Catalina, al entrar al día siguiente en el cuarto de Jaime, dijo:
—Aquí hay una cosa para usted, señorito.
Y le entregó un sobre, en el cual había una carta de Cristina y unos recortes de diarios provincianos y de la capital. La carta decía:
«Querido Jaime: Ayer todo se deslizó mejor de lo que yo podía esperar. Gabriel, celoso de ti, como tiene derecho a estarlo, porque sabe que somos novios, se ha portado con una nobleza y una magnanimidad dignas de su esencia divina… ¡Puedes estar orgulloso de tu hijo!… Su pensamiento, libre, gracias a ti, de todo cuanto hace la desgracia y la bajeza del humano linaje, libre de la sujeción de los sentidos, se ha concentrado en toda su gloria, es decir, en toda su generosidad. Hubiera podido abrumarme a reproches y censurarme por mi falta de confianza; hubiera podido acusarme hasta de embustera. ¡Qué no he dicho yo de ti! Pero ni tan siquiera se ha hablado de ti…
»Yo llevaba los diarios que presentaban la terrible aventura de Benito Masson en una forma completamente nueva y que parecía fundamentar toda esperanza… Los ha ojeado con mirada tranquila y satisfecha. Yo auguraba de ello los mejores resultados. No había más que dejar hacer a los dioses, que son, en este caso, los inspectores de la Seguridad General. Pronto triunfaría la verdad…
»Ya entreveía el momento en que no tendríamos que ocultar el milagro y en que por fin ibas a recoger los laureles que se te deben, cuando esta mañana, como ya hubiesen desembarazado el camino gracias al ardiente trabajo de nuestros admirables cazadores alpinos, se ha detenido delante del estanco un auto procedente de Niza.
»Precisamente pasábamos por allí de vuelta de la capilla (Gabriel se ha vuelto muy piadoso). El chófer leía en alta voz un diario del día antes a Tiphaine, el fabricante de trineos, y a Bautista, el mozo de la posada. Se trataba del muñeco sangriento. Escuchamos y luego leímos…
»Yo miraba a Gabriel… Me extrañaba que el resplandor de sus ojos no quemase aquellos papeles infames. A la altura en que has colocado a Gabriel, está visto que sólo le emocionan la verdad y la justicia. Una santa cólera estremecía todos los resortes de la jaula en que has intentado encerrar su alma sobrehumana…
»Se volvió hacia mí. Su gesto me mandaba que partiéramos.
»¡Qué perfectamente le comprendí! “Partamos, no para huir, sino para combatir”. Ya no se trata de sombras. ¡Ahora conoce a sus enemigos!… El nuevo artículo firmado por XXX, además de lo que le he contado respecto al trocar, aclara todo el crimen con un resplandor fulgurante… El marqués y su Durga… Porque quizá no se trata más que de ella y de sus amigos… ¡Ése es el batallón maldito que hay que aniquilar!… ¡Y pensar que se ha acusado a nuestro Gabriel de complicidad en esos horrores!…
»¡O sucumbiremos o venceremos!…
»¡Oh, qué bello es nuestro Gabriel en este minuto trágico en que desafía al mundo!… Busco en su mano la espada flamígera… Y la veo… ¡Ruega por nosotros, Jaime mío, y cuidóle bien!… Tu
Cristina.
»P. S. — Le he pedido permiso para escribirte estas palabras. Ha consentido inmediatamente. Y he entrado en el estanco. Así te explicarás que el papel sea tan malo. Le he preguntado también si no sería preferible llevarte con nosotros; pero te vio ayer en tal estado, que me ha hecho comprender que tal vez no fuera caritativo turbar tu reposo. No he insistido, conociendo tu corazón y sabiendo que no hubieras vacilado en sacrificar tu salud para venirte a compartir nuestros peligros. ¡Hasta pronto, Jaime mío! Ya oirás hablar pronto de nosotros…»
El efecto producido por aquella carta en el espíritu ya algo dolorido de Jaime Cotentin fue más funesto que otra cosa.
Hay momentos en que los seres hasta entonces más equilibrados pierden el aplomo que hasta entonces tuvieron en la vida. Fallándole la balanza invisible, que es la justa apreciación de los acontecimientos, de las personas y de las cosas en medio de las cuales se movía, titubea, alarga sus brazos vacíos, no encuentra dónde agarrarse y cae a tierra…
Ese vértigo padecía Jaime al leer la carta. Vio una atroz ironía donde Cristina no se había expresado más que con una cruel pero inconsciente candidez.
De haber observado Jaime la bella lucidez científica que sus maestros y sus discípulos admiraban antes, se hubiera asombrado menos de lo que sucedía, y, sobre todo, de lo que le ocurría a Cristina. Vivía en la aureola de un dios, lejos de contingencias, y también se convertía en un puro espíritu.
Quien lo pagaba era Jaime, que luego de haber dado al mundo aquel prodigio de luz, quedaba estupefacto en su barro, lamentando haber realizado la obra sublime, no viendo más que su dolor, es decir, los pequeños y ordinarios sentimientos.
Cristina se limitaba a tenerle lástima, pero no se burlaba. Con la mayor sinceridad le recomendaba que se cuidara.
Y precisamente aquella recomendación es lo que pareció monstruoso a Jaime Cotentin.
—¡Ya verás cómo me cuido! —exclamó.
Se levantó, alargó los brazos y, como era de prever, cayó agotado, incapaz de un movimiento.
Por fortuna entró Catalina:
—Por fin está tranquilo el señorito —exclamó al verle tan quieto—. Voy a hacer lo que me parece conveniente. El señorito necesita purgarse. Voy a prepararle una buena taza de café, pero con aceite de ricino.
Y ahora vamos a citar los principales párrafos del artículo firmado por XXX, que renovaba espantosamente, como había anunciado La Época, el asunto del muñeco sangriento:
«La emoción y la inquietud provocadas en todo el mundo por la resurrección (nunca más adecuada la palabra) del proceso de Corbilléres —decía el anónimo escritor de La Época—, han tenido sus orígenes tanto en el milagro científico que hacía salir a un condenado a muerte de la tumba como en los siguientes sucesos que perpetuaban el crimen de Benito Masson, de manera que los mismos que a pesar de tantos testimonios no creían en el muñeco, no ocultaban su angustia ante el problema, que se imponía a todos, de una posible inocencia…
»Hoy podemos tranquilizar a todo el mundo: Benito Masson era perfectamente culpable; pero Benito Masson ¡no era el único culpable!… Y aquí reside el elemento nuevo, formidable, que hemos anunciado y sin el cual el crimen, es decir, todas las barbaridades imputadas al salvaje de Corbilléres, resultaba inexplicable en sus relaciones y en sus proporciones…
»Aquel monstruo quizá no era, en fin de cuentas, más que el instrumento de una banda, o, mejor, de una secta, que ha hecho del asesinato una especie de religión…
»La pesquisa personal a que nos hemos dedicado, a pesar de innumerables peligros y dificultades, está ya bastante avanzada para que podamos afirmar que, en las cercanías de Corbilléres, no lejos de la casita del siniestro Robinsón, que sin duda había sido apostado allí como centinela, hablan instalado sus sanguinarios penates una sociedad, entre los miembros de la cual pudiéramos citar nombres célebres en Europa y fuera de Europa.
»Para comprender que tales cosas sean posibles en nuestra época, hay que remontar el curso de las Edades y dirigir nuestros ojos hacia Oriente, de donde esos caballeros del crimen nos han venido en su asqueroso navío, cuyas velas rojas se hinchaban al soplo del Baco indio…
»Ya la vieja Europa había oído hablar asustada de esta asociación de asesinos, fraternidad inmensa esparcida en todos los puntos del Indostán, temida por las autoridades, consagrada por la religión y basada en principios filosóficos. Durante largo tiempo no hubo sobre ella más que informaciones incompletas y parciales. La organización de aquella sociedad, consagrada a la destrucción de la humanidad, fue, finalmente, divulgada a mediados del siglo pasado por sir William Bentinck, gobernador de las posesiones inglesas en la India. Y no hay ninguna duda sobre su existencia, sobre sus ramificaciones y sobre las profundas raíces que ha echado en las costumbres del país. Las pruebas abundan y los móviles que la dirigen son conocidos.
»Desde el cabo de Comorín hasta los montes Himalaya hay una vasta asociación que cubre el suelo, se adentra en las selvas y ocupa las ciudades, mezclada a los ciudadanos más respetables y sometida a un código de moralidad que, por lo demás, es severo… Y esa sociedad, extendida por todo el territorio, no tiene más medios de existencia, más gloria, más objeto confesado, más religión, que matar.
»Los filósofos occidentales quedaron boquiabiertos y absortos ante el fenómeno: cuando los hechos han venido a ponerlo de relieve, no han podido disfrutarlo ni comprenderlo. ¿Qué explicación racional dar de semejante anomalía? Mientras la sociedad se apoya en la necesidad de la conservación, he aquí millares de hombres asociados para destruirse.
»Matan sin escrúpulos, sin remordimiento, según un sistema más lógico y más completo que todos nuestros sistemas meta-físicos. Es algo prodigioso. Los asesinos o thugs —palabra que significa seductores— son, no solamente moralistas, sino sacerdotes, artistas; sus fórmulas para estrangular al viajero son sabias, y el deseo de elegancia y de gracia en el procedimiento para asesinar honraría el numen de un poeta. Ninguno de ellos se atrevería a emplear un nudo corredizo groseramente fabricado o contrario a la elegancia de las formas consagradas por la tradición. En esta secta infernal, que ha florecido apaciblemente bajo los nubios, bajo los mahometanos y bajo los ingleses, hay solemnidad, poesía, gracia, propia estimación y conciencia del deber.
»Son unos demonios que se creen ángeles: mueren tranquilos y orgullosos; duermen en paz; cuando la justicia inglesa les echa mano, se presentan sin temor y perecen sin avergonzarse.
»Desarrollan ingenuamente los principios de su casta. Sostienen la excelencia de ellos y justifican los actos más horribles como una necesidad superior, divina, de la que no son más que instrumentos.
»Son los sacerdotes de la espantosa diosa Devi, la señora de la muerte, que también se llama Kali o Durga. Todos los asesinos la consideran su protectora. Y a ella sólo le gustan los sacrificios humanos. Empezaron por derramar sangre delante de su estatua y ahora la beben.
»Antaño se dividían en “thugs” del Norte y “thugs” del Mediodía. Tenían ritos especiales.
»A partir de fines del pasado siglo una nueva secta ha aumentado su poderío y tiende a fundir en ella todos los elementos del “thugismo”. Es la de los “thugs-assuras”, que han complicado su rito criminal con todas las prácticas del vampirismo.
»Los assuras, para seguir las antiguas costumbres, aún estrangulan a sus víctimas; pero luego de haber vaciado sus venas y de haberse bebido toda su sangre.
»A veces prolongan el suplicio durante semanas, meses y aun años enteros. Atacan casi exclusivamente a las mujeres. Cuando su víctima es bella y está dotada de robusta salud, procuran no acabar con ella en la primera sesión. Algunos se dedican a quererla y a mimarla tanto más cuanto muchos de ellos encuentran en ellas la vida que les huye.
»Así se cita el caso de alguna de estas desgraciadas que, hasta rendir el último aliento, han sido objeto, entre libación y libación, de los más tiernos cuidados.
»Y ahora debemos terminar este primer artículo con una declaración que no deja de sernos penosísima. Pero hay escándalos que no pueden ser ahogados sin peligro para la salud pública, sobre todo cuando van acompañados de hechos tan monstruosos como los que tenemos el deber de denunciar.
»No todos los assuras son de origen indio. Hay europeos establecidos hace mucho tiempo en el Indostán que, atraídos por el misterio y, digamos la palabra, por el diabolismo de las feroces ceremonias, han podido penetrar en el templo y se han convertido, a su vez, en adoradores de la diosa Kali, que también se llama Durga. Y también ellos han bebido la sangre sagrada.
»Al volver a Europa traían costumbres de vampiro, una sed criminal que se veían obligados a satisfacer.
»Años atrás fundaron en Londres una sociedad, súbitamente disuelta a causa de una punible indiscreción. Pues bien: esa asociación ha sido reconstituida en Francia.
»Ha adoptado sus ceremonias, su atroz ritual y sus procedimientos modernos, entre los cuales no es la única muestra ese trocar que hiere a distancia…
»¿Nombres?… Próximo está el día en que habrá que inscribirlos… Esperemos que no tendremos que hacernos los instrumentos de la vindicta pública. Esa actuación la dejamos a quienes de derecho pertenece.
»Así es que ya puede indagarse.
»No todos esos nombres suenan a extranjero. Muchos están inscritos, y no para nuestra gloria, en la historia de Francia.
»Benito Masson conocía perfectamente algún nombre de éstos.
»Búsquese alrededor de Benito Masson, alrededor de Corbilléres. Esos pantanos no sirven solamente de refugio para ánades salvajes. En los alrededores hay otros avechuchos… ¡Búsquese en torno a la diosa Durga!…»