«¡La máquina de asesinar!»… ¿Qué es este nuevo invento? Realmente, ¿se hacía sentir su necesidad?
Quizá, en fin de cuentas, no se trata nada más que del viejo invento salido de las manos de Dios en los más bellos días del Edén y que había de llamarse el Hombre.
En verdad, la Historia, desde los primeros dibujos en las paredes de tus cavernas hasta los más recientes estantes de nuestras bibliotecas, demuestra que aún no se ha encontrado mejor mecanismo para derramar la sangre.
Querer enmendar la plana al Creador es propio de un genio diabólico, es una nueva forma de la eterna lucha entre el Príncipe de las Luces y el Príncipe de las Tinieblas.
El Mal se desliza por donde quiere. Para quienes hayan leído «La muñeca sangrienta», que constituye el origen de este relato, no puede haber duda alguna de que se domicilió en la tienda del viejo relojero de la Île-Saint-Louis, ni de que era él quien animaba con sus maleficios el triple misterio que en aquel barrio antiguo, aún grisáceo por el polvo de los siglos, hacía intervenir, por una parte, a la inquietante familia del viejo Norbert, el cual pasaba por buscar el movimiento continuo, ayudado de su hija, la bella Cristina, y de su sobrino, el disector Jaime Cotentin; por otra parte, al marqués de Coulteray, aquel ser eternamente joven, que no se sabía exactamente si tenía cuarenta o doscientos años y que al lado de la marquesa, su mujer, siempre pálida y agonizante, formaba un extraño tipo de vampiro; y, por otra parte, al terrible Benito Masson, el encuadernador artístico de la calle del Santísimo Sacramento, que acababa de ser condenado a muerte y ejecutado por haber quemado en su hornillo a media docena, cuando menos, de mujeres jóvenes y bonitas.
A este propósito, conviene citar aquí la última frase del anterior volumen, titulado La muñeca sangrienta. El autor calificaba de «sublime» la aventura de Benito Masson. ¿En qué podía consistir la sublimidad de una aventura que llevaba a su héroe a una muerte tan ignominiosa? Es que la aventura, según el autor, no hacía más que empezar… Afirmación que resultaba muy extraña aplicada a un hombre a quien se le acababa de cortar la cabeza… Por eso se necesitaba un segundo volumen, el presente, que hemos titulado La máquina de asesinar con objeto de que dicha afirmación quede explicada de una manera quizá temible, pero desde luego normal…
… Normal, si, porque está de acuerdo con la Ciencia, la cual nos protege, nos sostiene, nos alienta en esta incursión vertiginosa al borde del Gran Abismo…
—¿La ciencia? —preguntará alguien—. ¿No se hablaba ahora mismo de Satanás?
—Está bien… Está bien… La verdad es que algún día se llegará a un acuerdo respecto al nombre que ha de darse a cuanto nos aleja del Primitivo Candor…
G. L.