21 de abril de 1453

Ha sido un día infernal. Durante la noche los turcos emplazaron más cañones y reforzaron sus baterías. Han cambiado de método y ahora dirigen los disparos a diferentes puntos de la muralla, lo que les está dando excelentes resultados. A la caída de la tarde se derrumbó una de las torres cerca de la puerta de San Romano, arrastrando consigo una ancha franja de muralla. La brecha es considerable. Si la fuerza atacante hubiese sido más numerosa o más impetuosa en su acción, a buen seguro que habría logrado penetrar en la ciudad, puesto que en aquel punto de la muralla exterior sólo existe como contrafuerte una empalizada provisional que ha de ser renovada cada noche. Por fortuna, los turcos han lanzado destacamentos no superiores a doscientos hombres para tantear las diferentes secciones del muro defensivo. No tuvieron tiempo de retirar sus muertos, por lo que el hedor de los cadáveres desparramados en la muralla exterior infecta el aire.

Las escaramuzas continuaron durante todo el día, hasta el anochecer. El Sultán ha tanteado todos los puntos de los bastiones. Ha emplazado más cañones en la colina que domina Pera con la intención de bombardear a las naves fondeadas en el puerto, donde han caído cuanto menos ciento cincuenta proyectiles. Cuando los navíos venecianos se apartaron del dique para evitar los impactos, las galeras del Sultán trataron de romper la cadena; pero se dio la alarma a tiempo de que los venecianos pudiesen defenderla, y consiguieron infligir tales averías a las galeras enemigas que éstas se vieron obligadas a abandonar su propósito. Durante la acción, los turcos no dispararon desde la colina de Pera por temor a alcanzar a sus propias naves. Por tres veces la flota del Sultán intentó abrirse paso a través del dique, pero sin poder conseguirlo.

Parece como si Mohamed quisiera remover cielo y tierra para vengar la desgraciada derrota que ayer sufrió en el mar. Según se dice, la noche pasada se trasladó al puerto de los Pilotes y, esgrimiendo el bastón de mando de un emir, vapuleó sin compasión a su almirante Baltoglu. Éste había resultado ya gravemente herido en la acción naval, en la que perdió un ojo; doscientos hombres de la tripulación de su navío insignia habían perecido, de modo que era muy poco lo que podía hacer. Sin duda era un hombre valiente, aunque incapaz de mandar una flota como aquélla, tal como quedó demostrado.

El Sultán quería empalarlo, pero los marineros y sus oficiales intercedieron por él a causa de su valentía, en vista de lo cual Mohamed se mostró clemente y sólo ordenó que lo azotaran. El almirante fue puesto boca abajo en la tierra y ante todos los presentes recibió tantos varazos que quedó inconsciente. Le han sido confiscadas todas sus propiedades y ha sido degradado y expulsado de la corte del Sultán. Después de semejantes desgracias, de más está decir que no fue fácil encontrarle un sucesor. Sin embargo, la flota turca ha salido de nuevo de su letargo y se ha mostrado muy activa durante todo el día, aunque sin resultados notorios.

Los venecianos temen que esta incesante actividad y las constantes refriegas con las patrullas de reconocimiento sean el preludio de un inminente asalto general. Nuestros hombres han permanecido sobre las armas todo el día; nadie puede abandonar la muralla ni despojarse de la coraza aun por la noche. A la alegría del triunfo de ayer ha sucedido la tristeza de hoy. Nadie se molesta ya en contar los disparos del cañón; tan constante es su tronar. El humo ensombrece el cielo y ennegrece las casas.

Nuevas tropas de voluntarios llegan cada día al campo del Sultán, tentadas por la esperanza del saqueo. Entre sus componentes figuran muchos mercaderes cristianos y judíos, que hacen sus buenos dineros vendiendo vituallas a las tropas y cuyo propósito es emplear sus ganancias en adquirir botín una vez que los turcos hayan conquistado la ciudad. Se dice que ha subido enormemente el precio de carretas y carretones, animales de tiro, asnos y camellos, ante la demanda de medios de transporte necesarios para cargar con los tesoros de Constantinopla. Hasta el turco más miserable espera tener el suficiente número de esclavos para transportar su botín al interior de Asia.

Todas estas cosas indican que el momento decisivo se aproxima. Las baterías del Sultán han localizado ya tres puntos sensibles de la muralla interior, de forma que una gran extensión de ella puede derrumbarse de un momento a otro y llenar el foso. Aquí y allá, tanto en la ciudad como en los bastiones, se pueden observar evidentes señales del incipiente pánico.

Los hombres de la reserva, al mando de Notaras, cabalgan por las calles enviando a todos los hombres en condiciones de combatir a las murallas. Sólo les está permitido quedarse en casa a las mujeres, los viejos y los niños. Incluso los enfermos han sido sacados de sus lechos, pues muchos fingían estarlo para evitar enfrentarse al enemigo. O tal vez estuvieran realmente enfermos… de terror. Otros sostienen que esta guerra incumbe sólo a los latinos y al Emperador, por lo que consideran que no les concierne intervenir en batallas que sólo a los latinos corresponde librar. Muchos se han escondido en cuevas y bodegas, en subterráneos y pozos secos, en espera del momento en que los turcos entren en la ciudad.