Saltaron la pared que por detrás cerraba el pequeño cercado invadido de hierbajos, y que no era más que un caos desde que la justicia había pasado por allí excavando y revolviéndolo todo para encontrar lo que pudiese quedar de las víctimas de Benito Masson…
Una Luna pálida y fría acompañaba la lúgubre expedición con una mirada amiga.
El viejo Norbert estuvo a punto de romperse una pierna al dejarse caer. Junto al cobertizo que podría servir de cochera y de otras muchas cosas, cayó Jaime en un hoyo donde se desgarró la ropa, y del que salió a duras penas. La siniestra mansión parecía defenderse del asalto que iba a perturbar la paz miserable en que la tenía el miedo de los transeúntes desde que los representantes de la justicia salieron de ella, sellando las puertas.
Pero a ellos no les detenía nada. Como la puerta se les resistiera, violentaron con una azada una ventana, rompieron los cristales y entraron por allí.
Jaime dio al encendedor, vio sobre una mesa una bujía medio gastada y la encendió…
Estaban en la famosa cocina, frente al célebre hornillo que varias semanas después había de alcanzar un precio exorbitante en pública subasta.
En aquella horrible mansión no había nadie; pero por ciertos indicios dedujeron que había sido habitada no mucho tiempo antes…
¿Dónde mejor que allí para ocultar la última presa?… Allí estaría bien seguro de no ser molestado… Tal habría sido el primer pensamiento de su cerebro al salir del coma mortal en que le había sumido la acción del verdugo.
Cuando uno se despierta, suele encontrarse con el pensamiento que tenía cuando se cerraron los párpados… ¡Oh Corbilléres, adonde Cristina había acudido tan imprudentemente a echarse, en cierta manera, en sus brazos!… Y al abrir los ojos otra vez se había encontrado frente a Cristina… Seguidamente la atrajo aquí, quizá para acabar la obra sangrienta para la que le había faltado tiempo… El viejo Norbert —a pesar de las palabras de Jaime Cotentin, que aspiraban a ser tranquilizadoras, pero en las que tal vez ni él mismo creía— pensaba con horror que tal habría sido la idea fija de su Gabriel, idea que, por lo demás, había seguido con una astucia denotada en todo…
Aquella huida en dirección opuesta al país que quería alcanzar, con objeto de esquivar toda persecución, a partir de Pontoise, desde donde habría vuelto bruscamente a París por Pierrelaye, cuando le buscaban por l’Île-Adam o por Chars…, ¡aquella huida era una obra maestra!… Había sido concebida con una lucidez como para llenar de orgullo al disector por su obra, pero que hacía latir el corazón del viejo relojero, donde había espanto y trágico resentimiento para con el sobrino…
¿Podían dudar aún?… El silencio y abandono de aquella casa tras el paso de Gabriel, del que encontraron abundantes huellas, ¿no testimoniaban que, ¡ay!, llegaban demasiado tarde?
El viejo Norbert comenzaba a chocar contra las paredes como un borracho. Y en vano le gritaba Jaime:
—¡Nada prueba que la haya traído aquí!… ¡Nada prueba que no haya podido escapar antes!
Pronto recibieron la más funesta impresión. AI penetrar ya en el primer piso, en la habitación que daba al cercado, se encontraron con un desorden indescriptible. ¡Todo estaba trastornado por una lucha que habría sido atroz! Los muebles estaban por tierra, y, junto a la cama, cuya ropa había sido arrancada, frente al espejo roto en mil pedazos, encontraron ropa de Cristina, una bata de invierno que la joven vestía cuando el monstruo se la llevó tan brutal y ferozmente de la Íle-Saint-Louis… Y aquella prenda no era más que un guiñapo lleno de sangre…
El viejo Norbert la cogió con un grito desesperado, y luego, vuelto hacia su cómplice, hacia su Jaime, le fulminó una maldición. Después, bajando como un loco la escalera, atravesando velozmente y a tropezones aquella casa maldita, se hundió en la oscuridad…
Arriba continuaba Jaime sus investigaciones. De una tabla derribada se había salido un cajón. Y cerca del cajón había unos papelea, que recogió: ¡estaban escritos con letra de Cristina!…