V

Por fin apareció ante nosotros la pendiente arbolada de Richmond Hill, y al remar frenéticamente por la curva del río frente a los verdes prados vimos el edificio blanco de madera de la casilla de botes de Messum. Recordé el día que había visitado a Sir William y el paseo que había dado por el sendero junto al río, frente a la casilla de botes… y toda la gente que en aquél momento había estado paseando por el lugar. Aparentemente, ahora estábamos solos, salvo por las destructoras máquinas de guerra y la artillería que les respondía.

Señalé el embarcadero a Mr. Wells, y remamos con energía hacia él. Por fin, después de tanto tiempo, oímos el roce del casco de madera contra la dura piedra, y sin más ceremonia extendí la mano para ayudar a Amelia a saltar a tierra. Esperé hasta que Mr. Wells hubiera bajado, y luego los seguí. A nuestras espaldas, el bote se alejó a la deriva, moviéndose hacia arriba y hacia abajo en la corriente que lo arrastraba.

Tanto Mr. Wells como yo nos sentíamos agotados por nuestra larga odisea, pero estábamos listos para la parte final de nuestros esfuerzos: la ascensión por la cuesta de la colina hacia la casa de Sir William. En consecuencia, nos apresuramos a salir del embarcadero, pero Amelia se quedó atrás. Tan pronto como comprendimos que ella no nos seguía, nos volvimos y la esperamos.

Amelia no había hablado mucho durante la última hora, pero en ese momento dijo:

—Mr. Wells, usted nos dijo antes que había ido a ver el foso de los marcianos, en Woking. ¿Qué día lo vio?

—Fue el viernes por la mañana —dijo Mr. Wells.

Mirando a través del río hacia Twickenham vi que la cúpula dorada de la máquina de guerra más cercana estaba vuelta hacia nosotros. A su alrededor explotaban las granadas de artillería.

Con gran ansiedad, dije:

—¡Amelia… podemos hablar después! ¡Tenemos que ponernos a cubierto!

—¡Edward, esto es importante! —Luego se dirigió a Mr. Wells:

—¿Y eso fue el día diecinueve, dice usted?

—No, el diecinueve fue el jueves. El proyectil cayó cerca de la medianoche.

—Y hoy hemos visto gente de excursión… de modo que es domingo. Mr. Wells, ¿estamos en 1903, no es cierto?

Él pareció un poco confuso al oír esta pregunta, pero confirmó que así era.

Amelia se volvió hacia mí y me tomó una mano.

—¡Edward. Hoy es veintidós! ¡Es el día de 1903 al que habíamos llegado! ¡La Máquina del Tiempo debe estar en el laboratorio!

Al decirlo, se volvió bruscamente y se alejó de mí, corriendo entre los árboles.

¡De inmediato corrí tras ella, gritándole que regresara!