18 de febrero de 1453

Desde Adrianópolis llega el eco de la acción de Notaras. El Sultán Mohamed ha leído públicamente la carta del Emperador Constantino, como evidencia de la traición griega, y luego la ha arrojado al suelo, pisoteándola. Derviches y sacerdotes predican la venganza, y el partido de la paz ha sido reducido al silencio. Mohamed toma por testigo incluso a Occidente:

«Una y otra vez han quebrantado los griegos sus juramentos y pactos, tan pronto como se les ha ofrecido una oportunidad para ello. El Emperador Constantino, entregado su Iglesia al Papa, rompió los últimos lazos de amistad entre turcos y griegos. Su único designio es inflamar a las naciones occidentales contra los turcos. Con palabras engañosas y fingido candor trata de ocultar sus malvadas intenciones; pero los poblados somalíes, ahora en llamas a lo largo de la costa del Mármara, han revelado, con el siniestro fulgor de sus incendios, lo salvaje de estos planes. El ansia conquistadora de Bizancio es una amenaza para nuestra existencia; la astucia y la crueldad de los griegos clama venganza. Para poner coto a esta amenaza constante, para liberar nuestro país del acechante peligro de los griegos, es deber de cada creyente alzarse y emprender la guerra santa. Todo aquel que desde este momento se atreva a excusar a los griegos será considerado enemigo declarado de su propia nación. La cimitarra justiciera del Sultán debe alzarse para vengar a los creyentes que han sido vilmente asesinados, torturados, quemados en vida o reducidos a la esclavitud».

Para borrar los últimos vestigios de indecisión, el Sultán ha ordenado que este domingo los nombres de los turcos asesinados sean leídos a voz en cuello en todas las mezquitas.

La acción naval de Notaras le ha servido a Mohamed para vencer la resistencia del gran visir Khalil y demás miembros del partido de la paz. La cabeza de todos corre ahora peligro.