16. LA CASA DE CAMPO DE BENITO MASSON

Aquí terminan las Memorias de Benito Masson.

Gracias a ellas hemos penetrado en la gran miseria moral, en el drama interior creado por la fealdad. Era preciso. La antorcha encendida por él mismo, y a cuya luz hemos examinado al paria que es el hombre feo, va a servirnos para iluminar ciertos recovecos del drama exterior en que fue terrible héroe.

Ante todo, veamos lo que ocurre en su casita de campo. Lo que ya sabemos de ella no es como para tranquilizar. Corbilléres-les-Eaux está a una hora, en expreso, de París. Se baja en una pequeña estación que comunica directamente con la plaza del pueblo, el cual tiene más de 800 habitantes. Hace veinte años no había más que un apeadero. Y el apeadero ha creado la aglomeración de casas en medio de la gran llanura acuática y traidora cuyo aspecto no recuerda en nada los paisajes amables, sombríos, frondosos, acogedores de la Isla de Francia.

Marismas y pantanos, estanques cubiertos de plantas acuosas y guardados por saucedas desoladas y maleza salvaje, dominio inmenso de las aves acuáticas y de los peces y, no obstante, poco frecuentado por cazadores y pescadores parisienses, que gustan de la alegría del ambiente y de los encantos del ventorrillo.

Para ir a casa de Benito Masson, al salir de la estación, seguíase primero la carretera vecinal y luego se continuaba por senderos estrechos y húmedos, aun en la época de los calores. Y luego de haber andado media hora entre riberas indecisas, entrevistas a través de una muralla de juncos y disimuladas por el corazón flotante de los nenúfares, se entraba en una especie de circo cerrado por una pequeña loma sombría y arbolada que se reflejaba en las aguas oscuras de un estanque.

La casa se hallaba entre el estanque y el bosque.

Con sus ladrillos y con su techo de pizarra, hubiera resultado bonita, de haber estado menos desmoronada y de tener mejor atendidos el jardín y el huertecillo… Pero desde que pertenecía, por herencia paterna, a Benito Masson, éste no se preocupaba nada de ella, se negaba a reparaciones y no quería a nadie por allí, ni aun en calidad de servidor…

El padre de Benito Masón, que había hecho buenos negocios en la encuadernación popular había dejado a su hijo una cantidad bastante saneada, con la que éste se había pagado el lujo de recorrer el mundo como artista y con una fantasía romántica, en virtud de la cual le tomaban frecuentemente por un hombre fantástico, siendo así que no era más que poeta. Así es que Benito había vuelto de su viaje casi pobre. Y ya conocemos su género de vida.

Había conservado la casa de Corbilléres, porque le agradaban aquella soledad y aquella desolación. Más de una vez, grandes propietarios de los alrededores, que habían arrendado la caza y la pesca en los terrenos pantanosos, habían querido comprársela para instalar en ella a un guarda; pero había rechazado todos los ofrecimientos.

Cuando salía de la Ile-Saint-Louis era para refugiarse allí, para vivir allí deliciosamente, como un salvaje, trabajando sin urgencia en encuadernaciones cuidadosas, en encuadernaciones artísticas, en mosaicos donde siempre acababa apareciendo alguna figura de mujer que en los últimos tiempos se parecía singularmente a Cristina, así como Cristina, por su parte, reproducía incansablemente la imagen de Gabriel.

Pero de pronto sentía repugnancia hacia su obra, la rechazaba con rabia y hasta la aniquilaba en el pequeño taller que se había creado para su satisfacción personal y aparte de todo espíritu mercantil… Y salía vestido de cualquier modo, soñando durante días y noches enteras en la vida de la pradera y tal como la había conocido, cuando era niño, en los libros de Gustavo Aimard, cociendo trozos de carne sobre sarmientos, entre dos piedras, y colgando por la noche una hamaca, que él mismo había fabricado, entre dos árboles…

Y, cosa extraña, aquel hombre de aspecto extravagante no cazaba ni pescaba, no llevaba fusil ni artilugio de ninguna clase… Pero llevaba en el bolsillo una libreta y un lápiz y hacía versos, hacía versos de amor… ¡Sólo en el amor pensaba!…

Repugnante él, despreciaba a las mujeres, aunque las hubiera querido a todas…

La aventura que acababa de tener con Cristina, y que no hacía más que empezar, había disciplinado un poco su frenesí cerebral. Pero antes, cada vez que se encontraba frente a una mujer, sentía ganas de besarla y de morderla inmediatamente… Sin embargo, decía que jamás había tocado ninguna, y afirmaba que nunca habían corrido peligro alguno con él, a causa de una timidez que le paralizaba hasta anularlo.

Lo que hemos reproducido de sus Memorias está bastante de acuerdo con el carácter de Benito Masson, excepto la última escena con Cristina, escena sobre la que, por lo demás, resbala muy rápidamente en el aludido documento. Desgraciadamente para él…, ¡estaban las seis mujeres que habían ido a su casa campestre y a las que no se había vuelto a ver en ninguna parte!…