El desencanto me dominaba cuando regresamos a salvo a la casa. Para ese entonces, el sol ya se había puesto y una noche, larga y brillante, se extendía sobre el valle transformado. Mientras mis dos compañeros se dirigieron a sus habitaciones para vestirse para la cena, yo caminé de aquí para allá por el laboratorio, resuelto a que no nos arrebataran la venganza de las manos.
Comí con los demás, pero me mantuve en silencio durante toda la comida. Al ver mi malhumor, Amelia y Mr. Wells conversaron un poco acerca del éxito logrado con la construcción de la Máquina del Espacio, pero evitaron con cuidado comentar el fracasado ataque.
Luego, Amelia dijo que iba a la cocina a hornear un poco de pan, de modo que Mr. Wells y yo pasamos al salón de fumar. Con las cortinas bien corridas, y sentados a la luz de una sola vela, hablamos de temas generales, hasta que Mr. Wells consideró prudente analizar otras tácticas.
—Hay dos dificultades —dijo—. Evidentemente, no podemos estar atenuados cuando colocamos el explosivo, porque entonces la granada no tiene efecto alguno, y sin embargo, debemos estar atenuados cuando se produzca la explosión, porque en caso contrario sufriríamos los efectos de la detonación.
—Pero si desconectamos la Máquina del Espacio el marciano nos verá —dije.
—Por eso digo que va a ser difícil. Ambos sabemos con qué rapidez reaccionan esas bestias ante cualquier amenaza.
—Podríamos hacer descender la Máquina del Espacio sobre el techo del trípode mismo.
Mr. Wells sacudió la cabeza con lentitud.
—Admiro su inventiva, Turnbull, pero eso no sería práctico. Me resultó muy difícil mantenerme a la misma velocidad que la máquina. Probar de aterrizar sobre un objeto en movimiento sería sumamente peligroso.
Ambos reconocimos que era urgente encontrar una solución. Durante una hora o más debatimos nuestras ideas, pero no llegamos a nada satisfactorio. Finalmente, pasamos al salón de estar, donde nos esperaba Amelia, y le planteamos el problema.
Ella lo pensó durante un rato, y luego dijo:
—No veo ninguna dificultad. Tenemos muchas granadas y por lo tanto podemos darnos el lujo de errar algunas. Todo lo que tenemos que hacer es mantenernos en el aire sobre el blanco, aunque a una altura algo mayor que la de hoy. Mr. Wells desconecta entonces el campo de atenuación y, mientras caemos, Edward puede lanzar una granada al marciano. En el momento en que la bomba explote, estaremos nuevamente en la dimensión atenuada, y no importará lo cerca que se produzca la explosión.
Miré a Mr. Wells, luego a Amelia, mientras consideraba las consecuencias de un plan tan arriesgado.
—Parece muy peligroso —dije, por fin.
—Podemos sujetarnos con correas a la Máquina del Espacio —dijo Amelia—. No tenemos por qué caer.
—Pero, aun así…
—¿Se te ocurre algún otro plan? —dijo ella.