No soy ateo ni creyente: no estoy en ninguna parte y espero a que lluevan chicas. En medio del caos que es mi vida, la religión se me aparecía como un hermoso recuerdo de infancia, una regresión agradable, una boya de salvamento. Me he dado cuenta de que tener un Dios es un poco como tener una patria, una frontera, una casa, un padre. La religión es el buen escondrijo. Habría podido comprender antes que no se podía suprimir todo al mismo tiempo: la fe, la familia, las naciones, el pasado. Creer nos arropa, tranquiliza más que ser un individuo mundial aislado en la ventisca, en un parking de hipermercado, entre dos hileras de carritos vacíos, de bolsas de plástico que vuelan y algunos neones chirriantes en los que está escrito: «Escojan bien, escojan But». Así me convertí en un cuarentón que reza por la noche. Rezar es para mí como ver una película antigua: ¿qué hay más reconfortante que esos gestos automáticos, esa ropa anticuada, esos textos que te sabes de memoria? La iglesia grabada en el mármol me servía a la vez de referencia y refugio. Como usted habla francés de corrido, padre Ierojpromandrita, entenderá esta pequeña homofonía intraducibie y cirílica[4].
Aceptar la pequeñez humana es el comienzo de la inteligencia. Algunas frases en el ritual católico me ayudaron a mejorar. Perdón, no conozco tan bien el catecismo ortodoxo, discúlpeme por no percibir la gran diferencia que justificaría mil años de cisma bizantino. Sé que el rito de ustedes es más meditativo, basta con contar los cirios que nos rodean. Les gustan los oscuros iconos iluminados por una llama vacilante, y su sacerdocio consiste en salmodiar, de ser posible polifónicamente, cerrando los ojos como su santidad, el patriarca Alexis II, el cual, dicho sea entre nosotros, no tiene aspecto de alegre compañía. No, no se moleste, estoy de acuerdo con usted, ¡el papa Benedicto XVI tampoco es la alegría de la huerta! Los católicos apostólicos romanos repiten sin cesar: «Ten piedad de nosotros», estribillo que entristece pero, si se piensa bien, idea sumamente saludable. Inventarse un Creador en alguna parte para poder pedirle que se apiade de ti. ¡Acción descabellada, pero cuán eficaz! Cuando sales de una orgía con chicas de alquiler y ni siquiera los somníferos de tu mujer que encuentras debajo del colchón actúan sobre tu córtex, nada más sano que imaginar a alguien inmanente que nos contemple, alguien ante quien puedes disculparte, aunque no exista. Sienta bien apiadarse de otros. También me encanta: «Líbranos del mal.» Es una chaladura. ¡Los que redactaron estos textos eran unos enfermos geniales! Crearon el Prozac universal gratuito. «No nos dejes caer en la tentación, mas líbranos del mal, amén.» ¡Lema demente! El mundo actual vive totalmente al contrario: a casi toda la gente con la que trabajo le pagan toda la jornada para someter a los demás a la tentación. Es nuestro oficio. Tentadores. ¡Tentadores remunerados! Somos militantes antiataraxia. La ataraxia es el enemigo del capitalismo. La ausencia de deseos vanos, la tranquilidad de espíritu, la sabiduría estoica entorpecen el funcionamiento del mercado. El mundo está en manos de un centenar de ejecutivos cuyo único objetivo es volver imposible cualquier forma de ataraxia en este planeta. En las business schools de todo el mundo se enseña a los mejores estudiantes cómo someternos a la tentación. Deberían rebautizar lo que llamamos la sociedad de consumo: sociedad de tentación. ¡«No nos dejes caer en la tentación» podría ser la consigna inscrita en una banderola altermundialista! Aplausos a quienes escribieron esto. ¿Por qué las oraciones no llevan firma? Se desconoce el nombre del tío que parió el padrenuestro y el avemaria. ¿Se imagina los derechos de autor que le caerían todos los años en la faltriquera? Un maná divino, sí, por supuesto, joroshó, los textos son de Él. ¿Dios no percibe derechos de autor? Qué gracioso es usted, cuando se pone. Por supuesto, Dios saldría carísimo en mensualidades.