6 de mayo de 1453
Ha sido un día terriblemente agitado. El bombardeo es incesante y sacude cielo y tierra. La artillería pesada a intervalos de cada dos horas apagando todos los demás ruidos, y la muralla se estremece hasta sus cimientos, desde el puerto hasta el mar de Mármara.
Los turcos están en pleno movimiento y el redoblar de sus tambores no cesa en ningún momento. Los derviches parecen poseídos de tal frenesí que sus gritos nos atraviesan los tímpanos. Muchos de ellos se aproximaron a las murallas, danzando y gritando, y llegaron hasta el foso. A pesar de la lluvia de flechas prosiguieron imperturbables en su loco girar, como si fueran insensibles al dolor. Los griegos, espantados ante el espectáculo, solicitaron la presencia de sacerdotes y monjes para que expulsaran al demonio.
Nadie ha podido abandonar los baluartes. En sus cuatro puntos vitales, y bajo el fuego de la artillería pesada, la muralla exterior ha sido barrida, en tanto que la principal ha sufrido daños considerables. El fuego incesante hace que durante el día resulte imposible repararla, pero tan pronto como caen las sombras de la noche se tapan las brechas al resguardo de un contrafuerte de tierra.
Grant, el germano, declara que los cañones turcos muestran señales de fatiga, pues muchos de sus proyectiles se desvían de su trayecto y algunos incluso pasan por encima de la muralla y caen en la ciudad sin producir gran daño. Pero detrás de la colina se eleva el resplandor de los hornos de fundición de Orban, y todo el mundo puede oír cada día el poderoso silbido del metal fundido al verterse en enormes moldes.
En la ciudad ha comenzado a escasear el aceite para cocinar. Los pobres sufren mucho a causa de ello. Sin embargo, de Pera salen diariamente carretadas de aceite con destino al campo turco. Tras cada disparo, las calientes fauces de los cañones engullen tinajas enteras del precioso fluido. Ningún asedio en la historia debe de haber costado tanto como éste. Pero Mohamed saquea sin compasión las riquezas de sus visires y generales. En su campo, tiene banqueros de todos los países, así como judíos y griegos, y su crédito es ilimitado. Se dice incluso que hasta los genoveses de Pera están ansiosos por adquirir sus letras de cambio, pues consideran esta inversión como la más segura.