14 de diciembre de 1452

En el día de hoy y en la iglesia de la Santísima Virgen, cercana al puerto, los delegados de varias naciones, encabezados por el Emperador Constantino, acordaron por una mayoría de veintiún votos sobre los venecianos, destinar los navíos de Venecia, que se hallan en el puerto, a la defensa de la ciudad.

Trevisano formuló una protesta en nombre de los propietarios. Se permitió a los navíos que conservasen sus cargamentos, pero sólo después de que los capitanes jurasen, besando la cruz, que no tratarían de escapar con sus buques. La compensación por la requisa fue fijada en cuatrocientos besantes. Es una tarifa exorbitante, pero los venecianos no son maestros consumados a la hora de sacar provecho de cualquier circunstancia; de todos modos, ¿por qué habría de detenerse en contar su oro un hombre que se está ahogando?

El Emperador había conferenciado con Gregorio Mammas, a quien el pueblo ha bautizado con el mote de El muñeco, y los obispos y priores de los monasterios sobre la fundición y acuñación de los metales preciosos. Este saqueo a la Iglesia es considerado por los monjes como la primera señal de la unión y de su reconocimiento. Los precios de las fincas rústicas y urbanas han tocado fondo en su vertiginoso descenso. Por contra, los intereses, aun en préstamos a corto plazo, han subido en pocos días hasta el cuarenta por ciento, y en cuanto a los de largo plazo, ya nadie los toma. Por el valor de un pequeño diamante he comprado alfombras, tapices y mobiliario por valor de sesenta mil ducados. Estoy amueblando y decorando la casa que he alquilado; su propietario está deseoso de venderla muy barata, pero ¿qué sentido tendría comprarla? El futuro de esta ciudad puede contarse desde ahora en meses.

Estas dos últimas noches apenas he dormido. He vuelto a ser víctima del insomnio. La desazón me impele a recorrer las calles, pero me quedo en casa por si alguien preguntase por mí. Concentrarme en la lectura me resulta imposible. Ya he leído lo suficiente para darme cuenta de cuán vano resulta todo conocimiento. Mi criado vigila cada paso que doy, pero ello es natural y hasta ahora su actitud no me molesta. ¿Quién habría de confiar en un hombre que ha estado al servicio de los turcos? Mi criado es un pobre viejo, merecedor de compasión. Ni siquiera le echo en cara sus pequeños hurtos.