VII

Otra vez surgió la voz de los monstruos a través del enrejado, y los cuatro esclavos que estaban conmigo se apuraron a obedecer. Corrieron hacia los tubos flexibles, y ayudaron al herido a llegar al suyo. Vi que, en la cabina de control, los otros dos hombres estaban ubicándose dentro de los tubos que había delante de los controles, y comprendí que yo también debía obedecer.

Miré a mi alrededor y vi que uno de los tubos transparentes estaba situado en tal posición que permitía observar la cabina de control, pero uno de los esclavos ya estaba tratando de ocuparlo. No quería perder la ventaja de poder observar los procedimientos, de modo que tomé al esclavo del hombro y agité los brazos con enojo. Sin vacilar el esclavo se alejó de mí atemorizado, y se acercó a otro tubo.

Recogí el bolso de Amelia y me introduje en el tubo a través de un pliegue de la tela, preguntándome qué me esperaría. Cuando estuve dentro, el tubo me envolvió como una cortina. Me llegaba aire desde arriba y a pesar de la sensación de encierro total, podía soportarlo.

El panorama, que tenía era más limitado, pero aún podía ver tres de las pantallas: las que enfocaban a proa y a popa, y una de las del costado. Esta última, por supuesto, estaba oscura por el momento, pues lo único que mostraba era la pared del tubo.

Repentinamente el proyectil se sacudió, y al mismo tiempo me sentí empujado hacia atrás. Traté de dar un paso para mantener el equilibrio, pero la tela transparente me envolvía por completo. En realidad, comenzaba a comprender parte de la función de este tubo, pues a medida que levantaban la bocal del cañón el tubo me apretaba más y así me sostenía. Cuanto más levantaban el cañón, tanto más me envolvía el tubo, hasta el punto de que cuando la inclinación llegó a su fin, no podía hacer ningún movimiento en absoluto. Estaba tendido ahora con la mayor parte de mi peso sostenida por el tubo, pues, aunque mis pies todavía tocaban el suelo, el cañón había sido levantado hasta casi formar un ángulo de cuarenta y cinco grados.

En cuanto nos detuvimos vi una llamarada de luz en el panel de popa, y hubo una tremenda sacudida. Sentí sobre mí una presión grande y el tubo transparente me apretó todavía más. Aún así la fuerza de la aceleración me comprimía como con una enorme mano.

Después de la primera sacudida no hubo ninguna sensación perceptible de movimiento aparte de la presión, pues el hielo estaba colocado con gran precisión y pulido como un espejo. Miré el panel de popa y sólo vi tinieblas atravesadas por cuatro rayos de luz blanca; adelante, el punto de luz en la boca del cañón se aproximaba. Al principio apenas se podía distinguir su aparente acercamiento, pero a los pocos segundos se desplazaba hacia nosotros cada vez con mayor velocidad.

Entonces salimos del cañón; de inmediato la presión desapareció, y las tres pantallas que yo podía ver se iluminaron con imágenes brillantes.

En la pantalla que enfocaba hacia atrás pude ver durante algunos segundos el cañón que se alejaba y una nube de vapor que escapaba de su boca; en el panel lateral vislumbré imágenes de tierra y cielo girando en un torbellino; en la pantalla de proa sólo podía ver el azul profundo del cielo.

Creí que por fin podría abandonar la protección del tubo sin peligro, y traté de salir, pero descubrí que todavía me sujetaba con fuerza. Había una terrible sensación de vértigo girando en mi cabeza, como si estuviera cayendo de una gran altura, y por último sentí con toda su fuerza los terrores de un encierro sin salida; estaba en verdad atrapado en este proyectil, imposibilitado para moverme, rodando por el cielo.

Cerré los ojos y respiré hondo. El aire que corría dentro del tubo era fresco, y me tranquilizó saber que no estaba planeado que muriera allí.

Respiré hondo una segunda vez y luego una tercera, tratando de mantener la calma.

Al rato abrí los ojos. Dentro del proyectil nada había cambiado hasta donde yo podía ver. Las imágenes en las tres pantallas eran parejas: cada una mostraba el azul del cielo, pero en la de popa podía ver algunos objetos que flotaban detrás de la nave. Me pregunté durante un instante qué podrían ser, pero luego reconocí los cuatro cañones de calor disparados sobre el hielo dentro del tubo. Como los habían desechado supuse que ya no tenían ninguna otra función.

El hecho de que la nave giraba despacio sobre su eje se hizo evidente algunos segundos más tarde, cuando el panel lateral enfocó el horizonte del planeta, balanceándose hacia arriba, atravesado en la pantalla. Poco después todo el panel se inundó con una vista de la superficie, pera estábamos a tanta altura que resultaba casi imposible distinguir detalles. Estábamos pasando sobre lo que parecía una región seca y montañosa, pero era obvio que en algún momento hubo allí una gran guerra, pues el suelo estaba cubierto de cráteres. Luego la nave volvió a girar, de modo que el cielo ocupó otra vez la imagen.

Por la pantalla de proa me di cuenta de que la nave debía haberse estabilizado, porque se podía ver el horizonte. Supuse que estábamos ahora en vuelo horizontal, aunque la nave continuaba rotando sobre su eje, lo que resultaba evidente por el hecho de que el horizonte giraba en forma confusa. Los hombres que controlaban la nave debían tener algún medio para corregir esto, porque oí una serie de sonidos sibilantes y poco a poco el horizonte se estabilizó.

Había pensado que una vez en vuelo no me esperarían más sorpresas, de modo que me alarmé mucho algunos minutos después, cuando hubo una fuerte explosión y una brillante luz verde inundó todos los paneles que podía ver. La llamarada duró un instante, pero otra la siguió segundos más tarde. Como había visto esas llamaradas verdes en las horas previas a la invasión, creí al principio que debían estar atacándonos, pero entre cada explosión, la atmósfera dentro de la nave se mantenía en calma. La frecuencia de estas explosiones verdes aumentó hasta que casi llegaron a ser una por segundo, ensordecedoras. Luego cesaron por un rato, y vi que se inclinaba en forma drástica la trayectoria del proyectil. Durante un instante vi en el panel de proa la imagen de una gran ciudad en el terreno debajo de nosotros, entonces hubo otro estallido de fuego verde que continuó ardiendo fuera de la nave, y todo quedó oscurecido por su brillo. En medio de esa luz atronadora y fulminante, sentí que la tela transparente me apretaba… y la última impresión que tuve fue de una casi insoportable desaceleración, seguida por un tremendo impacto.