Aquel día una bruma ligera envolvía los inmuebles, como un vapor de agua que flota, una gasa que tapa la luz. El olor era incomparable: una mezcla de pescado podrido, perfume de puta, vodka vertido, de petróleo, algas y cebolla. El olor era tan heterogéneo como el informe anual de actividades del grupo Gazprom. En el Caviar Bar del el Hotel Europa yo extendía pequeñas huevas negras sobre creps calientes mientras hacía llamadas telefónicas a París para organizar el gran concurso de modelos Aristo Style of the Moment. El verano se acercaba. En la mesa de al lado, Jean-Paul Gaultier no salía de su asombro. «Qué lugar tan mágico…» Todos los que llegan a San Petersburgo repiten sin cesar la palabra magia. Yo no creo en la magia, sólo creo en la imaginación de los locos. El modisto peroxidado formaba parte de mi jurado, al igual que Jean-Luc Brunel, Étienne Folly, Tim Jeffries, Omar Harfouch y Serguéi Orlov, llamado el Idiota. Antes de cenar yo había deambulado solo por el jardín de verano del zar, entre las estatuas y los tilos, y recorrido la alameda donde Pedro el Grande organizaba fiestas con fuegos artificiales y banquetes nocturnos. Después he vuelto allí tantas veces con el pensamiento… Este oquedal es mi Edén perdido. Cada vez que lo evoco tengo ganas de callarme para degustar mejor aquella imagen de nosotros dos, Lena y yo, juntos… Allí iba Pushkin a leer en un banco, en batín, como una patata. Allí también fue donde, al día siguiente de conocernos, Lera me aseguró que yo era más cool que Emmanuel Kant (ustedes, los rusos, leen desde más jóvenes que nosotros porque no siempre tienen los medios de poseer Playstation Portable). Hacía azul, el cielo estaba caluroso, íbamos cogidos de la mano y entonces yo le dije: «You are my utopia.» Yo no sabía hasta qué punto esta palabra estaba desprestigiada en estas comarcas. En mi país sigue teniendo buena reputación. Me explicó que en Rusia era un insulto que te llamasen utopía. La besé para que se callara. Cuando le pregunté: «¿Me quieres?», me respondió: «Sí, mucho.» Me habría gustado soltarle la réplica de Jean Marais a Catherine Deneuve en Piel de asno, de Jacques Demy: «Mucho no es suficiente», pero hablábamos en inglés, lo que daba: «Do you love me?», «Yes, I like you.» «Like is not love». En suma, era mucho menos idílico que si ella simplemente me hubiera susurrado: «Ia liubliú tibiá» («Te quiero»). Compramos Coca-Colas en el quiosco del parque. Después empecé a seducirla con cosas:
—¿De verdad podrías hacerte pasar por una chechena?
—¿Me lo pregunta porque soy rubia con los ojos claros? Hay tantas en Chechenia como en el resto de la Federación.
—No, esto…, lo preguntaba sin más, Ideal quiere sostener la lucha valiente de un pueblo por su libertad…
—Nunca conocí a mi padre. ¡Quizás él lo fuera! Mi madre dice que era francés.
—Pues ya está, es perfecto: una chechena francesa; éxito garantizado.
Pasó un ángel, pero por supuesto era ella, que balanceaba los brazos al caminar… Preferí cambiar de tema.
—Si te acuestas conmigo te prometo enormes consecuencias mediáticas.
—Shut up!
—Sin coña, mi check-list está completa. Estás lista para el despegue. Es absolutamente necesario que te lleve a broncear tu barriguita al Club 55 de Saint-Tropez.
—Why?
—Para presentarte al maestro de la foto de las muchachas en flor: David Hamilton. Come allí todos los días, se volverá loco al verte. Relanzará su carrera al lanzar la tuya.
—Na Zdorovie! —dijo ella, levantando su botellín de cerveza.
—A tu salud. De cuerpo y alma.
Los palacios azules, rosas y rojos me daba la sensación de caminar dentro de una pastelería gigantesca, una ciudad recubierta de coulis de frambuesa. Respiraba con prudencia y evitaba los gestos bruscos desde que mi cardiólogo me había diagnosticado hipertensión arterial. Pero allí —¿qué hacer, si no?— era víctima de una crisis de asma. Comprendía lo que había sentido Ulises al oír el canto de las sirenas, el peligro de la belleza pura cuando posees un electrocardiograma de una tonicidad excesiva. Hasta un pestañeo era todo un acontecimiento en ella. El ojo se cerraba lentamente, al ralentí, como una persiana eléctrica, y luego las pestañas de arriba se juntaban con las de abajo, enredaban su longitud inmensa y comparaban su curvatura negra, luego se embrollaban, se enfadaban, se abandonaban ofendidas y el ojo volvía a abrirse despacio a la luz, y el mundo renacía: cada uno de sus guiños era una mañana nueva. Era increíble, yo debía de tener un aire de sátiro ridículo, pero no me importaba. Sus pies pequeños, con los dedos pintados en forma de trompetas, su perfume ligero aunque indeleble (imitación de L’Heure Bleue), sus hoyuelos en las mejillas cuando sonreía: proporcionaba en todo momento razones para amarla, y aunque eludieras las tres mencionadas, sucumbías por fuerza ante su abrigo marrón demasiado holgado, su timidez de señorita formal (que se podía tomar por desdén), su manera de ruborizarse por nada, de roerse el pulgar desviando los ojos, de sacudir un pie con un escarpín suspendido en la punta, de inclinar la cabeza para retorcerse un mechón o para dejar que sobresaliera su diente de vampiro (el canino izquierdo de arriba). ¡Y su voz! Un poco demasiado serena, lenta para su edad, como si la princesa ya estuviera habituada a que no la interrumpan nunca. Todos los animales se callaban cuando ella hablaba, la naturaleza quería disfrutar de la melodía, las balalaicas ya podían retirarse y hasta el viento se empequeñecía para dejarle encender su cigarrillo.
Teníamos, no obstante, puntos de desacuerdo:
—I love Pete Doherty! Es el nuevo Jim Morrison. Estoy loca por él.
—No aguantarías ni cinco minutos con ese colgado.
—Es un poeta.
—Te largarías al primer vómito en tu falda.
—Estás celoso. Se droga porque sufre.
—¿Celoso de un pringado como él? Pisdiets!
—¿Quién te ha enseñado esas palabras? Eres un grosero. Tengo mariposas en el estómago cuando escucho a Pete Doherty.
—A mí es al verte cuando me duele la barriga.
—Doherty puede que sea un colgado, ¡pero por lo menos no es un cazador de modelos!
—¡Eh! Dos palabras: Kate, Moss.
—Vale, pero Doherty, ¡ÉL!, no se pasa el día mirando a todas las demás chicas para encontrar pechos grandes y culos pequeños.
—Miro a las demás sólo para comprobar lo que ya sé: que eres la chica más guapa de todo el universo vivo. Que tus ojos son los más grandes de toda la galaxia, y en ella no sólo incluyo la constelación de Sagitario, sino también la nebulosa de Andrómeda.
Cuando reñíamos así, veía que ella se ofendía más que yo porque era más joven, o sea, menos blindada. Yo me contenía para no violarla, ella para no llorar. Era lo que se llama un amor naciente. Cuando aprendes a conocer a una chica, el mejor momento es ese tipo de discrepancias nimias, de pequeños conflictos cuya finalidad única es sellar la reconciliación y darse una gota de miedo mutuo para percatarse mejor de la suerte que tenemos de poder por fin emocionarnos en otro sitio que en el cine o delante de la tele. Cuando una cara te hace subir las lágrimas a los ojos, es normal que se lo reproches un poco. Caminamos hasta la calle Herzen para pasar por delante de la casa roja Liberty de Vladimir Nabokov. La visita me parecía obligada…
Me sentía vivo enviándole textos de muy primer grado. Mire, pope último, los tengo todos archivados en mi móvil.
«¿Me has olvidado o duermes o estás muerta o me plantas o me quieres?»
«Te quiero sin parar.»
«El tiempo pasa sin ti demasiado lento. Mañana es dentro de un año.»
«Te busco desde hace cuarenta años.»
«Agradezco al Señor que te haya dado la vida, a tu madre que te haya criado y al padre Ierojpromandrita que nos haya presentado.»
«Cuando cierro los ojos veo los tuyos.»
«No debería escribirte esto. Todo hombre sinceramente enamorado es un perdedor.»
«Nuestra existencia juntos va a ser enorme.»
«Tus ojos color curaçao son mi dictadura. Te amo hasta la asfixia.»
«Soy a la vez tu doble y tu mitad.»
«No paro de sonreír como un bendito al pensar en tu existencia.»
«Sin ti soy un inválido, un tetrapléjico, un mongol, un comatoso, un paranoico, un neurótico y un maníaco-depresivo. Cierra los ojos, poso mis manos en tu rostro y cuchicheo en tus oídos que te querré siempre. ¿Oyes mis lágrimas correr en tus oídos?»
«Tengo mucho trabajo esta noche, pero me gustaría comprobar tu depilación biquini.»
«Estoy en un autobús en vez de estar en tu boca.»
«Eres el aire que me llena los pulmones y rejuvenece mi alma devastada.»
«Me aburro tanto sin ti… porque te añoro.»
«Detesto muchas cosas pero amo algunas y tú eres una de ellas.»
Sólo releerlas me dan ganas de llorar, porque en un momento de crispación borré todas las respuestas.