II

Esa noche cayó el quinto proyectil, en Barnes, aproximadamente cinco kilómetros al Noreste de la casa. En la noche siguiente, cayó el sexto proyectil en los campos de Wimbledon.

Todos los días, a intervalos frecuentes, caminábamos hasta la colina para ver si había señales de los marcianos. En la noche del día en que comenzamos a trabajar en la nueva máquina, vimos cinco de los relucientes trípodes marchando juntos en dirección a Londres. Sus cañones de calor estaban enfundados, y avanzaban con la seguridad de un vencedor que no tiene nada que temer. Estas cinco máquinas debían ser las ocupantes del proyectil que cayó en Bushy Park, y marchaban a unirse con las otras que, según suponíamos nosotros, estarían asolando Londres.

Se estaban produciendo grandes cambios en el valle del Támesis, y no eran cambios que nos gustaran. Los marcianos estaban eliminando las nubes de vapor negro: durante todo un día, dos máquinas de guerra trabajaron en la limpieza de esa suciedad, utilizando un tubo inmenso que lanzaba un poderoso chorro de vapor de agua. Éste pronto eliminó los gases, dejando un líquido negro y sucio que fluyó hacia el río. Pero el río mismo estaba cambiando.

Los marcianos habían traído con ellos semillas de la omnipresente maleza roja y las sembraban intencionalmente a lo largo de las orillas. Un día vimos a una docena, aproximadamente, de los vehículos de superficie moviéndose con rapidez por los senderos costaneros y lanzando nubes de minúsculas semillas. En poco tiempo, esas plantas foráneas comenzaron a crecer y a difundirse. En comparación con las condiciones espartanas en las cuales sobrevivía en Marte, esa maleza debe haber encontrado que el suelo rico y el ambiente húmedo de Inglaterra le servían de invernadero bien fertilizado. A la semana de haber regresado a Reynolds House, todo el sector del río que se extendía a nuestra vista estaba totalmente cubierto con la maleza rojiza, que pronto comenzó a propagarse a los prados que bordeaban el río. En las mañanas soleadas, los crujidos provocados por este crecimiento prodigioso eran tan fuertes que, a pesar de lo alta y retirada del río que estaba la casa, podíamos oír el ruido siniestro aun con las puertas y ventanas cerradas. Constituía un ruido de fondo que nos perturbaba. La maleza se estaba afirmando hasta en las pendientes secas y arboladas que había detrás de la casa y, a medida que avanzaba, las hojas de los árboles se volvían amarillas, aunque todavía estábamos en pleno verano.

¿Cuánto tiempo pasaría antes de que se pusiera a los cautivos humanos a segar la maleza?