IV

Nos esperaba un día de caza extremadamente provechoso. A los pocos minutos de volar sobre el Támesis, Amelia lanzó un grito y señaló hacia el Oeste. Allí, moviéndose lentamente por las calles de Twickenham, se veía una máquina de guerra marciana. Debajo de ella colgaban sus brazos de metal y revisaba casa por casa, evidentemente en busca de sobrevivientes humanos. Por lo vacía que estaba la red que colgaba debajo de la plataforma, dedujimos que no había tenido mucho éxito. Nos parecía imposible que hubiera todavía algún sobreviviente en estos pueblos devastados, aunque nuestra propia supervivencia era señal de que todavía debía haber algunas personas aferrándose a la vida en sótanos y bodegas de las casas.

Dimos varias vueltas con cautela alrededor de la máquina maldita, experimentando una vez más la intranquilidad que habíamos sentido el día anterior.

—Lleve la Máquina del Espacio más arriba, por favor —dijo Amelia a Mr. Wells—. Debemos efectuar nuestra aproximación con sumo cuidado.

Tomé una granada de mano y la sostuve, preparado. La máquina de guerra se había detenido momentáneamente, a investigaba una casa con uno de sus largos brazos articulados, que había introducido por la ventana del piso alto.

Mr. Wells detuvo la Máquina del Espacio a unos quince metros, aproximadamente, por encima de la plataforma.

Amelia se cubrió los ojos con las antiparras y nos aconsejó que hiciéramos lo mismo. Mr. Wells y yo nos colocamos las antiparras y verificamos la posición del marciano. Estaba totalmente inmóvil, salvo por el movimiento de sus brazos de metal.

—Estoy listo, señor —dije, y retiré el seguro del percutor.

—Muy bien —dijo Mr. Wells—. Desconecto la atenuación… ¡ahora!

En el momento en que lo dijo, todos experimentamos una desagradable sensación de sacudida, nuestros estómagos se dieron vuelta y el aire pasó velozmente junto a nosotros. Por acción de la gravedad, caímos hacia la máquina marciana. En ese mismo instante, lancé la granada con desesperación hacia abajo, hacia el marciano.

—Ya disparé —grité.

Hubo una segunda sacudida y nuestra caída se detuvo. Mr. Wells manipuló sus palancas y nos alejamos hacia un lado, en el silencio absoluto de esa extraña dimensión.

Mirando hacia atrás, hacia el marciano, esperamos la explosión… que llegó segundos más tarde. Mi puntería había sido perfecta, y una bola de humo y fuego apareció silenciosamente en el techo de la máquina de guerra.

El monstruo que estaba dentro de la plataforma, tomado por sorpresa, reaccionó con una rapidez asombrosa. La torre saltó separándose de la casa, y al mismo tiempo vimos el tubo del cañón de calor que se ponía en posición de disparo. La cúpula de la plataforma giró en derredor mientras el monstruo buscaba a su atacante. Al dispersarse el humo de la granada, vimos que la explosión había abierto un agujero de bordes desgarrados y que el motor interno debía haberse averiado. Los movimientos de la máquina de guerra no eran tan suaves o tan rápidos como los que habíamos visto antes, y un denso humo verde brotaba del interior de ella.

El rayo de calor entró en acción con un destello y giró, sin dirección fija, hacia uno y otro lado. La máquina de guerra dio tres pasos hacia adelante, vaciló, y luego trastabilló hacia atrás. El rayo de calor cayó sobre algunas de las casas vecinas, haciendo estallar en llamas los techos.

Luego, toda la horrible plataforma explotó en una bola de fuego verde brillante. Nuestra bomba había dañado el horno que había en el interior.

Para nosotros, sentados en el silencio y la seguridad de la atenuación, la destrucción del marciano fue un acontecimiento silencioso, misterioso.

Vimos volar en todas direcciones los fragmentos de esa máquina de destrucción, vimos una de las enormes patas salir dando tumbos, vimos la masa de la plataforma destrozada caer en mil pedazos sobre los techos de Twickenham.

Fue curioso… la escena no me causó alborozo, y lo mismo sucedió con mis dos compañeros. Amelia observó en silencio el metal retorcido que en una oportunidad había sido una máquina de guerra, y Mr. Wells dijo, sencillamente:

—Veo otra.

Hacia el Sur, avanzando en dirección a Molesey, se veía una segunda máquina de guerra.