Durante todo esto, Amelia y yo habíamos estado tan sobrecogidos por los acontecimientos que se desarrollaban a nuestro alrededor que no nos dimos cuenta de que nuestro bote seguía a la deriva con la corriente. Amelia seguía acurrucada en el fondo del bote, pero yo había recogido los remos y me había quedado sentado en el asiento de madera.
Miré a Amelia, y con una voz cuya ronquera reflejaba el terror que sentía, dije:
—¡Si esto es una prueba de su poder, los marcianos conquistarán el mundo!
—No podemos quedarnos sentados y dejar que eso suceda.
—¿Qué propones?
—Debemos llegar a Richmond —dijo ella—. Sir William estará en mejores condiciones de saberlo.
—Entonces debemos seguir remando —dije.
En la terrible confusión en que me encontraba, había pasado por alto el hecho de que en ese mismo momento había cuatro máquinas de guerra que se interponían entre Richmond y nosotros, y tomé los remos y los introduje nuevamente en el agua. Di una sola remada, cuando oí detrás de mí un sonoro chapoteo y Amelia gritó.
—¡Vienen hacia aquí!
Solté los remos al momento, y se deslizaron dentro del agua.
—¡Quédate quieta! —Le grité a Amelia. Llevando a la práctica mis palabras, me arrojé hacia atrás, quedando tendido en un ángulo, incómodo y doloroso sobre el asiento de madera. Detrás de mí oí el tumultuoso chapoteo de las máquinas de guerra que corrían río arriba. ¡Ahora estábamos a la deriva casi en el centro de la corriente, y directamente en el camino que seguirían!
Las cuatro avanzaban una al lado de la otra y, tendido como estaba, pude verlas desde abajo. Habían recuperado los restos de la máquina de guerra destruida por la artillería y los llevaban entre ellas, por el mismo camino por el que habían venido. Por un instante pude ver el metal desgarrado y deformado por la explosión que había sido la plataforma, y vi también que había muchos coágulos y sangre en gran parte de él. No me causó satisfacción la muerte de uno de esos monstruos, porque, ¿qué significaba comparada con la malévola destrucción de dos pueblos y el asesinato de incontables seres humanos?
Si los monstruos hubieran querido matarnos entonces, no habríamos tenido posibilidad de sobrevivir; sin embargo, nos salvamos de ello porque tenían otras preocupaciones. Su victoria sobre los dos desgraciados pueblos era rotunda, y sobrevivientes aislados como nosotros no tenían ninguna importancia. Se aproximaron a nosotros con una velocidad vertiginosa, casi ocultos por las nubes de espuma que producían sus patas al agitar el agua. Una de ellas penetró en el agua a menos de tres metros de nuestro pequeño bote, y al momento quedamos inundados. El bote rolaba y cabeceaba, embarcando tanta agua que pensé que con seguridad nos hundiríamos.
Luego, pocos segundos después, los trípodes habían desaparecido, dejándonos anegados y en precario equilibrio en el río agitado.