28 de febrero de 1453
Durante la pasada noche, aprovechando el vendaval que ha soplado desde el norte, varios buques escaparon del puerto; se trataba de los grandes navíos del veneciano Piero Davenzo y otros seis bajeles cretenses. Todos ellos con su cargamento completo. El juramento prestado, el beso a la cruz y la amenaza de sanciones, todo ha resultado insuficiente para retenerlos aquí. Con ello, los capitanes han salvado para sus armadores mil doscientos barriles de sosa, cobre, añil, cera, masilla y especias. Y, aparte de esto, han salvado también a centenares de pudientes refugiados que pagaron, sin regatear, cuanto se les pidió por su pasaje. Parece ser que durante varios días este éxodo ha sido un secreto a voces en el puerto.
Los turcos no dispararon ni un solo cañonazo contra esos buques a su paso por Galípoli, ni enviaron ninguna galera de guerra para atacarlos. Por lo visto, esto también había sido solventado de antemano por medio de los agentes neutrales de Pera, y, a fin de cuentas, ¿para qué tenían que molestar al Sultán por unas cuantas barricas de cobre y especias, si a él ya le bastaba con que la flota del Emperador se viese mermada, debilitando así las defensas del puerto?
El megaduque, comandante de la flota, también debía estar enterado de la huida y envió a su hija en uno de estos navíos. Pero las damas de la familia imperial han partido asimismo, aunque no se sabe con certeza cuándo lo hicieron.
El Emperador ha pedido una renovación de juramento a los capitanes que no han huido y su promesa formal de que no abandonarán el puerto sin su permiso. ¿Qué más puede hacer? Los venecianos rehúsan descargar sus cargamentos, lo cual sería el único medio seguro de retenerlos.