V

El quinto día de nuestro viaje dispararon un quinto proyectil. Para ese entonces, Marte aparecía muy distante en nuestro panel posterior, pero pudimos ver, sin mayores dificultades, la nube de vapor blanco.

El sexto día descubrí un control conectado a las pantallas, que podía mejorar y ampliar las imágenes. Cuando llegó el mediodía, pudimos ver, con bastante detalle, el disparo del sexto cilindro.

Pasaron otros cuatro días, y en cada uno de ellos el poderoso cañón de nieve hizo un disparo, pero el undécimo día, el volcán apareció en la parte visible de Marte y no hubo ninguna nube blanca. Observamos hasta que el volcán salió de la pantalla, pero hasta donde pudimos apreciar, ese día no se disparó ningún proyectil.

Tampoco hubo disparo el día siguiente. En realidad, después del décimo proyectil no se disparó ninguno más. Al recordar los cientos de naves relucientes depositadas en la base de la montaña, no podíamos creer que los monstruos abandonarían sus planes después de haber lanzado sobre el blanco unos pocos proyectiles. No obstante, así parecía ser, ya que en los días que siguieron nunca dejamos de vigilar el planeta rojo y ni una sola vez vimos señal alguna de que el cañón hubiera sido disparado nuevamente.

Por supuesto, pasamos mucho tiempo especulando sobre los motivos de tal proceder.

Expuse la teoría de que ese era el plan de los monstruos: que una vanguardia de diez proyectiles invadiría y ocuparía una zona de la Tierra, ya que, después de todo, contarían con un arsenal de cincuenta máquinas de guerra, por lo menos, con qué hacerlo. Por ese motivo sostenía que debíamos mantener nuestra vigilancia, argumentando que pronto seguirían más proyectiles.

Amelia tenía una opinión distinta. Veía la interrupción de los lanzamientos como una victoria de la revolución de los humanos de Marte, que el pueblo había irrumpido a través de las defensas de los monstruos y había tomado el poder.

De todos modos, no teníamos forma de comprobar nada, fuera de lo que veíamos. La migración había terminado, en efecto, con los diez proyectiles, por lo menos por el momento.

A esta altura de los acontecimientos, hacía muchos días que estábamos en viaje y Marte en sí era un pequeño cuerpo brillante situado a muchos millones de kilómetros detrás de nosotros. Para nosotros, revestía cada vez menos interés, ya que ahora podíamos ver, en el panel de proa, a nuestro mundo cada vez más cerca: una diminuta media luna de luz, de una belleza y quietud inefables.