del fregadero.
—Creo que el año que viene iré a la Universidad Estatal de Arizona —anunció.
—Creía que querías ir a la Universidad de California en Brea, o al estado de Nuevo México.
—Bueno, a no ser que papá o tú ganéis la lotería, no va a poder ser.
—Me alegro de que finalmente opines como nosotros —rio Ginny.
—El caso es que voy a necesitar dinero. Aunque obtenga una beca, y es probable que la obtenga, mi orientador escolar me comentó que sólo cubre la matrícula. Después están los libros, el alojamiento y la comida. Y también necesitaré transporte. —Miró por la ventana—. Me imagino que si empiezo a ahorrar ahora, podré permitirme un coche de segunda mano a finales del próximo verano.
—Este verano tu padre irá a esa subasta de automóviles de Holbrook. Quizá puedas encontrar algo allí.
—Vale la pena intentarlo —asintió Samantha. Hizo una pausa—. Lo que pasa es que quiero trabajar en el Almacén…
—A papá le encantará la idea —soltó Shannon desde el salón con una carcajada.
Samantha miró a su madre.
—Por eso esperaba que me allanaras el camino —agregó—. Tal vez si le sacaras el tema…
—No —se excusó Ginny con las manos en alto—. Eso es entre tu padre y tú.
—Vamos, mamá. Por favor. Ya sabes cómo le altera este tema. Y si se lo saco yo, dirá automáticamente que no y se habrá acabado el asunto. Puedes allanarme el camino, hacer que se acostumbre a la idea.
Ginny abrió un cajón para sacar un cuchillo.
—¿Mamá?
—No querrá que trabajes en el Almacén —dijo al cabo.
—Pero podrías insinuárselo, ablandarlo un poco.
—¿Por qué no puedes trabajar en otro sitio? ¿En Georges? ¿O en Buy-and-Save? ¿O en el KFC?
—Por si no te habías dado cuenta, en esta ciudad no hay demasiados empleos. Además, me han dicho que el Almacén paga mejor. Cinco dólares la hora, a tiempo parcial.
—¡Caramba! —exclamó Shannon, que había ido hasta la cocina y se acercó a la encimera—. Eso está muy bien. A lo mejor yo también puedo trabajar ahí.
—Si tus notas no mejoran, no trabajarás en ninguna parte —dijo su madre.
Shannon estiró un brazo para tomar un pedazo de lechuga.
Ginny pestañeó y fingió sorprenderse.
—¿Estás comiendo voluntariamente? —dijo.
—Por supuesto.
—¿Shannon Davis? —prosiguió Ginny estupefacta—. No puede ser. ¿Superaste tu desorden alimentario?
—Nunca lo tuve. Eran imaginaciones tuyas. —Shannon robó otro pedazo de lechuga y volvió al salón.
Cuando estuvieron otra vez solas, Sam insistió:
—¿Qué dices entonces? Ginny miró a su hija y suspiró.
—Muy bien —dijo—. Lo intentaré. Pero no te prometo nada.
—Eres la madre más maravillosa del mundo.
—Recuerda eso cuando tu padre te diga que no —rio Ginny.