IV

Pasó un tiempo durante el cual me pareció que no había ningún movimiento, ni de los monstruos en el interior, ni de los hombres que ahora suponía que estaban afuera. Cada dos o tres horas subía de nuevo por los pasajes, pero la escotilla seguía firmemente cerrada.

Las condiciones en el interior de nuestro compartimiento continuaban empeorando, aunque la temperatura había descendido ligeramente. Las luces estaban todavía encendidas, y había circulación de aire, pero el olor era horroroso. Además seguía cayendo agua del caño roto y los sectores inferiores del compartimiento estaban inundados.

Permanecimos en silencio, sin saber si los monstruos podrían oírnos y temerosos de las consecuencias si lo hacían. No obstante, parecían ocupados en sus propósitos malignos, porque no disminuía el ruido cada vez que me ponía a escuchar junto a su escotilla.

Hambrientos, cansados, acalorados y asustados, permanecimos muy juntos sobre el piso metálico del proyectil, esperando la oportunidad de huir.

Debemos habernos adormilado durante un rato, porque me desperté de pronto con la sensación de que el ambiente a nuestro alrededor había cambiado. Observé mi reloj —que, como no tenía bolsillos en mi ropa interior, llevaba sujeto a un ojal mediante la cadena— y vi que habían transcurrido casi veinte horas desde nuestro arribo.

Desperté a Amelia, que descansaba la cabeza sobre mi hombro.

—¿Qué pasa? —dijo.

—¿Qué hueles?

Arrugó la nariz con exageración.

—Algo se quema —dije.

—Sí —dijo Amelia, y luego exclamó—: ¡Sí! Huelo a madera quemada.

El entusiasmo y la emoción nos abrumaban, porque no se podía imaginar un olor más hogareño.

—La escotilla —dije, agitado—. ¡Está abierta, por fin!

Amelia ya estaba de pie.

—¡Vamos, Edward! ¡Antes de que sea demasiado tarde!

Tomé su bolso y la conduje hacia arriba por el piso inclinado del pasaje. La dejé ir adelante, pensando que yo estaría debajo para ayudarla si caía. Ascendimos lentamente, debilitados por la odisea que habíamos sufrido, pero ascendíamos por última vez, dejando atrás el infierno del proyectil marciano, en camino hacia la libertad.