Ah, ya estás aquí por fin. Estaba a punto de poner fin a muchas vidas. Me habría desolado hacerlo. ¿Pero un cadáver despedazado tiene ocasión de afligirse? Mira por dónde: ¡¿hay una noticia buena y otra mala?! Prefiero empezar por la buena, por si acaso morimos antes de que acabes tu frase. ¡La buena noticia es que llega Lena! ¡Maravilloso! Bátiushka, te adoro, soy demasiado feliz, tiemblo de pensarlo, la felicidad me da miedo. ¡Aleluya, páter! Me gustaría tanto que esta historia terminase bien. ¿La mala noticia? Vale, las fuerzas especiales rodean el lugar. Me lo figuraba y me importa un bledo. Conocemos su táctica: van a esperar a que me adormezca para enviar las armas químicas y al comando «Spetsnaz», lanzador de granadas. Con todo lo que me he tragado me quedan unas diez horas. ¡Que Dios te bendiga! Supongo que debe de hacerlo periódicamente, porque te lo mereces. Llega Lena, estoy intimidado… ¡Pues bien, la esperaremos juntos!
Tengo que contarte la única noche que pasé con ella. Le pregunté qué estudiaba en el instituto. Se puso a hablar de física nuclear mientras se quitaba sus botas embarradas.
—Ayer aprendimos la paradoja de Schrödinger.
—¿Ah, sí?
—¿No conoce el gato de Schrödinger?
—No, y puedes tutearme.
—Es algo que data de 1935. Schrödinger imagina que metemos un gato en una caja envenenada por la desintegración de un núcleo de uranio. Llega a la conclusión de que un átomo radiactivo es una combinación lineal del gato muerto y del gato vivo. Se estudia esto en clase de física.
Yo sabía que los rusos eran más eruditos que los franceses, y en consecuencia sólo estaba sorprendido a medias por sus conocimientos del nivel de un investigador del CNRS. Mientras me describía el experimento de Schrödinger, se soltaba uno a uno los botones de su blusa abombada.
—No entiendo nada de mecánica cuántica… Lena, no estás obligada a desvestirte, simplemente podemos tomar una copa y después te llevo a tu casa…
—Un átomo no tiene un estado determinado. A la vez está excitado y a la vez está muerto. Es una combinación lineal de ambas cosas. Lo macroscópico no reacciona como lo microscópico.
Al pronunciar estas palabras,
Se quitó lo de arriba.
Yo ya los había visto en fotografía, pero ahora me saltaban a los ojos su blancura, su redondez de planetas, su principesco desafío a la gravedad. Aquella carne tierna, desnuda, redondeada, pureza suspendida en aquel pequeño torso infantil…, lamentablemente no me atreví a acercarme con la punta de mis dedos a semejante tesoro rosa, mórbido, cálido.
—¡Es increíble lo firmes que son!
—¡Si no lo fueran, a mi edad, sería un fastidio!
Yo sentía una empatia absoluta con el gato de Schrödinger, a la vez vivo y muerto: hendido. La mujer niña me tomó de la mano para posarla sobre el brote de su pecho radiactivo y yo estaba en el paraíso de los fallecidos, en medio de toda aquella multitud de hombres que me animaban como electrones, todos los deseos masculinos de todas las calles celosas del mundo que giraban a mi alrededor y se concentraban en mi mano que palpaba, envolvía, vibraba, se estremecía, pellizcaba, manoseaba los contornos de la superficie del corazón de la galaxia en fusión del pezón. El sistema solar es un átomo. Lena es el sol. Nunca he maullado más que aquel día.