Podría hablarte de Lena en el Fashion Lounge de San Petersburgo aspirando la boca de su amiga Luisa, de Lena en Moskva, el restaurante situado en la cima de un inmueble, mirando el sol incapaz de ponerse sobre el río, de Lena en el Zabavaboat, el barco de table dancing que se bambolea bajo los zancos de las strippers a las que ella devoraba con los ojos, o de Lena con los ojos abiertos de par en par como el Palacio de Invierno, en albornoz, saliendo del cuarto de baño de mi hotel, con un vaso de zumo de pomelo en la mano y cepillándose los dientes con la otra, de Lena zapeando en la televisión por cable en braguitas rosas, o de Lena escuchando sin parar I Just Don’t Know What to Do with Myself (la versión que de Dusty Springfield hacen los White Stripes) en su iPod y pescando una aceituna de una copela entre el pulgar y el índice, antes de llevársela a los labios y escupir el hueso preguntándome por qué me quedo plantado con la boca abierta, o la misma escena con su dedo metido en el tarro de mermelada que se mete en la boca y luego vuelve a la mermelada y luego vuelve a chupárselo, gestos que te vuelven loco, o de la habitación de Lena en la calle Grazhdanskaia, con todos sus productos de belleza abiertos y en desorden, porque es incapaz de reponer un tapón o de ordenar un vestido de otro modo que arrastrándolo por el suelo, o de Lena pidiéndome que le tome el pulso para comprobar cómo le late el corazón de rápido cuando nos abrazamos apretando hasta rozar la asfixia, o de Lena cuando se pone a hablar ruso imitando a una actriz porno: «Da da ebi menia kak bliad! Mne nravitsa tvoy bolshoi frantsusski juy! Drochi menia kak suka! Da, da!» Porque al desvestirse hablaba inglés, pero fingía gozar sólo en ruso. No he tenido (todavía) la oportunidad de comprobar esta información. Ella no necesitaba depilarse el sexo porque aún no le había crecido el vello. Justo por encima de la oreja tenía una fina pelusa sedosa que era quizás el lugar más dulce del mundo, yo ponía allí la nariz y era como oler a un polluelo recién nacido (un olor de corral, por lo menos).
—Octave, what is your favorite drug?
—¿Mi droga preferida? Esnifar tu pelo.
—What?
—Tu cabellera es el sitio donde quisiera que me enterraran.
—¡Te has enamorado de mi perfume!
—¿Qué edad tienes, Lena?
—Catorce años, pero aparento doce.
—Yo soy un vampiro que se alimenta de tu juventud. No puedo amarte sin destruirte.
—¡Oh, príncipe Vlad! ¡Bebe mi sangre de virgen como aperitivo!
—No te burles. Dante se enamoró de una niña de trece años. Y John Casablancas se casó con una de quince.
—Lo sé. Pero ¿quién es Dante?
—El que escribió El infierno.
—¿Era un retrato de su novia?
—Muy gracioso. Es extraño que conozcas a Kant y no a Dante.
—Estudio alemán como segunda lengua. ¿Cómo sabes que estás enamorado?
—Siempre tengo hambre y nunca tengo frío.
No me acuerdo de haber amado así a nadie.
Ah, mierda, pope en reserva, nada más recordarlo me pongo a llorar, spasite izvinitie. No sabía que tenía aún un corazón, padre, compréndeme, fuiste tú el que me arrojó en sus brazos. Santo Dios, entre amar y ser amado prefiero amar. ¡Qué bueno es sufrir tanto! Te compadezco si nunca has conocido esto. ¿Ah? Lo conociste en París… La camarera, sí, ya me acuerdo, por supuesto, pero no sabía que era tan importante para ti… Perdón por llorar así, es ridículo. Tengo que enjugarme con la manga de mi chaqueta porque si cojo un pañuelo tengo miedo de apoyarme en el detonador sin querer, en el estado en que estoy sería muy capaz. No te conté por qué Lena huyó después de haber ganado el concurso Aristo Style. Serguéi había organizado una gran fiesta en su dacha blanca y negra de ventanales abiertos sobre una piscina roja. Mi error fue llevarla allí.