21 de mayo de 1453
Grant, el germano, vino a verme hoy para mostrarme que también él tiene chamuscadas la barba y las manos. Los turcos han aprendido ya cómo cavar túneles y defenderlos. Los hombres de Grant, que han abierto contraminas cerca de la puerta Kaligari, recibieron hoy una lluvia de fuego, y quienes acudieron en su ayuda fueron detenidos por un muro de dardos y una cortina de humo ponzoñosos. Grant en persona tuvo que bajar al subterráneo para animar a sus hombres. Consiguieron destruir la mina turca, pero a costa de severas pérdidas. Estas batallas bajo tierra despiertan un supersticioso temor en la ciudad.
Los ojos de Grant estaban hinchados y tenía los ojos irritados a causa del humo del azufre y la falta de sueño.
—He dado con un manuscrito de Pitágoras —me dijo—, pero las letras bailan como moscas ante mis ojos. No veo lo suficiente para poder leer. —Su cara estaban crispada por una mueca de rabia impotente—. ¿Por qué los matemáticos y artesanos griegos son tan insensatos? Podrían haber desviado el mundo de su curso, como lo prometió Arquímedes, pero cuando ya pensaba encontrar un nuevo conocimiento, sólo leí que los espíritus moran en los árboles y piedras. ¡Hasta el mismo Pitágoras!… Pudo incluso haber construido máquinas para dominar las fuerzas de la naturaleza, pero lo consideraba trivial. Volaban en dirección al alma, a lo profundo, a Dios.
—Entonces —respondí—, ¿por qué no creer en esos sabios griegos, puesto que no aceptáis la evidencia de la Biblia y de los padres de la Iglesia?
—No lo sé, no lo sé —murmuró, al tiempo que se restregaba los ojos—. Tal vez se deba a que en estos momentos no estoy totalmente en mis cabales. Las noches pasadas en vela, el esfuerzo y la tensión interminables me han sumido en la fiebre. Mis pensamientos e ideas se mezclan como pájaros en el aire, y no soy capaz de dirigir su vuelo. ¿Qué es esta senda espantosa que el hombre sigue sin haberla trazado y que termina en la oscuridad? Pitágoras pudo haber construido el universo de los números, pero aún resulta limitado ante el hombre, que no puede ser construido con números. ¿Acaso es la incógnita del ser humano algo más fundamental que la luz de la naturaleza y de la ciencia?
Respondí:
—El espíritu de Dios ha rozado la faz de la tierra. El espíritu de Dios ha descendido como lenguas de fuego sobre nosotros, meros mortales. Esto no podéis dudarlo.
Grant lanzó una carcajada y dijo:
—Un fuego inextinguible puede consumir la carne del hombre. La razón humana centellea de las bocas de los cañones. Creo en la libertad del ser humano, en la libertad del conocimiento y en nada más.
—Estáis en el campo equivocado —le dije de nuevo—. Os hallaríais mejor sirviendo al Sultán y no a la última Roma.
—No —respondió tercamente—. Sirvo a Europa y a la libertad del intelecto humano. No al poder.