IX
GABRIEL Y CRISTINA

Eran papeles rotos, arrugados, sucios, en los que la joven había escrito con lápiz notas apresuradas cuando creía poder disponer de unos momentos de soledad… Ya puede suponerse la febril ansiedad con que el disector recogió aquellos documentos. Los ordenó según la fecha, que a veces era la simple indicación del día de la semana y de las horas. Jaime leyó ávidamente:

«Cuando me he despertado en este cuarto desconocido estaba junto a mí. Me vigilaba con feroz hostilidad.

»Sus miradas me helaban. ¡Oh, Jaime, Jaime! Si lees estas líneas, sabe que te perdono. ¡Soy tan culpable como tú! Y papá también es culpable.

»¡Ay, creo que lo voy a pagar por todos!… ¡Porque él no nos perdona!…

»Piensa que yo he contribuido en gran parte a llevarle adonde tú sabes, ante la puerta del cementerio de Melun… ¡donde no lo has dejado entrar completo!…

»Tras el asqueroso castigo, ¡tenía derecho al eterno descanso! Y nosotros, ¡horror!, le hemos arrancado a la gran paz de la tierra…

»… para hacer de él ¡un sujeto de viva experiencia!

»¡Es un crimen, Jaime!… Tu crimen, y también el nuestro… Se nos castigará, y no antes de mucho tiempo.

»Él, que me adoraba, no tiene en sus ojos más que odio hacia mí. Y también el designio de arrastrarme con él a una catástrofe de la que no volverá, de la que no se le hará volver.

»Sus ojos me queman; su cara, inmóvil, que he labrado con mis propias manos, para que sea más bello, me espanta como me espantaría una figura infernal que, esculpida en el mármol funerario, levantara de repente los párpados para mirarme fijamente.

»Sus hermosas cejas son dos terribles arcos cuyas flechas hacen sangrar mi corazón.

»¡No tengo fuerzas para reaccionar!… No sé qué languidez fatal corre por mis venas… Y me dejo caer en la sima de mi destino como en el hueco de un abismo sin fondo… ¡Qué cosa más terrible y más dulce!… Me siento agotada, como aquella pobre Bessie a la que un monstruo chupaba la vida; pero yo no tengo, como ella, fuerzas para pedir socorro…

»Te confío mi último pensamiento, Jaime: sólo pido morir desde que en la muñeca de mi ensueño has puesto un alma de asesino…

»¡Mi muñeca!… ¡Mi muñeca!… ¡En ella había puesto mi aliento, mi razón y mi alma!…

»Y tú, Jaime, ¿qué has puesto?

»¡Has puesto mi muerte!

»¡Qué importa!… Pienso en aquella madre inventada por el poeta, a quien el hijo cortó la cabeza, que se llevó en un cesto. Cayó el hijo y rodó la cabeza, preguntando: “¿Te has hecho daño, hijo mío?”.

»¡No, no quiero morir!… ¡Estoy en Corbilléres!… ¡No quiero que haga conmigo lo que ha hecho con las demás!…

»¡No quiero correr la misma suerte que Annie! ¡Auxilio, auxilio!… ¡También yo pido socorro, Jaime!… Pero como en el caso de la víctima del último de los Coulteray, ¡llegarás demasiado tarde!… ¡Y sé dónde estará mi tumba!…

»He visto lo que Benito hacía con los restos de Annie. ¡Ya tabes dónde has de buscar mis cenizas!…

»¡Qué horror!… ¡Eso es lo que has hecho de mi Gabriel!… ¡No te perdono, no!… ¿Te parecía que le amaba demasiado? ¿Has hecho eso por celos?…

»¡Sé feliz!… Has sido mi verdugo…»

***

«Ha salido… He intentado huir; pero no se puede salir de este cuarto. Las que han pasado por aquí sabrían algo de esto.

»La ventana que da al jardín tiene barrotes, y la puerta es de una solidez a toda prueba.

»Sólo debe de sacarnos de aquí para llevarnos a la bodega, última etapa antes… ¡antes de lo que vi!… Me estoy volviendo loca. ¡Ten compasión de mí. Dios mío!…

»¿Serán imaginaciones mías? Cuando, hace poco, se ha marchado, sus ojos no eran tan odiosos.

»Oigo sus pasos en la escalera.

»¡Oh, qué miedo tengo!»

***

«Ha entrado. Llevaba en la mano un tazón de caldo caliente. Me lo ha presentado, suplicándome con los ojos que lo aceptara. Sus ojos eran dulces y tristes.

»Sólo me había con la mirada. Está mudo; pero pudiera hacerme señas. Un mudo tiene cien procedimientos para darse a entender. Él se contenta con mirarme. ¿Por qué no me escribe? Ya sabes que tiene “lo necesario para escribir”. Se lo pusimos, con sus llaves, en los bolsillos.

»Parece al corriente de muchas cosas… Sabe, por ejemplo, servirse de las llaves que le pusimos en los bolsillos… Tengo pruebas… Ayer oí el ruido de cierto engranaje, seguido de un terrible retintín de llaves. ¡Temí que entrara!…

»Pero no le vi por la noche…

»Y esta mañana ¡están tristes sus ojos!…

»Fronte a un ser como él nunca se puede tener la seguridad de nada. ¿Sabes en qué pienso cuando me encuentro frente a él? En el monje Schwartz, el benedictino que inventó la pólvora y que luego de la primera deflagración siempre temía ver la explosión de su mezcla…

»Pues bien: ¡yo siempre temo que estalle Gabriel!…

»Un suero radiactivo le ha convertido en algo cuyas consecuencias no has medido en todo su alcance…

»¡Ello aparte de que en la caja de los sesos has puesto el cerebro del hombre de Corbilléres!… Tú has desencadenado la tempestad de sangre que me arrastra y que hará de mí algo parecido a la pobre Annie».

***

«Sale… Va en busca de mi alimento… Está triste porque no como, porque como tan poco… A veces, por el intersticio de las persianas, le veo salir de casa, lo que ocurre generalmente de cinco a seis, cuando ya es de noche… Sin duda va por provisiones… Yo espero diez minutos y me pongo a gritar como una loca, con la esperanza de que me oigan…

»Pero ¿quién va a oírme?

»Cuando anochece, nadie se atreve a pasar cerca de aquí. ¡Qué bien nos aísla el miedo ajeno!…»

***

«… También he oído hoy el ruido del engranaje seguido, como siempre, de la horrible danza de las llaves y del horrendo chasquido de su puerta… (¿Sabes lo que quiero decir, Jaime?) No ignoro que su mirada ha descendido al fondo del abismo interior.

»Cuando sube, luego de haber visto lo que ha visto por su puerta, siempre temo que llegue mi fin.

»Pero quizá él tema también lo mismo, ya que me ha querido como un salvaje. Y no ha entrado… Se ha limitado a dejarme oír la danza de las llaves detrás de la puerta y ha huido…»

***

«Según te decía, está al corriente de muchas cosas. Tengo, por ejemplo, el convencimiento de que en la segunda y suprema experiencia, cuando creíamos que la primera reacción nerviosa no se manifestaría antes de la segunda semana, cuando menos, oía ya…

»Hablábamos alrededor de él, sin ninguna preocupación porque ninguna señal exterior nos advertía que hubiera empezado a salir del coma; pero si bien aún no podía hacer ningún gesto, el cerebro oía… Se conocía ya gracias a nuestras imprudentes palabras…

»Oía las observaciones cuando tú, como un profesor que hace una demostración sobre un paciente anestesiado, te inclinabas sobre su abismo interior…

»Y como estaba despierto, ¡te oyó cerrar la puerta!

»Y oyó mover las llavecitas.

»¡Y supo para qué servían!»

***

«¿Adónde llegará? La situación no puede durar… ¿A qué aspira?… Se pasa el tiempo en el jardín…

»Por el intersticio de las persianas le he visto pasar con herramientas, con una pala, con una azada…

»Le oigo cavar la tierra.

»¡Y tengo miedo!…

»¡No las quema!… El fuego se ve desde lejos… En casa de Benito Masson no puede salir humo por la chimenea…

»Luego cava la tierra…»

***

«Esa zarabanda de las llaves es infernal… Si yo pudiera dormir, me lo impediría…

»Cuando menos lo espero, cuando me amodorro en un sopor animal, viene de pronto a herir mis oídos y a llenarme de nuevo espanto.

»Él —claro está— lo sabe. Y yo también sé lo que quiere decir cuando agita sus llaves, cuyo ruido le precede en la escalera como una risa demoníaca…

»Sí, sí… He hablado de la zarabanda de las llaves; pero lo que hay que temer es su risa, su carcajada…

»Sustituyen la risa espantosa que no puede tener, pero que seguramente tendría si pudiese reír luego de haber bajado de un vistazo, de un solo vistazo, al fondo de su abismo interior…

»Parecen decirme: ¡También tú sabes lo que hay en el fondo de este abismo!… Nada ignoras de mi mecanismo…

»Y diríase que ríen a carcajadas…

»Y se van, bajan, se alejan… Ya no son más que un lamentable tintineo…»

***

«Hoy sus ojos están más tristes que nunca, sus gestos son lentos y tranquilos, su actitud denota un grandísimo abatimiento… Me parece que se mueve muy lentamente… Y espero, espero…

»¡Tanto como esperé su primer gesto!… Ahora no tengo más esperanza que la de que vuelva a su nada, que se aniquile… ¿Recuerdas, Jaime, lo que, según decías, temías entonces?… Temías que la sutura se hiciera con demasiada rapidez…

»Y es que, tras las primeras reacciones, entreveías, como consecuencia, una depresión demasiado rápida… ¡Haz, Señor, que esto no sea una ilusión!

»Se vuelve lento, ¡se vuelve lento!»

***

«¡Jaime, Jaime, Jaime!… Se paraba para saltar mejor… La espantosa máquina se ha despertado…

»Ya no es Gabriel… Ya no es ni tan siquiera Benito… ¡Es un horrible torbellino!

»Hemos desencadenado una faena insospechada de la naturaleza…

»¡Una tromba, un ciclón!…

»¡Me ha roto, me ha desgarrado!…

»¡Y va a volver!… ¡No, no quiero que se me lleve, no quiero que me baje!… ¡Sé lo que ha hecho con las otras abajo, en el matadero!…

»Pero no me quedan fuerzas, no me quedan fuerzas…

»¡Ya no soy más que una pura llaga!…»