Steven Harding fue puesto en libertad sin cargos poco antes de las nueve del miércoles 13 de agosto de 1997, cuando el juez se negó a autorizar la prolongación de su detención debido a la falta de pruebas. No obstante le dijeron que iban a confiscarle el coche y el barco «todo el tiempo que fuera necesario», sin más explicaciones. Quedó en libertad bajo fianza en el número 23 de Old Street, Lymington, domicilio de Anthony Bridges, y le ordenaron presentarse en la comisaría de Lymington a diario, para que la policía pudiera controlar sus movimientos.
Siguiendo los consejos de un abogado, Harding hizo una declaración detallada sobre su relación con Kate Sumner y sobre lo que había hecho el fin de semana del 9-10 de agosto, aunque su testimonio no añadió nada nuevo a lo que ya había contado a la policía. Explicó así las huellas dactilares y los zapatos de Hannah encontrados en el Crazy Daze:
«Estuvieron a bordo de mi barco en marzo, cuando lo saqué del agua para limpiar y pintar el casco. El Crazy Daze estaba en el astillero de Berthon’s, en un calzo de madera, y cuando Kate se dio cuenta de que yo no podía huir de ella porque tenía que acabar de pintar el barco, se aficionó a ir por el astillero, dándome la lata y poniéndome nervioso. Al final, para librarme de ella, la dejé subir a echar un vistazo, con Hannah, mientras yo esperaba abajo. Le dije que se quitara los zapatos y los dejara en el puente de mando. Cuando volvió a bajar, a Kate le pareció que Hannah no podría bajar sola por la escalerilla, así que me pidió que la cogiera en brazos. Yo puse a Hannah en su sillita, pero no me fijé en si llevaba zapatos o no. La verdad es que nunca le prestaba demasiada atención. Esa niña me pone los pelos de punta. Nunca dice nada, y me mira fijamente, como si yo no la viera a ella. Después encontré unos zapatos en la cabina de mando, con el nombre H. SUMNER escrito en la tira. Ya sé que son demasiado pequeños para ser los que Hannah llevaba aquel día, pero no tengo otra forma de explicar que estuvieran allí.
»Aunque sabía dónde vivían los Sumner, no les devolví los zapatos de Hannah porque creía que Kate los había dejado en el barco a propósito. Kate Sumner no me caía bien, y no quería estar solo con ella en su casa porque sabía que estaba loca por mí, sentimiento que yo no correspondía. Kate era muy rara, y a mí me preocupaba que siempre me andará detrás. Lo que hacía Kate conmigo tiene un nombre: acoso. Iba al club náutico y esperaba a que yo llegara. Generalmente se quedaba allí observándome, pero a veces tropezaba conmigo deliberadamente y me rozaba el brazo con los pechos. Mi error fue ir a Langton Cottage con su marido poco después de que ella me lo presentara un día en la calle, a finales del año pasado. Creo que entonces fue cuando ella empezó a encapricharse conmigo. A mí nunca me ha interesado responder a sus tanteos.
»Poco después, a finales de abril, creo, estaba en el pontón de combustible de Berthon, esperando a que el empleado viniera a poner en marcha la bomba, cuando Kate y Hannah aparecieron en el pontón C, caminando hacia mí. Kate dijo que no me había visto, pero que había visto el Crazy Daze y había venido a charlar un rato. Subió a bordo con Hannah sin que yo la invitara a hacerlo, lo cual me molestó. Le dije a Kate que fuera a la cabina de popa a recoger los zapatos de Hannah. Yo sabía que en la cabina había algunas prendas de mujer, y pensé que no estaría mal que Kate las viera. Esperaba que eso le hiciera comprender que ella no me interesaba. Se marchó al poco rato, y cuando entré en la cabina vi que le había quitado el pañal sucio a Hannah y lo había pasado por las sábanas. Además había vuelto a dejar allí los zapatos, supongo que deliberadamente para demostrarme su enfado por las prendas íntimas de mujer que había en la cabina.
»Empecé a preocuparme de verdad cuando Kate se enteró de dónde aparcaba yo mi coche y se aficionó a hacer sonar la alarma para enemistarme con Tony Bridges y sus vecinos. No tengo ninguna prueba de que fuera Kate quien lo hacía, aunque estoy seguro de que debía de ser ella, porque siempre encontraba excrementos en la manilla de la puerta del conductor. No le comuniqué mis sospechas a la policía porque temía implicarme aún más con la familia Sumner. Un día, en junio, busqué a William Sumner y le enseñé unas fotografías mías aparecidas en una revista gay, porque quería que él le dijera a su esposa que yo era homosexual. Ya sé que parece extraño, después de haberle enseñado a Kate pruebas de que invitaba a chicas a mi barco, pero es que estaba desesperado. Algunas de aquellas fotografías eran bastante escandalosas, y a William le impresionaron. No sé qué le diría a su esposa, pero el caso es que Kate dejó de perseguirme casi inmediatamente.
»Desde el mes de junio me la habré encontrado en la calle unas cinco veces, pero no hablé con ella hasta la mañana del sábado 9 de agosto, cuando me di cuenta de que no podía esquivarla. Ella estaba delante de Tesco’s, y nos saludamos. Me dijo que estaba buscando unas sandalias para Hannah, y yo le dije que no podía entretenerme porque me iba a pasar el fin de semana a Poole. Eso fue todo lo que nos dijimos, y ya no volví a verla. Reconozco que me agobiaba mucho que Kate me persiguiera, y que me caía muy antipática, pero no tengo ni idea de cómo pudo ahogarse frente a la costa de Dorset.»
Tony Bridges, en una larga entrevista, corroboró la declaración de Harding. Tal como el sargento Campbell había predicho, la policía de Lymington sabía que Bridges era consumidor de marihuana, pero su actitud era tolerante. «De vez en cuando los vecinos se quejan cuando celebra una fiesta en su casa, pero lo que los pone violentos es el alcohol, no la marihuana, y hasta la brigada antidrogas está empezando a entenderlo.» Lo más sorprendente era que fuera un respetado profesor de química de una de las escuelas de la ciudad. «Lo que hace Tony en su tiempo libre es asunto suyo —declaró el director de la escuela—. Por lo que a mí respecta, la vigilancia de la conducta moral de mis colegas fuera de la escuela no forma parte de mis atribuciones. Si lo fuera, seguramente perdería a algunos de mis mejores empleados. Tony es un maestro inspirador que ha conseguido que los niños se entusiasmen con una difícil asignatura. No tengo ninguna queja de él.»
«Hace dieciocho años que conozco a Steven Harding. Fuimos juntos al colegio y somos amigos desde entonces. Steve duerme en mi casa cuando su barco está fuera de servicio o en invierno, cuando hace demasiado frío y él no puede quedarse en el barco. Conozco bien a sus padres, pero en 1991 se fueron a vivir a Cornualles y desde entonces no he vuelto a verlos. Steve fue con el barco hasta Falmouth hace dos veranos, pero no creo que haya vuelto a visitar a sus padres. Cuando no está en su piso de Londres está en su barco, en Lymington.
»Este año me ha comentado en más de una ocasión que tenía problemas con una tal Kate Sumner, que lo acosaba. Me dijo que ella y su hija eran muy raras, y que les tenía miedo. La alarma de su coche se disparaba continuamente y Steve creía que era ella quien la activaba. Me pidió que informara a la policía. Era una historia muy extraña, y yo no sabía si creérmelo o no. Entonces él me enseñó los excrementos que había en la manilla de la puerta del coche y me dijo que Kate Sumner le había ensuciado las sábanas con el pañal de su hija. Le dije que si se lo contaba a la policía sólo conseguiría empeorar las cosas, y él decidió aparcar el coche en otro sitio. Creo que así solucionó el problema.
»Nunca he hablado con Kate ni con Hannah Sumner. Steve me las enseñó un día en el centro de Lymington, y luego nos escondimos tras la esquina para no tener que hablar con ellas. Su actitud era sincera. Creo que Kate le intimidaba mucho. Conocí a William Sumner en un pub a principios de este año. Él estaba solo, tomándose una copa, y nos invitó a Steve y a mí a tomar algo. Él ya conocía a Steve porque Kate los había presentado después de que Steve la ayudara un día a llevar la compra. Yo me marché pasada una media hora, pero después Steve fue con William a su casa para seguir hablando con él de barcos. Me dijo que William había tenido un Contessa y que la conversación que tuvieron fue interesante.
»Steve es un tipo atractivo y lleva una activa vida sexual. Suele salir con dos chicas a la vez, porque no le interesan las relaciones estables. Está obsesionado con los barcos y una vez me dijo que nunca podría salir en serio con una chica que no navegara. Como yo no me fijo en los nombres, no tengo ni idea de con quién sale actualmente. Cuando no está actuando, siempre consigue algún trabajo de modelo fotográfico. Hace sobre todo reportajes de moda, pero también ha posado para varias revistas pornográficas. Necesita dinero para pagar el piso de Londres y para mantener el Crazy Daze, y esos trabajos están bien pagados. No se avergüenza de esas fotografías, pero nunca le he visto enseñárselas a nadie. No tengo ni idea de dónde las guarda.
»Vi a Steve la noche del viernes 8 de agosto. Pasó por mi casa para decirme que se marchaba a Poole al día siguiente y que no volveríamos a vernos hasta el fin de semana siguiente. Mencionó que tenía unas pruebas en Londres el lunes 11 de agosto, y me dijo que quería coger el último tren para regresar el domingo por la noche. Más tarde, un amigo común, Bob Winterslow, que vive cerca de la estación, me dijo que Steve le había llamado desde el barco y le había preguntado si podía dormir en el sofá de su casa el domingo para coger el primer tren el lunes por la mañana. Al final se quedó en el barco y no se presentó a las pruebas. Eso es típico de Steve. Hace lo que le apetece, y cambia de planes continuamente. Me di cuenta de que Steve la había cagado cuando su agente, Graham Barlow, me telefoneó el lunes por la mañana para decirme que Steve no estaba en Londres y que no contestaba el teléfono móvil. Llamé a varios amigos para ver si alguien sabía dónde estaba, y luego pedí prestado un bote y fui al Crazy Daze. Encontré a Steve con una resaca de miedo; por eso no había ido a Londres.
»Pasé el fin de semana del 9-10 de agosto con mi novia, Beatrice Gould, Bibi, a la que conozco desde hace cuatro meses. El sábado por la noche fuimos a una fiesta en el Jamaica Club de Southampton, y regresamos a casa sobre las cuatro de la madrugada. No nos levantamos hasta el domingo por la tarde. No sé nada de la muerte de Kate Sumner, pero estoy convencido de que Steven Harding no tiene que ver con ella. Steve no es una persona agresiva.
»(Nota de la policía: Esa fiesta tuvo lugar, efectivamente, pero no hay forma de comprobar si A. Bridges y B. Gould asistieron a ella. El sábado por la noche había más de mil personas en el Jamaica Club.)»
El testimonio de Beatrice Gould corroboraba los de Bridges y Harding en todos los detalles relevantes.
«Tengo diecinueve años y trabajo de peluquera en Get Ahead, en High Street, Lymington. Conocí a Tony Bridges en una discoteca hace unos cuatro meses, y una semana más tarde él me presentó a Steve Harding. Ellos son amigos desde hace tiempo, y Steve utiliza la casa de Tony como base en Lymington cuando por alguna razón no puede quedarse a dormir en su barco. Conozco bastante bien a Steve. A varias de mis amigas les gustaría salir con él, pero a él no le interesan las relaciones formales. Es un tipo atractivo, y como además es actor, las chicas se lo rifan. Una vez me dijo que cree que las mujeres lo ven como un semental, y que él no lo soporta. Sé que Steve ha tenido muchos problemas por eso con Kate Sumner. Él fue amable con ella una vez, y desde entonces ella no lo dejaba vivir. Steve decía que entendía que Kate se encontrara sola, pero que eso no la autorizaba a amargarle la vida. Llegó un momento en que Steve tenía que esconderse en las esquinas mientras Tony o yo comprobábamos que ella no estuviera esperándolo. Creo que esa mujer estaba desequilibrada. Lo peor que hizo fue mancharle el coche a Steve con los pañales sucios de su hija. A mí me pareció asqueroso, y le dije a Steve que debería denunciarla.
»No vi a Steve el fin de semana del 9-10 de agosto. Llegué a casa de Tony el sábado 9 de agosto a las cinco de la tarde, y hacia las siete y media fuimos juntos al Jamaica Club de Southampton. Vamos allí a menudo porque Daniel Agee es un excelente pinchadiscos y nos gusta mucho su estilo. Me quedé en casa de Tony hasta las diez de la noche del domingo, y después me fui a mi casa. Mi dirección es Shorn Street, 67, Lymington; vivo con mis padres, pero suelo pasar los fines de semana, y algunos días entre semana, en casa de Tony Bridges. Steve Harding me cae muy bien y no creo que él tuviera nada que ver con la muerte de Kate Sumner. Steve y yo nos llevamos muy bien.»
El comisario Carpenter guardó silencio mientras John Galbraith leía las declaraciones.
—¿Qué opina? —le preguntó luego—. ¿Cree que Harding dice la verdad? ¿Le parece creíble la versión que da de Kate Sumner?
—No lo sé —contestó Galbraith—. Esa mujer era un poco camaleónica, igual que Harding; interpretaba diferentes papeles para adaptarse a diferentes personas. —Caviló unos instantes y prosiguió—: Supongo que cuando a alguien le caía mal, le caía mal de verdad. Que te crispaba los nervios, vamos. ¿Ha leído los testimonios que le envié? Su suegra no podía verla ni en pintura, igual que Wendy Plater, la antigua novia de William, a la que Kate borró del mapa. Se podría argüir que en ambos casos eran celos descarados, pero tengo la impresión de que hay algo más. Ambas utilizaron la misma palabra para describir a Kate: manipuladora. Angela Sumner dijo que era la persona más egocéntrica y calculadora que jamás había conocido, y la novia dijo que era embustera por naturaleza. William dijo que era capaz de cualquier cosa para conseguir lo que se proponía, y que hacía con él lo que quería desde el día que se conocieron. —Se encogió de hombros y añadió—: Ignoro si eso significa que estaba acosando a un hombre del que se había encaprichado. Me cuesta creer que actuara con tanta desfachatez, pero lo cierto es que actuó así cuando se propuso alcanzar cierto nivel de vida.
—Odio estos casos, John —dijo Carpenter—. Esa pobre mujer ha sido asesinada, y sin embargo todo el mundo habla mal de ella. —Cogió la declaración de Harding y, con gesto irritado, tamborileó con los dedos sobre el papel—. ¿Quiere que le diga a qué me huele esto? A la clásica postura defensiva ante una violación. «Ella lo estaba deseando. No me quitaba las manos de encima. Lo único que hice fue hacerla feliz, y yo no tengo la culpa de que después se haya arrepentido. Era una mujer agresiva y le gustaba el sexo agresivo.» —Su ceño se acentuó—. Lo que Harding está haciendo es preparar el terreno por si logramos presentar cargos contra él. Luego nos dirá que la muerte de Kate fue un accidente, que se cayó por la borda y que él no pudo hacer nada para salvarla.
—¿Qué le ha parecido Anthony Bridges?
—No me ha gustado. Es un fantasma, y sabe demasiado sobre interrogatorios policiales. Pero su historia y la de su novia concuerdan tan bien con la de Harding que, a menos que estén compinchados, creo que tendremos que aceptar que dicen la verdad. —De pronto, una sonrisa borró el ceño de su rostro—. Al menos de momento. Ya veremos si cambia algo cuando Harding y yo charlemos un rato. Ya sabe que está en libertad bajo fianza en casa de Bridges.
—Harding tiene razón en una cosa —comentó Galbraith con expresión pensativa—: a mí también me da escalofríos esa niña. —Se inclinó, con los codos apoyados en las rodillas y con gesto de preocupación—. No entiendo por qué se pone a gritar cada vez que ve a un hombre. Estaba esperando a que su padre me trajera unas listas que le había pedido, y la niña entró en la habitación, se sentó en la alfombra, delante de mí, y empezó a tocarse los genitales. No llevaba bragas; se levantó el vestido y empezó a toquetearse como si nada. Mientras lo hacía, me miraba fijamente, y le juro por Dios que sabía perfectamente lo que estaba haciendo. —Suspiró y dijo—: Fue una situación muy violenta, y apuesto a que esa niña tiene algún tipo de experiencia sexual, diga lo que diga la doctora que la examinó.
—¿Quiere decir que sospecha de Sumner?
Galbraith reflexionó antes de contestar:
—Digamos que lo tiene negro si le falla la coartada o si averiguo cómo consiguió que un barco lo esperara delante de la isla Purbeck. —Esbozó una sonrisa y agregó—: Intuyo que esconde algo, seguramente porque se cree muy listo. Ya sé que no es muy científico, pero sí, sospecho más de él que de Steven Harding.
La prensa local y nacional llevaba setenta y dos horas publicando informaciones sobre la instrucción de un asesinato iniciada tras la aparición de un cadáver en una playa de la isla Purbeck. Dado que la policía creía que la mujer y su hija habían hecho una travesía en barco, estaban preguntando a todos los marineros entre Southampton y Weymouth si habían visto a una mujer menuda y rubia y/o a una niña de tres años el fin de semana del 9-10 de agosto. El miércoles, aprovechando la pausa del almuerzo, una dependienta de unos grandes almacenes de Bournemouth se presentó en la comisaría y dijo que el domingo por la noche había visto algo que podría estar relacionado con el asesinato de la mujer. La dependienta se llamaba Jennifer Hale y dijo que ese día estaba en un Fairline Squadron, el Gregory’s Girl, propiedad de un hombre de negocios de Poole llamado Gregory Freemantle.
—Es mi novio —explicó.
Al sargento instructor que la atendió le pareció graciosa su descripción. La mujer tenía más de treinta años, y el sargento se preguntó qué edad tendría el novio. Cerca de cincuenta, calculó, si podía permitirse el lujo de tener un Fairline Squadron.
—Me habría gustado que Gregory viniera a contárselo personalmente —explicó la mujer—, porque él habría podido explicar mejor dónde estaba, pero dijo que no valía la pena porque yo no tenía suficiente experiencia para saber qué era aquello que vi. Él se cree lo que dijeron sus hijas: que era un bidón de gasoil, y pobre del que se atreva a contradecirlas. Él jamás discute con sus hijas, por si las niñas se quejan a su madre, cuando lo que debería hacer… —Exhaló el típico suspiro de las futuras madrastras—. Son un par de engreídas, la verdad. Yo pensé que debíamos pararnos para investigarlo, pero… —sacudió la cabeza— no valía la pena discutir. Francamente, yo ya las había aguantado bastante.
El sargento, que también tenía hijastros, esbozó una sonrisa comprensiva.
—¿Cuántos años tienen?
—Quince y trece.
—Son edades difíciles.
—Sí, sobre todo cuando los padres… —Se interrumpió en mitad de la frase, pensando que estaba hablando demasiado.
—Ya verá como todo irá mejor dentro de cinco años, cuando maduren un poco.
—Eso será si yo aguanto hasta entonces —repuso la mujer con humor—, lo cual de momento no parece probable. La pequeña no está mal, pero para soportar a Marie otros cinco años tendría que tener piel de rinoceronte. Se piensa que es Elle McPherson y Claudia Schiffer juntas, y monta un escándalo en cuanto no se siente mimada y consentida. En fin… —Cambió de tema y se centró en el motivo de su presencia en la comisaría—. Estoy segura de que no era una lata de aceite. Yo iba sentada en la parte de atrás del puente y desde allí tenía mejor perspectiva que los demás. Fuera lo que fuera, no era de metal, aunque era negro, eso sí. A mí me pareció un bote volcado. Un bote neumático. Debía de estar un poco desinflado, porque estaba bastante hundido.
El sargento, que iba tomando notas, preguntó:
—¿Qué le hace pensar que pueda estar relacionado con el asesinato?
La mujer sonrió, abochornada, temiendo ponerse en ridículo.
—Que era un bote —respondió la mujer—, y que no estaba lejos de donde encontraron el cadáver. Nosotros estábamos en Chapman’s Pool cuando se llevaron a la mujer en helicóptero, y encontramos el bote sólo diez minutos después de rodear el cabo St Alban de camino a casa. He calculado que debían de ser las 18.15, y sé que viajábamos a veinticinco nudos porque mi novio lo comentó cuando rodeábamos el cabo. Él dice que lo que ustedes buscan es un velero o una lancha, pero imagino que cayéndote de un bote neumático también puedes ahogarte, ¿no? Y ese bote había zozobrado, sin duda.
Carpenter recibió el informe de Bournemouth a las tres en punto, lo analizó con ayuda de un mapa y se lo envió a Galbraith con una nota:
¿Cree que vale la pena comprobarlo? Si no ha aparecido en algún punto entre el cabo St Alban y Anvil Point, se habrá hundido frente a Swanage, y no podremos recuperarlo. Sin embargo, los horarios son muy precisos, así que, suponiendo que apareciera frente a Anvil Point, seguramente su amigo Ingram podrá averiguar dónde anda. Según usted, Ingram es un talento mal aprovechado. Si él no averigua nada, podemos dejárselo a los guardacostas. De hecho, quizá valdría la pena acudir primero a ellos. Ya sabe cómo les fastidia que los marineros de agua dulce invadan su territorio. Es una posibilidad muy remota —no veo dónde encaja Hannah, ni cómo podría alguien violar a una mujer en un bote neumático sin zozobrar—, pero nunca se sabe. Podría tratarse de ese barco que buscaba frente a la isla Purbeck.
Al final los guardacostas le pasaron la pelota a Ingram de buen grado, alegando que ellos tenían cosas mejores que hacer en plena temporada de verano que buscar botes imaginarios. Ingram, que también se mostraba escéptico, aparcó en Durlston Head y siguió a pie por el sendero de la costa, por la ruta que Harding decía haber tomado el domingo anterior. Caminaba despacio, escudriñando la orilla al pie del acantilado con los prismáticos. Él era igual de consciente que los guardacostas de lo difícil que era encontrar un bote negro entre las relucientes rocas que bordeaban la base del cabo, y repasaba una y otra vez tramos que ya había dado por examinados. Tampoco tenía demasiada fe en sus cálculos, según los cuales un objeto flotante avistado aproximadamente a las 18.15 del domingo por la noche, a unos trescientos metros de Seacombe Cliff —que era donde calculaba que debía de estar un Fairline Squadron tras diez minutos navegando a veinticinco nudos desde el cabo St Alban— podría haber llegado a la playa unas seis horas más tarde entre Blackers Hole y Anvil Point. Ingram sabía lo impredecible que era el mar, y lo improbable que resultaba que un bote medio deshinchado hubiera llegado a la orilla. Lo más probable era, suponiendo que hubiera existido, que las corrientes lo hubieran arrastrado hacia Francia o que se encontrara a veinte brazas de profundidad.
Lo encontró un poco más hacia el este de lo que había calculado, más cerca de Anvil Point, y sonrió con justificada satisfacción cuando lo vio con sus potentes prismáticos. Estaba volcado en un tramo inaccesible de la orilla, y conservaba la forma gracias al suelo y los asientos de madera. Ingram telefoneó al inspector Galbraith con su teléfono móvil. «¿Es usted buen navegante? —le preguntó—. Porque la única forma de llegar hasta ese bote es por barco. Si se reúne conmigo en Swanage, puedo llevarlo hasta él esta noche. Necesitará un impermeable y botas de agua —le previno—. Nos vamos a mojar.»
Ingram invitó a un par de amigos suyos del equipo de salvamento marítimo de Swanage a que lo acompañaran, para que vigilaran su barca, la Miss Creant, mientras él llevaba a Galbraith a la costa en su bote hinchable. Apagó el motor fueraborda y lo sacó del agua cuando se encontraban a unos treinta metros de tierra, utilizando los remos para desplazarse por entre las puntiagudas rocas que esperaban a los marineros desprevenidos. Detuvo la pequeña embarcación pegándola a una roca grande y le hizo señas a Galbraith de que desembarcara y caminara hacia la orilla. Después se metió también él en el agua y, tirando de la amarra, llevó el bote hasta la pequeña y desolada playa.
—Allí está —dijo señalando hacia la izquierda mientras sacaba su bote del agua—, pero no sé qué demonios hace aquí. Nadie abandona un bote en perfecto estado sin algún motivo.
Galbraith sacudió la cabeza, perplejo.
—¿Cómo lo ha encontrado? —preguntó oteando los acantilados que tenían detrás y pensando que debía de haber sido como buscar una aguja en un pajar.
—No ha sido fácil —reconoció Ingram mientras guiaba al inspector hacia el otro bote—. No me explico cómo las rocas no lo han destrozado. —Se detuvo junto al casco volcado y añadió—: Debe de haber entrado así, porque si no el fondo estaría desgarrado, y eso significa que no debe de quedar nada dentro. —Levantó una ceja y preguntó—: ¿Le damos la vuelta?
Galbraith asintió y cogió el bote por la popa, mientras Ingram hacía otro tanto por la proa. Le dieron la vuelta con dificultad, porque al estar desinflado había perdido su estructura. Un cangrejo diminuto salió de debajo y se refugió en un charco, en una roca cercana. Tal como había predicho Ingram, no quedaba nada dentro del bote, salvo los tablones del suelo y los restos de un asiento de madera partido por la mitad. No obstante, era un buen bote, de unos tres metros de largo y un metro de ancho, y con la tabla de popa intacta.
Ingram señaló las hendiduras de la madera producidas por los tornillos de un motor fueraborda; luego se puso de cuclillas para examinar dos aros de metal que había en los tablones de la popa, y otro en los de la proa.
—En algún momento ha estado colgado del pescante de un barco. Estos aros sirven para enganchar los cables antes de subirlo hasta los brazos del pescante. Así no se balancea mientras el barco se mueve. —Examinó la parte exterior del casco por si había algún nombre, pero no lo encontró. Miró a Galbraith, entrecerrando los ojos para protegerse del sol—. Es imposible que se haya caído de la popa de un yate sin que nadie se haya dado cuenta. Tendrían que romperse los dos cables del cabrestante al mismo tiempo, y las posibilidades de que eso ocurra son mínimas. Si sólo se rompiera uno de los cables (el de popa, por ejemplo), el bote quedaría colgando como un péndulo, y eso afectaría a la dirección del barco. Automáticamente reducirías la marcha para averiguar qué pasaba. —Hizo una pausa y concluyó—: De todos modos, si los cables se hubieran roto seguirían enganchados a los aros.
—Siga, por favor.
—Me parece más probable que lo hayan echado al agua desde un remolque, lo que significa que tenemos que preguntar en Swanage, Kimmeridge Bay o Lulworth. —Se levantó y miró hacia el oeste—. A menos que hubiera salido de Chapman’s Pool, por supuesto, y entonces lo primero que tenemos que averiguar es cómo llegó hasta allí. La playa no tiene acceso público, de modo que no puedes llevar un remolque hasta la orilla y echar un bote al agua así como así. —Se frotó la mandíbula y dijo—: Qué raro, ¿no?
—¿No podrían haberlo bajado e inflado allí?
—Depende de lo fuerte que estés. Estos trastos pesan una tonelada. —Extendió los brazos como un pescador mostrando el tamaño de un pez—. Van en unas enormes bolsas de lona, pero créame, hacen falta dos personas para moverlos, y de Hill Bottom a la rampa de Chapman’s Pool hay casi dos kilómetros.
—¿Y los cobertizos? Los de la policía científica tomaron fotografías de toda la bahía, y hay muchos botes junto a los cobertizos. ¿No podría ser uno de ésos?
—Sólo si lo han robado. Los pescadores que utilizan los cobertizos no abandonarían un bote en perfectas condiciones. No tengo noticia de que hayan robado ninguno, pero es posible que no lo hayan echado en falta todavía. Puedo comprobarlo mañana.
—Quizá hayan sido unos gamberros —sugirió Galbraith.
—Lo dudo. —Ingram tocó el casco con el pie—. A menos que quisieran matarse a remar para llevarlo hasta mar abierto. Por sus propios medios no habría salido. El canal de entrada es demasiado estrecho, y las olas lo habrían devuelto a las rocas de la bahía. —Miró a Galbraith, que no entendía nada, con una sonrisa—. Haría falta el motor —explicó—, y no creo que los gamberros llevaran su propio medio de locomoción. Nadie deja un motor fueraborda por ahí. Son muy caros y todo el mundo los guarda como oro en paño. Eso también descarta la posibilidad de que inflaran el bote en la playa. No me imagino a nadie bajando un bote y un motor fueraborda hasta Chapman’s Pool.
—¿Entonces? —preguntó Galbraith.
—Esto no son más que elucubraciones, señor.
—No importa. Suena bien. Siga hablando.
—Si lo robaron de Chapman’s Pool, tuvo que ser un robo premeditado. Estamos hablando de alguien dispuesto a cargar con un pesado motor fueraborda a lo largo de casi dos kilómetros para robar un bote. —Arqueó las cejas y prosiguió—: ¿Por qué iba alguien a hacer eso? Y, después de hacerlo, ¿por qué iba a abandonar el bote? Es un poco raro, ¿no cree? ¿Cómo volvió a tierra?
—¿A nado?
—Quizá. —Ingram entrecerró los ojos para protegerse del sol, y estuvo varios segundos callado—. Quizá no necesitó volver a tierra —dijo por fin—. Quizá no iba en el bote. —Guardó de nuevo silencio, y luego añadió—: La tabla de popa está intacta, de modo que el motor lo habría arrastrado hacia el fondo en cuanto los lados hubieran empezado a desinflarse.
—¿Qué significa eso?
—Que el motor no estaba puesto cuando el bote zozobró.
Galbraith esperó a que Ingram continuara, pero como el policía seguía callado, hizo un ademán impaciente y dijo:
—Vamos, Nick. ¿Adónde quiere llegar? No entiendo nada de barcos.
Ingram rió y dijo:
—Lo siento. Me estaba preguntando qué hacía un bote como éste en mar abierto sin motor.
—Pero ¿no acaba de decir que debía de llevar motor?
—He cambiado de opinión.
—¿Quiere dejar de ponerme acertijos? —protestó Galbraith—. Estoy empapado, muerto de frío y necesito beber algo.
Ingram volvió a reír.
—Se me acaba de ocurrir que la forma más fácil de sacar un bote robado de Chapman’s Pool sería remolcarlo, suponiendo que hubieras llegado hasta aquí en barco.
—En ese caso, ¿para qué querrías robar un bote?
Ingram se quedó mirando el casco del bote hinchable y dijo:
—Porque habías violado a una mujer y la habías dejado en él medio muerta —propuso—. Y querías deshacerte de las pruebas. Creo que debería hacer venir a los de la policía científica para que averigüen por qué se desinfló. Si encuentran un pinchazo, yo diría que la intención del ladrón era que el bote y su contenido se hundieran en mar abierto cuando soltara la cuerda de remolque.
—Así que volvemos a Harding.
El agente se encogió de hombros.
—Es el único sospechoso que podía estar en un barco en el lugar adecuado y en el momento adecuado —observó.
Tony Bridges escuchaba la interminable invectiva de Steven Harding contra la policía con creciente irritación. Su amigo se paseaba furioso por la sala, dando patadas a todo lo que encontraba a su paso y chillándole a Tony cada vez que éste intentaba ofrecerle sus consejos. Entretanto, Bibi, silenciosa y asustada, presenciaba aquella violenta escena, sentada en el suelo con las piernas cruzadas, a los pies de Tony, ocultando sus sentimientos tras una cortina de grueso cabello rubio y preguntándose si anunciando su intención de marcharse a su casa mejoraría o empeoraría las cosas.
Finalmente a Tony se le acabó la paciencia.
—Estoy hasta las narices —bramó—. Te estás comportando como un niño de dos años. Vale, la policía te ha detenido. ¿Y qué? Da las gracias de que no hayan encontrado nada.
Steve se dejó caer en una butaca.
—¿Quién ha dicho que no han encontrado nada? Me han confiscado el barco y el coche. ¿Qué se supone que tengo que hacer?
—Llamar al abogado. Para eso está, ¿no? Pero no nos des la lata. Nosotros no tenemos la culpa de que te fueras a Poole a pasar el fin de semana. Haber venido con nosotros a Southampton.
Bibi estuvo a punto de decir algo, pero se impuso la prudencia. La atmósfera cada vez estaba más caldeada.
Harding golpeó el suelo con el pie.
—El abogado no puede hacer nada. Me ha dicho que esos capullos están autorizados a retener las pruebas todo el tiempo que consideren necesario, o qué sé yo. —Al acabar la frase, su voz se transformó en un sollozo.
Hubo un largo silencio.
Esta vez, el cariño que Bibi sentía por el amigo de Tony pudo con la prudencia, y la chica, nerviosa, levantó la cabeza. Se apartó el cabello de la cara para mirar a Harding y dijo:
—Pero si no fuiste tú, no sé por qué te preocupas tanto.
—Exacto —coincidió Tony—. No pueden procesarte sin pruebas, y si te han soltado es porque no tienen ninguna.
—Necesito mi teléfono —dijo Harding levantándose con renovada energía—. ¿Qué has hecho con él?
—Se lo di a Bob —contestó Tony—. Tal como me dijiste.
—¿Lo ha cargado?
—No lo sé. No hablo con él desde el lunes. Cuando se lo di, Bob estaba muy colocado, así que lo más probable es que no se haya acordado.
—¡Lo que faltaba! —Harding pegó una patada a una pared.
Bridges bebió un sorbo de cerveza, sin quitarle los ojos de encima a su amigo.
—¿Qué carajo pasa con el teléfono?
—Nada.
—¡Pues deja mis paredes en paz! —gritó levantándose también él de la butaca y acercándose con gesto agresivo a Harding—. ¡A ver si te controlas, capullo! Estás en mi casa, no en tu maldito barco.
—¡Basta! —terció Bibi, refugiándose detrás de la butaca—. ¿Se puede saber qué os pasa? ¡Os vais a hacer daño!
Harding la miró con expresión ceñuda y levantó los brazos.
—Vale, vale —dijo—. Espero una llamada. Por eso estoy nervioso.
—Puedes utilizar el teléfono del pasillo —dijo Bridges secamente al tiempo que volvía a sentarse en la butaca.
—No. ¿Qué te ha preguntado la policía?
—Lo típico. Si conocías mucho a Kate, si creo que es cierto que te acosaba, si te vi el sábado, dónde estaba yo, a qué tipo de pornografía te dedicas… —Sacudió la cabeza y añadió—: Ya sabía yo que acabarías pagando caro lo de esas fotos.
—Déjame en paz. Ya te he dicho otras veces que estoy harto de tus sermones de los lunes. ¿Qué les dijiste?
Tony miró con ceño a Bibi, que tenía la cabeza agachada, y luego le puso la mano en la nuca.
—¿Por qué no me haces un favor, Beebs? Ve a la tienda y trae unas cervezas. En el mueble de la entrada hay dinero.
Bibi se levantó sin disimular su alivio.
—Vale. Te las dejaré en la entrada y luego me iré a casa. Estoy muy cansada, Tony, y necesito dormir una noche como Dios manda. No te importa, ¿verdad?
—Claro que no. —Le cogió la mano y le apretó los dedos con fuerza—. Lo único que me importa es que me quieras, Beebs.
Ella se soltó y se dirigió a la puerta.
—Ya sabes que te quiero —dijo.
Tony no habló hasta que oyó cerrarse la puerta de la casa.
—Ten cuidado con lo que dices delante de Bibi —le advirtió a Harding—. Ella también ha tenido que declarar, y no es justo que la involucres más en este asunto.
—Vale, vale… A ver, ¿qué les contaste?
—¿No te interesa más saber qué no les conté?
—Como quieras.
—Bueno, no les conté que te follabas a Kate a todas horas.
Harding respiraba ruidosamente por la nariz.
—¿Por qué no?
—Estuve pensando —admitió Bridges; cogió un paquete de papel de fumar Rizla y se puso a hacer un porro—. Pero te conozco demasiado bien, colega. Eres un capullo arrogante con una elevada imagen de sí mismo —miró a su amigo con los ojos entrecerrados; había recuperado el buen humor—, pero no te imagino matando a nadie, y menos a una mujer, aunque ella te estuviera volviendo majara. Así que he sido discreto. —Se encogió de hombros—. Pero si tengo que arrepentirme de ello, te juro que me las pagarás.
—¿Te dijeron que la habían violado antes de matarla?
Bridges silbó por lo bajo, como si de pronto encajaran todas las piezas de un rompecabezas.
—No me extraña que se interesaran tanto por tus fotografías pornográficas. El prototipo de violador es un desgraciado que se hace pajas con esas revistas. —Sacó una bolsa de plástico y empezó a poner marihuana en los papeles—. Se lo deben de haber pasado en grande mirando esas fotografías.
Harding sacudió la cabeza y replicó:
—Las tiré todas por la borda antes de que vinieran. No quería que se hicieran ideas… —buscó la palabra adecuada— equivocadas.
—¡Pero qué gilipollas eres! ¿Por qué no dices la verdad, por una vez? Estabas cagado de miedo porque si tenían pruebas de que realizabas actos sexuales con un menor, no tendrían ningún problema para acusarte de violación.
—No lo hacíamos de verdad.
—Pero tiraste esas fotografías. Eres un idiota, tío.
—¿Por qué?
—Porque puedes apostar a que William les habrá mencionado esas fotografías. Hasta yo las mencioné. Ahora les va a extrañar no encontrarlas.
—¿Y qué?
—Sabrán que imaginabas que irían a verte.
—¿Y qué? —repitió Harding.
Bridges lo miró con aire pensativo mientras humedecía con la lengua el papel.
—Ponte en su lugar. ¿Por qué ibas a estar esperando que fueran a verte si no sabías que la muerta era Kate?