III

Mr. Wells empuñó los remos otra vez cuando llegamos a Hampton Court, porque yo me había cansado. Estábamos a poca distancia de Richmond, pero en ese lugar el río gira hacia el Sur, para luego dirigirse otra vez, hacia el Norte, de modo que todavía teníamos un largo recorrido por delante. Durante un rato, discutimos si nos convenía dejar el bote y terminar el viaje a pie, pero vimos que los caminos estaban atestados de gente que huía hacia Londres. En cambio, teníamos todo el río despejado y a nuestra disposición. La tarde era tibia y tranquila y el cielo mostraba un azul radiante.

Aquí, frente al palacio de Hampton Court, vimos una escena curiosa. Estábamos ahora a bastante distancia de los efectos de la destrucción causada por los marcianos, porque los peligros inmediatos parecían haber disminuido, y sin embargo lo suficientemente cerca como para que la gente evacuara el lugar. En consecuencia, los sentimientos eran dispares. La gente del lugar, de Thames Ditton, Molesey y Surbiton, abandonaba sus casas y, guiada por las exhaustas fuerzas de policías y bomberos, partían hacia Londres.

En cambio, los terrenos del palacio eran un lugar de paseo favorito de los excursionistas londinenses, y en esta hermosa tarde de verano los senderos que bordeaban el río estaban llenos de gente que disfrutaba del sol. Era imposible que no notaran el ruido y el alboroto que había a su alrededor, pero parecían decididos a no dejar que tales actividades influyeran en sus paseos campestres.

La estación de Thames Ditton, que se encuentra en la orilla Sur, frente al palacio, estaba atestada, y la gente formaba filas que llegaban hasta la calle, esperando poder tomar algún tren. Cada tren que llegaba de Londres traía unos pocos excursionistas que querían aprovechar las últimas horas de la tarde. ¿Cuántos de esos jóvenes con chaquetas deportivas, o de esas niñas con parasoles de seda, alcanzarían a ver otra vez sus hogares? Quizá para ellos, indefensos en su inocencia, nosotros tres ofrecíamos un cuadro extraño en nuestro bote de remos: Amelia y yo, todavía con nuestra ropa interior tan sucia, y Mr. Wells, desnudo, con excepción de sus pantalones. Pienso que el día era lo suficientemente insólito como para que prestaran atención a nuestra apariencia.