III

Cuando volví a los controles, la imagen del panel que mostraba el panorama de popa revelaba que había aparecido el horizonte de Marte. Esta era la primera prueba directa de que el planeta se alejaba de nosotros… o, para ser más exactos, de que nosotros nos alejábamos de él. El panel de proa seguía mostrando su panorama de estrellas que no nos brindaba ninguna información. Naturalmente, yo había esperado ver la imagen de nuestro mundo delante de nosotros. Mis guías de Marte me habían informado que el disparo del cañón lanzaría la nave directamente hacia la Tierra, pero que no podría verla durante algún tiempo, de modo que por ahora no había motivos para preocuparse.

Sin embargo, me pareció extraño que no se viera la Tierra directamente delante de nosotros.

Resolví que tendríamos que establecer una hora de a bordo, ya que no habría ni noche ni día en la nave. Mi reloj todavía funcionaba, y lo saqué de mi bolsillo. Hasta donde yo podía calcular, el cañón de nieve había sido disparado al mediodía del día marciano, y llevábamos en vuelo alrededor de dos horas. En consecuencia, fijé mi reloj de modo que señalara las dos de la tarde y a partir de ese momento se convirtió en el cronómetro de la nave.

Una vez hecho esto, y con Amelia encantada de investigar con qué provisiones contábamos para nuestra permanencia a bordo, decidí explorar el resto de la nave.

Fue así que descubrí que no estábamos solos…

Avanzaba por uno de los pasajes que corrían por el interior del doble casco, cuando pasé frente a la escotilla que daba al compartimiento destinado a los esclavos. Le eché una mirada al pasar, ¡pero me detuve horrorizado! La escotilla había sido sellada toscamente desde el exterior, soldada de tal manera que no podía abrirse, ni desde adentro ni desde afuera. Arrimé el oído y escuché.

No podía oír nada. Si había alguien allí, estaba muy quieto. Había un débil ruido de movimiento, pero éste bien podría haber provenido de las actividades que realizaba Amelia en el compartimiento de proa.

Permanecí junto a esa escotilla durante un largo rato, lleno de presentimientos e indecisión. No tenía pruebas de que hubiera alguien adentro… pero ¿por qué tuvo que ser cerrada esa escotilla, cuando apenas el día anterior los otros y yo habíamos pasado sin inconvenientes por ella?

¿Sería posible que este proyectil transportara una carga de alimento humano?

Si así era, ¿qué había, exactamente en la bodega principal…?

Presa de un horrible presentimiento, me dirigí apresuradamente a la escotilla que daba a la bodega donde se habían almacenado las máquinas de los monstruos. También ésta había sido soldada, y me quedé delante de ella, con el corazón palpitando violentamente. A diferencia de la otra escotilla, ésta estaba equipada con una plancha de metal deslizable, como la que se instala en las puertas de las celdas de las prisiones.

La corrí hacia un lado, menos de un centímetro por vez, temeroso de hacer ruido y atraer la atención.

Por fin, la abrí lo suficiente cromo para colocar un ojo en la abertura, y así lo hice, para espiar el interior, débilmente iluminado.

Mis peores temores quedaron confirmados instantáneamente: allí, a no más de cuatro metros de la escotilla, se veía el cuerpo postrado de uno de los monstruos. Yacía delante de uno de los tubos protectores, del cual evidentemente había sido liberado después del lanzamiento.

Inmediatamente retrocedí de un salto, por temor de ser descubierto. En el reducido espacio del pasaje, gesticulé con desesperación, maldiciendo en silencio, temeroso de la importancia de este descubrimiento.

Finalmente, logré reunir suficiente valor para volver a la mirilla y nuevamente observé al monstruo que yacía allí.

Estaba tendido de tal modo que mostraba un costado de su cuerpo y tenía vuelta hacia mí su horrible cara. No me había descubierto, y a decir verdad, ni siquiera se había movido desde que lo había visto la primera vez. Luego recordé lo que mis guías habían dicho… que los monstruos tomaban una bebida para dormir, cuyo efecto duraría todo el vuelo.

Los tentáculos del monstruo estaban recogidos, y aunque sus ojos estaban abiertos, los párpados blancos y fláccidos caían sobre los ojos pálidos. En el sueño no perdía nada de su bestialidad, y sin embargo ahora era vulnerable. No me invadía la rabia, como me había sucedido antes, pero sabía que si la puerta no hubiera estado clausurada, una vez más habría podido matar a ese ser.

En la seguridad de que no despertaría a esa bestia, corrí la plancha hasta que la mirilla quedó totalmente abierta, y observé hasta donde pude a lo largo de la bodega. Se veían otros tres monstruos, todos ellos inconscientes. Quizás estuviera también el quinto monstruo en algún lugar de la bodega, pero había tanto equipo por todas partes que no pude verlo.

De modo que, después de todo, no habíamos robado el proyectil. ¡La nave que comandábamos encabezaba la invasión de los monstruos a la Tierra!

¿Era esto lo que los marcianos habían tratado de decirnos antes de que partiéramos? ¿Era esto lo que Edwina nos había estado ocultando?