Tengo en la frente un pelo blanco que se agita como una bandera del mismo color: me rindo para evitar la muerte. Gracias por acogerme de nuevo en tu morada de mármol, padre Ierojpromandrita. Estoy de coca hasta las patas. He vuelto a caer de narices desde hace tres semanas, ¡ja, ja, ja! La lluvia de otoño me consume la sangre. No comprendo nada de tu cielo blanco: tan pronto nos hiela como nos sofoca. ¡Y yo que planeaba jubilarme en Rusia! Tus ovejas te necesitan, no abusaré de tu sagrado tiempo con mis patrañas polvorientas. Quería pedirte que me perdonaras mis relatos escabrosos de la última vez, y sobre todo agradecerte que no se los contaras a las autoridades. Comprendo perfectamente tu reacción dolorida. El secreto de confesión no justifica que se sufran descripciones de un desequilibrado durante todo el día. El Botox paraliza los músculos, me haría falta una inyección en el cerebro. ¡Perdóname 77 veces 7, o sea, 539 veces! Sé perfectamente que no tenías ningunas ganas de volver a escucharme, sobre todo después de haber traicionado tu confianza pervirtiendo a la muy graciosa Lena Doicheva. Lamento muchísimo haberme visto obligado a colocar cargas de dinamita todo alrededor de tu sublime edificio, a rodear de plástico el conjunto de sus pilares majestuosos y a envolverme el abdomen de explosivos. Naturalmente, sería deplorable que apretase este detonador, pero al fin y al cabo Stalin ya destruyó esta catedral en 1931, ¡y Jruschov incluso llegó a hacer una piscina descubierta climatizada! La más grande del mundo, ¿te acuerdas? Se veía desde lejos, con su columna de humo que subía al cielo, rodeada de nieve, el vapor tibio parecía un champiñón atómico… Sólo en el recuerdo nos gustaría volver a ver un espectáculo semejante. Los inmuebles son maleables como nuestra existencia, ¿verdad? Qué extraño lugar santo, sombrío y luminoso. ¡Adoro tu nave húmeda y desierta, pero a veces me estresa! Cuando pienso que Stalin quería sustituirla por un rascacielos gigantesco, más alto que el Empire State Building, la «Torre Lenin», con la estatua del fundador de la URSS en la cima, ¡aquel querido Vladímir Ilich Uliánov, con su mentón peludo como el mío, de pie entre las nubes, mostrando el camino hacia la verdad en un solo país! ¡Y quería que esta estatua fuese más grande que la Estatua de la Libertad! ¡Un buen hatajo de enfermos, eh! Sería una pena que de tu iglesia sólo subsistiera el parking subterráneo, donde está aparcado mi coche en este mismo momento. Lo aprecio mucho: un Cayenne flamante, con asientos de cuero y tres lectores de DVD, un regalo de mi Nuevo Ruso preferido. Te lo ruego, impide que lo triture un montón de cascotes, aunque sean sagrados.