15

P

o mataron como un mensaje dirigido a mí —dije.

—Pero ¿por qué matarían a tu amigo por algo que dijiste que no tenías? ¿Por qué no te mataron a ti? —preguntó Ashraf.

Yo me estaba preguntando lo mismo. La cabeza del pobre Talma había pasado un tiempo sumergida en la vasija, y sus cabellos parecían algas de río. No quise ni pensar dónde podía estar su cuerpo.

—Porque no se han creído lo que dijo —razonó Astiza—. Sólo Ethan sabe con certeza si el medallón aún existe y lo que podría significar. Quieren coaccionarlo, no matarlo.

—Pues es una forma condenadamente estúpida de hacerlo —dije con expresión sombría.

—¿Y de quiénes estamos hablando? —preguntó Enoc.

—Del beduino, Ahmed bin Sadr.

—Bin Sadr es un mandado, no un amo.

—Entonces tiene que ser Silano. Me advirtió de que debía tomármelo en serio. El conde llega aquí, y Antoine muere. La culpa es mía. Le pedí a Talma que investigara a Bin Sadr en Alejandría. Talma fue secuestrado, o siguió a Silano para espiarlo. Lo capturaron y se negó a hablar. ¿Qué sabría él? Y se supone que su muerte tiene que asustarme.

Ash me dio una palmada en el hombro.

—¡Pero él no sabe que eres todo un guerrero!

En realidad, yo era lo bastante humano para tener pesadillas durante un mes; pero eso no es lo que uno confiesa en momentos como aquel. Además, si de una cosa estaba seguro era de que Silano nunca se haría con mi medallón.

—La culpa ha sido mía —dijo Astiza—. Dijiste que tu amigo fue a Alejandría para investigarme.

—Eso fue idea suya, no mía o tuya. No te culpes.

—¿Por qué no se limitó a hacerme sus preguntas directamente?

«Porque tú nunca respondes del todo a lo que se te pregunta —pensé—. Porque te encanta ser un enigma». Pero no dije nada. Guardamos silencio durante un rato mientras nos debatíamos con las recriminaciones que no dejábamos de hacernos a nosotros mismos. A veces cuanto más inocentes somos, más culpables nos sentimos.

—Tu amigo no será el último en perecer si el conde Silano se sale con la suya —dijo Enoc finalmente, con voz lúgubre.

Sonaba como si el anciano supiera más de lo que había dejado traslucir.

—¿Qué quieres decir?

—Aquí hay en juego mucho más de lo que piensas, o de lo que se te ha contado. Cuanto más estudio el medallón, mayor es mi miedo, y más convencido estoy.

—¿De qué?

—Tu medallón podría ser alguna clase de pista o llave para abrir la puerta sagrada de una bóveda que lleva mucho tiempo oculta. El colgante ha sido buscado y disputado durante milenios, y entonces, su propósito todavía no descifrado, probablemente quedó olvidado en Malta hasta que Cagliostro supo de su existencia mientras estudiaba aquí y empezó a buscarlo. Maldice a los que no son dignos de tenerlo y los hace enloquecer. Tienta a las mentes brillantes. Se ha convertido en un acertijo. Es una llave sin cerradura, un mapa sin ningún destino. Nadie se acuerda de con qué guarda relación. Incluso a mí me tiene perplejo.

—Así que tal vez no sirva de nada —dije entre esperanzado y apenado.

—O su hora por fin haya llegado. Silano no te hubiese seguido hasta aquí después de llevar a cabo sus propios estudios si no abrigara ciertas expectativas.

—¿De encontrar un tesoro?

—Si sólo fuera eso. Existen los tesoros, pero también existe el poder. No sé cuál de las dos cosas motiva realmente a ese misterioso europeo y su Rito Egipcio; pero si el conde Silano llegara a descubrir lo que tantos han buscado, no sólo tendría la inmortalidad y riquezas inimaginables, sino acceso a secretos que podrían deshacer la misma textura del mundo. El hombre apropiado podría construir con ellos. El hombre inapropiado…

—¿Qué secretos?

Enoc suspiró mientras pensaba qué debía decirme. Por fin habló.

—El Libro de Thoth.

—¿El libro de qué?

—Thoth es el dios egipcio de la sabiduría y el conocimiento —dijo Astiza—. Vuestra palabra inglesa thought, que significa pensamiento, proviene de su nombre. Thoth es el tres veces grande, aquel al que los griegos llamaban Hermes. Cuando empezó a existir Egipto, Thoth ya estaba aquí.

—Los orígenes de nuestra nación son misteriosos —dijo Enoc—. No existe ninguna historia. Pero Egipto apareció antes que todo. En lugar de leyendas sobre un despertar gradual, nuestra civilización parece haber surgido de la arena completamente formada. No hay precedentes, y entonces los reinos aparecen de pronto dotados de todas las artes necesarias. ¿De dónde salió el conocimiento? Atribuimos este súbito nacimiento a la sabiduría de Thoth.

—Fue él quien inventó la escritura, el dibujo, la topografía, las matemáticas, la astronomía y la medicina —explicó Astiza—. No sabemos de dónde vino, pero dio inicio a todo lo que ha ocurrido desde entonces. Para nosotros es como Prometeo, que trajo el fuego, o Adán y Eva, que comieron de la manzana del árbol de la ciencia. Sí, la historia de vuestra Biblia sugiere un gran despertar similar; pero lo recuerda con horror. Nosotros creemos que en aquellos días los hombres eran más sabios y conocían cosas mágicas. El mundo era más limpio y feliz. —Señaló un cuadro colgado en la pared de la biblioteca de Enoc. Era el retrato de un hombre con cabeza de pájaro.

—¿Ese es Thoth? —Había algo inquietante en las personas con cabeza de animal—. ¿Por qué un pájaro? Son más tontos que los burros.

—Es un ibis, y nosotros los egipcios encontramos muy hermosa la unidad de humanos y animales. —Su tono era un poco glacial—. También se lo retrata como un babuino. Los egipcios creían que no había marcadas diferencias entre humanos y animales, hombre y dios, vida y muerte, creador y creado. Todos son parte de uno. Es Thoth quien preside cuando nuestros corazones son pesados contra una pluma ante un jurado de los cuarenta y dos dioses. Debemos proclamar el mal que no cometimos, no vaya a ser que nuestra alma sea devorada por un cocodrilo.

—Comprendo —dije, a pesar de que no lo comprendía.

—A veces Thoth recorría el mundo para observar y disfrazaba su sabiduría mientras seguía aprendiendo. Los hombres lo llamaban «el Loco».

—¿El Loco?

—El bufón, el que hace jugarretas, el que dice la verdad —dijo Enoc—. Emerge una y otra vez. El dicho es que el loco buscará al Loco.

Yo empezaba a estar realmente nervioso. ¿No era eso lo que había dicho Sarylla, la gitana en el bosque francés, cuando me echó las cartas del tarot? ¿Podía ser que lo que yo había tomado por un vago disparate al que no di ninguna importancia hubiera sido una auténtica profecía? Sarylla también se había referido a mí como el loco.

—Pero ¿a qué viene todo ese interés por un libro más?

—No es otro libro, sino el primer libro —dijo Enoc—. Y supongo que estarás de acuerdo en que los libros pueden ser una fuerza que mueva el mundo, ya se trate de la Biblia, el Corán, las obras de Isaac Newton o los cantos de la Ilíada que inspiraron a Alejandro. Los mejores son una destilación de pensamiento, sabiduría, esperanza y deseo. Dicen que el Libro de Thoth consta de cuarenta y dos rollos de papiro, una mera muestra de los 36 535 rollos —cien por cada día del año solar— en los que Thoth puso por escrito su conocimiento secreto y luego escondió por todos los confines del mundo, para ser encontrados únicamente por los que fueran dignos de ellos cuando llegase el momento apropiado. Esos rollos contienen un resumen del más profundo poder de los maestros que construyeron las pirámides. Poderío. Amor. Inmortalidad. Alegría. Venganza. Levitación. Invisibilidad. La capacidad de ver el mundo como realmente es, y no como la ilusión salida de un sueño en la que vivimos. Existe una pauta que subyace a nuestro mundo, cierta estructura invisible que la leyenda dice puede ser manipulada para producir efectos mágicos. Los antiguos egipcios sabían cómo hacerlo. Nosotros lo hemos olvidado.

—¿Esa es la razón por la que todo el mundo busca el medallón tan desesperadamente?

—Sí. El medallón podría ser una clave para una búsqueda tan antigua como la historia. ¿Y si las personas no tuviesen que morir, o pudieran ser revividas en el caso de que muriesen? Para un individuo, el tiempo por sí solo permitiría la acumulación de un conocimiento que lo haría dueño de todos los otros hombres. Para los ejércitos, significaría la indestructibilidad. ¿Cómo sería un ejército que no conociese el miedo? ¿Cómo sería un tirano cuya vida no tuviese fin? ¿Qué ocurriría si lo que llamamos magia no fuese más que antigua ciencia, guiada por un libro traído por un ser, o seres, tan antiguos y sabios que hemos perdido todo recuerdo de quiénes eran y por qué vinieron?

—Bonaparte no esperará que…

—No creo que los franceses sepan exactamente qué buscan o lo que podría hacer por ellos, o de lo contrario ya estarían desmontando nuestra nación. Hay historias, y con eso basta. No se pierde nada buscando. Bonaparte es un manipulador. Te ha puesto a trabajar en el problema, y a sabios como Jomard, también. Además está Silano, claro. Pero Silano es distinto, sospecho. Pretende trabajar para el gobierno francés, pero en realidad utiliza su apoyo en beneficio propio. Sigue los pasos de Cagliostro, e intenta averiguar si las leyendas son reales.

—Pero no lo son —objeté yo—. Quiero decir que todo esto es una locura. Si ese libro existe, ¿por qué no vemos alguna señal de él? La gente siempre ha muerto, incluso en el antiguo Egipto. Tienen que morir, para que la sociedad se renueve, para que los jóvenes sucedan a los viejos. Si no lo hicieran, la gente enloquecería de impaciencia. La muerte natural sería suplantada por el asesinato.

—¡Eres muy sabio para la edad que tienes! —exclamó Enoc—. Y has empezado a entender por qué unos secretos tan poderosos rara vez son usados y tienen que seguir durmiendo. El libro existe, pero no ha dejado de ser peligroso. Ningún mero mortal puede manejar poderes divinos. Thoth sabía que su conocimiento debía ser salvaguardado hasta que nuestro progreso moral y emocional equilibrase nuestra inteligencia y nuestra ambición, así que escondió sus libros en alguna parte. Pero el sueño no ha dejado de estar presente a lo largo de toda la historia, y podría ser que algunos fragmentos del libro hubieran llegado a ser descubiertos. Alejandro Magno vino a Egipto, visitó el oráculo y luego fue a conquistar el mundo. César y su familia triunfaron después de haber estudiado aquí con Cleopatra. Los árabes llegaron a ser la civilización más poderosa del mundo después de haberse adueñado de Egipto. En la Edad Media, los cristianos vinieron a Tierra Santa. ¿Por las cruzadas? ¿O por razones más profundas y secretas? Posteriormente, otros europeos empezaron a recorrer los lugares sagrados. ¿Por qué? Algunos afirmaban que en busca de artefactos cristianos. Algunos citan la leyenda del Santo Grial. Pero ¿y si el grial es una metáfora para este libro, una metáfora del colmo de la sabiduría en sí? ¿Y si representa la clase más peligrosa de fuego prometeico? ¿Alguna de las batallas que has presenciado hasta ahora te ha convencido de que los hombres estamos preparados para semejante conocimiento? Somos poco más que animales. Así que nuestra antigua orden despertó poco a poco de su letargo, temerosa de que tumbas enterradas hace mucho tiempo fueran a ser profanadas de nuevo, de que un libro de secretos largamente perdido pudiera ser redescubierto. ¡Pero ni nosotros mismos sabemos exactamente qué es lo que custodiamos! Ahora los conjuradores impíos han venido con tu Bonaparte.

—Te refieres a los sabios.

—Y a ese otro conjurador, Silano.

—¿Entonces queréis destruir el medallón para que el libro no pueda ser encontrado?

—No —dijo Ashraf—. Ha sido redescubierto por una razón. Tu propia venida es una señal, Ethan Gage. Pero esos secretos son para Egipto, no para Francia.

—Nosotros tenemos nuestros propios espías —prosiguió Astiza—. Nos comunicaron que llegaría un americano con algo que podía ser una llave para el pasado, un artefacto que había estado perdido durante siglos y era una clave para poderes que llevaban milenios perdidos. Nos advirtieron de que sería mejor matarte. Pero en Alejandría tú mataste a mi dueño, y vi que Isis tenía otro plan.

—¿Quién os lo comunicó?

Astiza titubeó antes de responder.

—Los gitanos —dijo finalmente.

—¡Los gitanos!

—Una banda de gitanos nos previno desde Francia.

Me retrepé en mi asiento, anonadado ante aquella nueva revelación. Por Júpiter y Jehová, ¿también había sido traicionado por los gitanos? ¿Me habían distraído Stefan y Sarylla mientras se avisaba de mi llegada? ¿Qué clase de marioneta era yo? ¿Y eran las personas que me rodeaban ahora, esas personas que apreciaba y en las que confiaba, auténticos informadores que podían guiarme hasta un valiosísimo libro… o un nido de lunáticos?

—¿Quiénes sois?

—Los últimos sacerdotes de los antiguos dioses, que son manifestaciones terrenales de un tiempo y una raza poseedores de una sabiduría mucho mayor que la nuestra —dijo Enoc—. Sus orígenes y su propósito se han perdido en las nieblas del pasado. Somos nuestra propia clase de masonería, si quieres llamarla así, los herederos del principio y los guardianes del final. No sabemos con certeza qué se nos ha encomendado guardar, pero tenemos la misión de impedir que ese libro caiga en manos equivocadas. Las antiguas religiones nunca mueren del todo; simplemente son absorbidas por las nuevas. Nuestra tarea es descubrir la puerta antes de que unos oportunistas carentes de principios lleguen a descubrirla, y luego volver a cerrarla para siempre.

—¿Qué puerta?

—Eso es lo que no sabemos.

—Y queréis cerrarla sólo después de haber echado una mirada a lo que hay dentro.

—No podemos decidir qué es mejor hacer con el libro hasta que lo encontremos. Deberíamos ver si ofrece esperanza o peligro, redención o perdición. Pero hasta que lo encontremos, vivimos con el miedo de que alguien mucho menos escrupuloso pueda encontrarlo primero.

Sacudí la cabeza.

—Entre que no fuisteis capaces de asesinarme en Alejandría y que andáis tan perdidos como yo, menudos sacerdotes estáis hechos —mascullé.

—La diosa hace las cosas cuando decide que ha llegado la hora de hacerlas —dijo Astiza serenamente.

—Y Silano también. —Miré gravemente a nuestra pequeña congregación—. Isis no ayudó al pobre Talma, y tampoco nos protegerá a nosotros. Me parece que aquí no estamos a salvo.

—Mi casa está bien vigilada… —empezó a decir Enoc.

—Y es conocida. Esa vasija de aceite nos dice que tu dirección ha dejado de ser un secreto. Tienes que mudarte, ahora. ¿O acaso piensas que Silano no vendrá a llamar a tu puerta si se siente lo bastante desesperado?

—¡Mudarme! No huiré del mal. No dejaré los libros y los artefactos que he tardado toda una vida en acumular. Mis siervos pueden protegerme. Y además, intentar trasladar mi biblioteca delataría el paradero de cualquier nuevo escondite. Lo que he de hacer es seguir adelante con mis investigaciones; y tú has de seguir trabajando con los sabios, hasta que sepamos dónde se encuentra esa puerta y la hayamos cerrado, antes de que Silano pueda entrar por ella. Competimos por el redescubrimiento. No nos rindamos ahora. —Enoc estaba furioso. Intentar convencerlo de que se escondiera sería como mover de sitio a un percebe.

—Entonces al menos necesitamos un lugar seguro para Astiza y el medallón —argumenté—. Ahora es una locura tenerlo aquí. Y si me atacan o me matan, es vital que no encuentren el medallón en mi persona. De hecho, si me secuestran, su ausencia podría ser lo único que me mantuviera con vida. Astiza podría ser utilizada como rehén. Hasta Napoleón ha reparado en mi, ejem, interés por ella. —Mantuve la mirada apartada de Astiza mientras lo decía—. Mientras tanto, Bonaparte se dispone a encabezar un grupo de sabios que irá a las pirámides. Puede que juntos descubramos algo que mantenga a raya a Silano.

—Uno no puede enviar a una mujer hermosa sola por el mundo —dijo Enoc.

—¿Entonces dónde pone uno a una mujer, en Egipto?

—Un harén —sugirió Ashraf.

Confesaré que me vinieron a la cabeza unas cuantas fantasías eróticas relacionadas con esa misteriosa institución. Tuve una visión de pequeños estanques para bañarse, esclavos que manejaban abanicos y mujeres medio desnudas hambrientas de sexo. Me pregunté si podría ir de visita. Pero si Astiza iba a un harén, ¿podría salir de él después?

—No me dejaré encerrar en un serrallo —dijo Astiza—. No pertenezco a ningún hombre.

Bueno, me perteneces a mí, pensé; pero no parecía el momento más adecuado para sacar a relucir el tema.

—En un harén, ningún hombre aparte del dueño puede poner los pies, o saber siquiera lo que ocurre allí dentro —insistió Ashraf—. Conozco a un noble que no huyó de los franceses, Yusuf al-Beni, y que no ha sido desposeído de su casa y su servidumbre. Tiene un harén para sus mujeres y podría dar refugio a la sacerdotisa. No como una joven del harén, sino en calidad de invitada.

—¿Podemos confiar en Yusuf?

—Se lo podría comprar, creo.

—No quiero estar en un sitio desde el que pierda de vista los acontecimientos, mientras me dedico a coser con un hatajo de bobas —dijo Astiza. Maldición, era independiente. Esa era una de las cosas que más me gustaban de ella.

—Tampoco querrás que te maten o te hagan vete tú a saber qué —repliqué yo—. La idea de Ashraf es excelente. Escóndete ahí como una invitada, con el medallón, mientras voy a las pirámides y Enoc y yo resolvemos este acertijo. No salgas a la calle. Compórtate como si el colgante no significase nada para ti, por si alguien lo ve en el harén. Nuestra mejor esperanza es que los ardides de Silano acaben con él. Bonaparte descubrirá lo que planea el conde y comprenderá que quiere esos poderes para sí mismo, no para Francia.

—Eso es tan arriesgado como dejarme sola —dijo Astiza.

—No estarás sola, estarás con un hatajo de bobas, como has dicho. Mantente escondida y espera. Yo encontraré ese Libro de Thoth e iré a buscarte.