En Marte había soñado con plantas y flores; aquí, en la campiña calcinada, veíamos sólo pastos carbonizados y humeantes, y la negrura se extendía en todas direcciones. En Marte había deseado con desesperación ver y oír a mis coterráneos; aquí no había nadie, sólo los cadáveres de los infortunados que habían caído presa del rayo de calor. En Marte había respirado con dificultad en su atmósfera tenue, y ansiado respirar el dulce aire de la Tierra; aquí, el olor del fuego y de la muerte nos secaba la garganta y nos asfixiaba.
Marte era desolación y guerra y la Tierra sentía ahora los primeros síntomas de la gangrena marciana, así como Amelia y yo los habíamos experimentado en su momento.