No sabía hasta qué punto había sido dañada la torre ambulante en que me encontraba, pero se oía ahora un chirrido cada vez que una de las tres patas soportaba todo el peso. Esta no debía ser la única avería, dado que podía notar que la fuerza motriz estaba fallando. Habíamos abandonado la batalla a gran velocidad, ya que habíamos logrado mucho impulso durante la carga, pero ahora nos movíamos con mucha más lentitud. No tenía una idea precisa de la velocidad, pero el chirrido de la pata averiada se producía a intervalos más prolongados y el zumbido del aire ya no me ensordecía.
La primera carga a través del desierto me había acercado mucho a la ciudad, por lo cual yo me había sentido agradecido, pero ahora nos alejábamos de ella, en dirección a uno de los matorrales de maleza roja.
Mi preocupación inmediata era hallar la forma en que pudiera abandonar mi asidero en la torre. Se me ocurrió que el monstruo que la guiaba bien podría intentar repararla, y que para ello debía salir de la plataforma. Si eso llegara a suceder, yo no tenía ningún deseo de estar cerca en ese momento. No obstante, no tenía ninguna posibilidad de escapar mientras la torre no se detuviera.
Noté cierto peso en mi mano izquierda, y al mirar allí por primera vez desde que la torre se había lanzado a la batalla, encontré que todavía llevaba el bolso de Amelia. Por qué no se me había caído con la emoción de la lucha no lo sabía, pero algún impulso instintivo me había hecho conservarlo. Cambié de posición con cuidado, pasando el bolso a la otra mano. Súbitamente recordé la lanceta que había colocado en él y la saqué, pensando que finalmente podría necesitarla.
La torre se había detenido virtualmente ya, y se movía lentamente por un sector de terreno irrigado donde crecían unos cultivos verdes. A menos de doscientos metros podía ver las matas de maleza roja y, trabajando en la base de ellas, se veían esclavos que hachaban los tallos y dejaban fluir la savia. Eran muchos más que los que había visto en la Ciudad Desolación, y estos desgraciados seres trabajaban en el suelo fangoso a lo largo de la extensión de las matas de maleza roja, hasta donde alcanzaba mi vista. Nuestra llegada no había pasado inadvertida, porque vi que muchos de ellos miraban hacia nosotros, antes de volverse apresuradamente para continuar con su trabajo.
La pata averiada hacía un ruido terrible, rechinando con un ruido metálico cada vez que soportaba el peso, y yo sabía que no podríamos viajar mucho más. Finalmente, la torre se detuvo, con sus tres patas extendidas.
Me incliné sobre el borde del techo de la plataforma, tratando de ver si sería posible deslizarme por una de las patas hasta el suelo.
Ahora que la emoción de la batalla había pasado, encontré que mis pensamientos eran más pragmáticos. Por un momento, me había sentido entusiasmado por la emoción de la lucha, hasta el punto de admirar la forma osada en que la pequeña fuerza se había lanzado contra los defensores, quienes constituían una fuerza muy superior. Pero en Marte no había ningún sentido de bondad en estos seres; no había lugar para mí en esta guerra entre monstruos, y el hecho de que la casualidad me hubiera colocado en uno de los dos bandos en lucha no debía inducirme a sentir simpatías espúreas. El monstruo que había conducido mi torre a la batalla se había ganado mi respeto por su valor, pero ahora que me encontraba en el techo de la plataforma planeando mi huida, la cobardía y la bestialidad de su naturaleza se me revelaron súbitamente.
Oí otra vez el estallido sobre mi cabeza, y comprendí que el cañón de calor estaba disparando.
Al principio pensé que una de las máquinas de guerra de los defensores nos habría seguido, pero luego vi hacia dónde iba dirigido el rayo. ¡A lo lejos, hacia la derecha, surgían llamas y humo de los matorrales de maleza roja!
Vi que varios esclavos eran alcanzados de lleno por el rayo y que caían, sin vida, al suelo fangoso.
El monstruo no se contentó con esta atrocidad, sino que comenzó a hacer girar el cañón, barriendo con el rayo a lo largo de la masa de malezas.
Estallaban las llamas y se propagaban, como si fuera espontáneamente, a medida que el rayo invisible alcanzaba por igual a la vegetación y a los esclavos. En los lugares en que el maligno calor caía sobre la savia derramada, explotaban en todas direcciones nubes de vapor. Podía ver a los esclavos luchando por escapar, cuando oían los gritos de los alcanzados por el fuego, pero en el suelo fangoso en que tenían que trabajar les resultaba difícil escapar a tiempo. Muchos de ellos se lanzaban de bruces al fango, pero otros morían instantáneamente.
Este acto atroz se prolongó durante no más de dos o tres segundos, hasta que intervine para ponerle fin.
Desde el momento en que comprendí toda la monstruosidad del poder que ejercían estos seres, una parte de mí se había inundado de odio y aborrecimiento hacia los monstruos. No necesitaba analizar si estaba mal o bien: el monstruo de la torre averiada, descargaba su rencor en forma imperdonable sobre los indefensos que se encontraban más abajo, con fría deliberación y tranquila malicia.
Respiré profundamente y luego aparté mi vista de la horrenda escena. Luchando contra la repugnancia que sentía dentro de mí, extendí la mano para tomar la manija de la puerta de metal que se encontraba en el techo inclinado de la torre. La hice girar en vano; parecía estar trabada.
Miré por encima de mi hombro. El rayo de calor se desplazaba lentamente a lo largo del matorral de malezas rojas, sembrando su espantosa carnicería… pero ahora algunos de los esclavos que estaban más cerca de la vengativa torre me habían visto, porque uno o dos de ellos me hacían gestos desesperados, mientras se debatían en el pantano tratando de evitar el rayo.
La manija no se parecía a ninguna de las que había visto o usado antes en Marte, pero sabía que no podría tratarse de un cierre complicado, porque el monstruo, con sus torpes tentáculos, debía ser capaz de usarla. Entonces, en un arranque de inspiración, la hice girar en sentido contrario, como uno lo haría normalmente en la Tierra para cerrar una tapa.
Instantáneamente la manija giró y la puerta se abrió como accionada por resorte.
Ocupando casi todo el interior de la plataforma estaba el cuerpo del monstruo; como una repugnante vejiga, esa bolsa verde grisácea se hinchaba y latía, brillante y húmeda como si transpirara.
Con la máxima aversión, blandí la lanceta y la clavé directamente en el centro mismo de la espalda. La hoja se hundió, pero cuando la retiré para clavarla por segunda vez vi que no había penetrado la masa esponjosa de la carne del monstruo. La hundí otra vez, pero con tan poco efecto como antes. No obstante, el monstruo había sentido los golpes, aunque no le habían hecho mella. Un chillido detestable salió de la boca semejante a un pico que tenía en la parte delantera, y antes de que pudiera evadirlo uno de los tentáculos se deslizó con rapidez hacia mí y se envolvió alrededor de mi pecho. Tomado por sorpresa, trastabillé en el interior de la plataforma, arrastrado por el tentáculo, ¡y me encontré entre la pared de metal y el asqueroso cuerpo en sí!
El brazo con que blandía el cuchillo estaba libre, de modo que en mi desesperación, acuchillé una y otra vez el tentáculo serpenteante. A mi lado, el monstruo bramaba roncamente, de miedo o de dolor. Por fin, mis cuchilladas comenzaron a hacerse sentir, ya que la presión del tentáculo disminuyó cuando hice brotar sangre. Un segundo tentáculo se deslizó hacia mí, precisamente en el momento en que seccioné el primero, haciendo salir la sangre a borbotones. Cuando el segundo tentáculo se envolvió en el brazo con que empuñaba el cuchillo, el pánico me invadió por un momento, antes de que pasara el arma a la otra mano. Ahora que sabía cuál era el lugar vulnerable del tentáculo, me tomó sólo unos segundos cortarlo. Mis esfuerzos, y la acción de los tentáculos, me habían llevado al borde mismo de la plataforma, ¡de modo que me encontraba frente a la propia cara del monstruo!
En este momento fue como si todo el interior hirviera de tentáculos, porque diez o doce de ellos se envolvieron alrededor de mí. ¡No puedo expresar el terror que sentía ante ese contacto! Los tentáculos en sí eran débiles, pero el efecto combinado de varios de ellos rozándome y aprisionándome me hacía sentir como si hubiera caído de cabeza en un nido de boas constrictoras. Delante de mí, la boca del monstruo, como un pico, se abría y se cerraba, aullando de dolor o de ira; por un momento ese pico se cerró alrededor de mi pierna, pero no tenía ninguna fuerza, ya que no pudo desgarrar siquiera la tela.
Por encima del pico estaban los ojos: esos ojos grandes, inexpresivos, observando cada uno de mis movimientos.
Ahora me encontraba en dificultades, porque tenía sujetos ambos brazos, y aunque todavía empuñaba el cuchillo no podía usarlo. En cambio, lancé puntapiés a la cara fofa que tenía delante de mí, apuntando a la raíz de los tentáculos, a la boca que chillaba, a esos ojos como platos… a cualquier parte que se pusiera a tiro. Después, por fin, el brazo con que blandía el cuchillo quedó libre y acuchillé sin control cualquier parte del asqueroso cuerpo que tenía a mi alcance.
Este fue el momento culminante de esa sucia lucha, porque a partir de ese instante supe que yo podía vencer. La parte delantera del cuerpo del monstruo era firme al tacto, y por lo tanto vulnerable a la acción del cuchillo. Ahora, cada golpe que daba hacía salir sangre, y pronto la plataforma fue un pandemónium de sangre, tentáculos seccionados y horrendos gritos del monstruo moribundo.
Finalmente hundí la hoja directamente entre los ojos del monstruo y con un último grito desmayado murió.
Los tentáculos se aflojaron y cayeron al piso, la boca se abrió, del interior del cadáver salió una larga sucesión de gases mefíticos y los grandes ojos sin párpados quedaron con la mirada helada y sin vida clavada a través de la oscura ventanilla oval del frente de la plataforma.
Miré un vez más por esta ventanilla y vi borrosamente que el fin de la masacre había sido oportuno. Los matorrales de la maleza roja ya no ardían, aunque en diversos lugares todavía se elevaban columnas de humo y vapor, y los esclavos sobrevivientes se arrastraban fuera del pantano.