Al principio yo estaba pálido como la nieve. Nunca he visto tantos muertos como en su ciudad. Te juegas la vida al atravesar Tverskaia: como no hay semáforos, los coches aceleran para aplastarte. Los polis me asaltaron una vez para robarme las tarjetas de crédito, el dinero y los papeles. Solté quinientos dólares para marcharme por el bulevar Gagarin. Muertos en las calles, en los bares, en peleas. Cada travesía de Moscú es un recorrido del combatiente: o te quedas atascado tres horas en un embotellamiento o te matas en un Lada conducido por un checheno borracho. Me gustaba esquiar en Moscú sobre la colina blanca que desciende hacia el Bolshói. Se podía zigzaguear delante de la antigua sede del KGB (la gente ya lo hacía en época de Brézhnev: cambiaba de acera en la plaza de la Lubianka, hundiendo la chapka sobre las orejas para no oír las protestas de los denunciados y los gritos de los torturados). ¿Ah, sí? ¿No les oían porque los sótanos de la cárcel subterránea son muy profundos? Me enseña algo nuevo, padre. Era un buen método el suyo. En realidad no sé por qué hablo en pasado: el KGB no se ha mudado, se ha limitado a cambiar dos consonantes de su nombre. Han derribado la estatua de Dzerzhinski delante del edificio del FSB antes de elegir presidente a uno de sus empleados modélicos. Todos los problemas de su país vienen de esta continuidad: no han cortado el cordón umbilical con los torturadores. Rusia es el país de los crímenes impunes y la amnesia voluntaria. ¿Cómo dice? ¿El perdón de los pecados? Pero usted debería saber, padre, que para que te perdonen hay que pedirlo, aquí nadie pide perdón a nadie, y la mitad de la administración no ha cambiado. Si de verdad hubieran querido destacar el hecho, el ayuntamiento habría aceptado instalar la piedra del gulag de Solovki en medio de la plaza, en lugar de colocarla en la plaza contigua. Habrían hecho como los sudafricanos: amnistiar a los responsables que confesaron sus crímenes. La confesión pública exige sangre fría, pero es la única solución después de los crímenes colectivos: la otra solución es la guerra civil. Ustedes han preferido hacer como si nada hubiera ocurrido. Y lo que ocurrió es fácil de resumir: lo que ocurrió, padre, son CINCO SHOAS. Sé lo que piensa: su interlocutor se ha pasado con el vodka. Es cierto. Pero sé muy bien lo que digo: en Francia practicamos la misma amnesia después de la colaboración, Madagascar, Indochina, Argelia. Siempre se dice que es mejor avanzar, que si se empieza a abrir los archivos todo el mundo se ensuciará, como hoy día con la política de «lustración» en Rumania, en Bulgaria o en Polonia. En Camboya hubo que esperar treinta años para que un tribunal empezara a juzgar el genocidio de los jemeres rojos, muertos desde hacía mucho los principales responsables. Y los turcos se niegan a reconocer la matanza de armenios. ¿Rusia estará preparada para esa confesión antes de 2030? En las épocas sombrías sólo los muertos están limpios. Esquiar en las ciudades es mucho más divertido que en las montañas. Deslizarse es mejor que caminar. Hay que ocultar la suciedad bajo la mullida alfombra. Deslizarse es una manera de pensar y quizás de vivir. Esquiar sobre una existencia imperfecta, surfear entre los obstáculos, huir de la gravedad entrando en las tiendas de lujo de Mercury y del Gum delante del mausoleo de Lenin. Ahora sólo algunos metros separan el Pravda de Prada.
A veces yo también surfeaba sobre el hielo al salir del Hotel Ararat Park Hyatt del brazo de una sosia de Mischa Barton. Cuando me deslizaba hacia la calle del Teatro, veía a mi derecha a la multitud de rechazados en la entrada del club Osen y, justo enfrente, la estatua de Iván Fiódorov, el Gutenberg ruso, las orejas llenas de R&B, secuestrado entre el almacén Bentley, el concesionario Ferrari y la joyería Bulgari. El hombre que fundó la literatura rusa en el siglo XVI se encuentra hoy arrinconado entre un club de furcias y garajes de lujo, obligado a escuchar Jenny from The Block todo el santo día…, ¡triste sino! Cien metros más allá, la estatua de Karl Marx parece deprimida, forzada a mirar cómo el Bolshói se derrumba detrás de un toldo gigantesco para los relojes Rolex. Catorce años atrás, no había carteles publicitarios en su ciudad; en la actualidad hay más que en París. A los pies de Marx todavía puede leerse su consigna: «¡Proletarios de todos los países, unios!» (que sería un eslogan muy bueno para el relojero suizo). ¿Es el mismo Marx que escribió que «nada escapa a los efectos corrosivos del capitalismo»? Pues sí, es él… Cuando pienso que unas cuarenta personas poseen una cuarta parte de Rusia. Fatalidad total… ¿Sabe que en Polonia han construido una discoteca en un antiguo almacén del campo de exterminio de Auschwitz?: ostenta el bonito nombre de System. Un totalitarismo expulsa al otro: la democracia aquí es sólo aparente, hemos entrado en el sistema posdemocrático. Para describir el que domina ya el planeta, la palabra no debería ser ya «capitalismo» sino «plutocracia deseísta». Siglos de humanismo europeo han sido pulverizados por una utopía colectivista seguida de una utopía comercial. Si el deseo, según Bossuet (un cura como usted), es un movimiento alternativo que va del apetito a la inapetencia y de la inapetencia al apetito, entonces una sociedad deseísta alternará siempre estas dos ideologías: el «apetismo» y el «inapetismo». El apetismo (antaño llamado ganas, glotonería, celos, voracidad, hiperconsumo) lleva inevitablemente al inapetismo (en otro tiempo llamado nihilismo, fascismo, odio, terrorismo, genocidio). ¿Le aburro? Quizás tenga razón: quiénes somos nosotros para hablar de política, es inútil remover la mierda, para qué admitir que decenas de millones de personas han muerto para nada. Me pregunto, sin embargo, si el nacionalismo ruso, el de la Iglesia de usted y sus gobernantes, no sirve para hacer olvidar el silencio ensordecedor de la descomunización. A falta de justicia es el miedo el que gobierna. Por este motivo Vladímir Bukovski reclamaba un proceso de Nuremberg del comunismo. Mientras este país se niegue a mirar su historia de frente su desdicha será posible, porque todos sus habitantes seguirán teniendo miedo. No escogemos nuestro pasado. Rusia desde 1991 es como Alemania en 1945, España después de Franco, Italia después de Mussolini, Francia después de Pétain y yo después de Francia. Perder la memoria no te ayuda a encontrar el camino. Pero deliro, izvinitie, seguro que es el incienso que se me sube a la cabeza… ¡Quizás me tomo por Rusia! Al fin y al cabo yo también detesto mi porvenir. Yo también tengo miedo de mi pasado; yo también me prohíbo soñar, incluso es la razón de mi presencia aquí. En el corazón del sistema.